Vie 11.05.2012
las12

RESISTENCIAS

Abortos, en primera persona

El médico Germán Pablo Cardoso fue llamado Dr. Aborto cuando la Policía Metropolitana irrumpió el año pasado en su consultorio. Ya fue sobreseído de la causa judicial. Pero la decisión que tomó la primera vez que una compañera de trabajo le pidió que la ayudara a interrumpir su embarazo se fue forjando en militancia. Ahora revela la trama de negocios, hipocresías, riesgos, técnicas y fantasmas que genera la clandestinidad.

› Por Luciana Peker

–Doctor: me quede embarazada y no puedo tenerlo. La partera del pueblo se murió y necesito que alguien me ayude, estoy sola y tengo varios hijos chicos –le pidió una enfermera de uno de los pueblos donde trabajaba como cirujano, en el año 2000.

Lo dudó. A Germán Pablo Cardoso le hubiera gustado estudiar fotografía. Pero en La Plata, en 1975, la Triple A cierra la carrera. Intenta en Diseño pero su padre le baja el pulgar. Se arrima a Arquitectura y la desaparición de sus compañeros lo aleja. Finalmente, eligió Medicina porque era la carrera en donde más podía estudiar solo y apenas pisar la universidad para rendir. Además, su papá era médico, y la herencia pesa. Mucho más en Benito Juárez, el pueblo bonaerense donde él vivía y su padre tenía campos, consultorio y clínica. Se recibió en 1984 junto con la democracia y decidió ser cirujano. Le gustaba poder solucionar problemas con sus propias manos.

Tanto que, después, tomó de latiguillo para tranquilizar a las pacientes la frase: “Ya no tenés un problema, ahora tu problema es mío”. Aunque la clandestinidad es un problema para todos. El 8 de junio del año pasado la Policía Metropolitana entró a su consultorio porteño de Carlos Calvo y Solís, después de cinco meses de investigación, a cargo de Martín Zavaleta, de la Fiscalía en lo Penal, Contravencional y de Faltas Nº 2 de la Ciudad de Buenos Aires. Había una paciente en la camilla que salió retratada en la filmación que la fuerza de seguridad le entregó a Telefe. Y el comisionado Gabriel Rojas habló del delito mientras mostraban imágenes de sangre en el piso para que la mancha se expandiera. La jueza Laura Bruniard desestimó la denuncia y la magistrada Rita Acosta dictó la falta de mérito porque no había ejercicio ilegal de la medicina y el aborto no entra en la jurisdicción de la Justicia porteña.

Cardoso se asustó. Se deprimió. Pero volvió a decidir. Y decidió convertirse en una voz de los médicos que también pelean por el derecho a decidir. Esa voz es la que revela a Las/12 las razones por las que un profesional de la salud no es sólo un activista, un intelectual o un voluntarista. Cobra. Si la práctica del aborto todavía tiene el mote de tabú, cuánto se cobra y por qué son preguntas, hasta ahora, no contestadas. Esta vez sí:

“Es que esta actividad te va cerrando otras puertas, incluso hay médicos que eran jefes de servicio de hospitales importantes y tuvieron que irse o los desplazaron a puestos menores, o que eran profesores en la facultad y los echaron. O sea: se te cierran las puertas de las demás actividades, y si decidís trabajar de esto tenés que trabajar y cobrar. Espero que se entienda”, dice, incluso después de la entrevista, a solas, en la Ciudad de Buenos Aires, adonde viene de visita, desde Tandil, su lugar de residencia, donde, mucho antes de que lo enfocaran las cámaras, ya se había contactado con grupos feministas. Aunque ahora su posición es más activa y creó el Grupo Médico Argentino por el Derecho A Decidir.

Viene de tomar mate con su familia, así que prefiere uno, dos, tres tés. Le gusta hablar de su vida cotidiana y reniega de los profesionales que sólo giran en torno de su actividad. Le cuesta sacarse los anteojos que ya tiene adosados a su identidad y su imagen refleja a un médico pueblerino, de 54 años –mucho vivido y con ganas de mucho por vivir– con el peso en su cuerpo de qué dirán, que en su caso es concreto y no potencial.

En la carrera nunca le hablaron nada de cómo evitar la mortalidad por un embarazo no buscado...

–Nunca. Hubo una ley mordaza que puso Isabelita. No sabíamos qué eran los anticonceptivos, ni un legrado. Un cirujano lo que sabe lo aprendió de estudiarlo o de verlo. Pero yo tuve que inventar y hacer mi propio protocolo en base a la experiencia, qué instrumental uso, qué anestesia uso, qué aguja uso, todo...

¿Cómo fue la primera vez?

–Tomar la decisión, la primera vez, fue un conflicto tremendo. Qué dirán mis padres, mis vecinos, mis hijos, los otros médicos. Fue un conflicto moral porque sabía que me quemaba para toda la vida. Pero, por otro lado, está la paciente que buscaba una solución y se desvivía trabajando y pensando en el futuro de sus hijos y me decía que no podía tener otro, porque sus chicos no iban a poder estudiar.

¿No lo hizo por encontrar una especialidad que le diera dinero fácil?

–No, al contrario, me complicó. Esto no se hace alegremente. Después se convierte en un desafío y en una batalla. Uno siente “acá viene la mujer con un problema y yo se lo voy a resolver bien”. Yo lo vivo como un servicio. Le doy seguridad a una mujer que si no correría riesgo y que ha pasado por distintos lugares y ha salido espantada.

¿Qué peligrosidad genera la clandestinidad?

–La primera vez yo no tenía experiencia y la paciente terminó en el hospital porque se me habían quemado los papeles: o tenía que sacarle el útero o ya no sabía qué hacer. Le dije que fuera al hospital y la fui a ver. Pero hay inescrupulosos que le cobran y después no se hacen cargo. Eso me lo han contado. También hay gente que no es ni siquiera enfermero o no puede contestar las preguntas de las pacientes: cuándo me va a venir la menstruación, tengo que tomar antibiótico, con qué me lo hace, cómo esteriliza. Hay muchos que no tienen conocimiento de medicina, ni de anatomía, ni del instrumental, de nada. El tema es que al ser clandestino les va bien porque la gente tiene que recurrir a ellos.

¿No es antiético cobrarle a una mujer por una práctica que no puede hacerse en un hospital público?

–Algo hay que cobrar porque es una operación que tiene costos y honorarios. Si no tiene plata yo se lo hago igual, pero no se lo voy a decir al principio, le hago como una investigación para ver si puede o no puede... Pero si no cobrara estaría dedicado a otra cosa. Al menos que haga uno al año, si no no se puede ni mantener un consultorio, ni el instrumental, ni nada. El tema es cuánto se cobra. En Olavarría un señora viuda de un médico que no era ni médica cobraba entre 5 y 20 mil pesos. Y yo sé de lugares selectos a los que van políticas, por ejemplo, en que te cobran 20 mil, pero dólares, y en Buenos Aires van de 7 mil para arriba. En Tucumán, que es una provincia con menos poder adquisitivo, nadie baja de 5 mil, o las enfermeras, que no son médicas, arrancan en 3 mil pesos.

¿Cuánto cobra?

–3500 pesos, que es menos de lo que cobra cualquier médico. Hay algunos que trabajan en clínicas y lo hacen pasar como un aborto incompleto espontáneo y arreglan aparte con la paciente.

¿Se lucra con el aborto?

–Sí, ni hablar.

¿Qué efecto económico tiene la prohibición?

–Algo prohibido que te soluciona un problema no tiene tarifa.

¿La solución sería legalizarlo?

–La legalidad da seguridad a la paciente que se atiende bajo un protocolo supervisado por el Estado, como cualquier práctica médica.

¿Cuál sería el riesgo de muerte si el aborto fuera en hospitales o clínicas?

–Tendríamos que ir a las tasas de Europa, que son ínfimas, mucho menores a un parto. Si el aborto fuera legal sería una situación rarísima que una mujer muriera por un aborto.

¿A usted le pasó alguna vez?

–No, por suerte no, toco madera.

¿Y cómo fue autoformándose para poder realizar abortos más seguros?

–Pasé de la nada a tener mi propio protocolo. Estoy las 24 horas del día pensando cómo es el mejor instrumental, el mejor movimiento y la mejor anestesia. Por ejemplo, la clave de la anestesia –local– es que esperes unos minutos para que haga efecto, aunque hay médicos que hacen doler a las mujeres adrede. Cuando fui a la clínica del médico argentino (radicado en Europa) Bernardo Acuña, en España, vi que hacen el ciento por ciento de las intervenciones con una bomba de aspiración y eso anda muy bien hasta las 12 semanas. No tarda ni un minuto. En el caso de la clínica de José Luis Carbonell practican una técnica mixta: utilizan la aspiración, más pinza o instrumental. Mientras que en la Argentina los aspiradores que se venden no llegan a tener la presión necesaria y si quedan restos se produce una hemorragia. Por eso no es usual. Tenés que traer uno importado y si te lo saca la policía perdés el aparato. Pero andan muy bien. Eso es lo que se va a usar cuando se legalice.

Actualmente los sectores conservadores remarcan el supuesto trauma post aborto. ¿Existe?

–El trauma se da cuando la gente tiene culpa o piensan que se van a morir. A mí me dicen: “Tengo hijos, quiero vivir para ver a mis hijos”. O sea que tiene que ver con la desinformación, las dificultades de acceso al médico tratante, con malos tratos de quien se lo hace y la falta de acceso a técnicas más indoloras o más rápidas.

¿La clandestinidad habilita que los médicos se ensañen con las mujeres?

–A mí me comentan que una vez que le están haciendo (el aborto) las empiezan a retar: “Si abrís las piernas para tener relaciones ahora te la tenés que bancar”, esas estupideces que no se pueden creer.

¿Qué piensa de los abortos medicamentosos?

–La mayoría de las que atiendo pasaron por el misoprostol: no es ciento por ciento efectivo.

¿No será que el misoprostol arruina el negocio de los médicos?

–El misoprostol sólo está mal usado. Tiene que combinarse primero con la mifepristona (RU486), que es una droga que bloquea los receptores y hace que el embarazo se vaya desprendiendo. Pero la mifepristinta no se consigue ni en Argentina ni en Latinoamérica.

¿Receta misoprostol?

–En algunos casos puntuales, pero con supervisión médica. Tengo que estar presente y con el teléfono abierto. Y siempre debe usarse en embarazos muy tempranos. También se dice que el misoprostol es el abortivo de los pobres, porque si tenés un aborto incompleto ya te pueden atender en un hospital.

¿Las críticas no son porque la vía no quirúrgica independiza a las mujeres?

–No es una defensa corporativa. Las dos situaciones no tienen ni comparación. Vos entrás a un consultorio y a la hora te vas con el problema resuelto. No es comparable a estar quince días con dos o tres ecografías de por medio y bancártela sola en tu casa. A mí me vienen chicas y me dicen que no quieren ni la hemorragia, ni que les pase nada. Igualmente, las mujeres tienen que ir al médico en todos los casos.

¿Las mujeres que se mueren por abortos mal hechos son las más pobres?

–Las pobres son las que van a un enfermero a que les ponga una sonda para que eso le cause una infección y les provoque un aborto. Si quedan los restos infectados y se hace una septicemia cuando consultan ya es irreversible la muerte. También existen las agujas de tejer, los tallos de perejil, los abortos instrumentales hechos por cualquiera en cualquier lugar.

En cambio, las mujeres que tienen más de cinco mil pesos...

–Lo hacen en un quirófano y no corren riesgo porque tienen un médico encima suyo que no va a hacer macanas. Un aborto de hasta 12 semanas es una práctica menor absolutamente. Es como ir y arreglarse una muela, es una intervención de muy baja complejidad. Tardás más en hacerte un té que en salir caminando con un embarazo de ocho semanas.

¿Cuáles son sus propios límites?

–El tiempo. Yo estoy técnicamente preparado, pero trato de no hacer más de 12 semanas y nunca más de 16 semanas. Una cosa es un embrión y otra un feto. Para mí es un límite. Si fuera un embarazo avanzado tendría miedo, impresión, como cualquier ser humano.

¿Cuál es el lugar de los varones? ¿Acompañan, pagan, sufren, se borran?

–Están los que pagan y dan confianza, o los que pagan solamente y dejan a la mujer sola. Hay varones a los que uno no les ve la cara y otros que quieren ver el consultorio y la matrícula. Mientras que algunos están asustados o llaman cuarenta veces literalmente. Los hombres también la pasarían mejor si fuera legal.

A usted se lo conoce por un video de un operativo de la policía porteña. Pero si la Metropolitana no tenía jurisdicción, ¿a qué atribuye la difusión televisiva? ¿A un interés político o a la idea de generar temor?

–Sí, estaban muy cerca las elecciones del gobierno porteño y venían haciendo algunas cosas así: sacar manteros, cerrar una farmacia que estaba a la vuelta de mi consultorio –que vendía misoprostol– entre San Cristóbal y Constitución. Por ahí rompí las reglas. Nunca pagué coimas.

Es llamativo que se allane un consultorio en zona sur y no en Barrio Norte...

–Ni hablar. Yo atendía a muchas extranjeras: peruanas, bolivianas, ecuatorianas, paraguayas y gente de clase media tirando abajo. La mayoría de las mujeres eran mucamas. Los pocos casos de clases altas me decían: “No importa la plata, importa que hagas las cosas bien”. Pero la mayoría eran gente trabajadora. Hay diputadas que han pagado 18 mil dólares en consultorios de Santa Fe y Callao pero no lo dicen. La hipocresía es fenomenal, las que tienen la plata se lo hacen y las otras que se arreglen.

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