Vie 29.08.2003
las12

SOCIEDAD

“La pena de muerte no existe, pero está en la calle”

El 21 de septiembre de 2000, Darío Riquelme tomó de rehén a Mariano Witis para proteger su huida después de un asalto. Los dos fueron fusilados por un oficial de la Bonaerense que no escuchó la rendición del primero ni la explicación del segundo. Raquel Witis y Ana María Liotto, sus madres, están juntas para reclamar justicia.

Por Luciana Peker

Hasta el 21 de septiembre de 2000, las vidas de Ana María Liotto y Raquel Witis estaban separadas. Raquel daba clases de informática en colegios bonaerenses, vivía con su marido (Jorge) y sus hijos Mariano, Fernando y Celeste. Ana María limpiaba casas y comercios para mantener sola a sus hijos Darío, Jesús, Eduardo y Débora en la casa que compartía junto a su mamá.
Darío Riquelme tenía 16 años y toreaba a su mamá. Mariano Witis tenía 23 y cantaba en fiestas familiares –con voz de tenor– rock, música caribeña o clásica. Darío jugaba al fútbol a dos cuadras de su casa, en el barrio de monoblocks Santa Rita. Mariano era miembro fundador del Coro de Jóvenes de San Isidro. Darío había caído preso algunas veces con los chicos con los que jugaba a la pelota. Mariano estudiaba canto en el Conservatorio Nacional de Música y era maestro de piano.
El 21 de septiembre de 2000, Darío y Mariano se cruzaron en San Isidro. Darío y otro chico lo tomaron de rehén a él y a su amiga Julieta Schappiro para asaltar un banco. Darío, en realidad, tenía un arma oxidada que no servía para disparar. Mariano no lo sabía, pero no se resistió. El robo fue rápido. Para huir, Darío y su amigo se subieron al auto de Julieta con Mariano y ella de escudos.
El Comando de Patrullas de San Fernando se enteró del asalto e inició una persecución. Las gomas del auto fueron las primeras en rendirse a los tiros. El chico que acompañaba a Darío huyó. El auto era de dos puertas y no había salida para los que estaban atrás: Darío tiró el arma para rendirse. Mariano creía que por fin terminaba un mal día. Pero el oficial Rubén Champonois se acercó al auto y disparó. Darío y Mariano murieron.
El 25 de agosto empezó el juicio oral y público contra el ex cabo de la Policía Bonaerense Rubén Emir Champonois, por el asesinato de Darío Riquelme y Mariano Witis. La mayoría de los diarios sólo titulan “juicio por la muerte de un inocente”. Pero Raquel y Ana María enfrentan juntas el juicio en donde todas las pruebas –incluso el testimonio del policía Gerardo Insaurralde– comprometen a Champonois y demuestran que hubo un doble fusilamiento.
Ellas esperan la sentencia y piden justicia, la verdadera, difícil y profunda justicia. La que no necesita de un boletín de calificaciones para que la muerte no sea injusta. “Las dos mamás sufrimos el mismo dolor”, refleja Ana María. “Nada nos va a devolver la vida de Mariano ni de Darío, pero queremos justicia”, remarca Raquel. Las dos podrían seguir enfrentadas. No sería difícil en la Argentina donde los medios juegan al poliladron y hay periodistas que festejan la muerte proclamando públicamente “Dios me perdone, uno menos” cuando acribillan a un asaltante en vivo y en directo. Sin embargo, Ana María y Raquel tomaron otro camino. “Para una madre la muerte de un hijo es una pequeña muerte porque la relación que establece la mamá desde la panza es diferente, yo no digo que sea mejor, ni más, ni menos, pero es distinta. Por eso, la entendí a Ana María como una mamá más –explica Raquel–. Darío también era su hijo.Tenía la misma relación, a lo mejor un poquito mejor, un poquito peor, que la que tenía yo con Mariano. Y le dije que ella también tenía que pelear, que su hijo había sido fusilado y solamente había robado unos pocos pesos.”
–¿Qué esperan del final del juicio?
Raquel: –Yo solamente espero verdad y justicia, porque si no castigamos las conductas salvajes de una persona que tiene la responsabilidad de proteger a los ciudadanos y produce muerte estaremos formando ciudadanos irresponsables, que no miran las consecuencias de sus actos y no tienen valores morales ni éticos. Champonois ni siquiera muestra arrepentimiento. Y él mató antes y después del asesinato de Mariano y Darío. El tenía una conducta sistemática. Por eso, si no lo castigamos le estamos diciendo que está bien que un policía sea juez y verdugo.
Ana María: –No quedan dudas de que fue él quien disparó contra los chicos, que no les dio oportunidad de nada: en el caso de Mariano de demostrar que no tenía que ver en el robo, y en el caso de mi hijo de que se entregara a la Justicia y que quedara detenido por lo que había cometido. Pero no tenía por qué ir y dispararles a la espalda y matarlos así fríamente. Esperemos que se condene bien.
–¿Cómo fue que ustedes se unieron en la misma lucha para pedir justicia?
A. M.: –Yo me acerqué a los dos o tres meses del asesinato para conocerlos a Raquel y a Jorge, quería expresarles mi dolor por la pérdida de Mariano. Estaba muy angustiada y me acerqué a uno de los recitales que ellos organizan todos los 21 en reclamo de justicia. Ellos me recibieron con mucho afecto, con mucho cariño y se ofrecieron a ayudarme. Y seguimos juntos hasta ahora.
–Ana María, ¿tenías miedo de la reacción de ellos antes de ir a buscarlos?
–Yo quería que sepan lo que yo sentía y que Darío no pertenecía a una familia de delincuentes, que éramos una familia sana, de trabajadores y que si él agarró ese camino es porque estaba equivocado. No tenía necesidad de robar, lo que pasa es que se juntó con mala gente que lo envolvió y lo llevó a cometer ese robo. Y Raquel y Jorge, sin conocerme, se brindaron con el corazón abierto, me brindaron mucho amor. Hasta el día de hoy no logro entenderlo, pero sí sé que me hizo bien y que me dio fuerzas para estar en esta lucha. Yo sola no me hubiera animado a hacer nada. Y todo hubiera quedado como que Darío se fue y nada más. Ellos me dieron el cariño para que juntos reclamemos justicia.
–Raquel, ¿a vos qué te pasó cuando se acercó Ana María? No es algo común que la mamá de un rehén se una con la mamá del ladrón que lo tomó por rehén...
–Debo reconocer que a mí me costó un poquito más. Darío detonó un poco los hechos, pero el responsable de las muertes es Champonois, no hay otro responsable. Si la policía no hubiera intervenido lo más probable es que Darío estuviera en su casa y Mariano en la nuestra. Pero quienes debían haberlos protegido fueron quienes los fusilaron. Y después plantaron un arma para justificar lo injustificable.

Ana María y Raquel no fuerzan su unión. No niegan los contrastes. La unión es tan clara como las grietas de dos vidas opuestas, dos realidades, dos Argentinas que viven paralelas hasta que la realidad las cruza, incluso, a la fuerza. Raquel es más segura, tiene convicciones firmes y homenajea a su hijo, que amaba a la música, con los recitales de todos los 21 –en los cuales ya participaron León Gieco, Teresa Parodi, e Ignacio Copani, entre otros– con la consigna “Música por la justicia, contra la violencia y la impunidad, por Mariano Witis”. Raquel quiere que su hijo no sea sólo sinónimo de dolor sino también de vida, de risa y de fiesta. Un ejemplo para otros jóvenes que no se quedan de brazos cruzados.
A Ana María le tambalea la voz y Raquel la respalda: “Nosotros, antes de conocer a Ana María, siempre dijimos que ni Mariano ni Darío merecían ser fusilados. Si alguien cometió un delito debe ser detenido y recuperado para la sociedad, sobre todo cuando hablamos de jóvenes. ¿Nadie es recuperable? Todos somos recuperables si hay voluntad. La vida es una sola. No hay víctimas inocentes. Los dos son víctimas”.
–Pero, por ejemplo, el diario “Clarín” pone de título “Juicio por la muerte de un inocente” y muy chiquito, como si no importara, cuentan que mataron a otro chico que era ladrón.
Raquel: –Los medios alientan esa idea errónea que tiene la sociedad en la que prevalece el valor bien al valor vida. Esto es terrible. Y de esto son culpables los políticos que han alentado este tipo de comportamiento. Yo recuerdo las palabras célebres de un gobernador que dijo: “Hay que meter bala a los delincuentes”. Y en nuestro país no existe la pena de muerte. O no existe escrita. Pero existe en la calle todo el tiempo.
–La sociedad no está dando oportunidades a los jóvenes pero después es implacable con el pedido de mano dura y la legitimación de fusilamientos.
Ana María: –Claro, creen que el que comete un error tiene que morir, dejar de vivir para pagar su culpa, y no que le enseñen, que tenga posibilidades. Además, la policía sabe quiénes son los delincuentes, los jefes de las bandas que forman grupos de chicos para que roben, y a ellos no los agarran.
–Raquel, hay mucha gente que dice “a los ladrones hay que matarlos a todos”. ¿Cómo les explicás tu actitud?
–Hay que combatir el delito, pero también hay que dar posibilidades para que esos jóvenes se recuperen. Hoy no la tienen. Hay muchos supuestos enfrentamientos donde los muertos aparecen con heridas de bala en la espalda. Si esta violencia la genera la policía, lo que hace es profundizar la espiral donde el delincuente sale dispuesto a matar porque sabe que es su vida o la del otro. La sociedad tiene que parar un poco y apoyar todo lo que lleve a la sanción adecuada, usando la ley, no la violencia. Y no tolerar más la impunidad.
Ana María: –Darío no tenía nada, salvo las amistades malas. Fue inducido y lo llevaron a cometer ese robo. ¿Por qué tuvo que pagar con la vida?

“Estas pérdidas te desestructuran totalmente y te dan la posibilidad de construir bien”, afirma Raquel Witis para cerrar la charla. Después, las dos mujeres hablan de gajos y de plantas, de manos que siembran con sólo acariciar la tierra y de los matices de verdes que enredan el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) –donde patrocinan legalmente a Ana María–. La conversación es, en verdad, un tronco de palabras tupidas desde donde sostenerse después de volver a recorrer –sin ningún matiz de acostumbramiento por el paso del tiempo– el dolor. Un dolor que en pocos días va a ser sentencia. Un dolor que ellas hicieron que se convierta en un lazo para pelear por el valor de la vida. Porque mucho antes que el Tribunal Oral 3 de San Isidro, ellas, dos mamás, pusieron en su lugar la palabra justicia.

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