Llevaba siempre un anillo con el escudo de la familia, un accesorio que mostraba fidelidad a la distinción de estilo francés, pero sobre todo lealtad al linaje, a su origen, a su clase social revestida de elegancia y antiperonismo. Elena Holmberg creció en un hogar conservador, rodeada de un entorno militar, con más rechazo al populismo que amor a la democracia. El devenir de su historia la llevó a elegir una carrera diplomática y a trabajar en la embajada argentina en París desde 1972.

Luego del golpe militar, Holmberg fue puesta al mando del Centro Piloto en la capital francesa, un espacio que tenía la intención de convertirse en el foco de la lucha contra la “campaña antiargentina” que crecía desde Europa y que la Junta Militar quería derribar. Fuera de las fronteras, aumentaban los rumores sobre los desaparecidos, las madres que buscaban a sus hijos, mientras el silencio se extendía desde el poder. Los militares creyeron necesario revertir la mala imagen y para eso eligieron a una mujer: una mujer con un cargo en un mundo de hombres. Pero no una mujer más, porque Elena tenía una ideología de derecha, pero tenía también un código de ética familiar que la obligaba a honrar su verdad. El Centro Piloto se convirtió en pocos meses en una zona manejada por Emilio Massera, a quien Holmberg desaprobaba. Esa disidencia la ponía en peligro y no supo darse cuenta a tiempo de que sus contactos con el presidente de facto, Jorge Rafael Videla, no iban a poder salvarla. Ella conocía todos esos turbios manejos administrativos que la dejaron en un lugar de sospecha para los hombres de Massera, que empeoró a fines del ’78, cuando empezó a comentar la existencia de una reunión oculta entre el almirante y la cúpula montonera para sellar un pacto millonario entre los supuestos enemigos. Poco después fue enviada de vuelta a Buenos Aires y el 23 de diciembre su cuerpo fue hallado flotando en el Tigre.

El libro de Andrea Basconi, Elena Holmberg, la mujer que sabía demasiado, comienza con el relato del último día que se la vio con vida, el 20 de diciembre de 1978, cuando fue secuestrada a sus 47 años al salir con su auto de un garaje ubicado sobre la calle Uruguay. Desde ese momento, el texto se vuelve una narración atrapante y fluida sobre el peregrinaje de sus hermanos, primero para encontrarla, y después para lograr entender quiénes y por qué la mataron. El libro revela una trama de ocultamientos que continúa 34 años después del crimen. Decir y desdecirse, destapar una verdad para volver a taparla, correr el significado, borrar testimonios una y otra vez fueron las estrategias de los involucrados extrafamiliares que enfrentó la autora para escribir el texto, que en principio fue la investigación de su tesis de maestría. “En el plan sistemático de exterminio de personas pergeñado por la dictadura militar no había bandos sino obstáculos a un proyecto de poder”, escribe Basconi y ahí está la hipótesis que viene a cuestionar el mito romántico que cree que la dictadura mataba sólo por ideología o por un pensamiento disímil. El libro, editado recientemente por Sudamericana, da cuenta de una matanza que evidencia una interna atroz, en la que no importaban las creencias, ni siquiera el apoyo ideológico, sino la necesidad de dejar el camino libre para los intereses políticos personales. “Elena no pertenecía a ese gran colectivo ideológico que integraban los miles de desaparecidos.” Y no fue la única: Héctor Hidalgo Solá, Marcelo Dupont, Fernando Branca y Rodolfo Pondal también habrían sido asesinados para evitarle “contratiempos” a Massera.

La enunciación transita así dos ejes que dialogan en el texto, la revelación, por un lado, del plan sistemático ideado para satisfacer los deseos de poder y, por otro, del entramado de secretos que ni las causas abiertas lograron derrumbar.