VIOLENCIAS
Los femicidios que ocurrieron bajo la modalidad del fuego crecieron exponencialmente desde el caso de Wanda Taddei, en febrero de 2010. Los agresores replicaron un discurso sobre la víctima que cierra el camino a la verdad y revictimiza a padres, madres, hijas e hijos de las mujeres muertas.
› Por Flor Monfort
Entre el 1º de enero y el 31 de octubre de este año, 24 mujeres murieron víctimas del fuego. En lo que va de noviembre, aunque no figuran en el informe final de la Casa del Encuentro, otros dos femicidios fueron perpetrados con combustible y fuego, una muerte lenta, agónica, desesperante y tremendamente cruel. Una muerte que no se adivina en las amenazas y denuncias previas, las que existen en tantos casos y la que alejó a Wanda Taddei de su mamá cuando ésta decidió pedir ayuda por lo que tanto la angustiaba: la violencia de Vázquez sobre su hija y sus nietos, en ese entonces de 6 y 9 años. Wanda le cerró la puerta en la cara, literalmente, y aquello de que la violencia machista es un crimen privado cerró los cercos de una casa donde el infierno se hizo escenario del peor final, el 10 de febrero de 2010. Once días después, Wanda se moría en el Instituto del Quemado.
El año pasado fueron once las mujeres que murieron bajo esta modalidad: Gladys Beatriz Pereira, Norma Rivas y Fátima Catán entre ellas. Sus casos permiten trazar el recorrido de un discurso que se instaló cuando Eduardo Vázquez, ex baterista de Callejeros, hoy preso por el crimen de Wanda y a la espera del juicio oral previsto para fin de diciembre, dijo “ella tiró el alcohol y nos prendió fuego”. Con la excusa de que él la había llevado al hospital y el testimonio de sus manos vendadas porque lo que él juraba había sido una pelea por celos, Vázquez salió enseguida en libertad y tuvieron que pasar siete meses hasta que estuvo imputado por homicidio y fue a la cárcel sin chance de fianza ni celdas VIP. Pero no todas las historias tienen el mismo final.
Pronto se conocieron otros casos que marcaban el mismo recorrido: mujeres inducidas a coma farmacológico por la gravedad de las heridas que morían víctima de las quemaduras a los pocos días de ingresar al hospital. Los únicos testigos, ellos, quienes en muchos casos ni siquiera eran llamados a declarar. De ese derrotero mucho sabe Elsa Gerez, la mamá de Fátima Guadalupe Catán, una chica de 24 años que había conocido los golpes, las patadas y el constante hostigamiento de su novio, Gustavo Martín Santillán, y que agonizó cinco días antes de morirse en el Hospital de San Martín. Elsa se acordaba tan bien de las palabras de Vázquez que cuando recibió el llamado de Beatriz Taddei, la mamá de Wanda, le dijo: “Sí, nos pasó lo mismo”.
Santillán repitió la coreografía de Vázquez y evadió a la Justicia, incluso ser llamado a declarar como imputado. Por ahora solo lo hizo en calidad de testigo, y la reconstrucción del hecho está a punto de ser declarada nula porque la policía científica “se olvidó” de llevar una cámara que registre el proceso, como indica el protocolo. “Yo creo que el fiscal Ramiro Varangot accedió a hacer la reconstrucción por mi insistencia y la de mi abogado, pero lo que pasó ahí fue un chiste malo: a Santillán prácticamente no se le hicieron preguntas, no se le pidió explicaciones del delirante argumento de que mi hija de prendió fuego ella solita, según él, por un ataque de celos. El fiscal parece el abogado defensor de este monstruo”, dice. En estos 16 meses Gerez vio desmoronarse a su esposo, perdió su trabajo, soportó las amenazas de Santillán, que hasta llegó a meter a su otro hijo en un auto para pegarle y decirle que la corten con los medios y sufrió el ataque de su ex abogada Karina Gindre, probando que la misoginia no es patrimonio de los hombres. “Lo que pasa es que vos estabas caliente con el macho de tu hija”, le dijo cuando Elsa le reclamó por la falta de resultados en la causa y finalmente decidió apartarla del caso, contratando un abogado privado que no sabe cómo va a pagar.
Pero Elsa sigue adelante. Sabe que no tiene dinero para pagar las pericias privadas que en el caso de Vázquez lograron llevarlo a la cárcel, pero no piensa dejar de ir a Tribunales: sabe que el femicidio traspasó los muros de su casa y exige que el Estado la atienda, porque hasta ahora, ni siquiera recibió las pertenencias de su hija muerta. “La impunidad me golpea todos los días, pera también hay gente que se acerca, me llama, me cuenta su historia. Yo sé que el caso de Wanda generó otros como el de mi hija, porque el fuego borra las pruebas de los violentos”, dice.
Ada Beatriz Rico, coordinadora del Observatorio Adriana Marisel Zambrano (una mujer que el 18 de julio de 2008 fue atacada a golpes y puntapiés por su pareja en Palpalá, Jujuy, que aun con todas las pruebas en su contra sólo fue condenado a cinco años de prisión y que conserva la tenencia de la hija de 4 años que tuvo en común con Zambrano), dice que siempre hubo mujeres incineradas, pero eran entre 4 y 6 por año. “Indudablemente, en los varones violentos el crimen del fuego es perfecto, porque la mujer incinerada casi siempre muere sin hablar y en el ínterin no hay pruebas: él habla de un accidente y nadie puede desmentirlo. Por eso decimos que cuando llega una mujer en situación de violencia, así se presuma que fue un accidente, tiene que allanarse inmediatamente el lugar del hecho. El problema es que si no hay una denuncia no se puede hacer el allanamiento y así se pierden horas muy importantes para seguir recopilando pruebas. De este modo hay pericias insuficientes, familias que no pueden pagar nuevas pericias y el caso queda caratulado como supuesto suicidio”, explica y habla del de Fátima como caso testigo, donde todos los pasos correctos que la Justicia tendría que haber seguido, por lo menos resguardar el contenido de la reconstrucción, fueron vulnerados. ¿Por qué? “No tengo la respuesta, pero es un brazo más del pulpo de la violencia que daña con saña y destruye la culpabilidad del varón, que no es ningún loco, camina entre nosotros”, concluye.
Mañana, sábado 26, a las 17, en la estación Fiorito se inaugura una plaza en nombre de Fátima Guadalupe Catán, a un año y cuatro meses de su asesinato.
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