10 DE DICIEMBRE
Fidel Woitschach tiene 37 años; hace apenas cinco que sabe que sus padres no lo abandonaron, sino que fueron detenidos y desaparecidos. También supo entonces, después de la lenta reparación de la verdad, que tenía dos hermanas mayores –le llevan 15 y 17 años– con quienes vivió enojado por haberse desentendido de él hasta hace apenas un mes, cuando la familia volvió a reunirse para poner en común su historia, ese pasado que cuando se nombra vuelve a barajar las cartas del presente y da cuenta de que no hay temas cerrados aun cuando los derechos humanos sean mucho más que las violaciones ocurridas durante la última dictadura militar.
› Por Noemi Ciollaro
Fidel Ernesto tiene 37 años y nació en San Isidro, en el conurbano bonaerense. Cuando tenía dos años sus padres, Daniel Woitschach y Pablina Miglio, lo dejaron con una vecina lavandera y su esposo por unas horas. Fidel nunca más volvió a verlos: fueron secuestrados el 19 de septiembre de 1977 por una patota de civil, mientras esperaban un colectivo en una parada del barrio.
Daniel tenía dos hijas más grandes de un matrimonio anterior, con quienes no convivía pero veía cotidianamente, Nelly y Rita. Fidel tampoco supo nada de ellas luego de la desaparición de sus padres.
A los seis meses de estar con ese matrimonio, Fidel fue reclamado por Alejandro, hermano de su mamá, y llevado a Paraguay, donde pasó varios años junto a siete primos, hijos de su tío. Nunca nadie le contó quiénes fueron sus padres, qué hacían, qué les había pasado. La única respuesta que recibió siempre fue “desaparecieron”. Desde muy chico se acostumbró a no preguntar más, convencido de que sus padres lo habían abandonado y sus hermanas también. Creció como pudo y eligió el mismo oficio de su papá, pocero; también supo que su mamá trabajaba limpiando casas ajenas.
Mucho años más tarde, en 2007, casado, separado y con cinco hijos, Fidel, que para entonces vivía en Avellaneda, conoció a su actual pareja y se radicó en Solano, Quilmes.
“Cuando escuchaba algo de las Abuelas y los hijos de desaparecidos pensaba que yo podía ser uno, por eso, cuando escuché que si tenía dudas fuera a dar sangre, me presenté en el municipio de Quilmes y me mandaron al Fiorito, me sacaron sangre y no pasó nada. Pero, en 2007, no bien asumió el Barba Gutiérrez como intendente, a mí me llamó la subdirectora de Derechos Humanos, Lila Mannuwal, porque habían encontrado un cuaderno donde decía que me habían hecho la extracción y creía que era hijo de desaparecidos; me ofreció ayudarme en mi búsqueda, y ahí empecé a meterme más, me encontré con otros hijos en mi misma situación y me convencí de que buscando algo iba a encontrar. Empecé a sentirme menos solo”, recuerda Fidel.
Fidel pudo encontrarse con compañeros de su papá y de su mamá que le hablaron de la militancia, de cómo era la vida el corto tiempo que estuvo con ellos. Pero había una pregunta que no tenía respuesta: por qué, si tenía dos hermanas, jamás las había vuelto a ver. Por qué ellas no lo habían buscado, y con sinceridad reconoce haber sentido mucho enojo.
Sin embargo, esa pregunta también acaba de tener respuesta y hace menos de quince días sus hermanas y él volvieron a reunirse 35 años después del secuestro y desaparición de Daniel y Pablina.
Juntos nuevamente para la entrevista con Las 12, Fidel, Nelly (57) y Rita (52) se manejan con el entusiasmo del reciente reencuentro y la timidez que provocan los años de separación. Ellas desgranan sus historias y Fidel así va llenando de sentido tantas preguntas sin respuesta, tanto sentimiento de abandono.
“A mis hermanas las ubiqué por mi primo Jorge, que trabaja en Vicente López con los adventistas –explica–, él buscaba en el padrón electoral dónde tenía que votar su hija y encontró a mis hermanas, el apellido Woitschach no es común, en Misiones y en Paraguay hay varios, pero acá somos muy pocos, y él las fue a ver a sus casas. Y como yo sigo investigando sobre mis padres y su destino, dije no me queda otra, voy a tener que ir a morir con mis hermanas, voy a hacer el esfuerzo y llamarlas... Y ahora sí, estoy contento por el encuentro. Pero es que yo siempre decía: si mis hermanas tenían como veinte años y yo sólo dos, ¿por qué no me buscaron?”
Cuando en septiembre de 1977 secuestraron a Daniel y Pablina, Nelly tenía 21 años, Rita 17 y sabían que su padre militaba en Montoneros. Ellas supieron por unos vecinos que Daniel y Pablina fueron secuestrados por una patota en la esquina de Sucre y Nicolás Avellaneda, en San Isidro, y obligados a subir a una camioneta Ford mientras eran golpeados. Al día siguiente un camión del Ejército paró frente a la casa de los Woitschach y varios militares cargaron todo lo que encontraron en su interior.
“A nosotras nos correspondía la comisaría 1ª de San Isidro y fuimos a hacer la denuncia, tampoco sabíamos si los que se los llevaron eran policías, militares o qué, porque los vecinos nos dijeron que estaban de civil. El comisario que nos atendió nos agarró a las dos de las manos y nos dijo: ‘Hijas, recen un padrenuestro... yo la denuncia no se las puedo tomar...’”, relata Nelly, la mayor y más serena de las hermanas.
Aterradas, se fueron de su casa a lo de unos amigos y empezaron a averiguar si Fidel estaba con su padre cuando se lo llevaron.
“Yo hacía énfasis en Fidel y cuando me enteré de que lo habían dejado en la casa de ese matrimonio mayor fui a buscarlo... él era una cosita rubia, gordo, precioso y yo fui a buscarlo. Pero la casa tenía un paredón enorme y la lavandera nos echaba, no quería que lo lleváramos, yo escuchaba la vocecita de él que me gritaba ‘Nini, Nini’, pero no me lo dio y después supimos que a los seis meses lo fue a buscar un tío de Fidel. Perdimos todo rastro de él.”
Rita, la menor, se angustia, llora varias veces a lo largo de la entrevista a pesar de que asegura ser ‘la que más va al frente’, su fragilidad ante los recuerdos es palpable.
“Nosotras no entendíamos lo que era la desaparición, decíamos ‘¿adónde habrá ido papá?’, y fuimos a la casa de un compañero de él y la mamá me dijo ‘andate, andate porque mi hijo tampoco está’, y nos imaginamos que estaban juntos en algún lugar. Entonces nos fuimos a una villa que está en la calle Uruguay, frente al Abasto, pero la gente que nos conocía y sabía nos trataba como si tuviéramos lepra... ‘Vayansé, vayansé’, era lo único que decían. Y Nelly me decía si papá se habría peleado con alguien y estarían todos enojados.”
Varios días más tarde, las hermanas fueron hasta la casa de su padre a sacar al perro, que había quedado abandonado allí.
“Cuando tratábamos de abrir la puerta a la que le habían puesto un candado y cadena, varios hombres se bajaron de unos Falcon y nos preguntaron por papá, nosotras dijimos que no sabíamos adónde estaba y automáticamente nos llevaron, yo lloraba mucho y gritaba –dice Rita–, me pegaron una piña para que me callara y me taparon la boca con la mano, mi hermana empezó a gritar también y nos taparon con una frazada o algo así y nos metieron atrás en el auto, acostadas en el piso.”
Tras un viaje de alrededor de una hora, las hermanas fueron llevadas a un lugar del que lo único que recuerdan es que tenía pisos de baldosas negras y blancas. El secuestro se produjo el 20 de octubre de 1977, un mes después del de su padre y Pablina.
“Nos tenían sentadas en el piso con los ojos tapados, el tema era cuando nos llevaban al baño... ahí empezaba nuestro calvario... torturas y todo tipo de vejaciones... yo prefería hacerme encima y no ir al baño, pero igual nos sacaban... –relata Rita llorando–. Nos preguntaban por unas enciclopedias que papá le había comprado a Fidel y por Guillermo, un compañero de papá que era alto, grandote, había venido a verme con otro a una casa donde yo trabajaba con cama... Los secuestradores sabían todo de nuestra vida.”
Nelly es serena, habla poco y pausado, pero sus palabras son duras, no la quiebra la emoción ni el dolor de los recuerdos, excepto cuando se refiere a Fidel.
“Ahí nosotras no escuchábamos nombres, era todo gritos, llantos, torturas, la única persona que estuvo sólo tres días con nosotras dijo que era ‘La Colorada’, sí, después se la llevaron. Teníamos siempre los ojos tapados. Se sentía mucho olor a sangre... sí, mucho olor a sangre. Y cada vez que veníamos del baño llegábamos estropeadas, porque el tema era con Rita que lloraba, pero más conmigo porque yo contestaba. Sí, en la ida al baño nos tocaban... no, no, abusar no, eso no... sí, es cierto, tocarnos así es abusar, pero yo me refiero al abuso sexual total, ¿no?.. y nos hacían preguntas, quién iba a casa, nos tiraban nombres que no conocíamos. No, no nos picanearon, torturar así no, eran golpes y tortazos y tortazos... y el manoseo continuo, la parte de pechos... vagina... eso, todo el mes, continuamente... y cuando nos dejaron en Lugano el 22 de noviembre, nos amenazaron, nos dijeron que nos fijáramos en lo que hablábamos porque ellos sabían toda nuestra vida... nada más”, concluye.
Ambas relatan que el viaje desde el centro clandestino hasta Lugano fue corto, de unos 20 minutos. Pidieron por la calle unas monedas para viajar y se fueron a la casa de unos amigos, pero cuando contaron lo que les había pasado no las quisieron alojar. “Y entonces nos volvimos a los lugares conocidos de zona norte, estuvimos tres meses parando en la estación de Martínez, en la calle, y te acostumbrás viste..., estábamos solas, no teníamos adónde ir, todos nos echaban como a leprosas”, dice Rita.
Finalmente las dos terminaron trabajando en casas de familia, cama adentro. Nelly estuvo en una en las Lomas de San Isidro, hasta que en 1987 se casó y se fue a vivir a Villa Adelina.
A Rita una señora le ofreció trabajo cuando paraba en la estación de Martínez y la llevó a su casa, ubicada a cuatro cuadras de la base de la Fuerza Aérea de El Palomar.
“Sí, se llamaba Cristina Braco y preguntaba por qué estaba así, tan deteriorada y yo le decía que mi papá nos había echado; con Nelly no queríamos decir la verdad. Supongo que Cristina sabía lo que pasó porque trabajaba en la base, pero nunca dijo que yo era hija de desaparecido. Estuve ahí cuatro años, no quería salir ni a la puerta..., pánico tenía. A veces yo entraba a la base porque ella me hacía pasar como su sobrina y supuse que era la secretaria del almirante Agosti, nunca lo supe con seguridad... Yo iba y me hacían ahí los análisis porque estaba muy enferma, tenía problemas en la garganta, en los pechos, tenía golpes, pero nunca les dije la razón. Y a ella no le mentí, le dije que de mi papá no sabía nada, ella sabría algo, como trabajaba ahí... No me trataba mal, pero trabajaba como una bestia y yo no quería salir, tenía mucho miedo, estábamos a cuatro cuadras de la base... y veía los camiones salir de ahí, tenía mucho miedo... y no tenía adónde ir.”
Es la primera vez que Nelly y Rita cuentan su historia, pasaron 35 años para que a instancias de Fidel lo hicieran y sostienen que el miedo está siempre presente, jamás denunciaron que fueron secuestradas y mantenidas un mes en un campo clandestino. Sólo hicieron los trámites para cobrar la reparación que otorga el Estado por la desaparición de su padre. Ahora su hermano trata de atenuar sus temores y les explica cuáles son sus derechos.
“Y yo le decía a mi hermana ‘nunca contemos esto, porque nosotras quedamos en los archivos y nos van a venir a buscar otra vez’. Con los años nos dimos cuenta de que no, que eso no iba a pasar..., pero viste hace pocos días con lo de la Gendarmería, en cuanto leí lo de que podían querer hacer un golpe de Estado la llamé a Rita y le digo: ¿Viste lo que pasa, qué nos va a pasar ahora?, le preguntaba, sí, así quedamos....”, comenta Nelly.
Nelly no tuvo hijos, se separó en 1991 y trabaja cuidando enfermos y ancianos. Rita corrió otra suerte, se casó con un marido golpeador que falleció en enero y tuvo cuatro hijos con él, “y pensar que yo, confundida, a veces pensaba que estaba bien que él me pegara...”, recuerda angustiada.
Fidel afirma que los tres se deben una larga charla, solos, él quiere saber más y más... Y Nelly dice: “Sí, pero yo a veces me pregunto cómo se sale de todo esto que pasamos mi hermano, nosotras dos..., tanta soledad y miedo...”.
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