ARTE
Potencia creadora (y salvadora en algunos casos), la sangre que fluye una vez al mes del cuerpo de las mujeres, desde la adolescencia a la menopausia, sirvió como material para un trabajo que la utiliza como materia para pintar. Una iniciativa de Débora Tenenbaum que incluye 28 autorretratos hechos de sangre menstrual.
› Por Virginia Giacosa y Sonia Tessa
Débora Tenenbaum usó tampones desde que menstruó por primera vez. Hasta sus 35 años no sabía lo que era que le bajara la sangre entre las piernas. “Sacaba un algodón rojo y me metía un algodón blanco”, resume la creadora del proyecto Sin nombre, autorretratos menstruales que reúne a un colectivo de mujeres que decidió pintar con sangre menstrual. La idea surgió en diciembre de 2008 en Barcelona y se difundió a través del blog que Tenenbaum tiene en Internet (deboratenenbaum.wordpress.com). “Invité abiertamente y sin mucha explicación a mandar dibujos acompañados por un texto. Sólo planteé un plazo máximo de tres meses para la entrega”, cuenta. Los trabajos llegaron de a uno hasta sumar 28, como los días del ciclo menstrual. Para algunos se trata de una gran obra de arte, para otros de un trabajo terapéutico. Están quienes sugieren que el material encaja en teorías de género. Todas tan válidas como insuficientes a la vez. Para Tenenbaum, el trabajo ante todo se basa en la experiencia. Esperar que fluya esa sangre que el cuerpo femenino expulsa, sin ningún acto de violencia anterior. Untar un dedo, un pincel o simplemente dejarla caer sobre el papel. “Lo importante es qué le pasa a una mujer cuando hace esto. Las posibilidades que se abren sobre todo en lo vivencial”, dice. En una semana el libro con dibujos y textos recibió unas 15 mil visitas en la web y aunque la mayoría son adhesiones, hay algunos foros donde ya se habla del asco que provoca la propuesta.
A esta comunicadora social rosarina –que se dedicaba a la fotografía y al diseño gráfico pero ahora es maestra de Reiki, lee el Tarot y fue discípula de Alejandro Jodorowsky– se le ocurrió la idea cuando aún vivía en Barcelona. “Tuvo que ver con un largo camino de búsqueda vinculado con lo que defino como un trabajo terapéutico espiritual que había empezado con la crisis de los ’30”, cuenta. Tal como relata en la introducción del libro, un día escuchó a Alejandro Jodorowsky dar un consejo a una artista que atravesaba una crisis creativa: “Pinta un autorretrato con tu sangre menstrual y ponlo en un sitio visible de la casa para que lo vea toda tu familia”.
“Aunque no me identificaba conscientemente con aquella situación, sentí una ‘llamada’ que me impulsó a realizar el mismo acto, poniendo el retrato en un sitio aún más visible que el ámbito familiar: una exhibición pública”, dice Débora. Sabía que la sangre menstrual es poderosa, que se considera algo sagrado a nivel ancestral en muchas sociedades que cumplían los ritos chamánicos, sobre todo aquellos vinculados a los ciclos de la naturaleza. Pero también sabía que para muchas religiones y culturas se trata de algo impuro. De lo que no se habla. Tanto, que hasta en las publicidades que se ven en televisión las toallitas se manchan con un líquido azul y nunca color rojo. “Sabemos que se trata de algo figurado, pero por lo menos tendrían que usar líquido rojo”, dice Débora.
Su expectativa pasa por irradiar la experiencia para que la realicen todas las que se sientan convocadas, pero es muy contundente en un requisito: no quiere convertirlo en una bandera de ningún tipo, ni siquiera de género. Por el contrario, apunta a abrirlo hacia otros discursos y apropiaciones posibles. “Por mucho tiempo busqué ayuda y financiación para la publicación y todo se trababa. Así que lo tomé como algo bueno, porque me di cuenta de que en el fondo de mi corazón no quería que quedara atado a algo tan exclusivo. Ahora va a ser como quiero, libre. Quien quiera usarlo para trabajar el aborto, perfecto, quien quiera usarlo para trabajar la violencia de género, perfecto, pero no me quiero encasillar”, explica.
Fue así que quiso rescatar la potencia de la menstruación, mientras elude prolijamente cualquier afirmación que pueda significar una crítica. Apenas considera que “decir indispuesta” o “estoy mala” como en España, es casi como decir “estoy enferma”. “A lo mejor no te duele, pero ya la palabra implica un malestar.” Puesta a pensar sobre lo provocador de la experiencia –que no tuvo como objetivo provocar, pero sí lo hace– apunta que “también se humanizó a la mujer menstruando con el tampón y el ibuprofeno a mano. Vida normal, aunque a nivel hormonal nunca es lo mismo”.
Débora se entusiasma más cuando cuenta las vivencias conmovedoras que nacieron de su propuesta que al conceptualizarla. Ella prefiere hablar de la chica que le envió un texto largo, muy largo, para acompañar el dibujo. En unas cuatro carillas contaba que su padre había abusado de ella hasta que menstruó y recién allí dejó de penetrarla, aunque la atormentó con el discurso del miedo y la impureza. “Fue el primero que me llegó, ahora ella es una de mis mejores amigas, pero hasta ese momento no conocía esa parte de su historia. Ese caso para mí ya valió todo el trabajo”, resume.
También relata lo ocurrido con Paula –una argentina que reside en Barcelona que sufre agenesia vaginal, una enfermedad congénita donde el sistema reproductivo no termina su desarrollo y por esto no menstrúa–. Cuando Paula se enteró de la convocatoria escribió para denunciarla de discriminar. Luego le envió a Débora una foto suya orinando y pidió un espacio para contar acerca de esa enfermedad y argumentar que la sangre menstrual no la hace a una más o menos mujer. “Pero la convocatoria era para dibujar y yo no me iba a mover de ahí, entonces no la acepté”, cuenta y agrega: “Después de varias idas y vueltas de mails nos encontramos personalmente y decidimos que no haya dibujo, que ese espacio estuviera en blanco, con un texto en el que ella diera cuenta de por qué quería participar del proyecto”.
Esas historias conviven junto con la de una chica –Rosa Jiro– que “nunca había dibujado en su vida y a partir de ahí empezó a dibujar”. “Al lado de las otras parece menor. Pero empezar una actividad artística a los 35 o 40 años no lo es. Y mucho menos si acá utiliza como pigmento pictórico aquello con lo que la mujer crea lo más potente que puede crear que es un hijo”, asegura.
Para Débora, cada dibujo tiene un contexto, una creadora –aunque a muchas participantes sólo las conoce por mail– y una historia que lo completa. Cuando convocó a escribir un texto, se imaginó que las participantes contarían cómo habían realizado el autorretrato, pero encontró que cada una relató lo que tenía ganas de compartir, aquello que les despertó la experiencia, y le pareció mucho más enriquecedor. Incluso, subraya que algunas participantes no tenían la gimnasia de escribir, que fue costoso para ellas hacerlo. Esa diversidad de historias de vida y procedencias de las dibujantes le dio más potencia al proyecto. El número 28 tiene que ver con la sincronía –un concepto del psicólogo suizo Carl Jung que da un sentido a la coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal– que rige el universo. Fueron 28 una y otra vez, aunque alguna se sumara o se bajara del proyecto, y ese fue el número de trabajos compilados.
Su idea original –que no abandona del todo– era realizar una exposición y un libro con los dibujos y los textos. No pudo conseguir el financiamiento para los marcos y la edición. Un día, después de unos cuantos meses de haber recibido los trabajos y editado los textos, una de las participantes le hizo un reproche: quería retirar su dibujo porque Débora se había comprometido a algo que no pudo cumplir. “Como yo de todo saco lo positivo, me quedé pensando que era cierto y que si la convocatoria había nacido en Internet, también tenía que encontrar una conclusión en la web”, cuenta. La respuesta la sorprendió, no sólo las visitas que recibió sino también las manifestaciones de apoyo, así como también las discusiones que generó, al punto de que se armaron foros alrededor de estos 28 dibujos. La idea es que siga creciendo, con nuevos dibujos, aunque Débora ya no los compilará.
Cada uno de los autorretratos tiene su singularidad, no sólo la obvia que surge de la creatividad de la dibujante, sino en la forma de llevar la sangre al papel, pero sobre todo en las características del fluido: todos con distinta textura, color, intensidad. Una de las artistas, Sara de la Mora, decidió apoyar su cara embadurnada de sangre sobre el papel. El resultado es de una rara sutileza. Daniela Montalvo no había dibujado nunca, y debió encolar dos hojas para completar su cara. Cada una puso en juego su deseo. “No es un trabajo para decir ‘me quedó bien, me quedó mal, salí bien, salí mal”, es algo que no tiene nada que ver con otro tipo de pintura, de autorretrato, no se puede hacer una evaluación, un juicio. Esto es, soy así. No es algo buscado, salió así”, sostiene.
Débora prefirió apoyar el papel en su vagina, y dejar que la sangre fluyera. Aunque había planificado un autorretrato más convencional (mirarse al espejo para pintar su rostro), decidió que sólo eso no la retrataba. No fue fácil. En la primera menstruación que lo intentó, la sangre dejó de fluir apenas tocó el papel. Debió esperar 28 días para poder completar la experiencia. “Supongo que estaba muy ansiosa porque era el motor de esto. Digo que era por eso, porque no tengo otra explicación. La misma ansiedad me jugó esa pasada”, dice. Pero lo curioso, según la autora, radica en la singularidad de cada experiencia. “Salvo dos o tres trabajos que pictóricamente tienen similitudes, los otros no se parecen en nada. El color y la densidad de la sangre no tienen nada que ver. Una sangre es una persona. Podrías hacer una gama muy amplia de rojos. Habla de nosotras y de las similitudes y las diferencias que tenemos. Soy igual a ti pero soy distinta a ti, las dos cosas, no es una u otra. Soy auténtica y única al mismo tiempo, pero por otro lado soy igual a mi compañera”, reflexiona.
Débora siente que abrió una puerta para que muchas otras mujeres hagan su autorretrato, pero prefiere que desde ahora continúe por sí solo. “No voy a recibir más trabajos. Hay otro espacio adonde las que quieran los pueden enviar para que sean publicados”, explica e invita a hacerlo a través del correo [email protected]
El momento de mi primera menstruación fue confuso y angustiante. Yo no quería ser mujer.
“A partir de ahora, faldas y piernitas cerradas. A cuidarse de los hombres”, dijo mi papá.
¡Qué irónico!
El, que abusaba de mí, me enseñó a temerles a los hombres.
Paradójicamente, lo que hizo que empezara a temer de todo, por otro lado fue un “respiro”.
Desde que tuve mi primera regla, que fue muy tarde, mi padre no abusó más de mi cuerpo. Pero todo aquello que no dejara “pruebas”, continuaba.
En mi ignorancia de niña adolescente pensé: ¡qué suerte! ¡De haberlo sabido hubiese sangrado antes!
Me costó tiempo verlo, pero allí estaba el mensaje grabado:
ya no eres digna, estás sucia,
te has hecho mujer.
Vergüenza, asco, miedo, culpa...
ahora no me reconozco en ninguno de esos sentimientos.
Vivo orgullosa de elegir ser y sentirme mujer.
Y aquí me ves, mirándote, mirándome.
Ceci L, autora de uno de los 28 trabajos.
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