Viernes, 20 de julio de 2012 | Hoy
RESCATES
Júlia De Almeida (1862-1934) fue testigo y protagonista de la belle époque carioca. Sus crónicas “Ellos y Ellas”, plenas de humor, se publican por primera vez en español. Nadilza Moreira, especialista en su obra, presenta y rinde homenaje a una feminista avant la lettre.
Por Amalia Sato
Para poner en contexto a esta escritora se puede empezar por alguno de sus datos biográficos y así partir luego, más allá, a su obra y su vida como escritora.
Júlia nació en la ciudad de Rio de Janeiro en 1862. Sus padres eran portugueses letrados y emigrados. Tenía una salud frágil, no frecuentó regularmente la escuela, pero recibió las primeras enseñanzas de su hermana Adelina y luego de su madre, doña Antonia Adelina Pereira. Completó sus estudios con su padre, el Dr. Valentim José da Silveira Lopes, vizconde de Sao Valentim, dueño del Colegio de Humanidades y, posteriormente, con algunos profesores particulares de inglés y de francés. En 1875 hizo el primer viaje –de los muchos que haría– a Portugal, acompañando a la familia. Después circuló con frecuencia entre Brasil y el Viejo Mundo, sobre todo por Portugal y Francia, donde fijó residencia por algunos años. También viajó mucho por Brasil y conoció varias de sus regiones. En su libro de 1920, Jornadas no meu país, relata las experiencias por el sur de Brasil, en los estados de Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul, donde fue homenajeada y mereció un gran reconocimiento por su producción literaria. También estuvo en Buenos Aires. Llegó el 10 de octubre de 1922, invitada por el Consejo Nacional de Mujeres de la Argentina, para dar una conferencia que tituló “Brasil”. Ese mismo año el diario argentino La Nación publicó uno de sus cuentos más conocidos, con fuerte impronta naturalista, “La tuerta” (“A caolha”).
–Mi interés se nutre de mi convicción sobre la emancipación femenina. Cuando inicié mi estudio de doctorado quería trabajar con algo que se vinculara con mi vida personal, con mis valores y creencias. Como becaria del programa Fullbright en la Universidad de Princeton participé de cursos y seminarios cuyo abordaje privilegiaba la crítica feminista de tradición angloamericana, y una epistemología focalizada en mujeres escritoras que privilegiaba la construcción de una memoria literaria femenina, que debía visibilizarse e impactar en la noción de canon literario, planteando asuntos nuevos. Júlia me pareció una excelente elección para mis objetivos del momento.
Estoy de acuerdo en que Doña Júlia, como cariñosamente la llamaban sus contemporáneos, fue en vida una de las escritoras del siglo XIX más conocidas y leídas, tanto en Brasil como en el exterior. Pero, ¿cómo explicar la desaparición de su vasta obra literaria tanto del mercado editorial como de los programas de estudios brasileños? Podemos afirmar, sin equivocarnos, que esta desaparición se produjo por varios motivos. Por un lado, los cambios socioculturales y económicos por los cuales pasaba Brasil a principios del siglo XX; por el otro, el surgimiento de una nueva estética literaria: el realismo. Sin embargo, en mi opinión, la principal causa para eclipsar a esta escritora de la belle époque de los trópicos y a su obra literaria se produjo por prejuicio. Brasil, como tantos otros países, es de raíces culturales machistas y, por lo tanto, tiene mucha dificultad en asimilar y valorar una memoria femenina. Y este prejuicio resulta evidente cuando analizamos la ausencia de mujeres escritoras en el canon de la literatura brasileña decimonónica. Cuando observamos nuestra historia literaria contada en las antologías, vemos cómo nos hacen creer que las mujeres recién empezaron a escribir a partir de 1930, cuando Raquel de Queiróz, entonces una joven de 19 años, publicó O quinze; o peor, cuando en 1942 Clarice Lispector nos sorprendió lanzando su primera novela, Perto do coraçao selvagem. Así, el rescate de la vida y la obra de Júlia Lopes de Almeida es parte de una lucha ideológica más amplia, iniciada por las feministas, que desea dar visibilidad a una memoria literaria femenina y feminista. Y se viene dando a través de proyectos de investigación institucionales desarrollados, sobre todo, en programas de posgrado. En el mismo eje de estudios tenemos como referencia del rescate de la producción novelesca de Júlia a la Editorial Mulheres, en Florianópolis, propiedad de la profesora Zahidé Muzart, que ya reeditó las más significativas, como A viúva Simdes, A Falência, entre otras. Existe también el Grupo de Trabajo Mulher e Literatura, vinculado a la Asociación Nacional de Letras y Lingüística (Anpoll), que mucho viene contribuyendo a la revalorización y divulgación de escritoras.
–Sí. Júlia siempre estuvo vinculada a grupos literarios y vivió muy próxima a la intelectualidad carioca, pues no sólo pertenecía a una familia de artistas –su padre era médico y dueño de un colegio, su madre era pianista– sino que se casó con un poeta portugués, Filinto de Almeida, quien mucho la incentivó en su actividad de escritora. En la convivencia con intelectuales, ella también se aproximaba a otras escritoras, como las poetas Francisca Júlia y Júlia Cortines, que junto con nuestra Júlia eran el grupo de las Tres Júlias, según Lúcio de Mendonça, académico y autor del polémico artículo “As três Júlias”, en el cual describe los motivos por los cuales las tres fueron dejadas al margen de la Academia Brasileña de Letras, fundada en 1897.
–Júlia no asumió públicamente una postura feminista. Fue muy hábil al apropiarse del territorio masculino de las letras, espacio considerado en su época como impropio de las mujeres, y se estableció como una escritora respetada por sus pares –los escritores– y apreciada por un público lector fiel. No fue una escritora polémica, pues logró desarrollar una literatura dirigida a las mujeres, considerada “de buen tono”, y de esta manera negoció con los valores patriarcales sus temas ficcionales recurrentes, como la educación y el trabajo femenino.
–Con los otros periodistas, sus contemporáneos, mantuvo siempre una política de buena convivencia. Pero tenía a algunos que le eran más cercanos, como Joao do Rio, Joao Luso u Olavo Bilac, entre otros, que frecuentaban asiduamente su casa. Ella y su marido acostumbraban abrir las puertas de su caserón en Santa Teresa, barrio de la burguesía carioca ascendente, y recibir, en el salón verde, con gran estilo. Así los describe Joao do Rio en su famoso artículo-entrevista titulado “Un hogar de artistas”, que se publicó en Gazeta de Notícias de Rio de Janeiro en 1905: “(...) La casa queda a diez minutos de la ciudad y es como si estuviera perdida en un barrio apartado. No hay vecinos. No hay tránsito por la calle. La sala, de una confortable amplitud inglesa, tiene una biblioteca con los libros preferidos de los poetas... y varios cuadros de firmas notables..., un escenario de apoteosis se divisa por las ventanas – el escenario de Rio con su estrépito de sonidos y colores, el tumulto de sus callejuelas, los morros agujereados con casas, el perfume de los jardines y la enorme extensión de la bahía en el fondo–”.
–Creo que la influyeron mucho los viajes y las ideas de escritores prominentes a las que accedió por la lectura de obras polémicas, y esa familiaridad con estos ideales quedó expresada en muchas de sus novelas, cuentos y dramas.
–Júlia era una gran lectora y sus libros nos prueban que hizo un buen uso de ellos. Su padre la introdujo en el conocimiento de escritores portugueses como Camilo, Júlio Diniz, Garret, Herculano, y el marido en la lectura de los modernos de aquel tiempo: Zola, Flaubert y Maupassant, quien le provocó una gran admiración.
–Creo que los textos, así como los autores, están siempre en diálogo. Machado, el gran contemporáneo de Júlia, fue muy admirado por nuestra autora y le manifestó su aprecio dedicándole un cuento, “Perfil de negra”, en su antología Ansia Eterna, de 1903. En lo que respecta al tema del adulterio, Júlia lo trató en algunos cuentos y novelas como A Falencia (La quiebra), A Viúva Simoes (La viuda Simoes), entre otros. El punto de vista del narrador almediano es siempre complaciente con las infidelidades femeninas, o sea, omite juicios moralistas sobre el comportamiento de las protagonistas adúlteras, y a lo largo de la trama da a estas mujeres la posibilidad de reflexionar y las transforma en ejemplos de superación.
–Las crónicas de la antología Ellos y Ellas, antes de publicarse como libro en 1910, aparecían en la columna Dois dedos de prosa, que Júlia sostuvo en el diario O País por casi treinta años. Se organizaban por temáticas como “Reflexiones de un marido”, “Reflexiones de una esposa” o “Reflexiones de una viuda” de acuerdo con el asunto abordado. Tuvieron gran repercusión en la transición de los valores morales, sociales y culturales que la sociedad carioca atravesaba con las transformaciones sufridas por la Ciudad Maravillosa en el proceso de modernización. Rio pasaba por cambios urbanísticos y sanitaristas, con el objetivo de que la joven nación tuviera una capital como las naciones desarrolladas europeas.
–La narrativa corta de Júlia Lopes de Almeida tuvo algunas traducciones al francés y el español, pero creo que esta traducción de “Ellos y Ellas” es importante para divulgar parte de la memoria literaria de una escritora brasileña estrechamente vinculada con el movimiento de escritoras argentinas y el pensamiento emancipatorio de América latina. Así esta labor editorial queda bien ubicada en la agenda feminista de políticas de visibilidad y revalorización.
No puedo abstraerme, enajenarme, sin que mi marido no intente insistentemente penetrar hasta lo más recóndito de mi alma, con la autoridad de su poder absoluto y enemigo de misterios.
Cerca de él empiezo a preocuparme por disimular hasta las inercias de mi imaginación. Entiende que, hablando o callada, no me debo ocupar sino de su persona, sin dar permiso al desahogo de una sola idea en que su imagen no se refleje. Se diría que, con el derecho de posesión de mi cuerpo, adquirió el de todos los pensamientos que broten de o atraviesen fugazmente mi cerebro, espantándose de ciertos devaneos, como un labrador se indigna al ver entre los cereales plantados por su mano, en tierra suya, cómo surgen florcitas agrestes, con las que no contaba, y que el viento misterioso trajo y de las que por allí esparció las semillas.
Cuando en los fugitivos segundos de abstracción despierto con su voz, que me pregunta: ¿En qué estas pensando? y le veo las pupilas verdes traspasadas por una curiosidad inquieta que se fijan tan autoritariamente en las mías, me estremezco, como si hubiera sido pescada en flagrante delito de una fea culpa, cuyo nombre ignoro.
Cada edad tiene su entendimiento... ¿Quién lo mandó casarse con una mujer bonita y mucho más joven que él? ¿Si fuera fea... o tuviera 15 años más, que sería la edad justa, rebuscaría en mi alma con tan desesperada ansiedad?... ¿Quién me responderá?
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