EXPERIENCIAS
Guatemala es uno de los países del mundo donde las comadronas o parteras podrían ayudar a reducir la muerte de gestantes por causas evitables. Allí, parir en la propia casa no es una experiencia de mujeres acomodadas, como puede serlo en ciudades como Buenos Aires; es, sencillamente, la única opción: el idioma de sus comunidades no se entiende en los hospitales, sus tradiciones no son respetadas y las distancias las aíslan de las instituciones. Entonces, el apoyo de una partera que pueda combinar los saberes ancestrales con los beneficios de la medicina resulta fundamental. Esto que sucede en Guatemala, sin embargo, también puede registrarse en nuestro país, tanto en pueblos alejados de centros urbanos como en barrios periféricos de Buenos Aires, donde las mujeres migrantes son menospreciadas cada vez que quieren poner su sabiduría tradicional en juego a la hora de parir.
› Por Florencia Goldsman
Más allá de Juanita Viale y de Carla Conte, dos exponentes argentinas de la tendencia cool del parto en casa, hay una realidad. Parir con la ayuda de una comadrona es la única opción para muchas mujeres en el mundo. Sin muchas aristas elitistas ni tampoco tras la huella una tendencia neo hippie. De acuerdo con cifras de las Naciones Unidas cada año mueren 358 mil mujeres durante el embarazo o al dar a luz, cerca de dos millones de neonatos fallecen en las primeras 24 horas de vida y 2,6 de fetos mueren a causa de cuidados médicos deficientes.
Se necesitan más de 350 mil comadronas en el mundo, señala el mismo estudio de Unfpa y da una solución: esta antigua profesión ayudaría a evitar un 90 por ciento de las muertes maternas. Entre los países con mayores necesidades en esta área se listan: Camerún, Haití, Nigeria, Somalia y Guatemala.
Daniela Abadi es una obstetra y comadrona argentina, integrante de Médicos sin Fronteras, quien junto a un grupo de mujeres tiene el proyecto de una escuela de Comadronas en el lago de Atitlán, en Sololá, un municipio de Guatemala. Abadi señala que su actual país de residencia tiene uno de los porcentajes más altos de muerte materna después de Haití. “Lo que se sabe es que en departamentos como en Sololá un 80 por ciento de las mujeres siguen pariendo en domicilios con comadronas tradicionales. Y agrega algunos datos para ilustrar: “La mortalidad materna en Guatemala es alrededor de 200 por 100 mil en número de muertes maternas por nacidos vivos. En países europeos es de 8 por 100 mil, al tiempo que en algunos países de Africa subshariana es de 400 por 100 mil o más”.
Mientras que en la capital guatemalteca y en algunos departamentos del país el acceso a la salud mejora de forma progresiva, en otras provincias las comunidades ven bloqueados derechos fundamentales como el acceso a la alimentación, educación, transporte y la salud. De la población total guatemalteca, el 38,4 por ciento son indígenas, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala (INE), aunque según algunas organizaciones indígenas este porcentaje supera el 60 por ciento de la población del país. En este contexto, la situación de las mujeres indígenas a la hora de parir es particular a razón de sus escasos recursos económicos y la dificultad en el uso del español en detrimento de sus idiomas originarios como el kaqchikel, tz’utujil o quiché, entre otros. Si bien muchas mujeres ni se imaginan acudiendo al hospital, cuando los embarazos se complican el cuadro general eleva su complejidad. Señala Abadi: “Cuando las comadronas tradicionales que se dirigen al sistema de la salud, en general las retan, las critican, no les dejan asistir, las dejan afuera, las tratan como si fueran unas ignorantes”. Por estos meses en Guatemala, mientras más de 20 candidatos se disputaban la presidencia, el problema de la salud quedó desplazado por el discurso de la “mano dura” y la “seguridad” al tope de la agenda política.
Ester Pop (48) es comadrona desde hace más de 30 años en San Pedro la Laguna, un pueblo de 13 mil habitantes, cuyo idioma nativo es el tz’utujil y que tiene 28 comadronas activas. Ella cuenta que “sintió el llamado” de ser comadrona cuando todavía era adolescente y no podía explicar por qué la imagen de una mujer en la postura de parto la conmovía. Tal vez sus padres que iban de pueblo en pueblo ayudando a las mujeres a parir la inspiraron. En el presente, sendas carreras de enfermería profesional mediante, entrega su tarjeta que la identifica como “Educadora de Planificación Familiar” y realza cómo la tensión entre la sabiduría tradicional y el sistema hospitalario se extiende en el tiempo. “Siempre hay un roce. A muchas personas les digo que lo que nos hace la diferencia es ¡el pedazo de cartón! Por eso es que nos miran. Siempre me ubico como comadrona, no como profesional, y digo: lo que Dios me ha dado es lo que valoro. No estudié para ser comadrona, entonces inicié de la nada: es una sabiduría que proviene desde lo alto. Porque los médicos han estudiado sobre los partos, cómo debe pujar la señora, cuánto tiempo y qué debe hacer uno con el bebé. El ser de comadrona una lo obtuvo del cielo, nadie, nadie le instruyó a la comadrona en los tiempos ancestrales. Si nosotros como generación estamos vivos es ¡gracias a ellas! Pero llevamos a una paciente al hospital y ¿qué nos dicen? `Deje a su paciente y se va para afuera’. Pienso que es por un celo porque la mayoría de partos son atendidos por comadronas. Que le gritan a uno y la mayoría no sabe hablar español y todo el mundo habla el español y nadie lo atiende. A uno le gustaría expresar lo que siente, pero si nadie lo entiende mejor se queda callado. Y por otro lado, los médicos a veces tienen razón porque muchas mujeres llegan a última hora muy manipuladas o con otras complicaciones que se debieron evitar.”
Elena Chabajay tiene 31 años y es una mujer de origen maya, cuyo primer idioma es el tz’utujil. Las flores del comedor combinan con los motivos de su huipil (blusa tradicional) y su mirada cálida invita a pasar a su hogar. Revive con la periodista de Las 12 el nacimiento de su único hijo Lanchito (Lorenzo) que ese día cumple 10. Su comadrona fue Ester y de ella rescata lo simple: caminar. Ese fue uno, entre todos los consejos que recibió durante el embarazo, de los aprendizajes más fáciles y sabios. Hasta el día del parto, Elena bajó a pie la cuesta junto con su abuela “cuando decidimos volver a la casa yo les dije `vamos a pie’ ¡y fuimos a pie todavía! Pero venía caminando pero ya con los dolores y le dije ‘cuando lleguemos a la casa que venga el bebé’”. Y así fue: cuando llegaron las comadronas el trabajo de parto ya había comenzado, el tiempo voló y en sólo dos horas Lanchito ya había llegado al mundo.
La comadrona Ester señala que su trabajo comienza a las pocas semanas de embarazo: “Con 15 días de retraso menstrual la gente me busca. Los primeros meses ellas vienen al consultorio. Ya los últimos meses voy a sus casas”. El seguimiento lo realiza con consejos de alimentación, higiene, cuidado de la futura madre y, a posteriori, del niño o niña. Y a diferencia del vínculo entre las parteras que brindan el servicio en las grandes ciudades, las comadronas de los pueblos no les piden a las mujeres indígenas ningún pago a cambio. “Aquí cuando es gente indígena no cobro ni un solo centavo, es voluntad de las familias. Tanto como para los controles prenatales, el plan educacional, el parto, es voluntad de la familia. Ya cuando hablo con familias extranjeras es diferente porque ellas ya tienen una tarifa”, explica. En su oficina, los alaridos de los gallos se cuelan por las ventanas y las paredes muestran carteles con información médica. Un detalle: las mujeres visten los coloridos trajes tradicionales, el corte (falda larga hasta el tobillo) y huipil.
Elena, por su parte, sostiene que el parto en un hospital es una posibilidad cada vez más usual para algunas familias indígenas (en especial para aquellas que tienen medios económicos). Sin embargo, la gran diferencia reside aun en el vínculo entre médicos y pacientes. “Creo que la clínica atiende bien, pero un tiene un límite para pagar. En cambio, la comadrona no le pide a la familia ningún dinero. Pero tampoco es que uno no le da un quetzal sólo, sino lo que está en sus posibilidades. La comadrona ayuda a la persona. Y yo le tengo mucha confianza al igual que mucha otra gente que cree en ella. La forma en que la trata a una y después también te da tratamientos para reestablecerte, tomar vitaminas, qué hacer con el bebé, porque al principio una no sabe qué hacer. En cambio, si una va al hospital se regresa sin nada, sin ninguna sugerencia, sin ninguna recomendación. Pero la comadrona al siguiente día después del parto viene a verte, para ver cómo estás, cómo está su bebé. Ayuda bastante en una primera experiencia. Yo nunca he ido al hospital pero cuentan que cuando va una la dejan ahí tirada porque hay mucha gente que atender. En cambio, Ester no. Lo que he visto de ella es que está al tanto de todo lo que pasa, su trabajo no lo hace igual ahora de cómo lo hacía hace diez años. Está actualizada y te dice: mira esto ya no se hace así”.
Mariu Gobbato (23) es madre de dos niños, pero a diferencia de Ester proviene de otra esfera social guatemalteca. Esta sociedad aún parece dividirse con un abismo tajante entre clases populares, comunidades indígenas y un establishment muy poderoso dueño de los medios de producción. “También yo nací en mi casa, como mis tres hermanos. Mi mamá es una ladina de clase media alta, un ambiente alternativo, de la clase de Guate que decidió que no iba a ir al hospital a parir a sus hijos. En esa época parían con un médico acupunturista. Pero fue un poco atreverse y hacerlo.” La experiencia de Mariu con las comadronas se sitúa en España hace unos cuatro años. Cuando decidió dar a luz por fuera del sistema hospitalario se dio cuenta que iba a tener que pedir dinero prestado ya que, cuenta, el precio por un parto en casa oscilaba entre los mil y dos mil euros. Superado el obstáculo comenzó un proceso personal de preparar el momento único de convertirse en mamá. Narra Mariu que comenzó a leer y a “entrar en contacto con el bebé, conocer tu cuerpo, entender cosas interesantes acerca del proceso fisiológico del parto para no tener miedo de lo desconocido”. De su parto no recuerda haber sentido temor, pero sí la sensación del agua corriendo desde sus hombros en tobogán por la columna. “Cuando me acosté en la cama, rompí aguas y ocurrió que en el líquido vimos meconio. Ahí nos preocupamos un poco, pero estuvimos escuchando el corazón de mi hija y latía bien. Descartamos la posibilidad de ir al hospital. Entonces decidimos quedarnos en la casa y ahí quise meterme en la bañera. La partera me decía que no, que esperara porque quería ver cómo salían las aguas. Al fin, cuando me pude meter en el agua fue un alivio aaah ¡tan rico! Seguía el trabajo de parto, las contracciones, me servía mucho el agua, estirar los pies y quería sentir el agua corriendo en mi piel. Entonces tenía al papá de mi beba echándome agua todo el rato. En ese momento ya había llegado la otra comadrona, porque trabajan de a dos, y una hora después de que entré en el agua finalmente nació mi hija. Ahí en la bañera.”
Daniela Abadi señala la complejidad de la profesión de comadronas en el país, si bien hay casos como el de Ester Pop, la gran mayoría de ellas no pueden capacitarse y actualizar sus conocimientos. “La autoridad indígena tampoco quiere que estas comadronas formen parte del sistema, quiere conservarlas a un nivel más tradicional. Nosotras pensamos que estas comadronas tienen muchísima experiencia. Muchas veces tienen un conocimiento de la cultura y de las tradiciones muy rescatable que se pierde cada vez más.”
La joven Mariu, junto a Abadi y otras mujeres de la región trabajan sobre una escuela de comadronas en el lago de Atitlán con el objetivo de compartir el conocimiento y mejorar de a poco los servicios que se prestan a las futuras madres. Así, grafica Abadi, la idea es crear una nueva generación de comadronas. “Rescatar todo lo bueno de la tradición y al mismo tiempo tener las competencias necesarias para poder hacer frente a una complicación, si la hay, y referir al sistema de salud.” El proyecto de la escuela lleva varios años en gestación pero no se concreta todavía por falta de fondos. La currícula está completa, convocará a mujeres indígenas pero también a extranjeras: “Pensamos que la formación tenga un precio simbólico para las mujeres de acá, que las comprometa un poquito, les dé más sentido de dignidad y de empoderamiento. La idea entonces es que sea intercultural y que la mitad de las alumnas sea extranjera. Son las que van a pagar y la otra mitad es de Guatemala”, destaca Gobbato. En el reclutamiento, resalta Ester Pop, la comadrona de San Pedro, intentarán identificar el antiguo llamado de la “vocación”. “Si yo he invertido tiempo en esto es para decir ‘he convertido mi sueño en realidad’, porque si puedo formar dos o tres alumnas ya me puedo morir tranquila”, detalla con una sonrisa. Y vaticina que la existencia de este reconocimiento conllevará cambios generales: “Pienso que la relación con los médicos a partir de la escuela sí va a cambiar. Posiblemente los que están ahorita se jubilen y también porque hay una nueva generación de médicos que está más abierta”, resume.
Dar vida o morir en el intento. Plantearse nuevas formas de concebir y priorizar la salud de las madres y en el medio un precipicio: el de las razones tan disímiles de las mujeres por parir o no con comadrona. Y la vida como hermoso paisaje. “Me niego a decirle a nadie que hay riesgo cero, eso no existe ni en la casa ni en el hospital. El riesgo cero tampoco existe en la vida, es un ideal totalmente falso. El parto es un momento más de la vida y quién dijo que la vida no tiene riesgos. El parto es un momento ínfimo en la vida de crear un ser humano. El día que nace el bebé... ahí empieza el baile”, puntea la comadrona Abadi.
“Nací de comadrona, en la casa donde nació mi madre, en casa de mis abuel@s, yo, pequeña rata chillona, enferma y con ojos de quien casi se va de este mundo, dice mi madre que me soplaron guaro, me dieron a oler tabaco, me saturaron con ruda y resistí. Gracias sagrada vida y muerte por los ciclos, por mi lado luminoso y mi oscuridad turbulenta, por las letras zarandeadas, mi hijo, amig@s, el amor desbordado, por las pruebas superadas, gracias por mi paso ensoñado por Kayala.”
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