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Viernes, 27 de junio de 2003

SOCIEDAD

Crímenes con marca

Algunas de las principales aristas del caso de Santiago del Estero recuerdan otros crímenes, como los de María Soledad Morales o Natalia Melmann, en los que también hubo no sólo violación y asesinato sino también corrupción policial o política. La ferocidad institucional ante las mujeres suele sumarle al crimen degradación sexual.

Por Luciana Peker

Las palabras clave son: fiesta, poder, encubrimiento. En los crímenes de Leyla Nazar (22), María Soledad Morales (17) y Natalia Melmann (15) –se reveló o se investiga– hubo una fiesta del poder policial o político. Allí las violaron, las mataron, y el poder político o policial encubrió sus asesinatos. Los rompecabezas son similares: cuerpos violados en vida, cuerpos violados en muerte, no sabe/no contesta, “investigaremos hasta las últimas consecuencias”, “mi hijo no estaba en la provincia”, “rastrillamos ahí pero no vimos nada”. Chivos expiatorios, amenazas, silencio, escándalo. Indignación popular.
Pero hay una verdad que no se mira. No son excesos. Cuando la corrupción es ley y el encubrimiento justicia, cuando la corrupción está asentada como siesta de provincia y la impunidad es moneda corriente, cuando el poder no tiene control, los poderosos –o sus hijos, o alguno de los subordinados que permiten que el poder no tenga control– no se conforman con coimas, retornos o autoritarismo. Las mujeres –sus cuerpos y sus vidas– terminan siendo carne de cañón de la corrupción. No son errores.
“Las historias de Leyla Nazar y Patricia Villalba (presuntamente asesinada por conocer la verdad sobre el crimen de Leyla) no son casos aislados sino muestras de prácticas aberrantes, frecuentes y sistemáticas, en las que las mujeres son víctimas”, resalta Marcela Perelman, asistente de Coordinación del Programa Violencia Institucional y Seguridad Ciudadana del Centro de Estudios Legales y Sociales. “No hay que ver estos crímenes como casos individuales –coincide Monique Altschul, coordinadora del Foro de Mujeres contra la Corrupción– porque en realidad forman parte de una red integral de abusos que demuestran que la corrupción tiene especiales consecuencias en las mujeres.”
Las muertes de Leyla, Patricia, María Soledad y Natalia no son casos policiales con puntos en común. Son la muestra de que en la Argentina el manual de la corrupción incluye en su punto más oscuro –no tan común como pedir muzzarellas por tener uniforme, pero sí arraigado entre los mareados de poder y zarpados de impunidad– la exigencia de sexo a las adolescentes.
Ana María Fernández, psicóloga e investigadora de género en la UBA, analiza: “Para que sucedan estos crímenes tiene que haber un sistema de Justicia, de relaciones políticas que garantice a los asesinos que no les va a costar matar a alguien detrás de esas fiestas. Y un terrorismo de Estado que encubra estos delitos. No es casual que sean mujeres pobres esas personas a las que se puede matar sin costos”.

El sexo del gatillo
Las mujeres no son las únicas que pagan con sus vidas el desenfreno de la corrupción. El gatillo fácil y las torturas en las comisarías son padecidas, mayoritariamente, por varones. Pero hay diferencias. “Existe un marcado condicionamiento de género en la forma en la que opera la violencia institucional. Mientras que los muertos en presunto senfrentamientos son mayoritariamente hombres, vemos prácticas diferentes y específicas en la violencia institucional contra las mujeres”, señala Perelman. “Las muertes de Leyla Nazar y de Patricia Villalba –como las de Natalia Melmann, María Soledad Morales y muchas otras– dejan ver que existe un código de sadismo diferente con las mujeres: tanto en vida como luego de su muerte, son víctimas de un ensañamiento horroroso con sus cuerpos, como su desfiguración y el intento por desaparecerlos.”
“Independientemente de que los hombres también son asesinados, es indudable que hay un encarnizamiento sexual con las mujeres más vulnerables”, destaca Alejandra Vallespir, socióloga especializada en criminología y autora del libro La policía que supimos conseguir. Ella apunta: “Hay una victimización que la policía hace sin distinción de género, pero hay una victimización que es doble, en donde se agrega un plus que sí es una cuestión de género, porque el policía no sólo viola la ley para cometer delitos sino que también viola a la mujer. La violación es simbólica y física”.
Ricardo Ragendorfer, periodista policial, autor del libro La secta del gatillo y conductor del programa “Historias del crimen”, distingue: “La corporación policial del Conurbano que se dedica a recaudar mucha guita ve con malos ojos estas actividades porque le pueden tirar el negocio abajo. Además, no todos los corruptos son violadores. Este tipo de hechos se dan más en las provincias feudales. O entre perejiles cebados que sienten una impunidad tremenda”.

El femicidio de la corrupcion
“Estas muertes poseen denominadores en común: la violencia de género y la legitimación por parte del poder jerárquico y patriarcal predominante. Hay que llamarlos ‘femicidio’ porque esta palabra nos indica el carácter social y generalizado de la violencia basada en la inequidad de género y nos aleja de planteamientos individualizantes y naturalizados que tienden a representar a los agresores como ‘locos’, ‘fuera de control’ o ‘animales’; o a culpar a las víctimas”, define Susana Cisneros, investigadora especializada en violencia contra las mujeres.
A todas las víctimas de violaciones se las culpabiliza antes de buscar a los culpables y se estudia su legajo de moral y buenas costumbres antes de buscar pistas. A María Soledad y a Natalia se lo hicieron. No le encontraron ninguna marca más que haber cometido el delito de –como todas las chicas de su edad– ir a bailar. Y de estar enamoradas.
Aunque nadie remarcó que, de alguna manera, en sus historias de amor se dibujan historias de amores violentos –aunque invisibles– de esos que, puertas adentro, lastiman o matan a tantas mujeres. Natalia y María Soledad estaban pendientes, la noche en que las secuestraron para siempre, de esos amores que dejan el alma sin aliento y encienden los ojos para intentar verlos en la noche. Pero que sólo traen noche. María Soledad estaba enamorada de Luis Tula, que terminó condenado a nueve años de prisión (ahora está con libertad condicional) por su participación en el crimen. La noche en que la mataron, el 8 de septiembre de 1990, ella estaba en una fiesta donde se juntaban fondos para el viaje de egresados de su curso.
Natalia estaba enamorada de Maximiliano Marol, con el que había salido. La noche del 4 de febrero de 2001 le había pedido permiso a su papá para salir e intentar reconquistar su amor. Gustavo Melmann declaró: “Maximiliano estuvo procesado por falso testimonio en la causa. Aparentemente él también está vinculado con estos hechos y no descarto que sea el entregador en el crimen de mi hija”.
La diputada María José Lubertino relaciona los casos que hoy ocupan la primera plana de los diarios con los que se producen en la intimidad: “El caso de Santiago del Estero es un tema de impunidad y de abuso del poder que está presente en los casos de violencia sexual cotidianos, aunque no tomen estado público. Hoy sólo se denuncian el 10 por ciento de los abusos sexuales porque hay una revictimización de la víctima”.
En el doble crimen de Santiago del Estero se ve –una vez más– que los prejuicios son lo primero que surge en la investigación de un delito sexual. Ahora, hay distintas versiones que aseguran que Leyla era prostituta. Aunque esto es negado por su papá Younes Ibrahim Bshier y su novio Nicolás Antonelli. Pero, aun cuando Leyla haya sido, realmente, una trabajadora sexual, esto sólo desnudaría la cadena de abusos que sufren las mujeres que se dedican a la prostitución.
Elsa Caballero, integrante de la Asociación de Meretrices de Argentina (AMAR), denuncia: “Es habitual que la policía, si no tenés el efectivo para pagarles coima, te haga pagarles de otra manera, con favores sexuales. Hay muchos casos de violaciones y de asesinatos que no se quieren dar a conocer. A nosotras no nos respetan. Pero somos seres humanos y tenemos los mismos derechos que cualquier otra ciudadana”.
En este sentido, Ragendorfer remarca: “El triple crimen de las chicas de Cipolletti era, en realidad, un ajuste de cuentas entre dos bandas de proxenetas. Una de las bandas, conectadas con la policía, iba a matar a tres prostitutas relacionadas con la otra banda. Pero los que son contratados para matarlas se equivocan. Y la policía encubre los asesinatos. Fue un escándalo”.
Otro caso resonante fue el del supuesto “loco de la ruta” en Mar del Plata. “El loco de la ruta era el loco de la yuta –puntualiza Ragendorfer–. Las víctimas eran minas que no se ponían con lo que se tenían que poner para ejercer la prostitución y después la policía componía la escena para que pareciera obra de un asesino serial.”
Los crímenes de mujeres no están divididos entre prostitutas e inocentes. Los crímenes de mujeres son crímenes de mujeres. Por eso, Gustavo Melmann relacionó las muertes del supuesto “loco de la ruta” con la maquinaria de impunidad que llevó al asesinato de su hija. “Desde 1993, en la costa atlántica hay 27 casos no aclarados de asesinatos de mujeres. Si esos crímenes hubieran sido castigados, mi hija estaría viva”, declaró en junio del 2001.
El día de la muerte de Natalia –4 de febrero del 2001– era el cumpleaños del comisario (ahora retirado) Carlos Grillo que, en ese momento, era jefe de la seccional de Miramar. “La sospecha es que, en cada celebración, los policías solían reunirse en la casa de Copacabana, adonde llevaban chicas para armar fiestas íntimas. La hipótesis es que Natalia se negó a participar y la llevaron por la fuerza”, describió el periodista de Página/12, Carlos Rodríguez. Tampoco sería excepcional que las invitadas a las fiestas no recibieran la invitación. Suárez tenía en su historial persecuciones a otras menores. Pero de eso, aunque era un secreto a voces en Miramar, nadie hablaba.
En los microscopios de los peritos, el semen que le extrajeron al cuerpo de Natalia demostró que la violaron dos o más hombres. A María Soledad, y presuntamente a Leyla también, las violaron, en cadenas de impunidad, hasta matarlas. No hay microscopio que pueda ver el tormento que significa eso para una mujer. Pero no se necesita aumento para ver que en la Argentina la corrupción generó otro gatillo fácil contra las mujeres. Tal vez, el peor gatillo.

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Patricia Villalba, Leyla Nazar, Natalia Melmann, Maria Soledad Morales.
 
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