EQUIDAD
El 75 por ciento del cuidado infantil en la ciudad de Buenos Aires está a cargo de mujeres y sólo un cuarto en manos de varones. La desigualdad a la hora de cuidar a niños, niñas y adultos mayores es evidente en la tarea todavía más invisibilizada del trabajo femenino: cambiar pañales, ver carpetas, bañar, alimentar y un etcétera que no termina más. Las investigadoras Eleonor Faur, Valeria Esquivel y Elizabeth Jelin realizaron una tarea en donde se visibilizan las dificultades de los sectores populares y medios para trabajar y llevar adelante la crianza de sus hijos e hijas.
› Por Luciana Peker
Una mujer le cambia los pañales a un bebé: cuida que no se caiga, que no se desparrame el enchastre, que el bebé se incomode por el menor tiempo posible, que la cola no se irrite, que se entretenga con un juego mientras se lo limpia, que el pañal y el óleo calcáreo estén cerca para no tener que estirar una mano lejos y sostener al bebé con la otra mano) uf, eso es parte de cambiar a un bebé. Un varón abraza y cambia a su hijo en medio de una tarde de verano (eso implica sacar y poner las zapatillas, llevar un bolso con ropa extra por si se moja o se ensucia, lograr que el niño se quede quieto y conseguir la misión prometida). Una mujer mira a su hijo bañar (lo observa para que no se levante, lo convence de enjabonarse, lavarse el pelo y, mucho peor, dejarse sacar el shampoo estirando la cabeza para atrás con tal de que no le caiga ni una gota picante en los ojos, lo entretiene con una timba de juguetes acuáticos y ya tiene preparado el cepillo para peinarlo y el chupete para calmarlo). Una mujer le da un yogurt a un bebé (pero antes le puso el babero, una tarea que puede irradiar una ola de llanto o implicar un simple nudo) y lo montó sobre una sillita llena de juguetes para que en el tiempo que transcurre de la heladera a la cuchara y de la cuchara al avioncito el bebé esté siempre entretenido con botones para tocar y colores para mirar. Una mujer mayor apoya sus manos en la bacha para que una nena se lave las manos (una frase que se puede decir una o diez veces, o que puede ser un simple goteo si no se relojea que realmente el jabón pase por las manos). Una mujer le lava los dientes a la niña (es maestra jardinera por el guardapolvo pero entre sus misiones está hacerle abrir la boca grande y aunque quiera cerrarla lograr cepillar cada muela y cada diente, tal vez por eso su mano está tan firme sobre la cabeza de la nena). Una chica pasa el peine (mientras la nena que pone el pelo pone también cara de tortura china mientras frunce todos los músculos de su cara), pero ella no se amedrenta ante nudos ni rabietas hasta que el cepillo pase como si nada.
Estas son algunas de las imágenes cotidianas que tomó el fotógrafo e investigador Matías Bruno en su ensayo fotográfico “Coreografías del cuidado”, que forma parte del libro Las lógicas del cuidado infantil entre las familias, el Estado y el mercado, que editaron Valeria Esquivel, Eleonor Faur y Elizabeth Jelin. La publicación contó con el apoyo del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES); el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). En la Ciudad de Buenos Aires sólo un cuarto del cuidado infantil está a cargo de los varones, mientras que el 75 por ciento de esas infinitas tareas cotidianas les corresponde a las mujeres. Y, a pesar de que la mayoría (65 por ciento) trabaja afuera, también gran parte (60 por ciento) trabaja adentro del hogar. En total, ellas le dedican entre tres y cinco horas exclusivas al cuidado de los hijos/as, y los varones entre una y dos.
Las diferencias son claras. En Clarín porteño, por ejemplo, el año pasado se publicó, en la sección “Definición”: “Tareas domésticas: lo que hace una mujer y nadie lo nota, pero si deja de hacerlo, todo el mundo lo advierte enseguida”. El planteo que no se advierte es por qué las tareas domésticas –esas que se borran tan rápido como un plato lavado vuelve a ensuciarse– tienen que estar en la esponja de una dama.
De hecho, cinco de cada diez argentinos/as todavía creen que el rol más importante de la mujer es, “por su naturaleza”, cuidar de su hogar y dedicarse a la crianza de los hijos, según una nota de Mariana Carbajal publicada en Página/12 el 27 de marzo del 2012, con datos de una encuesta nacional de la consultora Ibarómetro, en donde seis de cada diez entrevistados/as reconoce un ambiente machista en la Argentina. Y por casa, ¿cómo andamos? “En el 50 por ciento de los encuestados/as, el esquema más adecuado es aquel en el que el hombre y la mujer trabajan lo mismo y los dos se ocupan por igual del hogar y los hijos. La mitad restante se inclina por alternativas más asimétricas: casi un 32 por ciento elige que “la mujer trabaje menos y se ocupe más del hogar y de los hijos”, y un 16,5 por ciento prefiere el modelo “más tradicional”, donde sólo el hombre trabaja y la mujer se encarga completamente de las tareas domésticas y los hijos”, señala Carbajal.
A modo de juego, la pareja del verano –Paula Chaves y Pedro Alfonso– mostró su convivencia, aunque, en verdad, reflejaban cómo dos personas que hacían teatro (justamente la obra Despedida de soltero), en Villa Carlos Paz, o eran famosas a la vez, mantenían su cuota de desigualdad puertas para adentro, aunque fuese una asimetría fashion. “Peter no sabe hacer asado. Tampoco ordena. Ni limpia. ¡No levanta una cuchara!”, criticaba ella en eso que parece ser una eterna queja –o una crítica a las mujeres por quejosas– y no una herramienta para generar parejas más democráticas en el tiempo de esfuerzo y de disfrute. “El hombre no es colaborador... Para colmo, no puedo exigirle que cocine, porque yo no cocino mucho. Pedro es el hermano menor de tres mujeres y siempre lo malcriaron. No levanta ni una cuchara de la mesa. En cambio, yo soy la hermana mayor, la que siempre se tuvo que hacer cargo de todo.” La idea del hombre que colabora –¡ayuda!– y no que se hace cargo de su parte o que no hace nada porque tiene hermanas mujeres es una radiografía también de los estereotipos que salen prefabricados de la pantalla chica y que llegan a cada hogar, en donde quien levanta las cucharas tiene nombre de mujer.
En el número del 18 de septiembre de la revista Gente, Sofía Zámolo, otra conductora del grupo Tinelli y Utilísima, se ufana: “En la convivencia (con Gastón) nos damos cuenta de que funcionamos muy bien como pareja. El cocina, yo lavo. No es un tipo que se sienta y yo llevo adelante la casa. Me ayuda un montón”. Clap, clap, clap: aplausos. Eso parece ser lo máximo que se puede esperar de una mujer (además de ser rubia): tener un muchacho que la ayuda un montón.
Mientras que la música Andrea Alvarez sintetizó las dificultades entre trabajo doméstico y externo con un twitter: “El lavarropas me la tiene al plato. No se puede tener show y problemas domésticos al mismo tiempo”. Una contradicción resumida en 140 caracteres y el jabón en polvo hasta la coronilla incluso de las mujeres con trabajos más desafiantes como el de baterista. Sin embargo, el debate sobre el cuidado y el uso del tiempo en la crianza y las tareas hogareñas está invisibilizado en la sociedad. Y pareciera que esas largas horas que se pasan mientras el peine fino se traba o el bebé se despierta de noche o hay que llevar una torta a la feria del plato de la escuela o recoger la plata para el Día del Maestro/a se evaporaran como si todo ese esfuerzo no existiera. Por eso, esta investigación es una forma de instalar, al menos, el debate en el marco público. “Las lógicas del cuidado responden a patrones sociales y culturales de relaciones entre géneros y clases sociales. En primera instancia, es en el ámbito del hogar en el cual se organizan y definen las responsabilidades del cuidado de sus miembros. Pero el cuidado no sólo se provee en el ámbito familiar”, resalta el libro de las autoras Valeria Esquivel, doctora en Economía e investigadora de la Universidad de General Sarmiento; Eleonor Faur, licenciada en Sociología y oficial de Enlace del Fondo de Población de Naciones Unidas en la Argentina (Unfpa) y Elizabeth Jelin, investigadora superior del Conicet con sede en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).
Valeria Esquivel: Hay un discurso en los países centrales en donde no importa el tiempo sino la calidad de ese cuidado, y termina achacándole mala calidad a los sectores populares. Ni tanto ni tampoco. Con más recursos en las familias hay más posibilidades de externalizar del hogar algunos de estos cuidados del hogar. No es todo o nada. No es que si cuidan no trabajan y si trabajan no cuidan. Además el cuidado es trabajo no remunerado. Pero se ve en los datos que hay menos posibilidades de externalizar algo de este cuidado y de llevarlo a la esfera pública o tomar sustitutos en algunos de estos cuidados en los sectores de menores recursos, y más posibilidades en los sectores de mayores recursos porque hay una trabajadora doméstica o porque pueden externalizar en el momento en que padres y madres están en el mercado de trabajo. Es interesante que en la Ciudad de Buenos Aires las madres participen del mercado de trabajo mucho más que en el promedio del país. Pero a las 16.30 las madres que trabajan paran de trabajar remuneradamente (que coincide con el tiempo del colegio), mientras que los padres paran alrededor de las 20 y esto implica que los ingresos o la carrera profesional de las mujeres se tiene que hacer compatible con eso.
Esquivel: El dato es que el 20 por ciento de los padres que cuidan tienen mucha participación y poco tiempo cada vez que participan. El 70 por ciento de los padres de niños y niñas entre 0 y 18 cuidan en algún momento del día, pero poquito.
Eleonor Faur: Profundizamos la encuesta de uso de tiempo con entrevistas enfocadas en los sectores populares e intentamos acercarnos más a la vida de las mujeres. Recorrimos dos barrios: La Boca, uno de los más pobres de la Ciudad de Buenos Aires, y otro de San Miguel del conurbano bonaerense. Son barrios populares, pero diferentes. Encontramos 31 mujeres y un hombre a cargo de sus niños. Encontramos que las formas en las que organizan el cuidado las mujeres se relacionan con las posibilidades que encuentran en el mercado de trabajo, los servicios de cuidado de sus barrios, la estructura familiar que tienen. Por ejemplo, una jefa de hogar con niños es muy raro que sea una madre de tiempo completo. Tienen que encontrar estrategias alternativas para el cuidado de los niños que no son sencillas de conseguir. Lo que más hay son jardines de infantes y después hay –menos– centros de desarrollo infantil, y prácticamente no hay otro tipo de servicios. En algunos barrios hay jardines comunitarios.
Faur: Es una demanda social muy importante que se expresó masivamente en las mujeres de La Boca. Aquellas mujeres que deciden mandar al jardín a sus hijos en edades tempranas hacen un recorrido largo, tedioso y a veces infructuoso.
Elizabeth Jelin: Porque está tan interiorizada la idea de que la que cuida es la madre que hay poca organización barrial reclamando. No se juntan diez madres para ir a protestar pidiendo un jardín maternal. Se piensa que cada madre está al cuidado de su hijo. La otra cuestión ideológica y cultural es que si se deja el hijo al cuidado de otra no es tan buena madre. Cuidar a sus hijos es, también, darles de comer. Hay una tensión entre los recursos que se necesitan para darle a ese chico. La madre se levanta a las cuatro de la mañana para conseguir vacante pero no se encuentran acciones colectivas. Se sigue pensando que es una responsabilidad materna.
Faur: Sí encontramos alguna mujer que recurría al sistema judicial, pero no para conseguir vacante sino para conseguir un certificado de violencia familiar para que le den una vacante en la escuela donde estaba, en lugar ocho o diez antes de conseguir ese certificado. Tienen que tener ciertas condiciones para conseguir esa vacante. De todas maneras, en la Ciudad de Buenos Aires se ha posicionado el tema por una organización no gubernamental que ha recurrido a la Justicia pero no como una demanda de mujeres.
Esquivel: Hay un sector social que está resolviendo su cuidado de manera privada, entonces no lo transforma en demanda porque pueden pagar la oferta privada o la empleada doméstica.
Faur: Si una pensara en un abanico de alternativas para distintas mujeres y a qué instituciones recurren en el cuidado de los hijos se da cuenta de cuánto recurren a sus familias, cuánto pueden externalizarse en servicios estatales o públicos y gratuitos o cuánto puede privatizarse. Las mujeres más pobres familiarizan el cuidado en una altísima proporción; otras mujeres luchan por conseguir una vacante en el jardín público y las mujeres que lo pueden pagar –con mejores posibilidades en el mercado de trabajo– pagan por servicio doméstico o por jardines de infantes privados o superponiendo las dos estrategias. Las diferencias sociales son muy amplias. El cuidado infantil es un vector de la desigualdad social y de género muy significativo y que está invisibilizado, porque se supone que lo hacemos las mamás y punto.
Jelin: Esta feminización del cuidado se da, a veces, cuando la urgencia es grande para que la mamá salga a trabajar y que se perjudiquen las posibilidades de las nenas que se hacen cargo de las labores domésticas o cuidan a los hermanitos. Lavar el baño, hacer las compras o preparar la comida son formas de cuidado indirecto. Yo he encontrado nenas de 8 años cocinando en cocinas a kerosén en un lugar cerrado.
Faur: En la investigación un papá refiere que deja a los dos menores con la mayor, que tiene seis años, y dice: “Es como una mamá, ¡es divina!”. Hay situaciones apremiantes. Es importante no caer en la culpabilización de los padres. Este papá que está buscando no logra acceder a su vacante, a veces los deja mirados por una vecina (porque como no le puede pagar no le puede pedir un cuidado permanente), va a comedores y ahí aparece el cuidado de niñas a sus hermanitos como una situación de emergencia. Es una realidad dura para las niñas.
Jelin: Es probable que esta nena falte más a la escuela que otras nenas de seis años y que esto le afecte sus oportunidades y sus capacidades educativas.
Faur: Una pone la lupa en el cuidado atravesándolo desde un enfoque de género y cómo se confina, a veces, a las mujeres a cierta tarea y dificulta niveles de autonomía mayores. Pero no todas las mujeres tenemos las mismas posibilidades. El cuidado aparece como una categoría de desigualdad social muy potente.
Jelin: Sabemos que los hogares son cada vez más chicos. Hay muchas profesionales divorciadas con hijos chicos y nos las arreglamos con recursos económicos para pagar cuidados. Mientras que las abuelitas de clase media están haciendo una cantidad de cuidado, no necesariamente por necesidad económica sino porque les gusta y porque también hay una idea de calidad de cuidado. Hay abuelitas que –aunque no convivan– igual cuidan, y está la posibilidad de pagar jardines de infantes y de tener personal doméstico. En los sectores medios la dependencia de la provisión de servicios públicos es menor que en los sectores populares.
Esquivel: El 12 por ciento de todo el cuidado es provisto por mujeres que no viven en el hogar –familiares, tías–. No sabemos cuánto es el cuidado provisto por instituciones o trabajadoras domésticas. Pero del cuidado no remunerado se ocupan mujeres que a su vez pierden la chance de conseguir trabajos remunerados. El cuidado es una dimensión para leer las diferencias sociales, pero además las sobreimprime y las refuerza.
Faur: Simbólicamente es importante incrementar la licencia por paternidad. Es anacrónico que los varones tengan dos días en el sector privado. En distintos sectores de ocupación del empleo tienen distintas licencias, por ejemplo, en el Estado suelen tener más plazo. De todas maneras, las licencias por paternidad sólo cubren el sector formal de la economía. Es una población limitada la que tiene acceso a las licencias. Igual, aunque se aumenten en cinco días no hace a un cambio real en la disponibilidad del papá en poder atender a los niños. Son cambios necesarios porque hacen justicia, pero después hay otras tramas para seguir avanzando para que los varones participen más de la crianza de los hijos.
Jelin: Las licencias son para el momento del nacimiento. Pero al nene hay que cuidarlo muchos años. Y el tema es todo el resto del tiempo y no solamente el comienzo. Ahí las condiciones del mercado de trabajo son fundamentales. Es necesario disminuir las jornadas laborales, que son muy extensas. El tema del cuidado apunta a transformaciones del mercado de trabajo. A las trabajadoras en shoppings les tocan los turnos en beneficio de las empresas, no cuando les viene bien a ellas, que tienen que cuidar a los hijos. Pero la organización del cuidado y el mercado laboral no está para nada en la agenda pública. Tampoco en la demandas sindicales.
Esquivel: El mercado de trabajo funciona como si ni madres ni padres tuvieran responsabilidades de cuidado. El esfuerzo de cubrirlas queda del lado de las madres. Pero se necesitan horarios menos extensos y un mercado de trabajo que reconozca que madres y padres tienen responsabilidades de cuidado porque si no, de nuevo, enfatizás los horarios reducidos para las madres y se vuelve simbólicamente a decir que el cuidado es responsabilidad de las madres, y no es así.
Doble trabajo: 65 por ciento de las mujeres porteñas trabajan, pero el cuidado de niños, niñas y adolescentes está a su cargo
Un tema de mujeres: En la Ciudad de Buenos Aires, el 75 por ciento del total del cuidado infantil es provisto por mujeres y sólo el 25 por ciento por varones.
A destiempo: Los padres dedican al cuidado infantil un promedio de casi una hora y media por día, mientras que en el caso de las madres ese tiempo se ubica por encima de las tres horas y sube a cinco si en el hogar hay niños o niñas de edad preescolar, y en el caso de los varones a dos horas si sus hijos son menores de tres años.
Otra ocupación: Las madres y padres no ocupados dedican en promedio un tiempo similar al cuidado infantil (un poco más de cuatro horas diarias).
Adolecen de tiempo: En el caso de los adolescentes los padres les dedican solamente once minutos y las madres media hora.
60 por ciento: madres
20 por ciento: padres
12 por ciento: mujeres no residentes en el hogar
4 por ciento: otras mujeres del hogar
3 por ciento: varones no residentes en el hogar
1 por ciento: otros varones del hogar
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