PERFILES > MARLENE WAYAR
› Por Marta Dillon
Apenas habían pasado unas horas desde el aplauso que cerró la firma con el dictamen de mayoría para que se trate en el recinto de Diputados el proyecto de ley de identidad de género y Marlene Wayar ya tenía algo que decir al respecto. Un puñado de palabras dichas en ese tono con el que suele hablar en público, siempre un par de decibeles más bajos que su risa, pero con la potencia necesaria para derribar cualquier supuesto: “La ley no es una urgencia, nos la están imponiendo en nuestra agenda. Si nos preguntan qué queremos, lo que queremos es un tiempo de paz”. Pero cómo, ¿no se está demandando “sin demora, identidad ahora”? Por toda respuesta, Marlene dará una vuelta completa de sus ojos redondos en sus órbitas, como si necesitara mirar al cielo o adentro para encontrar paciencia y traducir que no es literal, que por supuesto piensa lo que dice, pero sobre todo dice que no hay cambio registral que borre las marcas de la violencia cotidiana, los crímenes transfóbicos, la falta de acceso al trabajo y ese largo etcétera que hilvana un discurso que no pretende describir víctimas si no guerreras y guerreros, sobrevivientes de tantas batallas como estrategias ha sido necesario tejer para desarmar, por ejemplo, esta metáfora militar que tan mal le cuadra a Marlene a pesar de su ánimo combativo. “Nos invitan a terminar el secundario en escuelas nocturnas, nos dicen que ahora sí nos llamarán por nuestros nombres ¿pero cómo le digo a una travesti de 50 que vaya a la escuela porque es una manera de construir futuro para sí? Creo que debería haber una reparación por las exclusiones” dijo Marlene, a contramano de los festejos por el texto de consenso que se consiguió sobre la base de cuatro proyectos distintos de ley para el reconocimiento de la identidad de género. Hablaba de una historia que no queda saldada aun cuando la ley se apruebe, una historia que ella trabaja cotidianamente por reconstruir en la primera persona del plural de las experiencias trans, esas que no encajan ni en el casillero hombre ni en el casillero mujer, mucho menos en el discurso de ser alguien atrapado/a en un cuerpo que no le corresponde. Sí, ella se sorprendió a los cuatro años cuando jugando al doctor se dio cuenta de que la fisonomía de otras nenas era distinta, pero desde que empezó a andar e indagar en esa extrañeza está en la búsqueda de palabras, de registros, de voces que sirvan de espejos nuevos para no tener que mirarse siempre en los mismos. En esa búsqueda con otras y con otros nació El Teje, la revista que ella dirige, grande, incómoda de llevar, imposible de pasar desapercibida como si esas páginas también tuvieran que atravesar algo de lo que significa la experiencia travesti: siempre expuesta, siempre visible, sin closet posible donde descansar. Así como El Teje es Marlene –aun cuando ella se reconozca trans y no travesti porque ha gozado de “privilegios” que las travestis no tienen: ser protegida por la familia, estudiar, no necesitar prostituirse aunque en la “parada” encontró, de adolescente, el único lugar posible de reconocimiento. “Diana Sacayán, una de las grandes plumas de El Teje, se queja de que siempre le tocan los peores temas como los crímenes de odio. Pero lo cierto es que más allá de lo que tengamos que contar cada vez, el tema es cómo miramos, desde dónde contamos, y eso lo cambia todo”, dice Marlene que integró el Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género, ese frente que se formó para que la elite de las organizaciones de la diversidad sexual no se apropiara una vez más de la voz de las personas trans, hablando en su nombre, señalando estrategias ajenas a ellas. Lo integró aun cuando insista en que ella no puede tener un documento en el que se vea obligada a marcar el casillero del sexo negando otra vez su identidad. Lo integró junto con otras y otros descastados de las celebraciones del orgullo aunque hayan abierto tantos caminos para seguir andando. Ni en la última marcha del orgullo lgbtiq, ni en ninguna otra se reconoció la tarea de El Teje como primer periódico travesti latinoamericano. Tampoco se reconoció nunca a la Cooperativa Nadia Echazú, la primerade trabajo gestionada e integrada por travestis y transexuales que preside Lohana Berkins. Marlene suele señalar esta paradoja. Igual que señala cada exclusión. Pero no porque quiera ser incluida en categoría alguna. Lo suyo es desmarcarse. Y por eso es capaz de sacarse la peluca y mostrarse hermosa y desnuda, brillante luchadora que se define más por lo que no es –“ni violadorx, ni discriminadorx, ni antropófagx, ni violentadorx”– que por lo que es. Porque lo que es está siempre desplegándose, en busca de “una identidad que se cierra para abrirse a nuevos sentidos”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux