TENDENCIAS
Es verdad, en la mayoría de los casos las malas siguen siendo morochas –y rebeldes–, las rubias tontas y enamoradizas y el gimnasio el templo en el que todas se arrodillan. Pero tampoco se puede despreciar el protagonismo de las chicas bravas en sagas de acción en las que antes sólo esperaban ser rescatadas. Ahora, además de defenderse solas, han logrado cachets más abultados que los de los varones.
› Por Mariana Enriquez
El género de acción
siempre les perteneció a los hombres. Protagonistas y productores varones,
público masculino, un imaginario hecho de músculos, armas, choques
y explosiones atómicas. En ese universo entraban las mujeres, por lo
general damiselas en apuros, rescatadas a último momento, ornamentales
y curvilíneas, eternamente agradecidas al hombre de los brazos de hierro.
Pero algo está cambiando en Hollywood. Comenzó el verano pasado
con la primera entrega de Lara Croft: Tomb Raider y Los Angeles de Charlie y
terminó de configurarse este año con las secuelas Lara Croft:
Tomb Raider. La cuna de la vida, Los Angeles de Charlie: Full Throttle y Daredevil:
El hombre sin miedo. La taquilla está dominada por heroínas de
acción y actrices que cobran hasta veinte millones de dólares
por desplegar belleza y kick-boxing en superproducciones recargadas. Lara Croft:
Tomb Raider llegó a recaudar los trescientos millones de dólares.
El caso de Los Angeles de Charlie es especial porque además quien produce
la saga es Drew Barrymore, una de las protagonistas, lo que significa un cambio
radical en una industria donde los hombres ocupan los puestos de poder real;
la primera película recaudó 250 millones de dólares, y
todo indica que la secuela superará esa cifra. Y el fenómeno no
se limita al cine: en la televisión, la serie Alias, protagonizada
por Jennifer Garner (29 años), bate record y la bella heroína-espía
ganó un Emmy el año pasado; otra serie exitosa, Birds of
Prey, tiene por protagonistas a tres heroínas, hijas de los superhéroes
como Batman y Gatúbela.
Algo está claro: el tiempo de los héroes musculosos llegó
a su fin, y no hay recambio. Sylvester Stallone ya es un hombre mayor que no
sabe qué hacer con su carrera. Arnold tiene éxito con el imperecedero
Terminator, pero parece mucho más interesado en salvar al estado de California
de la hecatombe fiscal. Bruce Willis se está tomando un descanso; además,
él fue quien contribuyó a la caída en desgracia del héroe
todopoderoso cuando lo autoparodió en las últimas entregas de
Duro de matar. James Bond y ahora Triple X (Vin Diesel) gozan de buena salud
pero el espía seductor todo terreno nunca fue el héroe de acción
a la norteamericana; siempre perteneció a otra categoría menos
brutal, más sofisticada. Los nuevos héroes de acción son
bellos, vulnerables y no tan viriles: Keanu Reeves como el sufrido Neo de Matrix,
Ben Affleck como el ciego Daredevil-El hombre sin miedo y hasta el tierno de
Tobey Maguire como El hombre araña. A los nuevos varones sensibles se
les contraponen las chicas, algunas divertidas, otras trágicas, todas
poderosas. Y mientras tanto, las feministas que analizan la industria cultural
discuten si este cambio es revolucionario o si sólo se trata de un nuevo
estereotipo para satisfacer la taquilla y proveer a los hombres de mujeres hermosas
que ahora, en vez de suplicar, patean.
Angelicales
Cameron Diaz,
Drew Barrymore y Lucy Liu se están divirtiendo muchísimo. Eso
es casi todo lo que puede decirse de Los Angeles de Charlie: FullThrotlle, una
película muy entretenida, completamente gratuita, llena de chistes internos
y secuencias de acción vertiginosas y banales. Las chicas, al servicio
del incorpóreo Charlie, tienen que encontrar unos anillos de titanio
que llevan grabados los nombres de testigos protegidos. Pero la misión
es apenas una excusa para que ellas se cambien de ropa por lo menos treinta
veces, vuelen por el aire, demuestren que aprendieron kung-fu, hagan un strip
tease, surfeen y manejen motos. Además, la película es el pretexto-vehículo
para que Demi Moore, estupenda y firme como una roca a los cuarenta, vuelva
a la pantalla grande con toda la gloria como la villana Madison. Es sintomático
que el primer cameo sea de Bruce Willis, que muere a los dos minutos. A partir
de ahí, todos los varones que aparecen, malignos o buenazos, son unos
inútiles.
Es cierto, no hay un cambio profundo. Las chicas son enamoradizas. Natalie (Cameron
Diaz) es una rubia preciosa, cándida y tonta. No usan armas, ni matan
a nadie. No hay proclamas feministas. Pero sería ceguera no reconocer
los matices, aportados especialmente por Drew Barrymore (Dylan), que por algo
es la productora: Dylan no se enamora, se calienta; se la pasa ponderando la
belleza de los muchachos, y el villano resulta ser un impresentable ex novio
de su adolescencia. Está hermosa, pero está gordita, y eso no
le impide ser tan o más sexy que las demás. Ella tomó la
decisión de que los ángeles no usaran armas, para marcar una diferencia
de género: los varones son los que hacen la guerra de verdad, ellas se
las arreglan con las manos y no necesitan de instrumentos ortopédicos.
La Barrymore, representante de la aristocracia de Hollywood, nieta de John Barrymore,
ahijada de Steven Spielberg, madrina de Frances Bean Cobain (la hija de Kurt
y Courtney) es la que imprime ironía y hace uso de su famoso pasado;
es la sobreviviente y la hija de la industria, y su mano resignifica toda la
puesta de Los Angeles de Charlie: las chicas son en efecto tontas, pero a propósito.
Es un gran chiste el personaje de Jason, novio de Lucy Liu, que trabaja como...
actor tonto de películas de acción. Pero muchos críticos
no consideran que la ironía sea suficiente para perdonarles la vida.
La mecha la encendió Leonard Goldberg, el productor original de la serie
en los años 70, y coproductor de la última entrega. Según
él, Los Angeles de Charlie marcó el comienzo del empoderamiento
de la mujer en la cultura pop. Y estalló la polémica. La
ensayista Anne Taylor Flemming escribió: Las chicas están
de vuelta a todo vapor, amasando una fortuna, en helicópteros y motos,
risueñas y morales, con sus maravillosos movimientos y sus espectaculares
abdominales, un trío de vengadoras angelicales, llegando a golpes de
kick box hasta el cielo de la taquilla. Entonces, ¿por qué me
ponen de mal humor? Porque la conclusión es que las mujeres tenemos que
hacer lo mismo que los hombres. Tenemos igualdad para matar, patear y ahorcar.
Estas chicas son las nietas tontas de Harry El Sucio. Su violencia es aceptable
porque es de historieta, fácil de tragar. Al menos las películas
de Clint Eastwood tenían alguna complejidad moral. Lo que molesta es
que se venden como figuras de empoderamiento para las jóvenes. Empoderamiento
es la palabra posfeminista para encubrir los excesos del marketing: éstos
son los nuevos iconos, chicas de cuerpos perfectos que no toman prisioneros
y usan bikinis y botox. Para ellas la liberación es que la vulgaridad
sea una virtud tácita, y usan la violencia en nombre del empoderamiento.
También significa que se puede ser risueña y aniñada en
la mezcla, como una disculpa por esa fortaleza.
Los Angeles de Charlie, la serie, siempre estuvo en el centro del
debate feminista. Cuando se estrenó en 1976 con el recordado trío
Farrah Fawcet, Jaclyn Smith y Kate Jackson, fue los miércoles a las 22
porque la cadena ABC notó que el 60 por ciento del público a esa
hora eran mujeres. El productor Aaron Spelling aportó un presupuesto
sin precedentes de $20.000 por capítulo para maquillaje, peluquería
y ropa. En noviembre de1976 la serie llegaba a la tapa de Time. La periodista
feminista Judith Coburn escribió: Es uno de los programas más
misóginos de la historia de la televisión. Supuestamente es sobre
mujeres fuertes, pero perpetúa uno de los mitos más dañinos
para la búsqueda de igualdad profesional: que las mujeres usan el sexo
para conseguir lo que quieren, incluso en su trabajo. Además, es una
versión del fiolo y sus chicas. Charlie las manda a resolver sus asuntos,
y se queda con todos los beneficios.
La serie llegó a su fin en junio de 1981, después de 109 episodios.
Fue un intento de aprovechar el movimiento de la lucha de las mujeres, e incluso
incluía guiños: Farrah Fawcet nunca usaba corpiño. A pesar
de las objeciones, muchas feministas aceptaron que consiguió buenos cachets
para actrices, y abrió el horario nocturno televisivo para el público
femenino, al que se había ignorado a pesar de ser mayoría.
Este es el significado que la serie tuvo para muchos, inclusive Drew Barrymore.
Aunque los Angeles originales eran objetos sexuales y chicas morales, atributos
sexistas, había algo más: Yo lo leía de otra manera,
y encontraba elementos de inspiración y autonomía. Eran atléticas,
atrevidas, y escapaban del tradicional lugar femenino, hasta donde podía
llegar la televisión de los años setenta. Era cursi y gracioso,
pero me hacía creer que las chicas podíamos ser y hacer lo que
queríamos. El homenaje de Barrymore llega a su clímax en
Full Throttle cuando, hacia el final, aparece Jaclyn Smith, rodeada de un dorado
halo mítico. Después de charlar con Jaclyn, Drew-Dylan toma la
decisión de moler a golpes a un hombretón que, sentado en la barra,
no hace más que tocarle el culo cada vez que ella se levanta para ir
al baño.
Pero, ¿por qué buscar tanto subtexto cuando el texto está
tan claro? Gracias a Los Angeles de Charlie las mujeres están ganando,
por primera vez en la historia de Hollywood, salarios iguales o superiores a
los de los astros varones. Y abre una posibilidad para que existan más
mujeres en los lugares de decisión de la industria.
Tumbera
Lara Croft:
Tomb Raider. La cuna de la vida está a punto de estrenarse en Argentina,
y en Estados Unidos destroza la taquilla y catapulta a la bellísima Angelina
Jolie a un estrellato sin precedentes. Lara es el personaje que Jolie nació
para interpretar. La hija de Jon Voight es una actriz dúctil, pero también
es un personaje público fascinante. Bisexual, amante de los tatuajes
y la sangre, coleccionista de cuchillos, recién divorciada de Billy Bob
Thornton después de un romance más que tórrido, Angelina
acaba de adoptar a un niño camboyano, piensa comprarse una casa en la
tierra de su hijo y trabaja para una ONG que se ocupa de los refugiados de guerra.
Angelina es una mujer bastante extrema. Lara también: hija de un arqueólogo
mítico, británica, vive en una mansión con un mayordomo
y un genio de las computadoras que provee de escenarios virtuales para ella
practique luchas con brutales enemigos, y recorre el mundo protegiendo reliquias
poderosas que siempre están a punto de caer en manos de villanos inescrupulosos.
Lara Croft es una mezcla de Indiana Jones con James Bond, sólo que los
triplica en atractivo sexual. Y eso sólo puede hacerlo Angelina, la última
mujer fatal.
En la primera película, Lara evitaba que los Iluminatti, una orden de
hombres poderosos, se apoderara de un triángulo mágico que cambiaría
el curso del tiempo. Viajaba a Camboya, Venecia y Rusia, ataviada en shorts
y musculosa negra, armada hasta los dientes, con una larga trenza; rara vez
se despeinaba. Lara maneja jeeps, se mete en ruinas como en su casa, habla cualquier
idioma, nunca usa vestidos. Pero aunque es una profanadora de tumbas, es respetuosa
de las otras culturas, y este dato es central para el subtexto feminista de
Lara Croft: los hombres destrozan y sólo buscan poder y dinero; Lara
busca la gloria y la eficacia y abraza lasdiferencias. Es la heroína
para el bienpensante global. También es una máquina de precisión
letal, y una sex symbol casi sobrenatural.
En la nueva película, Lara debe rescatar nada menos que la caja de Pandora
de las manos de un villano loco, que quiere abrirla y desatar una plaga en el
mundo, tema bastante arriesgado teniendo en cuenta la paranoia mundial sobre
las armas biológicas. En su derrotero, viaja a Kenia, Hong Kong y Grecia,
de la mano del director Jan de Bont.
Lara Croft es, originalmente, un personaje de videojuegos, muy exitoso desde
su lanzamiento en 1996. Esa concepción virtual es la que tiene a las
feministas trinando. Muchas creen que Lara Croft no es más que una nueva
expresión de sexismo. Kathy Newman, feminista del Partido Socialisa Democrático
norteamericano, lo resume así: El cuerpo de Lara Croft, su cintura
mínima, su enormes pechos, es una imposibilidad física. Es una
Barbie de la era informática: una mujer con sus dimensiones no podría
caminar, mucho menos salvar al mundo. Seguro, Lara se resiste a ser una dama,
duerme a cualquier hombre de una piña y no sabe cocinar. Sin duda esto
apela al deseo de las mujeres jóvenes de romper los moldes femeninos,
pero no la convierte en un icono feminista. Es una creación de una industria
sexista que vende productos que refuerzan la idea de la mujer como objeto sexual.
Para ser una mujer fuerte, hay que ser Angelina Jolie. Hay que conformar el
estereotipo de belleza de Hollywood, una camisa de fuerza tan opresiva como
cualquier otra. La analista Emma Tom, sin embargo, fue más práctica:
Es cierto, Lara tiene algunas irregularidades anatómicas. Pero
sigue siendo una alternativa válida, y un posible icono feminista en
la cultura pop. Prefiero ver a una mujer imposiblemente glamorosa que sabe cómo
cuidarse a sí misma, antes que una que se sienta y chilla hasta que llega
el hombre a resolverle sus problemas.
Eléctricas
En televisión,
las heroínas de acción ocupan un lugar privilegiado. La latina
Jessica Alba protagoniza Dark Angel, como una superpoderosa genéticamente
alterada. Sarah Michelle Gellar sigue vigente como Buffy la cazavampiros, una
heroína con algo de sobrenatural que funciona como metáfora perfecta
de angustia adolescente. Pero la estrella es Jennifer Garner, la protagonista
de la serie Alias (puede verse por el canal AXN) y ahora la Elektra
del film Daredevil-El hombre sin miedo. Es la primera actriz criada para ser
heroína de acción. Angulosa y espectacular, salva a la fallida
Daredevil con su sensual escena de entrenamiento, mientras suena Evanescense
(un grupo de hard rock liderado por otra chica, Amy Lee) y ella patea bolsas
de arena y gira en el aire, en una impresionante demostración de fitness.
La escena de cortejo con Ben Affleck también es antológica: consiste
en una juguetona pelea kung-fu donde queda claro que ella puede enamorar y matar
al héroe. Elektra es, además, la glamorosa hija de un millonario.
Para el personaje, Jennifer tuvo que usar vestidos deslumbrantes, y además
hacer una rutina de cinco horas desde las 4.30 de la madrugada, con kick-box
y tae-kwon-do, además de una dieta sin azúcar ni grasas. Nada
muy diferente a lo que venía haciendo en la serie de TV. La Garner no
tiene paz, y ella sola está convirtiendo al fitness en el nuevo glamour,
algo que de alguna manera inició Madonna, con su trabajado y esforzado
físico de gimnasio.
En Alias, Garner es Sidney Bristow, una estudiante universitaria
que les dice a sus compañeros que trabaja en un banco, cuando en realidad
es una agente que trabaja tanto para la CIA como para la SD-6, una agencia renegada
que trabaja en contra de... la CIA. La serie es un gran producto, especialmente
desde la aparición de la madre de Sidney, la sensual Lena Olin (La insoportable
levedad del ser), una traidora agente de la KGB. Los productores usan a Garner
como una muñeca: su cuerpo acepta cualquier disfraz y pelea; el guión
usa la doble vida de Sidney como una metáforapara el conflicto emocional.
Ya ganó varios Emmy, y un Globo de Oro para Jennifer como mejor actriz.
A Daredevil no le fue tan bien, pero el público adoró a Elektra.
El problema es que la heroína muere, y los productores están devanándose
los sesos: ¿la solución será una precuela, con Elektra
como protagonista, o sencillamente la harán volver de la muerte? No se
sabe, pero sí está claro que, si hay segunda parte de Daredevil,
será sólo para volver a ver a Elektra.
La crítica está fascinada con Jennifer Garner, y aún no
truenan las objeciones. Tímidamente, algunos se atreven a apuntar que
la moral del esfuerzo, estos cuerpos aceitados y listos para todo, son otra
forma de encorsetar a las mujeres, que ahora no pueden echarse a engordar en
paz. Habrá que esperar para comprobar si la era de las heroínas
karatecas es pasajera, o si llegó para convertirse en un nuevo modelo,
otra forma de ser mujer en el caprichoso mundo de Hollywood.
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