Vie 11.05.2012
las12

ENTREVISTA

La naturaleza insumisa

¿Las mujeres abordan de modo diverso las cuestiones ambientales? ¿Cuál es el aporte de la teoría de género a los dilemas que plantea la destrucción de la naturaleza? Preguntas que dan sustento a la corriente teórica del ecofeminismo y que la filósofa Paula Núñez explora desde la publicación de su tesis doctoral, “Distancias entre la ecología y la praxis ambiental. Una lectura crítica desde el ecofeminismo”, donde se descubre que mujeres y naturaleza son las víctimas de una violencia inusitada.

Por Susana Yappert

Un reconocido ambientalista dijo que la clave de la resistencia en Famatina estaba en la presencia de “ mujeres muy valientes”. “Buenas chicas”, agregó entonces el gobernador de La Rioja, Luis Beder Herrera, pero “algo trastornadas”. A este “trastornadas” siguió el mote de “brujas” con el que se intentó descalificar a las activistas que enfrentaban al gobierno y al poder de la empresa minera trasnacional Barrick Gold. Desde la Casa de Gobierno de La Rioja acusaron a Carina Díaz Moreno, Lucy Avila, Paula Dávila, Gabriela Romano y demás mujeres de la resistencia de prácticas brujeriles para ahuyentar a quienes quieren cambiar el paisaje para sacar oro de las entrañas de la tierra. Las activistas, activistas al fin, decidieron seguir molestando a las autoridades. Arrojaron muñequitos vudú al patio de la gobernación. Los muñecos, con la cara de Beder Herrera, tenían el cuerpo aguijoneado con alfileres. “Los policías no sabían cómo retirarlos del patio, porque creían que les iban a traer mala suerte”, cuenta una risueña militante.

Pero ¿en qué punto ligan las mujeres con la ecología, las mujeres con las brujas, las brujas con la ciencia y la ciencia con las mujeres? Para algunas científicas, estos conceptos ligan y mucho. Hay varias entradas posibles para pensar “naturaleza” y “sociedad”, realidades que el paradigma del “homo economicus” se empeña en divorciar. El tema no es sencillo, ilumina problemas interconectados: “Las sociedades actuales tienen dos grandes deudas: el desgaste ambiental y la distribución inequitativa de la riqueza. María José Guerra Palmero liga la desigualdad económica y el medio ambiente al asegurar que la pobreza no puede pensarse en forma ajena al deterioro y la expropiación de los recursos naturales. La pregunta que queda en el aire es cómo pensar el vínculo entre estos temas pendientes. El límite de la ciencia es el supuesto que entiende la sociedad como escindida de la naturaleza. Los movimientos ambientales, aun con las reivindicaciones que proponen, suelen reproducir esa lógica dual. Sobre estas limitantes la teoría de género, y más precisamente el ecofeminismo, ofrece una perspectiva que muestra cómo un imaginario patriarcal sesga el mapa de comprensión del problema de la naturaleza”, afirma la doctora en Filosofía Paula Núñez.

Investigadora del Conicet, esta profesora de Matemáticas, licenciada en Historia y master en Filosofía e Historia de las Ciencias, con residencia en Bariloche y trabajo en la Universidad de Río Negro, indaga la relación entre ecología como disciplina científica y su articulación con movimientos ambientalistas, para encontrar el itinerario de esta virtual separación (naturaleza-sociedad). Para explorar la construcción de esas formas de dominio apela a “uno de los marcos teóricos más dinámicos en la revisión de la naturalización y ocultamiento de diferencias: la teoría de género”. En tiempos de construir hipótesis dio con esta teoría y con el ecofeminismo, pilares donde reposan sus formulaciones, que acaba de publicar en su libro Distancias entre la ecología y la praxis ambiental. Una lectura crítica desde el ecofeminismo (Editorial Edulp, 2011).

“Examino con especial interés la situación femenina y el peso fundante de la metáfora que liga a la mujer a la naturaleza, no sólo para dar cuenta de un problema sectorizado sino para profundizar en el análisis de la constitución de las formas de dominio y la búsqueda de alternativas. Las mujeres, como señala la filósofa australiana Val Plumwood, parecemos estar mejor colocadas para examinar y resolver ese antiguo dualismo: podemos hablar y razonar desde la posición de –y en solidaridad con– los que han sido considerados como ‘la naturaleza’. Ese es el objetivo central de mi libro.”

Paula habla rápido y sin tropiezos. Es apasionada y tiene sentido del humor. Es muy joven para todos los títulos que acumula y, sin dudas, se atrevió a ir más allá de los pilares epistemológicos en los que fue formada. Hoy se aproxima a una síntesis más que interesante. “Nací en Esquel y crecí en las represas hidroeléctricas de la Patagonia, un año en cada lugar. En mi adolescencia llegué a Bariloche, aquí estudié varias carreras. Hice mi doctorado en Filosofía en la Universidad de La Plata, dirigida por María Luisa Femenías, y una formación posdoctoral en Valladolid, con Alicia Puleo. Con una formación tan variada llegué a los estudios de género, por no encontrar caminos en ámbitos de reflexión más comunes.”

Piensa desde su lugar en el mundo, Bariloche. “Siempre me interesó esta ciudad, su desarrollo, el particular vínculo con su entorno, y esto se refleja en toda mi carrera. En mi maestría comencé a indagar el complejo vínculo entre la sociedad y la naturaleza a partir de analizar el conocimiento en ecología, pero cuando quise avanzar en esto más allá de los fenómenos de la investigación científica, me encontré con muchos problemas para ir desde la ciencia a la sociedad y no podía evitar preguntarme cómo era tan difícil rodeados de tanto paisaje tan espectacular. Estaba con estos problemas cuando la filósofa María Luisa Femenías me acercó textos de ecofeminismo, y las claves de interpretación que se encuentran a partir de pensar a la sociedad moderna y todos sus productos (como la ciencia) atravesados por una metáfora fundamental, la asimilación de la idea de la mujer a la de naturaleza. La mujer es emoción; el varón, razón. Las actividades de la mujer son naturales; las de los varones, aportes. Y de esta simple dicotomía fundamental fui avanzando primeramente en la revisión de supuestos, más adelante en la reflexión de la historia local y problematización de los proyectos de desarrollo que se proyectaron en la región, descubriendo en aquéllos estos ejercicios de diferencia.”

¿Qué es el ecofeminismo? Núñez lo define: “La vinculación entre feminismo y ecología fue reconocida por primera vez en los años en que la reivindicación ambiental empezó a cobrar fuerza, es una corriente teórica que problematiza la modernidad. La denominación de ecofeminismo fue introducida por Françoise d’Eaubonne en 1974, quien mostró cómo la lógica de dominio, que las feministas denunciaban desde hacía tantos años, no era ajena al dominio extremo que se proyectaba sobre la naturaleza. La relación entre `la mujer’ y `la naturaleza’ es de larga data. El modelo patriarcal las ha equiparado a ambas a través de formas similares de dominio. En contra del hombre-varón, asociado a la razón, la mujer se presentaba con una cercanía particular a los animales-no humanos y las plantas, vinculada a la reproducción y la subsistencia. En contra de la razón, la mujer se manejaba por instinto y sentimientos. Así, se justifica el dominio, porque el patriarcado, antes de presentarse como una actitud opresiva, se conforma como un modo paternal de cuidado. Los seres caracterizados como menos racionales –mujeres, hombres de culturas no occidentales, animales no humanos– son considerados con limitaciones para decidir en su propio beneficio. La naturaleza, presentada como el ámbito no-humano, irracional, caprichoso, contiene en su seno a ese conjunto de seres jerárquicamente prejuzgados como inferiores o débiles.

Pero no sólo se asocia a la mujer, sino que se extiende a todo aquello que es feminizado por la cultura.

–Sí, claro. El ecofeminismo, que observa críticamente la forma en que nos apropiamos de la naturaleza, detecta algo en común: que en la sociedad subyace una diferenciación peyorativa en los términos “varón”-”mujer”, pero no “mujer” como ser femenino o como mujer-humana, sino que hay un conjunto de seres y de espacios feminizados, obviamente allí está la mujer humana, pero también está la naturaleza. Y en esa diferenciación peyorativa entendemos que tanto mujer como naturaleza se puedan usar, que como son irracionales hay que racionalizarlas, hay que controlarlas, porque lo mejor que podemos hacer por ellas es dominarlas. Pero hay algo más: sería apropiado hablar de ecofeminismos, pues no se trata de una teoría homogénea. El variado marco de la filosofía de género se encuentra atravesado por profundas discusiones internas, en las que existe esta rama especialmente dedicada a reflexionar sobre la relación entre la sociedad y la naturaleza, que son los ecofeminismos, y desde ellos exploro el uso metafórico del lenguaje referido a la naturaleza, dado que legitimó situaciones de dominio en relación con vastos sectores de la humanidad, entre los que se cuentan las mujeres. En base a una cierta hegemonía de la lógica de dominio –en el sentido en que lo entendieron Horkheimer y Adorno– se naturalizó a las mujeres y se proyectó sobre ellas y sobre la naturaleza las mismas estrategias de control y sometimiento, asimilando la idea de mujer a la de naturaleza. En general, esos mecanismos se extendieron hacia cualquier forma considerada diferente (población femenina, cultura periférica, religión minoritaria, etcétera) en términos jerárquicamente inferiores.

¿Cómo operaría esta metáfora si pensamos en algún ejemplo local?

–Si una empieza a recorrer la metáfora, podríamos pensar en dos ejemplos de Bariloche. Hay un libro, digamos fundacional, El despertar de Bariloche, escrito por Exequiel Bustillo, que es en sí una de estas metáforas de género. La idea es la siguiente: Bariloche sería como una princesa a la cual despertó el príncipe, que es el Estado nacional. Lo que hay antes de la llegada de este príncipe-Estado, lo que hicieron los pioneros, los primeros pobladores que estaban allí antes de la llegada de Parques Nacionales, no tiene valor. Es una terrible construcción simbólica que va invisibilizando las autonomías y las va tornando dependientes de eso que se considera masculino. Otro ejemplo más actual, que estoy investigando, tiene que ver con un vínculo entre el bosque y la estepa, que encuentran desafíos en el momento de discutir la distribución de la tierra en latifundios y las explotaciones ovinas a gran escala. Aquí encuentro que nuevamente las grandes invisibles y violentadas son las mujeres. Estamos explorando este tema a partir del análisis de la organización de comunidades rurales y el reconocimiento de procesos de economía doméstica.

¿Hay similitud entre la violencia que se ejerce hacia la mujer y la violencia que se ejerce hacia la naturaleza y el rol del Estado en todo esto?

–Tanto el ecofeminismo como el feminismo son corrientes teóricas que tuvieron sus versiones muy esencialistas en los ‘60-’70 y hoy ya tienen unas versiones bastante más críticas, que tratan de alejarse de ese esencialismo de origen. Hoy por hoy plantean que no se trata de ver a la mujer, sino a aquello que es feminizado. Entonces, del feminismo se toma esta idea de que la violencia de género no es estrictamente violencia hacia la mujer, sino hacia aquellos cuerpos que son feminizados, tal como decía antes. Por ejemplo, los niños y niñas, la población homosexual, incluso la naturaleza, aquí es donde se agrega el ecofeminismo. Por ejemplo, en las intervenciones de minería. ¿Cómo es esto de intervenir absolutamente una tierra, devastarla, en función de intereses? o ¿qué hace que eso sea legítimo? Eso también es un espacio feminizado en ese sentido peyorativo de poder ser atravesado, penetrado, usado, explotado. Uno de los libros que más me llamó la atención es de una autora inglesa, Carolyn Merchant. Habla de la muerte de la naturaleza, analiza el nacimiento de la modernidad con Francis Bacon. Son fascinantes las metáforas de Bacon de cómo se conoce la naturaleza. Leés cómo una naturaleza que en el Medioevo se veía como algo vivo y, en relación, cómo pasa a ser analizada, penetrada, desarmada, desmembrada como una rana que está en una mesa, descuartizada y vista por quien busca analizarla. Una lee esas metáforas de Bacon y parece que estuviese leyendo una violación a una mujer.

¿Cómo abordaría esta mirada los conflictos de corte ecológico que irrumpieron en la agenda político-mediática de la Argentina?

–Hace un tiempo vino Tomás Abraham a dar una clase a Bariloche sobre las grandes líneas filosóficas del siglo XX. En su charla, el feminismo estuvo ausente. En la academia hay un claro ejercicio de silenciamiento de la teoría feminista, más allá de las teóricas feministas. En la Argentina hay investigadoras de reconocimiento internacional que en nuestras universidades no se conocen; la academia no reconoce la importancia de esta teoría. En realidad no la reconoce porque la silencia. Entonces, si pienso en cómo la abordaría, antes debería pensar en apropiarse de esta teoría para repensar todo otra vez. Creo que, como señala Val Plumwood, gran parte del problema, tanto para las mujeres como para la naturaleza, yace en concepciones racionalistas o derivadas del racionalismo acerca del yo y de qué es esencial y valorable en el carácter humano. Es en nombre de la razón que a esas otras cosas, lo femenino, lo emocional, lo meramente corporal o lo meramente animal –y el mundo natural mismo– se les ha negado su virtud y se les ha acordado una posición inferior y meramente instrumental. En este sentido repensar todo otra vez significa también un cambio de paradigma.

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