Vie 26.10.2012
las12

En el nombre de los hijos

MEMORIA Las 1800 rondas de las Madres en Plaza de Mayo pueden leerse en la curva de su espalda. Duele, dice Enriqueta Maroni a los 85, una mujer que no puede llorar ni tampoco ser feliz –reconoce–, pero sí sabe gozar: de las hijas, de los nietos, de los bisnietos. Y también de las luchas compartidas, de los vínculos que se hicieron sólidos persiguiendo justicia, de llamar a las cosas por su nombre, aunque a veces duela tanto como su espalda.

› Por Noemi Ciollaro

Enriqueta vive en el barrio Cafferata, el de callecitas con nombre de consignas de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad, inaugurado en 1921 y destinado a familias de trabajadores. A pocas cuadras del Parque Chacabuco, sus chalets de dos plantas con jardines floridos crean un microclima de ensueño, aislado de las torres de cemento de la vecindad. Allí nacieron sus cuatro hijos.

“Esta casa para mí es todo, recuerdo los juegos de los chicos en el patio, las hamacas, la pelopincho... De grandes traían a los amigos los domingos, yo hacía empanadas, ellos guitarreaban, y mi yerno, que también está desaparecido, cantaba como los dioses. Con mi marido, que ya murió, sentíamos tanta alegría en esa época... Delante de los nietos no, pero sola a veces me pongo... no, a llorar no, ya casi no me salen lágrimas y no es que una se endureció, es que lo lleva muy adentro, pasaron 35 años... Yo ya tengo 85 años y los llevo encima, mirá mi espalda, duele, está muy curva y los huesos... es propio de la edad”, comenta Enriqueta Rodríguez de Maroni, madre de María Beatriz y Juan Patricio, desaparecidos el 5 abril de 1977, junto a su yerno Carlos Rincón.

Integrante de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, desde entonces protagoniza la lucha que no cesa. A Juan Patricio lo secuestraron de la casa de sus padres junto a su mujer, Rosita, en un brutal procedimiento de hombres de civil que se identificaron como “Ejército Argentino”, y a María Beatriz y a su esposo Carlos, del domicilio de ambos. Al matrimonio Maroni, le quedaron dos hijas, Estela y María Margarita, y su nieta Paula, hija de Juan Patricio.

“Eramos una familia de clase media, vivíamos cómodos. Muchas Madres dicen que sus hijos las parieron a ellas, pero a mis hijos los parí yo y aprendieron las cuestiones sociales en casa. Vengo de una familia católica practicante, ya no me considero católica sino cristiana. Yo y mis hijos fuimos criados en escuelas religiosas con los salesianos. Los chicos empezaron a militar con el Movimiento de Reflexión Cristiano y luego en la Juventud Peronista, y los dos desaparecidos pasaron a Montoneros. Era una generación muy vital, con especial inclinación a lo social, bailaban, cantaban, pero tenían eso muy marcado también y es lo que mamaron en casa. Yo fui maestra de adultos en la Dirección Nacional de Educación del Adulto y estuve siempre conectada con situaciones de conflictos de pobreza, estaba en el programa Crear, que fue muy perseguido después. Pero no participaba en nada político, no éramos antiperonistas, pero tampoco teníamos esa efervescencia peronista”, subraya Enriqueta.

Tras las desapariciones, ella y su marido recurrieron al párroco del barrio, que les recomendó ir a la Zona 1ª del Ejército, en Palermo. Además de identificarse como pertenecientes al Ejército, uno de los secuestradores que Enriqueta vio por la mirilla vestía uniforme. Hace poco, cuando testimonió en el juicio por los campos Atlético-Olimpo-Banco (ABO), reconoció al represor Raúl Guglielminetti como el uniformado de la noche del 5 de abril del ’77.

“Todos nos decían que no sabían nada, volvimos a casa desesperados. Después de un día y medio, de madrugada tocan el timbre y aparece mi nuera, en ese momento no quiso hablar, eso nos hizo pensar que los otros también iban a aparecer. Al otro día, Rosita contó que se los llevaron con los ojos vendados en un Falcon verde. Hicieron un recorrido corto, después nos enteramos que estuvieron en El Atlético. Cuando llegaron, a ella la desnudan, la engrillan y le pegan, pero oye los gritos de Juan que lo estaban picaneando... Hace un año una chica que fue compañera de mi yerno, en un acto donde se leía la historia de mis hijos, se puso a llorar y nos contó que había estado en El Atlético y ahí le habían dicho “hablá porque ya los tenemos a Carlos Rincón y a la puta de su mujer”, o sea a mi yerno y a mi hija Bety. Así es como supimos por distintos lados que los cuatro estuvieron ahí”, puntualiza.

En su búsqueda por cuarteles, iglesias y dependencias oficiales, Enriqueta empezó a encontrar mujeres en su misma situación, algunas le contaban que sus hijos habían desaparecido en 1976 y ella no podía creer que durante tanto tiempo nadie supiera de ellos, “¿cómo aguantan semejante cosa?” preguntaba. Así conoció a Azucena Villaflor y a Chela Mignone que la invitaron a ir a Plaza de Mayo.

“No me acuerdo de la primera vez que fui, trabajaba, iba algunas veces, tenía 49 años. Así empezamos la famosa ronda que primero fue en el monumento a Belgrano, estaban los milicos, con perros, con policías. Golpeaban las manos y nos decían que teníamos que caminar, y sí, ellos nos enseñaron realmente a hacer la ronda famosa...”, dice irónica.

Vocabulario brutal y pañuelo-pañal

“A mí me gusta contar lo que es la historia de Madres, yo la reduzco a tres períodos, el primero para mí es el del dolor intenso de la desaparición de tu hijo, sos vos y tu hijo, es el vínculo que nos une, es algo personal. Pero cuando ves que eso les pasa a muchas, entonces lo personal lo transformás en colectivo y ya no es tu hijo, sino los hijos y nosotras, las mujeres madres que hemos perdido a nuestros hijos. Y así empiezan las consignas ‘Aparición con vida’, ‘Con vida los llevaron, con vida los queremos’, y de a poco surge un vocabulario que si bien existía no era aplicable a esto: las palabras desaparecido, allanamiento, secuestro, tortura y la muerte y esas muertes con tiros en la cabeza o arrojados al mar. Así tomamos conciencia de lo que nos había pasado. Yo era católica practicante y cuando llegamos a la Iglesia encontramos lo negativo. No buscábamos ayuda espiritual, sino el compromiso de la Iglesia con nuestra causa y que salvaran muchísimas vidas... Te excomulgan por divorciarte o abortar, pero por matar no fueron capaces de excomulgar a la cúpula militar. Así fuimos conociendo la planificación sistemática de desapariciones: el 24 de marzo del ’76 el golpe cívico-militar con acompañamiento de la jerarquía eclesiástica. Los más de 500 centros clandestinos, el método, todo fue instrumentado para imponer otro tipo de economía en el país.”

Durante el relato, Enriqueta permaneció sentada en un sillón de su living, con el pañuelo blanco desplegado en su regazo y las fotos de sus hijos en el pecho. En la biblioteca docenas de imágenes enmarcadas relatan la historia familiar: ella y su esposo, los hijos pequeños, luego adolescentes y jóvenes, los nietos y los bisnietos. En esa pirámide familiar de pronto hay tres rostros que no aparecen más. Los de Bety, Juan Patricio y Carlos Rincón.

“Luego empieza la segunda parte de nuestra vida en Madres –señala Enriqueta, ahora con la voz quebrada– es la de Memoria, Verdad y Justicia, el conocimiento de esa dictadura que quiso anular hasta la identidad de nuestros hijos ‘los desaparecidos no son, no están, no existen’, dijo Videla. ¿Cómo no existen? Eran Juan Patricio, eran María Beatriz, Carlos, eran los nombres de nuestras compañeras... Habíamos elegido los nombres con nuestros maridos, toda una vida pasamos con ellos. Tienen nombre y apellido. Y vino el pañuelo-pañal, fue cuando hicimos la peregrinación a Luján y empezamos a usarlos. Son un símbolo y un compromiso, es recordar la infancia de nuestros hijos, porque habían empezado a necesitarnos como cuando eran chiquitos, y una a pesar de que tenía otros hijos, casi se dedicaba exclusivamente a ese hijo o hija desaparecidos. En casa había un silencio enorme, estaban mis hijas Estela y María Margarita, casi no podíamos hablar, y les dije que íbamos a llenar la casa con las fotos de sus hermanos, porque ellos siguen estando en la casa. Y las Madres buscábamos la Verdad de lo ocurrido y es el día de hoy que no la tenemos, queríamos justicia, no venganza, era la oportunidad que no les dieron a ellos, a nuestros hijos, de ser juzgados. Quisimos y queremos Justicia de una manera totalmente legal.”

Enriqueta nos lleva al jardín de su casa, allí hoy están los juguetes, las bicicletas y triciclos de sus nietos y bisnietos, señala los lugares en los que se reunían, cantaban y reían Bety y Juan Patricio con sus amigos y compañeros.

“Y hay una tercera etapa en la vida de las Madres –dice entre tanto– es la de la solidaridad y el compromiso; nuestros hijos tuvieron una entrega total a sus ideales. Yo no sé si los míos participaron en la lucha armada, estaban en Montoneros, comprometidos, trabajaban en barrios y villas y vivían el momento político de esa época. Nosotras fuimos conociendo todo eso, Chile, Uruguay, el Plan Cóndor y comprendimos que no sólo tenemos que ocuparnos de los derechos humanos de ellos, sino también de los derechos humanos de hoy. Así las Madres de Línea Fundadora comenzamos a hacer obras de tipo solidario en diferentes lugares carenciados.”

Entre esos emprendimientos se cuenta el desarrollado en la Villa 31 con “Proyecto 30”, que incluyó talleres de música, teatro y arte para jóvenes. En el mismo sentido Madres-L. F. desde hace cuatro años impulsa talleres en los Institutos de Menores San Martín, Belgrano, Roca y Agote, con aportes del Ministerio de Desarrollo Social.

“Y otra cosa hermosa es la tecnicatura de música con Música Esperanza, de Miguel Angel Estrella, la Facultad de Arte de La Plata, el Ministerio de Desarrollo y las Madres, que hacemos en la ex ESMA. Nuestra sucesión va a ser esta tecnicatura, los músicos sociales, personas que teniendo vocación no han podido estudiar. Son cuatro años de carrera, se reciben de licenciados en música y pueden seguir en la Universidad de La Plata. Lo mejor que nos puede representar y trascender a todas las Madres-L. F. va a ser eso, la Escuela de Música y los chicos que salgan de allí, ésa es nuestra herencia”, afirma emocionada Enriqueta.

Decisiones difíciles y política

“Las Madres, en un principio, estábamos todas juntas con Hebe, pero hubo momentos muy difíciles, nos separamos en 1986; yo reconozco que el dolor de todas es el mismo, pero por la forma autoritaria con la que ella trabaja había muchas discusiones, nos costó mucho hacerlo, pero nos separamos, nos fuimos sin nada. Para nosotros la identidad de nuestros hijos es fundamental, cada hijo tiene nombre y apellido en nuestros pañuelos. En cuanto a las reparaciones económicas, nosotras dimos libertad de aceptarlas, y la madre que puede ubicar los restos de su hijo lo hace. Nuestras muestras de sangre están en Antropólogos, los restos de nuestros hijos son sagrados si podés encontrarlos. Es inaudito negarle a una madre la posibilidad de encontrar a su hijo. Nosotras somos todas iguales, tenemos presidenta por la personería jurídica, es Marta Vázquez que nos representa muy bien. Cuando nos separamos de Hebe nos reuníamos en nuestras casas, luego compramos la casa de la calle Piedras haciendo un festival de música muy grande, nos llevó tiempo, vinieron Serrat, Jaime Roos y Pablo Milanés, fue hermoso, en el estadio de Ferro Carril Oeste, 30 mil personas felices cantando bajo una lluvia terrible. Taty Almeida y sus contactos artísticos fueron fundamentales, estamos orgullosas de nuestra casa”, afirma.

Enriqueta habla de todo sin vacilaciones y no se refugia en evasivas: “Entre nosotras hay quienes son peronistas hoy, y con respecto al Gobierno respetamos y reconocemos la política de derechos humanos de Néstor Kirchner. Ninguno de los gobiernos anteriores desde el ’83 lo había hecho. Alfonsín juzgó a las Juntas y fue el único país que se atrevió a juzgar a los militares, pero después, creo que apretado por los militares, impulsó las leyes de punto final y obediencia debida. Néstor Kirchner anuló esas leyes y eso nos permitió llegar a los juicios. Nosotras creemos que tener independencia política es importante y somos de perfil bajo, pero reconocemos todo lo hecho por este gobierno en la materia”.

“Yo pude testimoniar en el juicio de ABO (Atlético-Banco-Olimpo) y tuve la satisfacción de que de los 17 juzgados 15 recibieron distintas condenas. No es venganza ni alegría, es la satisfacción de que se haga justicia. A veces cuando me río o estoy contenta y luego retomo todo lo que pasó, me pregunto cómo puedo yo gozar, celebrar cumpleaños... hay algo adentro que sigue, yo felicidad no voy a sentir nunca más, pero siento gozo. Cuando a vos te pasa algo tan grande, hay algo que te tiene que dar la fuerza para seguir adelante, y lo que me ha contenido a mí para poder llevar semejante dolor fueron mis dos hijas, mis diez nietos y mis cinco bisnietos”, concluye.

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