Vie 18.07.2003
las12

TELEVISIóN

Un asesor ahí

El nuevo ciclo de María Laura Santillán en Canal 13, “No matarás”, insiste en convertir en historias de amor a supuestos homicidios pasionales que encubren crímenes de género y situaciones sostenidas de violencia familiar a las que ni siquiera se menciona.

Por Marta Dillon

Tal vez uno de los problemas cruciales que no pudo resolver “No Matarás”, el nuevo programa de María Laura Santillán (Canal 13, miércoles a las 23), fue el de hacer encajar las historias reales con la idea que motorizó la búsqueda de esas historias. No hay necesidad de caer en lugares comunes sobre la realidad superando la ficción, “No matarás” es un ciclo periodístico, y los periodistas de Canal 13 saben –porque han producido muchos otros– que el devenir de los acontecimientos puede arrasar con las ideas previas. En este caso también podría haber sido así, lástima que nadie quiso escuchar la voz de las evidencias. Porque aun cuando el primer envío estaba grabado y listo para salir al aire las promociones anunciaban: “Cuando la pasión ciega al entendimiento, el amor puede matar”. Y resultó que durante la hora que duró La pasión de Cristina no hubo ni el más mero atisbo de un entendimiento cegado, enajenado, desaforado ni de ninguna otra clase. Porque Cristina pareció saber muy bien lo que hacía. Y ni siquiera hubo rastros de amor, eso en todo caso quedaba tan atrás en la historia que ya había perdido todo protagonismo como factor de unión en la pareja antes de que termine el primer bloque.
Es decir: si María Laura Santillán quería hacer un programa de “historias de amor y pasión que terminan en crimen” –según sus dichos– no tendría que haber entrevistado a Cristina. Porque si esta señora vivió por un buen tiempo con el hombre que mató, en todo caso no fue por amor, lo dice la misma Cristina y lo pregunta Santillán: se quedó con él, Carlos Peters, porque no tenía dónde volver –”No quería que otra vez mi familia dijera que soy una loca, una coneja ¡era mi tercera pareja ya!”–, porque se sentía disminuida frente a él, imposibilitada hasta de “pensar por mi cuenta”. Quiere decir que Cristina era una mujer golpeada, su síndrome era compatible con el que describen los manuales. ¿Y qué hace el ciclo que ideó Santillán con esto? Lo ignora. Lo ignora en pos de seguir ya no con la idea original si no con el preconcepto que la conductora y su equipo crearon sin importarles lo que estaban contando: “Más allá de la estética y lo formal, teníamos que contar lo que vivieron desde las historias y cuánto llegaron a querer a la persona que mataron. (...) Cómo fue ese amor, cuán intenso, y cómo empezó a atravesar el camino que lo separa del odio”, decía la conductora antes de la primera emisión. Y lo cierto fue que del amor profundo e intenso, o al menos de sus estereotipos, hablaron más la estética y lo formal que la entrevista.
El divorcio entre la idea original y lo hallado, al menos en la primera investigación, no hablaría más que de un programa malogrado si no fuera porque lo que se soslaya es la violencia intrafamiliar y lo que se cristaliza, después de los muchos avances del programa y reflexiones de la conductora, es que el amor “intenso” parece contener un germen de destrucción del que sólo se escapa con la muerte. Desde que el primer programa salió al aire por la pantalla del 13, ONG que trabajan temas de violencia familiar, especialistas de género –una perspectiva que no existió en el programa, aunque no tendría por qué, salvo...– y mujeres de todo tipo buscan la manera de manifestar su repudio y hacer visible lo que el programa intenta pasar por alto: la violencia contra las mujeres. “Lo que convierte al programa en peligroso es que no hay ninguna aclaración, ni siquiera al final, que diga que esa mujer fue víctima de violencia y que tiene derecho a ser asistida –dice Diana Staubli, especialista en temas de género–. Ni siquiera se usó el recurso de poner una placa y un teléfono donde acudir cuando se atraviesan estas situaciones.” Es que la elección de homicidios sin repercusión mediática por parte de la producción de “No matarás” apunta, entre otras cosas, a “que uno pudiera identificarse en algo”.
“Santillán ha expuesto la problemática de la violencia disfrázandola de crimen pasional. Un concepto bastante discutido y en desuso por parte de las especialistas que trabajamos en el ámbito de la violencia familiar, porque oculta la verdadera trama de estas relaciones de sometimiento”, escribe María Teresa Gutiérrez, presidenta del Centro de Estudios e Investigación de la Mujer, sumándose a cientos de otros mails que se cruzan en busca de organizar una respuesta común que dé voz al ecléctico movimiento de mujeres.

Pasionales
Tal vez hay un problema anterior al ya planteado en la factura de “No matarás” y es tomar la figura de los “crímenes pasionales”. Una figura que sería una entelequia, incluso para los forenses como Héctor Marinoni, quien explica que “crimen pasional se supone que es aquel que se comete por amor puro, como el de una madre que mata a su hijo para evitarle un sufrimiento atroz. Esto casi nunca se da en la práctica”. Por su parte, Silvia Chejter, investigadora y docente de la Universidad de Buenos Aires, titular del Cecym, opina que “tal vez sea lícito hablar de crímenes pasionales desde un punto de vista mediático. Pero es incorrecto e ideológicamente sentencioso. Shakespeare ha mostrado en Romeo y Julieta a qué debe llamarse pasión amorosa y en Otello el Moro de Venecia a qué no y por qué no comete un crimen pasional. Otello justifica su crimen en nombre del interés colectivo de los hombres ‘Ella (Desdémona) debe morir así no traicionará a otros hombres’, a él no lo guía el odio si no el honor. Lo que Otello no soporta, como la mayoría de los femicidas, es que su pareja deje de ser poseída por él o sólo por él. Por lo tanto, se trata de un crimen patriarcal y no de índole pasional. Basta pensar que si el crimen fuera pasional habría tantas mujeres homicidas como hombres ¿O sólo los hombres son pasionales y por consiguiente tendrían derecho a matar?” La pregunta y el ejemplo de Chejter no son retóricas. En el segundo envío de “No matarás” se cuenta la historia de un hombre que mató, justamente, porque la pareja le fue infiel. En los avances, una frasecita alerta sobre la necesidad de un asesor o asesora en el equipo de Santillán: “Fue suya después de mucho tiempo”. Haciéndose cargo de que la relación de pareja implica posesión por parte de los varones hacia las mujeres. Cosa que era ley escrita hace menos de cien años.
La coordinadora del Programa de Género, Universidad y Sociedad de la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional del Litoral, la abogada Adriana Molina, también descree de la figura del crimen pasional que “sirve sólo para que en la categoría policiales aparezcan en dos líneas sintetizadas esas historias que encubren años de violencia, de indiferencia social, de denuncias no escuchadas, pedidos de auxilio no escuchados. Acá no se habla de pasión, se habla sencillamente de violencia”.
Es cierto que las buenas historias siempre tienen algo de amor y algo de muerte, que el programa de María Laura Santillán sabe construir el suspense necesario para seguir escuchando y viendo, pero no es menos cierto que esta confusión entre amor y sometimiento, entre lo que un hombre está habilitado a hacer –al menos en el imaginario– y una mujer preparada para soportar, se refuerzan viejos estereotipos que asfixian a personas de carne y hueso. Como Cristina, de quien se supo en “No matarás”, o Claudia Paola Sosa, presa en Mendoza por haber asesinado a sumarido después de haber sido abandonada por las instituciones donde denunció la violencia que sufría por parte de él. Y la de muchas y muchos otros, anónimos, entrampados en roles específicos y anquilosados. No es responsabilidad de los medios educar, eso es claro, pero al menos no deberían aportar a la confusión general. “Los hombres matan porque no soportan que sus posesiones y propiedades, las mujeres, prescindan de su control. Cualquier cosa, en caso de que escapen a ese control, puede desencadenar el homicidio: la infidelidad o una frase hiriente.”
Y lo peor es que después, a la hora de ser juzgados, las circunstancias de atenuación suelen estar del lado de los varones. Marinoni, con decenas de años de experiencia penal, sabe que incluso la figura de la emoción violenta difícilmente se aplique a una mujer, ya que ellas “suelen soportar y acumular, incluso por una cuestión de fuerza física, necesitan planear cómo van a defenderse”. Pero además en una sociedad androcéntrica como la nuestra, con leyes que muy lentamente van modificándose y con administradores de justicia que responden a los viejos patrones, siguen sucediendo hechos aberrantes como el que se juzgó este mismo mes en Río Negro. Mario Gargoglio, un hombre que en abril del año pasado desfiguró a su mujer golpeándole la cara con una piedra hasta que creyó que la había matado, recibió una pena leve –cinco años en lugar de ocho– porque el mismo fiscal consideró como atenuante que su esposa había sido alternadora de soltera. Fue uno de los jueces del tribunal oral, Emilio Castro, el que tuvo que poner orden en la sala: “Sabemos demasiado de la vida de la señora pero aquí se juzga lo que esta señora padeció”. Y es que la defensora de Gargoglio, Alicia Garayo, había pedido al tribunal a voz en cuello que “juzguen como hombres, ¿a qué hombre le gusta recibir un sopapo de su mujer que encima le dice sí, fui adúltera?”. La historia de Gargoglio, según la defensora y el fiscal Alfredo Velasco Copello, era la de un trabajador que rescató a una mujer de la calle para después ser engañado. Una historia de culebrón que en el endulcorado mundo de Santillán podría tener fondo de bolero. Si no hubiera detrás una mujer que salvó su vida de milagro.

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