CINE
En abril, Bruni Burres visitó por segunda vez Buenos Aires como jurado del V Festival Internacional de Cine Independiente. La semana pasada, en Nueva York, como directora del Human Rights Watch International Film Festival, afirmó, acerca de los films y videos de dieciocho países que se exhibieron allí: “Intentan aportar una mirada humana a todo lo que amenaza la libertad y la dignidad de las personas, destacando el poder del espíritu y la inteligencia que prevalecen aún en las peores situaciones”.
Burres, reciente graduada
con un master en Telecomunicaciones interactivas en la Escuela de Arte Tisch
de la Universidad de Nueva York, es programadora del festival desde 1991. Surgido
como un desprendimiento natural de la Organización Human Rights Watch
–dedicada a velar por el cumplimiento de los en todo el mundo–, el
festival tiene dos ediciones anuales: cada marzo se realiza en el Ritzy Theater
de Londres, y en junio, su sede es el Walter Reade Theater del Lincoln Center
neoyorquino y aparece como una interesante alternativa que permite “mirar
desde una perspectiva distinta las situaciones contemporáneas más
críticas en materia de derechos humanos”.
Instalado ya en los grandes medios como el New York Times o el Village Voice,
el actual festival fue antes una tímida muestra organizada en 1988, “para
celebrar el décimo aniversario del Human Rights Watch. En aquel momento
–recuerda Burres– proyectamos algunos clásicos como La batalla
de Argelia, de Gilo Pontecorvo, o Z, de Costa-Gavras, junto a varios documentales
latinoamericanos, todavía con muy poco público”. Ahora, copresentado
con la Film Society of Lincoln Center (editora de la Revista Film Comment y
promotora de importantes ciclos de arte), su realidad es otra: localidades agotadas
en todas las funciones. “Mucha gente se enoja conmigo o con alguna otra
persona de la organización cuando no puede entrar; pero aunque lo siento,
no puedo menos que sentirme contenta de que se agoten las entradas para ver
films sobre derechos humanos”, señaló la directora.
“Mucha gente todavía cree que la avalancha noticiosa, sobre todo
a través de la televisión, mostró la verdad sobre lo ocurrido
en los recientes conflictos globales. Pero en la mayoría de los casos,
los grandes medios obnubilan en lugar de esclarecer sobre estos temas”,
señala Burres, a quien no le interesa seleccionar “películas
que bajen línea en términos de ‘esto es bueno y aquello es
malo’, sino las que conmuevan o aporten un punto de vista diferente. Sobre
todo me interesan las que dejan interrogantes abiertos”, asegura. Su punto
de vista podrá ser compartido por unos setenta mil espectadores a partir
del 1º de septiembre, cuando el Travelling Festival –muestra itinerante–
lleve los principales títulos vistos en Nueva York a treinta ciudades
norteamericanas, entre ellas Boston, Chicago, Denver, Houston, Portland y San
Francisco.
Palestina e Israel ocuparon el centro de la escena en la edición 2003
del Hrwiff, a la que asistieron aproximadamente veinte mil espectadores. “Creo
que mucha gente quiere ver otro punto de vista sobre el tema. Sobretodo porque
no hay aquí una gran comunidad palestina y el acento está mucho
más puesto en lo israelí. Yo misma como ciudadana de Estados Unidos
no es tanto lo que sé sobre la cultura palestina, y además es
importante que se entienda que son los respectivos gobiernos los que continúan
el conflicto pero que el pueblo en general, quiere paz.” El documental
Ford Transit y el drama romántico Rana’s Wedding, ambos del director
palestino Hany-Abud Assad, dan cuenta desde distintos ángulos de las
vicisitudes cotidianas en el contexto del conflicto árabe-israelí
y comparten una singular visión humorística, incluida en los testimonios
y en la manera de reflejar situaciones en las que lo bélico modifica
la vida de los habitantes. Sobre el tema se proyectaron además: My Terrorist,
de Yulie Cohen (Israel) y Welcome to Hadassah Hospital, de Ramon Gieling, una
realización holandesa que documenta con acierto lo que sucede en un hospital
de Jerusalén. Y de Medio Oriente también sobresalieron la película
iraní I’m Taraneh, de Rassul Sadr-Amili, sobre la lucha de una joven
contra las restricciones que pesan sobre su sexo, y Jiyan, de Jano Rosebiani,
un film kurdo-iraní centrado en un huérfano de diez años,
sobreviviente de un bombardeo químico.
El genocidio ocurrido en Ruanda en 1994 –el peor después de la Segunda
Guerra Mundial–, en el que murieron quinientas mil personas pertenecientes
a una minoría étnica en sólo cien días, fue tema
de dos películas: Gacaca, Living Together in Rwanda, de Anne Aghion (Francia)
y The Last Just Man, de Steven Silver (Canadá). De Rusia, por su parte,
se proyectó The Cuckoo, una refrescante comedia dramática de Alexander
Rogozhkin. Sobre Camboya y el Kmer Rojo se expresó The Flute Player,
de la norteamericana Jocelyn Glatzer, y se destacaron también la filipina
Life on the Tracks, de Disi Carolino, sobre gente que vive junto a una vía
de tren, y Poison, una producción ítalo-tailandesa, de Giuseppe
Petitto, Enrico Pizianti y Gianluca Pulcini, que denuncia la explotación
de un niño, precoz luchador de kickboxing.
Hany-Abud Assad ganó este año el premio Néstor Almendros
que anualmente otorga el festival “al coraje en la realización cinematográfica”.
Recibida en anteriores oportunidades por cineastas como Costa-Gavras, Alan J.
Pakula y Ken Loach, entre otros, la distinción consiste además,
en cinco mil dólares en efectivo, que el año pasado le correspondieron
a la realizadora chicana Lourdes Portillo, por Las señoritas extraviadas.
Como Portillo, una decena de realizadoras presentaron sus películas en
Nueva York (ver recuadro), y la temática femenina ocupó también
un lugar central dentro del Hrwiff, para dar cuenta de una tendencia creciente:
“Es cierto que cada vez hay más directoras dedicadas al documental
y especialmente volcadas a los temas sociales”, reafirmó Burres.
“Y no sólo eso. Si tomamos como ejemplo State of Denial, el film
de Elaine Epstein sobre el sida, todo el equipo estuvo compuesto por mujeres”,
indica. Los motivos, a su juicio, tienen que ver sobre todo con cuestiones técnicas:
“Las videocámaras no sólo son más baratas sino que
son más livianas para transportarlas, y permiten trabajar con un equipo
mínimo”.
Lamentablemente no hubo este año presencia del cine argentino en el Hrwiff.
“Vi una cantidad de películas que me interesaron cuando estuve en
abril, de las cuales muchas estarán presentes el próximo año,
porque nuestra programación se cerró en marzo”, explicó
la directora al respecto. “Tuvimos ya un par de films de David Blaustein:
Cazadores de utopías y Botín de guerra, también una retrospectiva
de Pino Solanas, y entre otras muchas películas de ustedes, mostramos
Garage Olimpo e Hijos de Marco Bechis.”
Finalmente, consultada sobre la hegemonía mundial del cine norteamericano,
que limita las posibilidades de exhibición de las cinematografías
locales, Bruni Burres confesó que esa realidad, “en principio me
asusta. Aun en este país es terrible, porque muchos films dearte de realizadores
norteamericanos tampoco encuentran pantalla. Hollywood lo abarca todo y los
independientes no tienen lugar. Sin embargo, si tomamos en cuenta por ejemplo
este festival, con todas las localidades agotadas. Eso significa dinero. ¿Por
qué no considerar entonces también un negocio al cine independiente?”.
Vigías
Creada como
movimiento en 1978, la organización no gubernamental Human Rights Watch
puso el acento en sus comienzos en “velar por los amigos y colegas de la
prensa que sufrían presiones en distintos lugares de Europa del Este
y la Unión Soviética”, explicó la directora del Festival
Cinematográfico dedicado a los derechos humanos. Hoy vigila e investiga
sobre abusos en los derechos humanos en alrededor de setenta países.
Su primer director fue el argentino Juan Méndez, secuestrado por la dictadura,
quien creó luego la división americana del Human Rights Watch.
“Tuvimos injerencia directa en España con el juez que se ocupó
de levantar cargos contra Augusto Pinochet”, amplió Bruni Burres
“y elaboramos el informe al respecto en conjunto. Nuestro departamento
legal a su vez elabora instrumentos para ratificar las decisiones de los Tribunales
Internacionales y somos permanentemente testigos en la Corte Internacional de
La Haya y otros fueros donde se debatan casos relacionados con los Derechos
Humanos”, detalló.
–¿Cuál era el significado de derechos humanos para usted
cuando comenzaron con el Movimiento y qué significado tiene ahora?
–En 1978, de pronto las palabras derechos humanos se relacionaban directamente
con Chile, o la Argentina o con países todavía mucho más
lejanos. Pero en Estados Unidos todavía se hablaba de derechos civiles.
Hoy se tiene mucha más conciencia de que esos términos son igualmente
aplicables aquí que en Israel, Palestina, Chile o la Argentina.
Mujeres que filman
“Me
interesó mucho Los rubios y estoy en contacto con Albertina Carri, la
directora, para presentarla especialmente en el Lincoln Center, quizás
en septiembre de este año, dentro de una posible muestra sobre Latinoamérica”,
contó la directora del Hrwiff acerca del material que comojurado vio
en el festival de Buenos Aires, en el que también la presencia femenina
se hizo notar.
En Nueva York, The Flute Player, de Jocelyn Glatzer; Asylum, de Sandy McLeod
y Gini Reticker; Gacaca, Living Together Again in Rwanda, de Anne Aghion; Life
on the Tracks, de Ditsi Carolino; My Terrorist, de Yulie Cohen Gerstel; Vivisect
de Marija Gajicki y State of Denial, de Elaine Epstein fueron sólo algunos
de los films dirigidos por mujeres que se vieron en el festival, en el cual,
hasta hace unos años los films de directoras o de temática femenina
se concentraban en un solo día de proyección.
Hijos de Pinochet (Pinochet’s Children), producción alemana de la
chilena Paula Rodríguez, y Tomas de guerra (War Takes), una película
anglo-colombiana de las directoras de Colombia, Adelaida Trujillo y Patricia
Castaño fueron, quizá por su común origen latinoamericano,
los dos films más sobresalientes de entre los de las mujeres que filman.
Hijos de Pinochet da cuenta emotiva e inteligentemente de lo que le aconteció
a la generación de los que crecieron durante el golpe militar liderado
por el general Augusto Pinochet, que derrocó al gobierno democrático
de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. A partir de los testimonios
centrales de Alejandro Goic, Enrique Paris y Carolina Tohá, respectivamente
de dieciséis, doce y ocho años por aquel entonces –todos
hijos de desaparecidos–, la directora desarrolló un interesante
cuadro de situación desde el comienzo de la dictadura hasta el presente,
en el que la evolución personal de los protagonistas coincide con los
cambios en su background socio-cultural.
Respectivamente antropóloga y asistente social, las directoras colombianas
Adelaida Trujillo y Patricia Castaño, también responsables de
una productora de televisión, quisieron mostrar en Tomas de guerra, “el
punto de vista de la clase media intelectual”, acerca de la vida y los
conflictos político-sociales de su país. “Básicamente
todos los films que reflejan nuestros problemas son hechos por productoras extranjeras”,
señaló Patricia Castaño a Las/12. “Siempre es la suya
una mirada de arriba hacia abajo, con los guerrilleros, los narcotraficantes
y la violencia, como si además de eso no existiera una sociedad moderna
y urbana. No necesitamos que nos cuenten desde afuera cómo deben ser
los derechos humanos”, señaló Castaño, quien junto
a su colega ofrece una perspectiva rural y urbana de la vida en Colombia.
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