MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Una congregación de seguidores de la moda se reunió a comienzos de esta semana en Nueva York, en el Museo Metropolitano, para celebrar la apertura de Schiaparelli y Prada, Conversaciones Imposibles, una muestra que propone una diálogo imaginario entre dos diseñadoras italianas, la contemporánea Miuccia Prada (responsable de resucitar y remozar la firma Fratelli Prada a inicios de 1990, con estudios de Ciencia Política y ex militante del PC) y Elsa Schiaparelli (nacida en Roma en 1890, muerta en 1973, con estudios formales de filosofía y también autora del libro de poemas Arethsa). La biografía de Schiaparelli ostenta un anecdotario extravagante: que estuvo casada con el conde de Kerlor tan sólo después de conocerlo en una conferencia en Londres, que el mismísimo Paul Poiret le regaló un abrigo largo de terciopelo a rayas que ella no podía pagar, que Man Ray la retrató en una toma que devino una de sus fotografías más difundidas, vestida con una túnica de seda plisada plus una capita con plumas y el pelo cortísimo pues predicó una variante del garçonne. Como diseñadora, sus primeros diseños remiten a la innovación en tricots con lazos cuya primera usuaria fue Anita Loos, la autora de Los caballeros las prefieren rubias y luego consumieron e intentaron popularizar unos almacenes norteamericanos; tales suéteres devinieron su prenda más democrática y campo para la experimentación, ya que sumaron cierres a la vista y en colores fuertes. Es célebre un modelo en rosa shocking que popularizó (y que tuvo un perfume homónimo y provocador, puesto que el frasco tomó como disparador y referencia las curvas de Mae West). En 1935 se refirió a la indumentaria como “ropa de trabajo de calidad”, una categoría estética y ética, mientras que en colecciones posteriores homenajeó al “Circo” y trazó mariposas para la colección “Música”. Fueron célebres sus colaboraciones con Dalí: del mítico sombrero zapato del cual ella fue la principal usuaria, las ironías alrededor del tailleur mediante el “traje escritorio”, con profusión de bolsillos y herrajes que simulaban cajoncitos. Su aporte y revolución al apartado accesorios surgió como consecuencia de su repulsión por los clásicos botones, de ahí que idease parafernalia encantadora para reemplazarlos e innovara en la bijou. Como provocación a las perlas de Chanel propuso collares de plástico que admitieron insectos de colores y se llamó modelo “Bug”. Notará la lectora/lector cierta arbitrariedad para extenderme en la bio de Schiaparelli, su perfil es menos conocido, y la marca –según se anunció esta semana– volverá a ser comercializada y en la misma locación de la antigua tienda parisina, mientras que Prada suele irrumpir con frecuencia en las noticias de moda y ya es parte de la cultura de masas.
La muestra en cuestión rescata 90 trajes y 30 accesorios firmados por Elsa Schiaparelli entre los años veinte y cincuenta y atavíos ideados por Miuccia Prada etiquetados entre 1980 y 2012. Como complemento y recurso curatorial e innovador, los expertos en moda convocaron al cineasta Baz Luhrmann para idear ocho cortos que simulan una conversación entre ambas. Corresponde destacar que a Schiaparelli la representó la actriz Judy Davis. De ese diálogo ficticio alrededor de una mesa –un gesto muy italiano–, resulta acertado el inglés con acentuado tono italiano y los modos de aludir a las afinidades estéticas y las provocaciones de ambas. Uno de los curadores del Met, Andrew Bolton, trazó el guión a partir de entrevistas con Miuccia Prada y de la célebre autobiografía Shocking Life que Schiaparelli escribió en 1954, luego de retirarse de la moda. Sobre el modus operandi de la expo, considerada de visita ineludible, se supo que muchos trajes de Schiaparelli fueron aportados por la colección del museo de Brooklyn.
Clasificada en varias vitrinas y maniquíes y con abundancia de proyecciones, el recorrido inicial combina “partes de arriba de Schiaparelli” con “piezas de abajo de Prada”, de tops con aplicaciones de langostas e iconografía surrealista de una al elogio a las faldas a la rodilla que impuso la otra, y también el sombrero fetiche de una con el zapato iconoclasta de la otra. Las categorías estéticas propuestas por Harold Koda, el experto del Met, son acertadas y nada acartonadas, “recordemos que Prada disparó hace más de una década desde campañas editoriales y desfiles una prédica del ‘nuevo mal gusto’ que difería notablemente de las estridencias y las morfologías de sus compatriotas, ‘los Versace’, por entonces en la cresta de la ola (‘Convertí lo feo en atractivo. La mayor parte de mi trabajo tiene que ver con la destrucción –o al menos deconstrucción– de la idea tradicional de belleza’, sentenció Miuccia)”.
Finalmente, el recorrido visual, ornamentado con originales de ambas, ahonda en el gusto por las siluetas del siglo dieciocho “Clasiccal Body” y desde “Exotic Body” exalta el gusto por los saris y los atavíos de Oriente que predicaron ambas; con un traje similar al de un mandarín, en tonos de amarillo y una cloche al tono. La muestra se extiende hasta fines de agosto y se puede chusmear en www.metmuseum.org
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