PERFILES. XIMENA CUEVAS
› Por Cristina Civale
Llueve torrencialmente. Caminamos con Ximena Cuevas, la prestigiosa y prolífica videasta mexicana, pionera en su género, que llegó a Buenos Aires para participar en la Bienal de Imagen en Movimiento (BIM) organizada por la Universidad Tres de Febrero. Ximena camina rauda porque espera encontrarse con su novia, a la que dejó en un café con su billetera para que pagara el desayuno tardío que disfrutaron esa mañana de lluvia. “Es un amor nuevo”, me dice, como justificándose. Cuevas nació en 1963 en México DF en el seno de una familia de artistas. Su padre es el muralista José Luis Cuevas, llamado muralista de la ruptura, porque su obra no sigue la tradición mexicana. En ese entorno lleno de arte y artistas, Ximena conoció a Luis Buñuel, con el que se sintió inmediatamente emparentada.
–Apenas lo vi, me di cuenta de que él también tenía el ojo derecho caído como yo, pero nunca imaginé que me iba a proponer matrimonio. Lo hizo totalmente en serio y no valió la pena que le diese ninguna respuesta. Yo era demasiado joven y él demasiado mayor. Buñuel, de alguna manera, fue el que me dio su bendición para que me dedicara al cine.
Fue así como Ximena pasó un breve período en Nueva York estudiando en Columbia, pero no terminó la cursada y volvió a su ciudad natal, y como si fuese una rara jugada del destino, llegó el mismo día en que Buñuel murió.
–Ya sabía que no iba a poder dirigir una película, entonces me compré una cámara chafa (barata) que pensaba usar como un cuaderno de notas y ahí descubrí todo otro mundo. No me separé nunca más de mi cámara, una bien chiquita, porque a mí me gusta parecer invisible, no quiero que me noten y así puedo ser testigo, una especie de espía, de lo que pasa y registro.
El descubrimiento del video la liberó. Ya no necesitaba dinero, ni grandes producciones ni tremendas sumas de dinero para hacer su obra. Es así como empezó a hacer videos breves –su obra más larga, Half Lies, apenas pasa la media hora– hasta que pegó el batacazo con Corazón sangrante, que realizó en colaboración con la performer mexicana Astrid Hadad en 1993. El video está editado con los tempos de una ranchera, hace alusión a un desencanto amoroso, donde la protagonista –vestida a lo Kalho o como virgen profana– se come su corazón adobado, desflecado y condimentado con picante y termina sellándose el pecho con un hierro caliente, como una vaca. El corazón herido se convierte para siempre en un corazón marcado pero también propio.
Su trabajo siguió con éxito hasta Cinépolis, La Capital del Cine (2003, 23 minutos), que narra con el humor ácido que caracteriza su obra una adaptación personal que realiza Cuevas de la sociedad del espectáculo.
Luego de este video, Cuevas decidió abandonar para siempre las bambalinas. Todo es producto de un acoso. En el video muestra cómo en las películas donde se come, luego de cada escena, el actor o actriz que come escupe la comida en un tacho. Esto hizo con una escena que sucedía en McDonald’s. La corporación no se lo perdonó y empezó a acosarla. Cuevas no podía creer que semejante empresa creyese que iba a vender una hamburguesa de menos por su obra. Pero los señores se lo tomaron muy en serio y empezaron una larga y efectiva tortura psicológica que Cuevas narra en Someone behind the Door, donde habla de ella, de “cómo en un mundo sin escapes, desde las cámaras de vigilancia, un ojo, una presencia, siempre está ahí para controlar nuestras mentes y movimientos. Una mirada que acecha hasta los más mínimos y seguros movimientos de la vida, de mi vida”.
Las cámaras empezaron a parecerle una amenaza y la corporación ganó. Cuevas dejó a mediados de 2000 de hacer obra para dedicarse a cuidar de la supervivencia de las tortugas marinas, amenazadas por la creencia de que sus huevos hacen a los hombres más jóvenes y viriles. La mujer que se calza siempre un sombrero con el ala derecha plegada sobre sí ganó en 2001 el Premio Barbara Aronofsky Latham Memorial Award, que se otorga cada año a un artista del video excepcional. Sin embargo... Cuevas no será como la Garbo, que se retiró en lo mejor de su carrera. “Buenos Aires me está llenando de energía. Los artistas que conocí, el poder de su obra, me regresaron las ganas de volver a tomar mi cámara y empezar a videar otra vez.” No lo confiesa, pero es casi seguro que guarda en el bolsillo de su babucha una cámara minúscula y que ya mismo ha vuelto a videar, muy lejos de las tortugas marinas.
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