MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Los vestidos ceñidos y con pronunciados escotes halter, el uso de texturas con lunares –además del pronunciado lunar en su mejilla–, la falda lápiz a la rodilla, el uso de unas gotas de Chanel N0 5 como único artificio para dormir ilustran las imágenes más populares de Marilyn Monroe, pero hay otras facetas menos divulgadas: el momento en que vestida con jeans (en su mayoría Levis), Monroe fue a clases de literatura o practicó pesas, y también el vestido negro casi monacal con el cual posó en una de sus últimas fotografías realizadas por Bert Stern.
Entre los infinitos homenajes a Monroe, que coinciden con los cincuenta años de su muerte, acontecida el 5 de agosto de 1962, se incluye el lanzamiento de nuevas biografías, series y musicales alrededor de su figura, pero también impera el espíritu revisionista de su indumentaria.
Primero fue una docena de atuendos para cine ideados para Marilyn por Costume Designers, que integran el patrimonio de David Gainsbourough Roberts –el mayor collector de su memorabilia– que hasta junio exhibió en su sede de Londres la agencia Getty, junto con fabulosas fotos que componen su abundante banco de imágenes: allí Monroe apareció en sesiones de maquillaje casero, alistando sus medias, probándose un atuendo corsetero con plumas rosas para una gala benéfica, en shorts y sin maquillaje alguno. Luego, y hasta noviembre de 2012, la colección de atuendos de Monroe creció al centenar, cuando sumó más trajes y su colección pública y privada de zapatos, que reúne el Museo Salvatore Ferragamo, en su palacio de Florencia.
Si bien el diseñador de vestuarios para cine Orry Kelly se llevó un Oscar al mejor vestuario de uno de los filmes de Monroe, Some Like It Hot, el francés Jean Louis fue otro de sus mayores cómplices en vestuarios para exaltar sus curvas y quien le ideó el vestido de seda color piel que luciría transparente: “Un vestido que sólo Marilyn Monroe se atrevería a usar”, dicen que dijo al dar instrucciones sobre el outfit para susurrarle “Happy Birthday” al presidente John Kennedy ante una multitud y en el Madison Square Garden.
Es vox populi que luego de abandonar las sandalias con taco o capellada de acrílico tan afín a las estampitas de las pin-ups y las tomas para calendarios donde modelaba los trajes de baño de sus comienzos, Monroe fue fan confesa del zapatero italiano y le encargó el mismo modelo de zapatos stiletto en diversos colores y texturas de modo compulsivo. Muchos de ellos, ya en satén con piedras, cueros exquisitos y versiones en taco aguja de los zapatitos del Mago de Oz (que usaría como complemento del vestido rojo atiborrado de pedrería en Los caballeros las prefieren rubias) componen el placard para fetichistas que se puede visitar en ese museo y oda al zapatero para divas y a Monroe.
En el palazzo Spini Ferroni, más de treinta pares de zapatos de etiqueta Ferragamo se exhiben entre cajitas de cristal, junto a vestuarios para Niagara, La comezón del Séptimo Año, Los inadaptados - The Misfits, su último film con trama y estética de western donde compartió protagonismo con Clark Gable y Montgomery Clift.
Otros indicadores del estilo Monroe enfatizan el abundante uso de carmín, ya que se aplicaba hasta cinco capas de rouge, que no usaba corpiño, que a modo de artilugio para contonear mejor las caderas en Niagara llevó un taco más alto que el otro... Y entre el anecdotario alrededor de su traje más célebre, el modelo color tiza con falda plisada que voló con tracción de ventiladores en La comezón del Séptimo Año de Billy Wilder, se impone destacar que fue diseñado por William Travilla. La dupla Monroe-Travilla se conoció en la Fox y él fue el autor de sus atavíos en ocho films, entre 1952 y 1956.
Cultor de un estilo californiano, lejos de las galas de la alta costura francesa, con frecuencia Travilla recordó el día en que la conoció: “Golpeó a mi puerta para preguntarme si podía usar el vestidor para probarse un modelo, iba vestida con un traje de baño negro, dejó caer sus breteles y supe que lo había hecho a propósito”. Unos años después ella le dedicó un desnudo, un modismo que llevó con la misma calma y comodidad que cualquiera de sus vestidos, y le escribió en una foto “William querido, vísteme siempre. Te adoro. Marilyn”.
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