EL PEZ POR LA BOCA > ENRIQUE PEñA NIETO
› Por Dolores Curia
Una cara bonita que pocos años atrás podría haber sido digna de primeros planos en los culebrones de la tarde. Una melena espesa, jopo prolijo y una sonrisa Colgate son la carta de presentación de este abogado descendiente de una estirpe de políticos de doble apellido. Enrique Peña Nieto es el candidato con mayores chances de ganar las presidenciales en México, el próximo 1º de julio, con un 47 por ciento de intención de voto. Identificado por muchos como el preferido del canal Televisa, basó su campaña en marketing, cáscara y palabras disonantes que concentran su batería en el sistema emocional del votante. Es el caballito de batalla que promete llevar al PRI (la fuerza que tuvo el poder en México durante siete décadas) al poder por primera vez después de doce años. Y también es el protagonista de unos cuantos escándalos.
Nombrado en algunos medios como “el candidato de las mujeres”, EPN, entre sus promesas, aseguró que mejoraría las telenovelas, apuntando a un electorado que él imagina pegado a la pantalla antes y después de hacer las compras. Casado en segunda vuelta con la actriz melodramática Angélica Rivera, EPN defendió su propuesta diciendo que es para “promover un nuevo modelo de convivencia familiar”, que no terminó de describir, aunque no es difícil adivinar. Y que seguro no encontró en ningún libro, sencillamente porque parece no haber llegado al final de ninguno. Cuando le preguntaron, durante la Feria del Libro de Guadalajara, cuáles eran los tres títulos más relevantes de su vida hilvanó frases como: “Difícilmente recuerde el título de los libros”, “La Biblia es uno”, “No la leí toda, pero sí, partes”. En un manotazo de ahogado confundió a Carlos Fuentes con Enrique Krauze. Mientras, al ritmo de sus metidas de pata, empezaba a arder el hashtag #LibreríaPeñaNieto. Después de silencios incómodos, de pisarse y de pedir ayuda al público, se sinceró: “No podría señalar un libro que haya marcado de manera específica mi vida”.
Poco después, durante una entrevista con El País, EPN no pudo contestar el monto del salario mínimo ni el precio de productos clave de la canasta básica y se excusó entre risitas con su ya célebre “¡No soy la señora de la casa!”. Las pifiadas de EPN, con la voz vacilante, lo deschavan como un candidato al que no sólo le falta información elemental sino también como alguien incapaz de improvisar dos oraciones por fuera del guión de sus asesores y que, no bien se lo deja a su libre albedrío, escupe incorrección política y misoginia. Horas después era, otra vez, trending topic con la frase “#Nosoylaseñoradelacasa”, dándoles letra a los muchachos, que ya tienen qué contestar cuando su mamá los mande a hacer las compras.
Poco importa si el inconsciente lo traicionó o si no se ocupó de maquillar siquiera delante de los micrófonos aquello con lo que sueña: que la división de tareas se corresponda con la de género y que las señoras enruleradas y empantufladas, amas del hogar, lleven las riendas de –él supone– lo único que son capaces de pilotear: la economía doméstica. Y los hombres, a lo macho: ¡a lo macro!
A esto hay que agregar que “el candidato de las mujeres” es, desde el 2005, el gobernador del Estado de México, el distrito donde, desde ese año a esta parte, se duplicó el número de femicidios. Cuando asociaciones de DD.HH. lo cuestionaron por esta estadística, su gestión respondió que las víctimas se ponían ellas mismas en riesgo “por consumir drogas y tener varias parejas”.
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