PERFILES > ANGELA MERKEL
› Por Sol Prieto
Hace poco más de un mes, en el congreso anual del partido socialdemocócrata alemán, intervino Helmut Schmidt, un dirigente de 92 años que entre 1974 y 1982 ocupó el cargo de primer ministro de la República Federal. “Quien ahora da a entender que hoy y en el futuro se hablará alemán en Europa, no refleja más que el espíritu nacional de matón alemán”, dijo, refiriéndose a las palabras de un legislador de la centroderechista democracia cristiana que encabeza Angela Merkel.
A diferencia de la crisis de la deuda en Argentina, Grecia no puede devaluar el euro porque es la moneda de todo un continente. Grecia le debe plata en euros –mucha plata, 340 mil millones– al Banco Central Europeo y a muchísimos bancos y prestamistas privados de la región. Como la cesación de pagos de Grecia dañaría a toda Europa, la canciller alemana Merkel pensó, la semana pasada, que los griegos necesitan un comisario de la Unión Europea que vigile su presupuesto y garantice la austeridad que supuestamente hace falta para que ese país pueda pagar. En la carta que contenía la propuesta, Merkel usó la palabra “tutor”. Grecia, Austria, Luxemburgo, y hasta Francia, encabezada por el aliado de Merkel Nicolas Sarkozy, se indignaron contra lo que consideraron una afrenta a la soberanía griega. Una afrenta que encarna ese espíritu nacional del que hablaba Schmidt; aunque aquí no estaríamos frente a un “matón alemán” sino ante una “matona”.
Angela Dorothea Kazner (Merkel es, en realidad, el apellido de su primer marido) tiene 57 años. Su papá era un pastor luterano, que, por lo tanto, creía que no hay emisores de Dios en la Tierra que puedan perdonar a las personas por los pecados que cometen. Para los luteranos, la lista de los que se van a salvar ya está escrita y consideran que es trabajando sin parar y reinvirtiendo la ganancia que se confirma el “estado de gracia”, o sea, la carta de salvación. Una luterana como Merkel cree que el perdón de Dios no existe en la Tierra. Pero su credo no la exime de pedir disculpas ante sus pares mortales: lo hizo en la última cumbre informal de los líderes de la Unión Europea por la propuesta de tutelar a Grecia, aunque aclaró: “Esto es algo que tenemos que discutir”, como acusando a los demás líderes de hacerse los sotas con el recorte griego.
Aunque su vida estaba volcada a la academia –hasta 1989, Merkel fue investigadora especializada en química cuántica– la caída del muro la empujó a la política e integró la DC, lo que la llevó a ser funcionaria del canciller Helmut Kohl, que la adoptó como su polla y empezó a llamarla “mi chica”, un apodo muy cariñoso cuando viene de parte de un padre, y muy castrador cuando viene de parte de un referente político. Merkel aprovechó el padrinazgo hasta que los líderes de la DC fueron cuestionados por el presunto financiamiento ilegal del partido. Lejos de esconderse, Merkel jugó fuerte y le pidió a Kohl, en una carta pública, que se apartara de la conducción. Esta manera nada sutil de matar al padre la llevó a ser elegida, en el 2000, como la líder de la democracia cristiana, para luego encabezar la oposición al socialdemócrata Schroeder, y saltar a la primera magistratura en 2005, proponiendo arrasar el sistema impositivo alemán progresivo para pasar a uno no atado a las rentas.
La prensa europea la llama la Dama de Hierro, porque es mujer como Margaret Thatcher, porque es presidenta como fue Margaret Thatcher, porque es europea como Margaret Thatcher, porque es de derecha como Margaret Thatcher, y porque habla del ajuste como de una misión salvadora para la cual se requiere coraje, igual que Margaret Thatcher. Ayer se estrenó la película en la que Meryl Streep encarna a la premier inglesa y las comparaciones que ya son moneda corriente probablemente se multipliquen. En la película, muestran cómo Thatcher trabajó sobre su voz, originariamente muy aguda, para forjar un tono grave y fuerte que las personas asociaran con la figura de la autoridad. Ese tono de matona va a ser comparado con el tono seco de Merkel, y de paso con sus escotes redondos y sus trajes sastre, y la forma de caminar de las dos, parecida a la de alguien que se acaba de bajar de un caballo. Pero si todas las comparaciones son odiosas, ésta lo es un poquito más: Thatcher fue creativa. Tuvo que romper los acuerdos sociales de la posguerra y arrasar las sociedades de bienestar para que el capitalismo tuviera algo que conservar. Tuvo que inventar el neoliberalismo. Para resolver los problemas de ese orden que Thatcher inventó, Merkel está usando la misma receta matona. Son distintas. Aunque las dos usen traje sastre y escote redondo.
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