Escuchar cumbia, bailarla, conocer sus códigos y los nombres de los grupos que la crean y la recrean en sus muchas versiones es sinónimo de estigmatización, aun cuando en las fiestas de la clase media esa música sea la banda sonora de la parte divertida. La cumbia o la movida tropical es lo que se escucha en las villas, detrás de los robos de ficción y también de la asistencia social. Pero contra esa mirada torva es como también se construye identidad y pertenencia, goce y autoestima: aguante. Un aguante que es necesario poner en juego para decir no o para decir sí sin más presiones que la decisión propia. Si no, es abuso.
› Por Flor Monfort
Los chicos y chicas que fueron a Pasión de sábado el 12 de mayo sabían que era un día agitado. Emmanuel Güidone, alias DJ Memo, el líder de los Wachiturros denunciado por abuso por una chica de 13 años, hablaba por primera vez en vivo después de estar tres días detenido en Santiago del Estero, donde pasó aquello que según él fue una “cama” y, según ella, el manoseo y después la humillación de un pibe que se creyó la fama y por eso “hace lo que quiere”. La menor le contó a Mauro Viale, por teléfono, los hechos: “Fui con unas amigas al hotel donde estaban para sacarnos fotos (...). Cuando entro a la combi, él me dice ‘ya está, ya fuiste. No salís más de acá’. Entonces, se apagan las luces, él me agarra la mano y me lleva al fondo. Ahí es cuando me empezó a besar y a manosear, y un montón de cosas más que no me puedo sacar de la cabeza porque son horribles”. “Fue una gran desilusión, eran mis ídolos. En un momento lo empujé de la desesperación. Corrí hasta el pasillo, agarré de la mano a mi amiga y le dije: ‘Vamos que estos son re zarpados’. A mí me encantaban todos, yo esperaba otra cosa: entrar a la combi y sacarme una foto con ellos. Por eso salí re asustada y no le dije nada a nadie.” Luego, Viale le preguntó qué le dijo el wachiturro y ella respondió: “Me dijo ‘bueno, andá a madurar, pendeja forra’”.
Por eso, hoy hay otro clima que el que se respira siempre, cuentan en la reja de Irigoyen al 200, en Avellaneda, desde donde sale el programa que agrupa a la llamada “movida tropical” hace más de 20 años y que es tal vez el único espacio en televisión de aire donde la cumbia, su público y sus protagonistas son visibles, sin ser señalados o motivo de ridiculización. Sus códigos, su vocabulario, los grupos que agitan las noches de los bailes están reflejados en esas seis horas de aire, que los chicos y chicas que esperan para entrar defienden con banderas, globos, silbatos y cartulinas con los nombres de los ídolos y de los conductores: Hernán Caire, Rama (quien el año pasado usó el programa para denunciar que no veía a su hijo desde el 2005) y Rosita, la maquilladora.
Las chicas preguntan a qué hora va a venir Emmanuel, ponen la cara al sol del mediodía y esperan que la cola avance para entrar al estudio. Preguntan “¿ya salimos al aire?” o “¿Memo va a estar en el piso?” con la naturalidad de quienes se saben la jerga de la tele. Nacieron entre fines del ’90, y principios del 2000, se mueven de a grupitos que se conocen de verse las caras todos los sábados para seguir a sus grupos. Hay bebés, mamás con nenes y nenas de la mano y chicos y chicas de 9, 10, 11 años que quieren posar para la cámara y decir lo suyo. “Para mí lo de Memo fue una trampa para sacarle plata”, dice Luli desde sus zapatillas con plataforma y hace boquita para la cámara de fotos. Está maquillada, llena de broches en el rodete y dice que la mamá la deja venir porque es de día y el estudio no queda lejos de su casa. Ella no puede ir a bailar todavía, por eso Pasión funciona como sala de ensayo para eso que va a hacer dentro de unos años y que sus hermanas hacen desde los 13. Lala está con ella, es su prima y tiene 12. Cuenta que ellas vienen a Pasión desde que los Wachiturros debutaron acá, en mayo de 2011, “un montón de tiempo”, y jura que ellos son re accesibles, que se sacan fotos con todos, que incluso ella se mandó mensajes de texto con un wachiturro y que lo de las chicas en la combi lo saben todos. Son las “peteras”, explica y agrega que en el barrio hay miles pero que ella no conoce a ninguna y que seguro esta chica es una, una petera que ante la negativa de él se “hizo la loca”. Luli coincide y siguen de largo.
Hay chicos también, parejas, chicas con folios que protegen la foto del ídolo. Además de la palabra de Memo, hoy tocan El Villa, Las Culisueltas, Los Más Duros... Las culi están en el ojo de la tormenta desde que las enfrentaron con Las Wachiturras peruanas y se agarraron a piñas en cámara. Ellas van al frente, dicen, y se desmarcan de sus pares hombres porque proponen otra cosa, más parecida a las Spice Girls que a Damas Gratis. Cada una en su estilo, unificando eso que después se despliega en el look de las preadolescentes de la tribuna: flequillos planchadísimos, teñidos de un rubio casi amarillo, las colitas de caballo bien altas, brillos en las cejas, en las pestañas, en los accesorios, los jeans descoloridos, intervenidos con strass y tachas que usan híper ajustados y de tiro bajo. Kitty y Chenny van adelante, DJ Mayu las acompaña en la música y Pony, Michi, BeluChita, Jhoa y Yiyo bailan atrás como si en realidad no quisieran estar ahí. Es un estilo, despreocupado, natural, que les sale de adentro. Tienen entre 18 y 20 y comen una hamburguesa antes de salir a cantar “¿La correcta te cabe?”, la historia de una chica que conoce a un tal Marcelo y le pide que le dé duro contra el muro. Se ríen cuando se les pregunta por las letras, dicen que son “tal cual” lo que pasa en la noche y que si ellos cantan sobre lo que nos hacen a las mujeres, ellas representan el otro lado, lo que sienten ellas cuando uno les mueve el piso. Sobre las peteras, dicen que existen y que a ellas los pibes también “nos quieren entrar a la combi”, así que para qué armar tanto escándalo: al final es lo mismo para todos.
A las 17.30 habló Emmanuel. Se declaró inocente y defendió su derecho a decidir con quién estar, cuándo y cómo. Además, él tiene novia y la ama. Agradeció a todos, incluso a los policías que lo cuidaron esos días de detención en que todo en su vida parecía perder el control y dijo “confiar en la Justicia” porque él es inocente y la chica sólo quiere fama, dinero o perjudicar al grupo.
Pasión de Sábado no escapa a esa lógica televisiva de hacer un recorte caprichoso, exponiendo a un chico de 23 años a que hable como un adulto e hile un relato poco creíble, ubicándolo a él como víctima al borde del llanto todo el tiempo y a sus compañeros de grupo como leales amigos que lloran en cámara por la madre de Emmanuel o agradecen a Mauro Viale por creer la verdad del líder. No lo juzgan a Memo, tampoco lo demonizan, pero no pueden evitar poner blanco sobre negro todo el tiempo. Memo parece bueno en ese primer plano que muestra cómo le tiembla la garganta, la banda es “súper profesional” y “con la chica no se puede hablar para tener las dos voces”. Finalmente, un hecho que debería ser considerado en su magnitud y complejidad (la responsabilidad de los papás, la dificultad de probar un abuso sin acceso carnal, la costumbre de minimizar la palabra joven y de sectores populares) termina pareciendo liviano como el aire. Un corte, el cierre musical y hasta la semana que viene.
Malvina Silba es licenciada en Sociología y doctora en Ciencias Sociales de la UBA. Su tesis de doctorado abordó el vínculo entre la música popular, la juventud y las diferencias de género en contextos de pobreza. Para eso estuvo dos años (2006 y 2007) en Los Sauces, un barrio de la zona sur del conurbano, en el partido de Almirante Brown, con un grupo de entre 12 y 23 años que todos los sábados iba a bailar como plan excluyente. Algunos de los chicos eran sobrinos de ella, lo que agilizó las cosas por un lado y las complicó por el otro. “Se jugaron muchas cosas, mías y de ellos, en este trabajo, pero creo que en el resultado final valió la pena”, explica ella, que tituló la tesis “Vidas plebeyas. Cumbia, baile y aguante en jóvenes del conurbano bonaerense” y que realizó un artículo sobre el tema en Jóvenes en cuestión. Configuraciones de género y sexualidad en la cultura (Biblos). En el grupo había de todo: estaban los que habían coqueteado con el mundo del delito pero ya no y tenían claro que si seguían iban a ir presos. Zafaban del discurso moral de que “robar está mal” y decían que lo que querían evitar era la cárcel. Todos jugaban con la cuestión de la edad, los que eran mayores sabían qué tipo de ley les correspondía según la edad y el delito, cuenta Silba, que los acompañó en sus encuentros en el baile pero también a la plaza, la esquina, al viaje en colectivo, etc. Lo interesante de su trabajo es ver las dos dimensiones: la interacción con los adultos y la vida nocturna, la salida a los bailes pero también el maltrato en la calle, el pos baile y las peleas, la policía, los patovicas, etc. “Ellos reciben una hostilidad que está muy naturalizada, y encuentran una manera de contestar a esa falta de respeto casi permanente, a sus elecciones estéticas como a sus elecciones morales, todo lo que ellos y ellas hacen está siempre signado por una mirada condenatoria. Eso muestra mucho más sus condiciones de vulnerabilidad frente a este mundo adulto, de la autoridad”, dice. En ese momento además, empezaban a salir al aire los programas que mostraban este universo de madrugada, siempre fragmentado por el alcohol, las caras sangrantes, el quilombo. “Parecía que la tv había descubierto una dimensión novedosa y original respecto de las dinámicas de los bailes, de la noche y de la vida nocturna y lo ponían en escena. Rolando Graña haciendo un copete de entrada sobre un puente que atravesaba la Ruta 4 donde yo hice el trabajo de campo, me indignó: “La cumbia es la música de este territorio”, decía. Lo que no decía, y ningún programa de éstos dijo nunca, es nada que tenga que ver con la vulnerabilidad, la discriminación, y sí un subtexto de “escuchan cumbia porque son pobres y por ende son violentos. Yo intenté contrastar todo mi trabajo de campo con imágenes mediáticas porque me parecía que ése era el foco necesario para mostrar que las prácticas de los y las jóvenes que bailan cumbia son mucho más amplias y mucho más complejas y diversas que ir a pelearse a la salida del boliche. Pero la necesidad de los medios es la de unificar las experiencias. Y lo hacen porque es muy funcional a su lógica. En primer lugar para demonizarlos, sobre todo a los jóvenes pobres y, por otro lado, en este caso wachiturro para poder unirlo con este momento particularmente sensible en cuanto a la violencia de género. El argumento de que DJ Memo tiene una causa abierta en provincia de Buenos Aires por portación de armas y amenazas circuló permanentemente”. Camilo García, panelista del programa de Viviana Canosa, dijo: “Un tipo que puede meterle un arma en la cabeza a una persona es capaz de cualquier cosa”. “Yo no sé si esto hubiera pasado hace 7, 8 años hubiera tenido la misma difusión. Hoy en los medios es políticamente correcto hablar a favor del género, de los derechos de las mujeres, etc. Camilo García, que es un periodista políticamente correcto, queda atrapado en su propia argumentación, porque por defender la violencia de género termina habilitando de alguna manera la necesidad de mano dura.”
Según Silba, lo que aparece siempre es la necesidad de cualquier persona que forme parte directa o indirectamente de “la movida tropical”, de intentar desmarcarse de las representaciones hegemónicas y estereotípicas de los medios. “Cuando le vas a preguntar a alguien que escucha, produce o tiene un hijo que escucha cumbia, lo primero que te va a decir es ‘es verdad que hay drogas, alcohol, peleas y que hay chicas que quieren sexo con los músicos pero yo no soy’. Las chicas me decían ‘las peteras existen pero nosotras nada que ver’. Lo que cuenta la madre de la chica sobre lo que ocurrió es un argumento muy creíble respecto de lo que pasa realmente en las combis.
Hay un proceso de aprendizaje que se va dando desde la casa, de chiquitas. Los chicos saben que tienen que ir al frente y las chicas saben que tienen que ser sensuales como una forma de ser, como una forma de ingresar a un espacio de pertenencia, es decir, de construcción de identidad que les va a permitir formar parte. Ese proceso se evidencia cada vez más temprano: hay chicas de 8, 9 años que se comportan como adolescentes, pero eso está naturalizado.” En los bailes hay dos estereotipos generales de personalidad en las chicas: las más sumisas, que se muestran sexies para sus novios pero no para el resto de los varones, y las que muestran pero no se bancan por eso que las toquen y les pegan a los hombres. Cuando el pibe sale de una situación de manoseo es felicitado por su grupo de amigos y no responde a la agresión de la chica. Es un código, una manera de estar ahí. “Lo cierto es que la reacción violenta en un ámbito donde hay una actividad corporal tan intensa es bastante lógica y esperable. Nadie se sorprende”, explica.
Esta semana explotó el caso de Florencia Trías, una chica acusada de quemar a su pareja, el padre de su bebé, y que sumado al de Adriana Cruz, la mujer que ahogó a su hijo de 5 años para vengarse de su marido, parecen tomarse como puntos de fuga donde el mensaje que subyace es insistente: “¿vieron que no toda la violencia es de hombres a mujeres?”. En términos mediáticos, tematizar la violencia femenina parece insoportable. Que las mujeres sean de armas tomar en hechos violentos se debe mostrar enseguida como algo antinatural. Una de las cosas que Silba destaca en su trabajo es que ellas también se pelean, y las mismas chicas dicen “si viene un pibe y me toca le meto una piña”. El aguante, esta cuestión de ir al frente, de mostrar agallas, aparece permanentemente organizando las prácticas cotidianas, tanto en hombres como en mujeres, de manera distinta, según explica, y las Culisueltas lo demostraron esta semana con creces, cuando una de ellas pasó al frente de la riña verbal para agarrar del pelo a la contrincante y revolearle la cabeza, desatando una pelea masiva en cámara, que se puede ver por Internet. Según Silba, la incomodidad de las representaciones sexistas es una incomodidad de la clase media. “Ellas estaban contentísimas con las letras y las actitudes de los pibes en el baile. Se reían, les daba lo mismo. Es más, a algunas de las chicas que les dijeran puta, petera, atorranta, les divertía, porque también ahí está la cuestión de la forma de organizar la moralidad, quizás a la clase media le horroriza pensar que las chicas tienen sexo oral en la combi. Por ahí hay que tratar de reconstruir esta cuestión de que muchas mujeres no tienen sexo oral en la combi solamente para satisfacer a su ídolo, sino porque les gusta y porque es una forma de experimentar su propia sexualidad.”
Silba cita además la Historia del baile de Sergio Pujol, que recopiló toda la historia del baile del siglo XX y cuenta cómo en 1910 ya se agarraban a piñas y en general lo hacían por una mujer. “Entonces ¿qué es lo novedoso que se encuentra en este tipo de programas para que salten a la televisión y sean furor?”, pregunta. “Es como encontrar una respuesta: si ellos son violentos y además son capaces de abuso sexual a una menor, entonces hay una lógica en eso que se llama ola de inseguridad hace tantos años. Ellos son los responsables de esto que está pasando y para que deje de pasar necesitamos mano dura, leyes más duras con los menores, etc.”
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