PERFILES > VICTORIA DONDA
› Por Marta Dillon
La polémica sobre si lo que le gritaron a Victoria Donda en el momento en que juraba como diputada en nombre de dos jóvenes desaparecidos en democracia –Luciano Arruga y Marita Verón– fue “trola” o “Rodra” es, por lo menos, curiosa. Sobre todo porque en esa escasa diferencia de letras pareciera que se está jugando el carácter sexista del abucheo que le propinaron desde las gradas ocupadas por integrantes de La Cámpora. ¿Por qué? ¿Cómo habría que entender si no que se le vocee a una mina que se está instalando en un lugar de poder el nombre de su ex pareja; no por casualidad, un tipo? ¿Sería un consuelo al compañero por lo perdido? ¿Una manera de decir “ahora está ahí muy oronda pero antes fue de uno de los nuestros”? En cualquier caso de lo que se trató fue de una manera bien explícita de, como se diría en el barrio, “mear el territorio”; una metáfora que nace, bueno es recordarlo, del comportamiento de los machos de ciertas especies que orinan sobre lo que consideran les pertenece. Sin embargo la discusión se empantana entre consonantes: la agrupación política lejos de disculparse insiste en que nadie dijo “trola” –habría que ver cómo hacer para saber lo que dijeron todos y cada uno de sus integrantes– sino el nombre de “un compañero que mucho la ayudara”, el novio de la diputada del chicle eterno entre los maxilares asegura que sí, que él lo escuchó, que la palabra empezaba con t, ella dice lo mismo pero además acepta que le pregunten sobre el porqué de su escote y devela su duda frente al espejo que terminó en una decisión “intencional y consciente de ser sincera” porque ella es una “chica joven a la que le gusta verse bien”. Y puestos a opinar, también opinó quien ahora es el líder político de Victoria Donda, Hermes Binner, sin que apenas se le despeine el jopo y sin detenerse en sinónimos: “Un buen mensaje en un lindo envase es algo muy lindo”. No tuvieron que excusarse, seguramente porque nadie se los preguntó, otros líderes políticos en cuyas manos Donda puso su fervor militante: ni Pino Solanas –recientemente abandonado, apenas un tiempito antes de las elecciones primarias–, ni Alicia Kirchner –la que la ungió por primera vez como funcionaria allá por 2004, cuando recién recuperaba su identidad– ni Humberto Tumini –a quien dejó cuando decidió seguir a Pino–, tuvieron que emitir juicio alguno. No es una pérdida. Con la voz de quienes hablaron, de quienes defendieron, impugnaron, se justificaron o preguntaron es suficiente para hacer el diagnóstico: sexismo agudo, con tormentas de banalidad y una tendencia pasmosa a poner la paja en el escote ajeno. Ultimo chiste que la cronista hace con una mueca de espanto, atenta a la categoría que tienen los crímenes contra la integridad sexual: algo que no condena el Estado si las víctimas no se lo piden expresamente.
Como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso de la Nación, Victoria Donda debe saber algo de esto. Militante política desde que era estudiante secundaria, mucho antes de saber que quien creía su padre era un represor ahora condenado por haber sustituido su identidad y también por haber torturado a un hombre que tenía sobre su pecho a su bebé de 20 días. Ella que no era la que decía su documento el día en que la Esma abrió sus puertas para empezar a ser el lugar de memoria, archivo y reparación que es ahora, pero fue después de ese acto que decidió que se haría el análisis de ADN acompañada por las chicas de HIJOS que habían seguido la investigación de su caso y que, con paciencia, esperaron que estuviera lista para dar ese paso trascendente. Con su identidad recuperada, la carrera política cobró velocidad: candidata a concejal en Avellaneda por el Frente para la Victoria, a diputada en 2007 en la lista del mismo partido aunque para 2008 ya estaba en el interbloque de Proyecto Sur para en 2011 hacer campaña con el mentado escote y una leyenda que invitaba: “Vamos a portarnos mal”. Tentadora y escueta, la invitación levantó polvareda y no porque ella esté entre quienes impulsan la despenalización del consumo de drogas o la despenalización del aborto sino por... sí, por su escote. Porque en la cloaca del sexismo la idea fija es siempre fija. Es cierto que a veces dan ganas de cubrirla con una mañanita, por nada más que cuidarla, decirle que no hace falta poner la pechuga para hacerse querer –vaya afirmación maternalista–. Pero eso es cuestión de ella y sólo de ella, si tiene ganas, podría salir con corpiño calado o sin él, en taco aguja o con las tetas sobre una repisa. Es su derecho y el de cada una ser putas, lesbianas, travestis, monjas de clausura, madres de un solo hijo o de siete. Un derecho que de alguna manera todavía se cobra: a las putas se las puede coger, a las lesbianas hay que enseñarles, a las travestis cagarlas a palos, a las madres borrarlas de la economía del deseo. A todas disciplinarnos. Y eso es lo que no se puede tolerar. Y de eso vale la pena hablar. Y no depende de unas cuantas consonantes.
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