RESCATES > SUSY KENT (1915 - 1994)
› Por Marisa Avigliano
Con nombre de actriz inglesa –como si fuera una compañera de elenco de Maggie Smith en el Royal National Theatre–, Susy Kent era sin embargo una actriz argentina de eterno reparto en las historias que Alberto Migré escribía en los sesenta y setenta y una de las voces más famosas del radioteatro de los años cincuenta. Se llamó Eugenia Krasnov hasta que cumplió los diecisiete y se presentó en Radio Cultura para dar una prueba. Como para muchas chicas de su edad que sabían tocar el piano y tenían “linda voz”, para ella el mundo de la radio era delirio y deseo, un paraíso al que se entraba con la oreja pegada al parlante, tan pegada como para poder definitivamente meter el cuerpo entero y salir al aire convertida en estrella. Una estrella con nombre y apellido nuevos y con una lapicera entrenada para firmar autógrafos. Sólo había que leer de corrido, interpretar, llorar y reírse frente al micrófono, sólo eso, y ella podía aprender a hacerlo. La prueba de Susy fue exitosa, tan exitosa como el argumento de una película rosa de aquellos tiempos en la que la chica con sombrerito y guantes claros se casa con el galán. El galán en este caso se llamaba Silvio Spaventa y juntos formaron una de las parejas más populares del radioteatro. Así como la de Nora Cullen y Guillermo Bataglia, la de Susy y Silvio era la figurita disputada cada año entre los empresarios que –entre contratos y exclusividades– buscaban un triunfo asegurado. El slogan lo vendía a él como “el más varonil” y a ella como “la más exquisita” y juntos protagonizaban los romances más melosos de “Las grandes novelas del aire”. Pero el matrimonio terminó y Susy se alejó un tiempo del éter milagroso. Después tuvo otros galanes (“pero no me casé con ninguno”, ironizó en una entrevista muchos años después), siguió haciendo radio, pero dejó de ser famosa. La televisión sólo iba a dejarla entrar como actriz de reparto, muy de reparto, con momentáneos destellos de protagonismo que sólo la maldad de los personajes que interpretaba le permitían de vez en cuando. Ser lo suficientemente insidiosa como para molestar a la pareja enamorada en las telenovelas de Migré, portando nombre de maléfica matriarca como el Roberta Mejía Guzmán de Pobre Diabla, se unía a una imagen que buscaba salir del anonimato. Con pelo oscuro, siempre recogido haciendo gala y destello de su pico de viuda, maquillada en exceso, con collares de perlas –souvenires de días de radio–, Susy fue de las que hablaban en la tele como aprendieron en la radio, “el que prueba ser actor de radioteatro no lo deja más” decía cada vez que alguien le preguntaba por su formación actoral o podía meter un bocadillo en los emblemáticos livings que cada año Migré organizaba con todo el elenco frente a la cámara para despedir el último capítulo de la telenovela. La actriz que salía en gira por los barrios en pleno éxito radial nunca más volvió a ser famosa. Fuera del cast asegurado en los libretos del autor de Rolando Rivas –en los ochenta fue parte de uno de los melodramas de Verónica Castro–, casi no se la veía en escena. Tampoco hizo cine, apenas tres o cuatro participaciones en la pantalla grande –recuerdo una muy fugaz en La Mary (1974)–. En un intento por recuperarse como estrella gracias a algún estertor mágico que continuara haciendo eco entre micrófonos y sonidistas, protagonizó en 1980 Bernadette, en Radio Argentina. “Una pena que no se hagan más radioteatros porque es el espectáculo más fascinante que se haya creado. Y el más barato”, sentenciaba resignada al olvido mientras pensaba en la década del cincuenta, en sus días de gloria, cuando las chicas la esperaban en la puerta de la radio para que les firmara una foto.
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