EL MEGáFONO)))
› Por Barbara Garcia *
Cuando decidí escribir sobre mi madre sentí un cosquilleo en el cuerpo ya que lo vivido es tan fuerte que una, que no es redactora, sino simplemente una mujer que pasó por momentos de su vida difíciles y que, al día de hoy, lleva las heridas que le quedan y que no se han cicatrizado, tiene temores. Pero me animé y ahora estoy intentando contar brevemente lo que es vivir con la memoria, la historia y un pasado tan oscuro que, aunque sea sorprendente, hay veces que la gente te sigue mirando en forma diferente.
Crecer, avanzar, caminar, construir siendo hija de una belleza desaparecida, docente y descubrir luego de 44 años que esa hermosa mujer, asturiana, española, a la que se llevaron frente a mí y frente a mi hermano Camilo, con tan solo 31 años, fue la creadora y pionera junto a otras dos compañeras –una desaparecida también y la otra sobreviviente– de gremios docentes, un dato que yo no sabía, me hizo sentir más orgullosa de ella.
Una de sus compañeras, Cecilia, que me miraba y lloraba durante el homenaje que le hicimos, hace dos semanas, se acordaba de cada detalle mío de pequeña. Con su relato pude descubrir, aún con más orgullo, que la lucha de mi mamá no fue en vano, que sirvió, que marcó huella para que hoy exista el gremio Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera) y exista el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires (Suteba) y exista la lucha sindical para que todos los trabajadores de la educación tengan voz y voto en sus necesidades y reclamos.
En ese teatro colmado con más de 1200 corazones de tiza y pizarrón, como diría la canción, con la presencia de las máximas autoridades en educación, me hacían tomar sobrecitos de azúcar porque no podía enfrentar semejante homenaje, luego de tanto tiempo y tanto orgullo. Tenía ganas de gritarles a todos: “Esa era mi mama y ésa es mi mama, todos ustedes llevan un pedacito de ella para que la historia continúe, para que en sus luchas no bajen los brazos en esta democracia”. Ojalá cuando yo tenía ocho años –y se la llevaron– hubiese existido la democracia. Hoy la historia sería diferente.
Siempre seré y llevaré el rótulo de hija de desaparecida, con la costumbre de que la gente se quedara mirándome raro, o con tristeza, o con ternura, o sin palabras. Así crecí y así sigo andando. Desde la razón intenté cerrar una historia. Pero, desde el corazón, hasta no tener un lugar donde poder llevar una flor, esa historia es imposible cerrarla.
Puedo seguir andando, pero la búsqueda de la verdad y la justicia la llevo conmigo en todo momento. Podría contar miles de vivencias de discriminación que viví de pequeña por ser hija de una subversiva. También la incertidumbre de no saber qué pasó con mi mamá y preguntarme por qué ella sí y yo no. ¡Pucha que fue y es difícil todavía! Pero sigo caminando y mirando por todos lados. La imagen de un desaparecido no se borra ni se cierra, sino que se busca permanentemente en cada rincón, en cada plaza, en cada lugar. La cabeza no se detiene nunca.
Mi lucha continúa, quiero que esa flor tenga un lugar donde ilumine, brille, dé vida al alma que hasta el día de hoy solo la tengo en mi corazón.
* Productora radial y documentalista.
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