Vie 10.02.2012
las12

RITUALES

El paisaje del amor

Viene llegando el Día de los/as Enamorados/as, ocasión más que propicia para solazarse con un género musical que les canta obsesivamente a todos los ciclos de la pasión, ya con júbilo celebratorio, ya con ansiedad, angustia y desesperación. Dos voces autorizadas le rinden homenaje al bolero, esa creación latinoamericana por excelencia: Alejandro Viola, director del exitoso grupo Los Amados que ahora sumó a su show la pista de baile, y Laura Palacios, psicoanalista y escritora, entregada con fervor a la escritura de un ensayo sobre “el lenguaje del amor en Hispanoamérica”.

› Por Moira Soto

Algo inusitado sucede los viernes por la noche en un gran salón escondido de la calle Armenia, en el barrio de Palermo: después de beberse un trago o de comer los/as concurrentes, comienza un show desbordante de ritmo y color que va desgranando un repertorio de boleros, cumbias, merengues, conducido por un inefable personaje de súper jopo y bigotes que se hace llamar el Chino Amado, asimismo cantante. Entonces, gente de toda edad se lanza a la pista a bailar, a chapar, a hacerse arrumacos a los sones de “Soy lo prohibido”, “Alma mía”, “Historia de un amor”...

El participativo show se llama El Danzón de los Amados y es el último estreno –presentado el año pasado y recién reestrenado– de este grupo musical teatral que ya ha presentado una serie de espectáculos donde los ritmos latinos son siempre el leitmotiv. Entre los últimos: Rutilantes y Karabalí. Los Amados hacen ahora lo suyo en la sala Siranush, de Armenia 1353, Palermo (6381-0180). Además de Alejandro Viola como el Chino Amado, actúan Rubén Rodríguez en el rol de Mambo Méndez, Fernando Costa (percusión), Oscar Durán (guitarra y requinto), Analía Rosenberg (la extravagante pianista Raquelita), Hernán Sánchez (trompeta) y Daniela Horovitz (en el papel de la exuberante cantante Rosa Bernal). La escenografía y el vestuario, despampanantes, son de Cristina Villamor.

“Mi historia de amor musical-teatral es con la música latina en general y comienza en los ’80, cuando estaba en la universidad. Tenía una agencia de publicidad con amigos y siempre estábamos proyectando armar alguna banda”, memora Alejandro Viola antes de un ensayo. “La condición siempre fue que tuviese impronta teatral y ritmos latinoamericanos, pensábamos en una estética alusiva pero de diseño moderno. Esa idea estaba tomando forma cuando nos presentamos en una fiesta de amigos y armamos algo pequeño con guitarras, decidimos caracterizarnos con bigotes onda Trío Los Panchos e inventamos que éramos un grupo que llegaba de una gira interminable por países hermanos. Así nacieron Los Amados. Por mi parte, empecé a investigar ritmos latinos y en especial el bolero que me daba la posibilidad de entrar en lo dramático, en lo escénico, mezclar géneros discursivos. También me gustaba la idea de que un personaje conductorcantante recitara poetas, de pronto podía ser el protagonista de una telenovela o un animador de un programa de entretenimientos. Y el bolero me resultaba un gran disparador: creo que para todo el mundo expresa el amor y el romanticismo en palabras que van directo al corazón, con sentimientos siempre llevados muy al extremo. Sin dejar de respetar el género, me atraía la idea de desacralizar un poco tanta seriedad al tema del amor desaforado, ponerle un poco de humor contemporáneo, trabajar desde ese desmesurado dramatismo que refleja las emociones cuando se vuelven incontrolables. Al enamorarnos, todos somos un poco ridículos para las leyes de la normalidad, y pensé que era bueno empezar a reírse un poco, empezando por nosotros mismos. La persona más solemne del mundo sabe que en el momento del gran apasionamiento está haciendo el ridículo. Quizá intente disimular, zafar, pero hay algo en la locura de amor que te arrastra y más vale dejarse llevar.”

El punto ideal donde se relacionan el amor y el humor se puede encontrar en algunas comedias románticas, que alternan o fusionan la risa y la emoción...

–Claro, ese tipo de comedia que por más que te sonrías, te hace llorar en algún momento. Siempre trato de explicar que con Los Amados no hacemos parodia ni ridiculizamos el bolero, de ninguna manera. Me guío por las cosas que observo en los enamorados, cosas que me han pasado a mí y de las que me permito reírme, pero con ternura, con comprensión. Los Amados podemos hablar de la parte más sufrida del amor, y a la vez decir: Che, los celos desproporcionados son una enfermedad, pueden ser dañinos. Y a continuación citar a Shakespeare cuando Otelo afirma que estaba muy enamorado cuando mató a su amada. Porque tampoco es cuestión de hacerle un guiño a la violencia, ni justificar esa frase que se suele aplicar a la violencia contra las mujeres: “La mató por amor”.

¿Los Amados levantan abiertamente la pancarta del romanticismo?

–Por supuesto, nos parece que hay que permitírselo, no ponerse límites, que no importe si quedás kitsch o te excedés. Olvidar los hombres ese machismo que te inhibe de llevar un ramo de flores por la calle, comprar un lindo regalo. Jugar, jugarse, también infantilizarse un poco. Entre quienes contribuyeron a la recuperación masiva del bolero, hay que nombrar a Almodóvar, para mí una fuente de inspiración en cada una de sus películas. El supo rescatar temas maravillosos, cantantes como Chavela Vargas.

¿Vale dejarse llevar por la letra de los boleros y creerse que algunas cosas pueden ser infinitas, fantásticas?

–Sí, en ese momento vale pensar que es para toda la vida, dejar de lado toda sensatez. ¿Por qué pega tanto un bolero que cantamos en el Danzón? Su letra apenas dice “Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez...” Hay algo en esa frase aunada a la melodía que da en el blanco justo. A mí me emociona cuando miro desde el escenario y veo a parejas muy mayores besándose, acariciándose, gente que se reencuentra en esa fiesta que eligieron, sabiendo que se podían bailar temas de amor. Y salen a la pista, se abrazan fuerte, franelean, se besan profundo. Me conmuevo mucho haciendo mi personaje. Le digo al grupo: chicos, qué bueno que nosotros con esta música, con nuestro estilo generemos esto de que la gente se mire a los ojos, se reconozca, se demuestre cariño, a veces después de muchos años juntos, a veces gente joven que acaba de recibir el flechazo... Porque es muy impresionante lo que pasa con esta nueva propuesta, el público hasta pierde conciencia del tiempo, de la hora. Abrimos la puerta a las 21, se cena o se toma algo y a las 22 salimos a tocar. Se produce un pasaje a otra dimensión.

En particular, el bolero que te lleva a otro planeta, donde rigen otras leyes.

–Sí, el planeta Amor, donde estás recortado en ese ensueño. Cuando termina el show, pasada la medianoche, la gente sale como levitando, algunos se quedan a bailar temas clásicos, de Sinatra, por ejemplo, que pone el discjockey, porque quieren seguir en esa burbuja.

¿Por qué tardaron en darle pista a la gente para que bailara?

–Hace mucho tiempo que queríamos hacerlo, pero era difícil encontrar el espacio que permitiese ese despliegue. Entonces, en cada show, en el tema final le pedíamos a la gente que se pusiera de pie y bailara. Afortunadamente, el año pasado surgió la propuesta de este lugar, la sala Sinarush, que resultó inmejorable, desde todo ese camino que hay que recorrer hasta llegar a la sala que está al fondo, es como ese paisaje de Giorgio de Chirico, “Las delicias del poeta”... Entre los boleros más entrañables, hacemos “Envidia”, “Tres Palabras”, “Alma mía”, “Historia de un amor”, “Siboney”... que figuran en nuestro último CD, 9 lentos despiadados. Si hay una dama que cumple años, bajo a la pista en algún momento y le canto cerquita “Abrázame así”, de Mario Clavel. Más allá del humor, de mi caracterización, hay algo muy profundo y genuino en el bolero que hace que a esa señora empiecen a rodarle lágrimas por sus mejillas.

Sentido de irrealidad

“Hace muchos años que estoy queriendo hacer algo con el bolero”, dice Laura Palacios, psicoanalista, escritora (Las hadas, una historia natural, Alfaguara 1994; Provincia de Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 2005; a punto de publicar la nouvelle para niños/as Yo era una reina delicada, bajo el sello Abran Cancha), actualmente trabajando en los últimos tramos de un ensayo sobre el bolero, titulado provisoriamente En carne viva, El discurso amoroso del bolero. “Empecé varias veces pero no daba con el tono preciso, hasta que a comienzos de 2011 decidí que me largaba confiando en que el texto me iba a llevar, que los boleros iban a definir por dónde ir. Sabía que no quería hacer un ensayo psicoanalítico, pero por otro lado no dejaba de pensar el bolero como un discurso amoroso. Además de lo que ya conocía y apreciaba del género, me puse a escuchar intensivamente temas, todos los posibles, por distintos intérpretes. Y, por supuesto, además de lo que me aportaba el psicoanálisis y de mi experiencia personal con el bolero, fui buscando, integrando la literatura, la poesía, el cine, el teatro... Empecé a dejar de pensar en posibles destinatarios y decidí hacer este trabajo para mí, así empecé a escribir con cierta fluidez. Escuché, miré películas, leí, releí todos los materiales clásicos y modernos donde me parecía que podía encontrar ideas, relaciones, referencias, conexiones... Empecé a googlear viejos boleros, encontré cosas increíbles, como Cuco Sánchez cantando y llorando en el veintipico “Anillo de compromiso”. Mi amiga Beatriz Schmukler me mandó ediciones mexicanas de excelentes ensayos de Carlos Monsiváis: El bolero, de 1995; Bolero: Clave del corazón, de 2004. Así, se me fue abriendo todo un mundo paralelo, un cofre de tesoros.”

¿En qué momento de tu vida te sentís concernida por el bolero?

–Tengo recuerdos de muy chiquita, de estar escuchando “Sufrirás porque tú has hecho sufrir mi corazón...”, y darme cuenta de que esos versos me llegaban, me marcaban aun cuando no tenía edad para comprender realmente de qué hablaba esa canción. Percibía que el bolero me decía cosas que iba a vivir, que me tenía que preparar... Y desde luego, ya adolescente, cuando empecé a bailar: el primer bolero que me golpeó mal fue “Toda una vida” por Cuco Sánchez, en un boliche de Monte Hermoso, con poca luz, a la hora de los lentos, abrazada a un chico divino que me había sacado a bailar. Ensayos preliminares arrullados por el bolero que iba adonde tenía que ir. En mi texto, sostengo que aquel, aquella a quien el bolero no le cantó su propia historia de amor, se lo perdió, una lástima realmente... Es una especie de carencia no haber tenido la experiencia de que un bolero te represente algo muy profundo en tu historia.

Porque el bolero propone todas las instancias, de la dicha suprema al sufrimiento absoluto, como para poder identificarse, según la oportunidad.

–Por eso en mi trabajo hago un viaje por las etapas, por las distintas estaciones del amor. Estaciones: justo la palabra que usa el catolicismo para hablar del camino al Calvario de Jesucristo... Lugares en que te caés y te levantás haciendo un recorrido muy pautado. Es que el bolero no le canta a cualquier amor, le canta al amor-pasión, no al de la vida cotidiana y prosaica. En el bolero no hay alusiones a la vida común y corriente, ni al matrimonio ni a los hijos. No le interesan los asuntos domésticos.

No es realista ni lo quiere ser.

–Es fantásticamente irrealista, les canta a las grandes y magníficas catástrofes del romance, a las cosas ardientes que pasan en la noche con los amores secretos... Tampoco se alude dentro del repertorio clásico del género a la latitud geográfica ni a la condición social o al estado civil. Los enamorados viven en una isla, el infinito se puede quedar sin estrellas, el ancho mar perder su inmensidad... Cosas desmadradas, inconmensurables, dictadas por la pura y exclusiva pasión.

Volvamos a las estaciones de nuestros amores, parafraseando aquel clásico film de Ettore Scola...

–El bolero empieza hablando del enamoramiento como flechazo, el primer encuentro. La cuestión del mirar es muy importante: los ojos hablan, comunican, dan señales. El poeta Paul Geraldy dice: “El primer beso no se da con la boca, sino con la mirada”. Habitualmente en el bolero, para hablar del comienzo del amor, se recurre a la imagen de una espina, una fecha, un puñal, una daga... En los temas de Agustín Lara aparece la idea de un objeto que te hiere, hay una espinita clavada en el corazón. Los primeros indicios del flechazo, tan relacionado con Eros en la mitología griega original, con Cupido en la apropiación romana. Es decir, ese niño alado que dispara sus flechas. Es interesante observar que ese primer impacto con el objeto amado duele, algo te atraviesa: “Tus negros ojitos como dos puñales”. Obviamente, el enamorado no quiere que le arranquen esos puñales, al contrario, que entren bien adentro de su corazón. La primera cita suele ser nocturna, el amor florece, se manifiesta luego del crepúsculo. El enamorado le pide favores a la Luna, que haga esa noche infinita...

Esa situación parece derivada de Tristán e Isolda, los míticos amantes que viven su éxtasis amoroso gracias a la noche protectora que el día ha de interrumpir trágicamente.

–Probablemente el bolero le debe algo al romanticismo alemán. Otra estación que marco del género es la de los celos, que pueden ser dramáticos. Aparece la sospecha de un tercero que puede robar esa felicidad, que va a romper esa unión, esa simbiosis. Se cela hasta el pensamiento del ser amado porque el amor pasión es muy posesivo.

Ay, que vida tan oscura. Sin tu amor no vivire

“El desengaño, el abandono, el reproche, la decepción, los estados de ánimo que siguen a la ruptura, están muy presentes en el bolero”, prosigue Laura Palacios. “Otra variante es pedir u ofrecer perdón: perdón, vida de mi vida, perdón, cariñito amado.”

Al revés del tango, con frecuencia juzgando la moral de las mujeres, en el bolero está bien visto que ellas y ellos amen con la misma intensidad.

–Yo diría que el bolero entra por el lado de la mujer, la enaltece sin medida, ella es la que podría hablar con Dios. Pero esa idealización no quita que las mujeres puedan amar libremente sin ser juzgadas. En el bolero hay más igualdad. Y por otra parte, no tiene género: el/la que lo canta, lo escucha, lo baila, puede adjudicarle el género que le convenga, porque el bolero tiende a ser más bien andrógino. Ese tú al que se dirige, puede ser un hombre, una mujer. Entonces, no puede haber ninguna moralina hacia ellas. Un clásico de esa ambigüedad es el bolero que dice “Tú me acostumbraste a todas esas cosas que son maravillosas”. No hay sanción moral en el género para nadie, en todo caso, la sanción es porque no me querés lo suficiente, porque dejaste de quererme, porque me traicionaste.

En tu rastreo sobre los antecedentes, llegás al amor cortés en la Edad Media.

–Las mujeres participaron de la creación de un código amatorio que marcaba el comportamiento masculino en presencia de una dama de alto rango en la Europa medieval. En especial, en la refinada corte de Leonor de Aquitania, en el norte Francia. En verdad, el amor cortés tiene que ver con la privación, con la idea de la mujer inaccesible. Leonor y Marie de France fueron mecenas artísticas, difundieron estas reglas que dieron origen a los poemas y canciones de los trovadores.

¿Cuál es la diferencia entre el bolero y otras canciones populares de amor?

–Si sumamos el contenido de las letras, la música, el haberlos bailado alguna vez latiendo al unísono con esos versos, el efecto es muy fuerte. El bolero se mete de otra manera en tu historia, en tu cabeza. El bolero se escribe en la piel. A mí lo que más me conmueve es este tratamiento del amor-odio como dos sentimientos indisociables que el bolero sabe poner en palabras. Se trata de un hecho de la vida, alguna vez todos amamos y odiamos al mismo tiempo. Lacan dice que el que ama no puede dar ni recibir nada, porque el amor no tiene que ver con traspaso de bienes, de regalos. Y el bolero expresa esto con todas las letras, por ejemplo, en “Alma, corazón y vida”: como no tengo nada para darte, te doy tres cosas: alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a ti. Tres abstracciones que nada tienen que ver con bienes materiales. En el bolero se pueden regalar, en todo caso, las estrellas.

¿Es fetichista el bolero?

–Sumamente: el pañuelo que me diste aquella noche, tu pie rosado, déjame un mechoncito de tu pelo....

Vos escribís que es la lengua del amor en Hispanoamérica.

–El bolero pudo abrevar de diversas fuentes pero nace en Centroamérica, con ese enfoque de los sentimientos amorosos, contando una historia asentada en una melodía, de alcance tan popular. Por eso el bolero vuelve cíclicamente, nunca se va del todo. Ya sea a través de Almodóvar en todos sus films o de Wong Karwai en Con ánimo de amar, de Luis Miguel, de nuevos y nuevas cantantes. Está incorporado al inconsciente colectivo de generaciones, ahora les interesa a los jóvenes. Por eso en las bateas bien provistas te podés encontrar a Concha Buitka cerca de Toña la Negra, a Chavela Vargas y a Pedro Vargas, a La Lupe y a José Feliciano, a Tito Rodríguez y a Omara Portuondo, obviamente a Armando Manzanero... Yo tengo dos temas que me matan: “Soy lo prohibido”, que cantan tan bien Olga Guillot y Carlos Casella, y “Quemá esas cartas”, por Julio Jaramillo. Ciertamente, el bolero es una forma de religión.

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