Poeta, dramaturga, ensayista y cuentista, Salvadora Onrubia fue militante tanto en el anarquismo como en el feminismo. Abuela de Copi y pareja de Natalio Botana, el fundador de Crítica, fue la primera mujer que dirigió un diario en la Argentina. Su nuera hace el retrato íntimo de ella y adelanta un poemario inédito que permaneció archivado desde 1918.
› Por Alicia Villoldo Botana
Salvadora Medina Onrubia (La Plata, 23 de marzo de 1894/Buenos Aires, 21 de julio de 1972) me recibió en su salón de Rodríguez Peña y Avenida Alvear una tarde de septiembre de 1968. Iba yo a convertirme en la mujer de Jaime (a) Copito de nieve/Tito, su hijo predilecto después del fallecido Carlos Natalio (a) Pitón –el hijo “natural” (así se los llamaba cuando no eran legalmente reconocidos por su padre)– con quien se había trasladado en 1913 a la capital para continuar una trayectoria periodística iniciada en Entre Ríos. Allí trabajó como maestra rural entre 1910 y 1913 mientras colaboraba en el Diario de Gualeguay y en las revistas PBT y Fray Mocho, de Buenos Aires.
La conocí cuatro años antes de morir, ya enferma de leucemia, con su gato negro caminando por la mesa donde hacía sus solitarios de naipes. Confieso que estaba impresionada por la trascendencia del encuentro; casi no abrí la boca más que para contestar sus dos únicas preguntas: cuáles eran mis apellidos y si estaba embarazada de su hijo como para casarme con él. Como todos la llamaban “vieja”, en mis siguientes visitas asimilé el apelativo familiar y cariñoso hasta que mi cuñada Georgina Nicolasa (a) China me dio un reto de órdago por lo que consideró una falta de respeto de mi parte, de modo que opté por una discreta invisibilidad.
No tuve suficiente tiempo para tratarla a fondo y conocer en vida su obra literaria. Todo lo que sabía de ella me llegaba, a mis ignorantes 20 años, desde los chismorreos de sus hijos: no todo era ni veraz ni objetivo ni afectuoso, por lo que haber usado entonces el verbo conocer me resulta ahora excesivo en tanto y cuanto implica comprender a un ser humano en su esencia, sorteando sus contradicciones y esa máscara visible –el personaje– detrás de la que todos nos escondemos para protegernos.
Solo ahora, después de un larguísimo autoexilio en España y de haber investigado la personalidad de Salvadora a través de sus obras teatrales, cuentos y discursos, me atrevo a afirmar que he descubierto, no a mi suegra, sino a una mujer formidable del panorama político y literario del siglo XX.
¿Por qué se ha tardado tantísimos años en otorgarle a Salvadora Medina el lugar que le reconocía su secretaria, la poeta Emma Barrandeguy (Salvadora Medina Onrubia: Una mujer de “Crítica”, Vinciguerra, 1990), junto a Alfonsina Storni y Victoria Ocampo? Hubo un momento en Argentina (1924/25) en que las tres publican simultáneamente: De Francesca a Beatrice, de Ocampo; Akasha, de Medina Onrubia; y Ocre, el libro más original de Storni. Si la erudición de Ocampo era aristocrática y elitista y las sublimes imágenes de Alfonsina nacían de su talento poético, es Salvadora quien consigue trascender a la escena desde donde se burlará del pudor que la época exigía a la mujer. Consigue transmitir, retratándose en su dramaturgia con irónica inteligencia y osada valentía, el ideario político y social que sostendrá a lo largo de su existencia.
Permítaseme la anécdota personal: algunas tardes, cuando la llevaba a dar un paseo por su el barrio, me pedía que nos detuviéramos frente al supermercado de capitales norteamericanos que aún existe en la calle Vicente López para gritar (ella): “Abajo el capitalismo, fuera yanquis de América latina”.
Lo hacíamos a escondidas de la familia.
Oportunas son la afirmación y las cuestiones que Josefina Delgado plantea en su Estudio Preliminar de Las descentradas y otras piezas teatrales - Salvadora Medina Onrubia (Colección Los Raros. Biblioteca Nacional Ediciones Colihue):
“... Y tampoco se le va a perdonar que abandone la casa para ocuparse de los hijos de las otras: léase Simón Radowitzky (el joven emigrado polaco que mató al jefe de policía porteño Ramón Falcón en 1907, para vengar la represión que había dirigido el 1º de mayo contra los anarquistas y encarcelado en la austral Ushuaia por 20 años hasta que Salvadora le arrebata el indulto al presidente Hipólito Yrigoyen durante una sesión de espiritismo), o América Scarfó, la viuda de Severino Di Giovanni. Me pregunto: ¿tramar dos fugas del penal de Rawson, donde Simón se pudría, es jugar a la militancia? ¿Rechazar el indulto del general Uriburu y llamarlo “fantoche con bigotes” desde su celda en la cárcel del Buen Pastor, es jugar a la militancia...?”.
¿Obnubilarse temporalmente con éter para soportar el dolor del hijo muerto es jugar a la maternidad?
No comparto que la “novela biográfica de Salvadora...” –prolífica y exitosa entre los años veinte y treinta– “... con un relampagueante epílogo en los cuarenta, cuando el diario Crítica es expropiado por el gobierno de Perón,[...] concluye con la muerte de Natalio Botana”.
Salvadora no se termina ni con la dolorosa desaparición de su hijo mayor ni con el fallecimiento de su marido ni con la expropiación de su diario ni con la pérdida absoluta de sus bienes materiales. Salvadora continúa viviendo sus karmas, escribiendo, amando a sus nietos y sobrinas, discutiendo con sus hijos y profundizando los estudios de teosofía con notables talento y energía.
Parafraseando a sir Winston Churchill, esa expresión fue el punto final que pone Salvadora en su libro Crítica y su verdad, donde relata el proceso que culminó con la apropiación del diario. Es posible (y ésta es una opinión personal) que el incidente con Eva Duarte por una carta que Salvadora le escribe desde Crítica, cuya dirección asume muerto Natalio –víctima de un accidente automovilístico teñido de sospechas nunca aclaradas– haya contribuido a su destierro del Parnaso literario y de la acción pública.
Escribe esa carta a pedido de Perón, como una defensa de Eva de las burlas que la oligarquía le inflige durante su gira por la España de Franco.
La misiva decía: “Nunca mires, Evita, las miserias del suelo. Lucha y sirve a tu ideal desde el lugar que el destino –que es el aspecto exterior de las fuerzas que rigen y ordenan el mañana del mundo– sabe por qué ha preparado para ti, porque no sirves al azar. Sabe, Evita, que la jornada de servicio es corta y preciosa y que el derecho a servir exige y demanda las facultades íntegras de cada ser... No te gastes mirando el suelo. Trabaja. Sirve. Da con ese tu seguro don sereno y eficaz, de saber dar... Y ten por cierto que no estás sola, ni en el sentido de poder material, ni en el otro, en el espiritual; que quien sirve con fe, amor y desinterés a un gran ideal de superación es, a su vez, servido”.
Aventuro que su intención fue transmitirle a Eva Duarte el espíritu de lucha que ella tenía como anarquista, feminista, madre soltera, audaz escritora y teósofa. Los maledicientes cercanos al poder, con poca sutileza y mayor perversidad, interpretaron la repetición del verbo servir como una aviesa intención de Salvadora de aplicar el apelativo de sirvienta a la primera dama.
Cuando se ahonda en su militancia política, en su ideología anarquista, en su ética de solidaridad libertaria; cuando se advierte lo prolijo y novedoso de sus escritos, y se escarba en el altruismo con que se prodigó a sus familiares, amigos, y compañeros de lucha –a quienes llamaba “los corbatas voladoras”– podemos releer esa carta desde otra perspectiva, ya que es evidente que nada más ajeno al desprecio puede deducirse de la misma. Pero ese mensaje, malinterpretado por Eva, fue el detonante para que el gobierno activara la maquinaria de una expropiación ejecutada bajo la farsa de una humillante y miserable venta.
1914. Una joven y bellísima pelirroja atraviesa la redacción de Crítica con una obra de teatro bajo el brazo, Almafuerte, resuelta a pedir apoyo al patrón para ponerla en escena. Tiene 20 años. Ya se ha fogueado en las huelgas de la época.
El 1º de febrero de ese año, subida al palco elevado en la esquina de México y Paseo Colón, en medio de un mitin organizado por la FORA contra las leyes de represión y por la libertad de sus amigos anarquistas presos, Barrera y Antelo, toma la palabra. Dos días después ingresa como redactora en el diario La Protesta, órgano del movimiento ácrata y dirigido por el poeta Alberto Ghilardo, insuflando sus notas de un contenido pro liberación de presos políticos, que no abandonará durante la década del veinte.
Botana, desde Crítica, la disculpa por su “inocente ingenuidad de incorporarse a un diario subversivo”. Salvadora responde “cuando un periodista es leal a sus ideas no debe retacear su pluma para defenderlas”.
Socorrió a los heridos en la Semana Trágica el 7 de enero de 1919, llevando consigo a su hijo Pitón, para que “se fuera enterando de lo que era la lucha social”. Juntos formaron parte del cortejo fúnebre de los caídos el día anterior cerca de la fábrica Vasena. Ella lo cuenta: “Cargaron los ‘cosacos’, asesina caballería montada de añamenbuyses bravos que atropellaban a quien podían, quedando en el lugar seis obreros muertos”.
El día del entierro toma la palabra, pero es interrumpida por la policía: “En ese momento cargaron los cosacos sobre todos”. Su amigo anarquista Sebastián Marotta –quien años después sería el dirigente sindical de los gráficos, preso por la huelga contra Perón en 1949 y que en 1955 recupera la conducción del gremio– tomó a Salvadora de las piernas y la tiró junto a él en la fosa abierta: “Pasaron los caballos sobre nuestras cabezas llenándonos de tierra. No sé cómo Marotta pudo salir y sacarme de la fosa. No encontraba a mi hijo, se me había perdido en el tumulto, pero al llegar a la sede anarquista en México 2070, lo hallamos durmiendo en un banco”.
¿Cómo iba a ser aceptada una mujer de este calibre y porte en aquella sociedad pacata y conservadora? ¿Podía una personalidad de su talante y biografía menospreciar a Eva Duarte? Sus hermanos anarquistas la llamaban la Virgen Roja por su parecido con la heroína de la Comuna de París. Pero de su anarquismo a ultranza hacía mofa Natalio Botana.
No obstante, sucede lo previsible cuando la impresionante pelirroja cruza la redacción de Crítica con su Almafuerte: ambos se enamoran de modo fulminante. Convivirán sin ataduras hasta que, al nacer su hija, Salvadora legaliza, a su pesar, su unión con el magnate para que Georgina “además de ser mujer, no sea considerada ilegítima”.
Es notable su relación de amor-odio ante la estructura monogámica, la crítica al matrimonio y la familia tradicional aunque se advierte, también, cierta fascinación por el poder patriarcal: madre soltera por convicción ideológica, escoge un hombre poderoso y perteneciente a una familia tradicional de una clase superior a la suya. Tiñe sus escritos de elementos místicos y espiritualistas orientales cuando la filosofía anarco-comunista, siendo atea y racionalista, no concuerda con las creencias ocultistas, pero Salvadora incurre en esa contradicción, atraída por las ciencias ocultas como parte de su interés por lo exótico y, sobre todo, por lo prohibido.
Aunque anarco-feminista, cumple y no reniega de la función materna, protagonizando situaciones conflictivas y trágicas, pero logra constituirse en la primera escritora de teatro anarquista, con una inmensa popularidad favorecida por la influencia del teatro social europeo de fines del siglo XIX, en especial de Ibsen.
Almafuerte (1914) es la primera obra teatral netamente anarquista que se pone en escena en nuestro país. Las descentradas (1928), estrenada en el teatro Odeón, es una obra clave del anarco-feminismo y un verdadero éxito para la crítica. Elvira, una de sus protagonistas, representa una alianza entre mujeres de diferente origen que ya no necesitan involucrarse en luchas obreras para cuestionar su propia identidad, la que surge plena como necesidad personal y que la lleva a replantearse el valor del matrimonio (que rompe), del amor (que experimenta con un amante) y de su relación con las mujeres. Este planteo ideológico establece una novedad, pero la contemporaneidad no la comprendió cabalmente, lo cual muestra el grado de vanguardia en que ella desarrolló su vida y su prédica.
Salvadora llamaba la atención porque manejaba su Rolls-Royce, gesto que practicaban otras mujeres de la clase alta. Lo que la hacía única, y que no se le perdonó –como luego sucedería con Evita– era que ella no provenía de la oligarquía sino de la emergente clase media. Borrada de la historia por la cultura oficial, muchas décadas después es redescubierta y sus textos resultan vigentes y luminosos para la crítica femenina actual.
En Almafuerte su planteo es brutal porque el personaje femenino se prostituye para alimentar a su familia, cuestionando así el amor burgués sancionado con el contrato matrimonial; y las soluciones propuestas son rupturistas y de lealtad con el ser humano. Para alguna de sus investigadoras, el alter ego de Salvadora en Las descentradas es Gloria; no Elvira, y se comprende al final de la obra.
En cuanto a su estilo, Salvadora es la que escribe la obra dentro de otra obra, utilizando el recurso literario de la circularidad como innovación notable.
Gloria es la que observa y aconseja, y está sola asumiendo su libertad de mujer escritora, alejada de sus hijos, que se divorcia a pesar de sus consecuencias. Elvira también se divorcia pero desea retornar al “abismo medroso del casamiento”, según expresión de Delmira Agustini. Elvira tiene mucho de Salvadora en su rebeldía y fidelidad: no traiciona a su amiga, pero tiene la lucidez de saber que el personaje masculino seguirá adelante con el fantasma de Gracia por esa búsqueda misógina de pureza e inocencia, que era lo que pedían los varones del momento a la feminidad.
El 18 de abril de 1932 se constituye en Buenos Aires la Agrupación de Mujeres de Letras y Artes, integrando la primera comisión Salvadora, Alfonsina Storni, Julia García Gámez, Adela García Salaberry, Adelia Di Carlo, Raquel Adler y Sara de Etcheverts. También se inaugura, en el Hotel Castelar, el grupo Signos, del cual Salvadora fue asidua concurrente junto a Alfonsina y Hayde Ghío; y Federico García Lorca, el invitado de lujo.
Alfonsina dedica su Antología poética a Salvadora y a Felisa Ramos Mozzi “que estuvieron a la cabecera de mi cama en momentos amargos”; recordando su intervención quirúrgica y la estadía en Los Granados. Alejandro, el hijo de Alfonsina, quería tanto a Salvadora como ella lo adoraba pues veía mucho de su hijo Pitón en él.
Existía, además, una unidad como grupo: Darío, hijo de Horacio Quiroga, era amigo de Helvio y Eglé, que lo era más de Tito, trabajó años en Crítica como traductora. Si Salvadora no hubiera facilitado los trámites para trasladar el cuerpo de Alfonsina desde Mar del Pla-ta, su amiga hubiera quedado allí, pero ella la lleva a su bóveda en La Recoleta, junto a las cenizas de Wilkens. Así como Salvadora se hizo cargo de los gastos por el suicidio de Alfonsina, así Natalio asumió la cremación y traslado de las cenizas de Horacio Quiroga al Uruguay.
Mi intención ha sido mostrarles a la Salvadora que descubrí leyéndola y haciendo caso omiso de su leyenda y mito.
Gloria Machado, presente junto a su lecho de muerte, testimonia en su libro que sus últimas palabras no fueron “odio, odio “, sino “Oh, Dios... oh Dios”.
¡La paz sea contigo, vieja!
Cuando era pequeña
en cosas creí
tan encantadoras...
jugando y soñando
pasaban mis horas
y yo me decía:
El mundo es así...
Fueron mis muñecas
desde que leí
hadas y pastoras
bravos caballeros
y princesas moras...
qué bello -pensaba-
El mundo es así...
Más tarde viviendo
a mi lado vi
penas y dolores
mi madre me dijo
no todas son flores
es la vida hija
El mundo es así...
Cuando de la muerte
la mano sentí
llevarse a mi padre
yo gritaba loca...
con besos, mi madre
me dijo llorando
El mundo es así...
Más tarde yo he visto
como entonces vi
llegar a la muerte
dejar al caído
y llevarse al fuerte
no hay leyes que valgan
El mundo es así
Y cuando profunda
la vida sentí,
vi que en su vaivén
se hace a veces daño
queriendo hacer bien...
con pena pensaba
El mundo es así...
Cuando la maraña
de la tierra vi
como se tejía
de maldades solo
con pena decía
Señor, que miseria
El mundo es así...
(...)
Al que pide luz
como yo pedí
al que abre al ensueño
las almas cerradas
lo clavan a un leño
como al Nazareno
El mundo es así...
(...)
Solo hay una cosa
entonces la vi
de verdad sentida
vale bien la pena
de vivir la vida
si llega el amor
El mundo es así...
Que sol más brillante
el que entonces vi
qué flores más bellas
qué gentes más buenas
y cuantas estrellas
Dios mío me dije
El mundo es así...
Yo soy la hierofántida de la Melancolía
custodio en sus altares grandes vasos votivos
mi voz grave, ennoblece, serena, los motivos
piadosos de los salmos que canto cada día.
En los divinos tiempos que Grecia florecía
yo los fuegos sagrados mantuve siempre vivos
y ya sola en el templo con mis dioses esquivos
de un tajo abrí mis venas...En mi larga agonía
de las turbas cristianas yo escuchaba las voces
fui la última pagana que murió con sus dioses!
Hoy mi alma rediviva presiente que como antes
al templo que custodia llega la turba ansiosa...
Volveré a abrir mis venas, y a los pies de la diosa
las gotas de mi sangre serán como diamantes.
Salvadora O. de Botana
Mayo 3/1918 (manuscrito)
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