Vie 09.11.2012
las12

La intemperie

VIOLENCIAS Sofía Viale desapareció el 31 de agosto en General Pico, La Pampa, y este lunes fue encontrada muerta en la casa de su asesino, secuestrador y violador gracias a que otra víctima del agresor pudo escapar. Tatiana Kolodziey se tomó un remís en la madrugada del 20 de octubre en Resistencia, Chaco, y al día siguiente apareció muerta y con rastros de haber sido violada por el reincidente Juan Ernesto Cabeza. La polémica por la libertad de dos hombres que ya habían estado presos por ataques sexuales pone la lupa en un delito que da vueltas sobre su propio eje sin encontrar un relato acorde a la voz de las protagonistas, que la mayoría de las veces sobreviven para contarlo. La socióloga Inés Hercovich viene estudiando el tema hace 15 años y reflexiona sobre la importancia de desarmar el relato canonizado sobre las violaciones y generar un espacio donde las mujeres sean realmente escuchadas.

› Por Flor Monfort

Cualquier mujer conoce la advertencia: callejones oscuros, tipos que acechan en bicicleta, taxistas que cambian el recorrido, te llevan a los bosques de Palermo y ahí te violan a punta de pistola y sin mediar palabra. Los relatos reales sobre las violaciones son bastante diferentes de este imaginario construido con el alivio de poner bien lejos lo monstruoso. Los relatos reales sobre violaciones hablan mucho más frecuentemente de hombres conocidos, de situaciones aparentemente carentes de peligro y, sobre todo, de contactos mediados por la palabra y muchas veces encontrando en ella una estrategia de rescate. El problema es que los relatos reales sobre las violaciones están confinados al círculo íntimo o habilitados por personas que quieren escuchar lejos de la necesidad de llenar un formulario o indicar un protocolo de atención a las víctimas que, si bien es necesario, todavía dista mucho del ideal que implica atender, contener y reparar, en la medida de las posibilidades, la violación. Parte de esta distancia se abre en la brecha que cada día pone más trabas al cumplimiento del fallo de la Corte del 13 de marzo, que indica la obligatoriedad del cumplimiento de la ley de aborto no punible, mediante la cual una mujer con solo decir que ha sido violada puede acceder al aborto. El veto de Macri y la imposibilidad de cumplir esta ley de 1921 aun con la reafirmación de la Corte Suprema parecen volver sobre este relato armado acerca del deber ser de una violación hecha y derecha y amplificarlo con luces de neón: decir no alcanza, además hay que probar, mediante la destrucción física y psicológica, el hecho de haber sido violada, y aun así, grupos pro-vida pueden “escrachar” a una mujer, como pasó en el caso de aquella que, víctima de la trata, pidió acceder a su derecho al aborto no punible en el Hospital Ramos Mejía y estuvo a punto de no lograrlo. En esta perspectiva y bajo estos mandatos, el aborto por deseo parece muy lejano en un paisaje en el cual las mujeres violadas parecen ser la mediación más adecuada para poder debatir sobre el aborto.

Con la inquietud de conocer las voces, historias y sensaciones que habitaban en las violaciones reales, la socióloga Inés Hercovich empezó a indagar en el tema. Se sorprendió cuando descubrió que muchas mujeres que estaban en su entorno habían sido violadas y querían contarlo, y dice que, con sólo visibilizar el interés, los relatos aparecieron. Fruto de ese trabajo fue el libro El enigma sexual de la violación (Biblos) que escribió con Silvia Chejter, también socióloga. Dice que desde la publicación del libro, en 1998, no se corrió un centímetro el imaginario que pone predicados asignados a las bestias en la figura del violador y otros relacionados con la pasividad y la falta de defensas en las mujeres violadas.

¿Nada cambió desde el libro?

–Se habla más del tema pero no cambió mucho. La semana pasada, a raíz del caso de Chaco, hablé con psicólogas y la reacción inmediata es decir esto de la psicopatía, de la enfermedad, de la excepción. Yo tuve una entrevistada que se animó a decirme que ella jugó a la puta con su violador. Eva Giberti reconocía la posibilidad de que la mujer tuviera un orgasmo, y es verdad porque el cuerpo es otra autopista, no hay control. Esa pavada de luchar por el aborto apelando a la bandera del control sobre el propio cuerpo: la que quiere quedar embarazada no puede, la que puede no quiere y, así, la realidad te muestra que el control no existe, que es una ilusión. Otras mujeres te decían que se encontraron moviendo la lengua durante la violación, es decir que el cuerpo las traicionaba. Yo entiendo que es muy complicado pensar en tantas aristas, pero cuando te dedicás a pensar en estas cosas, no podés medir las consecuencias de lo que estás pensando.

¿Por qué con el aborto siempre se habla de las mujeres violadas y no de las que abortan por deseo?

–Porque hay más permeabilidad, pero además porque no se tolera la voluntad de una mujer de abortar por deseo, en cambio la violación es todo un forzamiento, no hubo placer en ningún lado.

También se piensa que una mujer violada está destruida.

–Hay algunas mujeres que quedan con secuelas, pero no es universal, no se puede establecer como máxima. Las mujeres que fueron violadas lo recuerdan como algo muy feo pero después se casan, tienen hijos, hacen carrera, etc. Obviamente todas hubieron preferido no vivir eso, pero no las detuvo. Margaret Randall en About Incest decía que ella había tenido experiencias incestuosas con su padre, pero ella tuvo una infancia muy solitaria, estaban los dos solos, y no recuerda esa situación como algo que la hubiera dañado. Esto no será verdad para todo el mundo, pero yo no puedo pensar que esto no es verdad para ella, es una posibilidad. Si condenamos masivamente la violación, aplanamos las experiencias vividas y ellas quedan en el limbo, incluso de la asistencia. Quedan solas, y yo pienso que no se las puede dejar más solas, a fuerza de insistir en que tendrían que haber vivido algo que no vivieron. Me parece muy cruel que una mina tenga que llegar hecha bolsa a una comisaría. Lo mismo pasa con las mujeres golpeadas: si no se las puede sacar adelante, son unas boludas, les gusta lo que les pasa, etc., y la que rompe ese círculo vicioso es endiosada. Cuando lo que hay que hacer con una mujer golpeada es acompañarla, porque ella tiene un vínculo afectivo con el golpeador, hay un lazo, no es tan fácil. Puede ser una folie à deux, pero no es la única posibilidad ni es eterna, ni zafar depende solamente de la inteligencia. Hay una victimización de las mujeres muy desagradable y una falta de reconocimiento de los límites y las posibilidades de cada una. En la cuestión del avenimiento pasa lo mismo: se dice que esa mujer no está en condiciones de decidir si perdona o no, cuando yo creo que no hay nadie más que esté en condiciones de decidirlo. En todo caso, ayudala, bancala, acompañala, pero no le niegues la capacidad de decidir sobre su propia vida. Fue muy discutido ese tema este año, en algunos casos estará bien, en otros mal, pero lo que no se puede hacer es condenarlo in toto: es una posibilidad más. Que no quede a la intemperie la experiencia y el relato de las mujeres para ellas mismas y para las otras.

La representación habla del tipo engañador, súper amable, encantador, educado, limpio... y no todos los violadores tienen este perfil tampoco.

–Se repite en los medios pero tampoco queda registrada en la cabeza de la gente. Lo que queda registrado es el animal, el bruto, el que te ataca con violencia de entrada, el que está dispuesto a todo. Y ésa es una imagen que hay que tratar de destruir porque no es verdad, y no es por amor a la verdad que hay que destruirla sino porque, si desconocés que esa imagen corresponde a un porcentaje ínfimo de los violadores, no estás pudiendo reconocer todas las otras violaciones, que son muchísimo más numerosas.

Esas muchísimas otras violaciones además están invisibilizadas, no son casos mediáticos.

–Exactamente, entonces cuando se habla de los violadores y se habla de estos casos extremos con finales fatales, estamos hablando de una ínfima parte. La partenaire del violador bestia, inhumano o subhumano, depravado, enfermo mental, es la mujer incapaz de defenderse, reducida a cosa. Con esas dos imágenes se construye la idea de lo que es una violación, y las violaciones ni tienen a ese tipo como protagonista más numeroso ni tienen a esas mujeres como protagonistas. Las mujeres en situación de violación hacen cosas para defenderse y para sacarla lo más barata posible.

Hay una parte dialogada de la violación...

–Antes, durante y después de que ocurra. Y eso tampoco entra en la representación mental de la mayoría. Yo no digo que no tengan aspectos enfermos los tipos que salen y violan, pero además son padres de familia, gerentes de bancos, médicos traumatólogos, qué sé yo, cualquiera. Tipos que de repente salen de levante y no a violar, pero son violentos, y se pasan de la raya. Y muchas veces no tienen ni siquiera en la cabeza que están violando, porque si la mujer se resiste es que en realidad le gusta, o que es parte del juego, y ahí tenés los tipos que violan y después te ofrecen llevarte a tu casa, o a tomar un café, o piden el teléfono. Entonces ésos ¿serán psicópatas? ¿Serán enfermos mentales? ¿O en realidad tendrán una visión distorsionada de lo que es una relación sexual con una mujer y por ahí en otro momento o con otra mujer no la tienen?

¿Por qué cree que es tan difícil modificar el imaginario?

–Supongo que es una cosa defensiva de convertir al violador en un monstruo. Porque si se reduce el peligro a un monstruo, el peligro se reduce, ya que monstruos no hay tantos. Y también hay hombres que si no hubieran estado expuestos a ciertas situaciones no hubieran violado. Yo no pongo las manos en el fuego por mí, yo creo que a mí la vida nunca me puso a prueba. Es muy fácil decir “yo tengo principios morales” cuando la vida no te exige que tengas conductas límite. A veces la vida te pone en situaciones donde todo lo que vos creías que eras no es más. Y por ahí es un minuto y después te morís del arrepentimiento, de la culpa y de la vergüenza, pero ya sos una persona herida porque obviamente de herir a otro no se sale fácil. Pero bueno, éstas son cosas que hay que poder pensar, que tienen que ver con lo humano y con lo cotidiano. Y yo distingo a “el violador” de los hombres que violan: hay hombres que violan por ahí una vez. ¿Son violadores? No, violaron, pero están todos metidos en la misma bolsa. Lo que me preocupa es que dentro de esa imagen mínima, reducida y mentirosa que tenemos en la cabeza, esa imagen también está en la cabeza de las mujeres, y cuando una mujer está por ser violada y es efectivamente violada, siente miedo, siente incomodidad de llamar eso una violación porque justamente no se ajusta al relato dominante. Las mujeres desconfían de sí mismas y se preguntan “¿pero esto que me pasó a mí fue una violación? Porque él se acercó y a mí me pareció bien”. Que una mujer se sienta culpable o que dude de que la violaron porque el tipo la llevó a la casa, es lo más dramático de generar ese relato monstruoso.

El peligro de la duda

En las historias reales, el cálculo es que una de cuatro mujeres es violada al menos una vez a lo largo de su vida, y de esa cantidad hay mujeres que siguen dudando. Les tiene que pasar que hablen con alguien que las escuche para escucharse. Cuando Hercovich las entrevistaba prácticamente no intervenía y ellas solas llegaban a darse cuenta de que habían sido efectivamente violadas. Los comentarios como “no está bueno salir tan provocativa a la calle” distorsionan la imagen que una mujer puede tener de lo que le pasó, lo convierten en un signo de pregunta. Y esa escucha atenta es muy infrecuente.

La idea es que las mujeres ante la violación no hacen nada, que se quedan paralizadas, que están reducidas a objetos o que se resisten a las patadas, como en la película La acusada, con Jodie Foster, pero nunca que hablan con su violador, que negocian.

–Es interesante esa película porque esa violación es pública, ahí hay gente mirando, por lo tanto la desesperación de ella por defenderse tenía todo el sentido del mundo, pero ¿cómo vas a hacer eso cuando estás encerrada en un lugar o en un descampado? La mayoría de las mujeres no se da cuenta del poder de su actuación, de sus palabras. Con esta investigación tuvimos un hallazgo metodológico: yo desgrababa las entrevistas y luego se las entregaba. Cuando leían, descubrían otra versión de su propia violación y se sorprendían muchísimo, estaban muy agradecidas.

¿Hay culpa en la mujer violada?

–Hay culpa y hay desconocimiento, una negación de quiénes fueron ellas en esa escena. Y en general lo que tratan de hacer las mujeres es olvidar, no se ponen a pensar y analizar lo que pasó. Tratan de enterrar la cuestión porque si hablan reciben respuestas agresivas, no contenedoras, escépticas, etc. Una mujer me dijo “yo no sé quién me dañó más, si el violador o mi papá”, porque cuando llegó a la casa lastimada, después de haber sido violada por varios tipos, y le contó al padre, el tipo la subió a la camioneta para buscar a los violadores: no la abrazó, no la escuchó, no la ayudó ni siquiera a lavarse la cara. El era el ofendido, él pasó a ser el personaje central.

Como una especie de cuestión de honor entre tribus...

–Sí, porque en el centro de toda esta cuestión está la idea de que las mujeres son objetos de intercambio. Con este mismo prejuicio, los hombres son los que tienen el poder, los que ganan la plata, los que son capaces de pelearse a piñas, los que no le tienen miedo a nada, los que son egoístas... y ese estereotipo es malo para ellos, no solamente para las mujeres, además de ser cualquier cosa. Hombres y mujeres pueden ser pusilánimes en una parte de la vida y feroces en otra. Y otra cosa que está bastante detrás de las cortinas es la relación de las madres con los hijos, en todo ese período en que el contacto piel a piel es de una intimidad tremenda, y es cuerpo a cuerpo. Es una relación con una carga erótica muy importante que está tapada, mejor que no la sientas porque te sentís horrible. Y esa simulación, esa negación no quiere decir que sea inexistente. Y eso no se tematiza. Hoy en día hay un pavor de la sexualidad entre adultos y chicos. Ahora, por más que se diga que la cercanía es mayor que en generaciones anteriores, yo creo que es una cercanía vigilante, no amorosa: hay mucha represión sobre el contacto físico. También el borramiento del límite entre la infancia y la adultez y la idealización de la mujer como santa, como incapaz de violencia, es inquietante: lo cierto es que la mujer descalifica, la mujer humilla y la mujer también puede ser violenta. Y no entenderlo es una falacia.

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