PERFILES > MICAELA VERóN
› Por Roxana Sandá
Micaela lloró lo que tenía que llorar. Después se enjuagó las lágrimas despacito, con cuidado de no olvidarse nunca de ellas porque la abuela Susana le dijo que esta vez había que ser más fuertes. Para seguir luchando por encontrar a Marita, su mamá, pero también para volver a buscar justicia aunque sea debajo de las piedras de este mundo. Porque en Tucumán se les había escurrido de las manos. Los ojos de Micaela son grandes, oscuros y profundos, como los de su madre, y siempre miran con firmeza y tranquilidad, como los de su abuela. El martes no la dejaron observarles las caras a los camaristas que absolvieron de culpa y cargo a todos los imputados por el secuestro y prostitución de Marita. Curiosa decisión después de diez meses de audiencias y de presencia sostenida de la niña en los tribunales. Hoy Mica, como le dicen, ni siquiera puede reprocharles a tres jueces la estafa moral y espiritual de la que fue víctima. La obligan a seguir construyendo su vida desde las ausencias, desde lo que no se puede ver, ni escuchar, ni reclamar, porque no le está permitido. “Se crió con la verdad, se crió viéndome luchar por su madre, buscarla sin parar y sufrió muchísimo, pero ese sufrimiento la hizo una persona fuerte y valiente.” Susana Trimarco suele repetir estas palabras como un mantra cuando dedica la luz de sus ojos a Micaela. Habla de la adolescente con orgullo, si a los tres años la acompañaba con una manito estrujándole la pollera para no perderse en pasillos y oficinas de organismos públicos y juzgados. Mica siempre estuvo ahí, en alertas matizadas con pequeñas siestas que a veces tomaba en los sillones de despachos para sacarle la lengua a una espera interminable. Diez años y ocho meses, para ser más precisos. Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero Lascano, de la Sala II de la Cámara Penal de Tucumán, le metieron una trompada en medio del pecho. No es posible por estas horas imaginar los pensamientos o los estados de ánimo que atraviesan a una adolescente de 14 años cuando le borran la esperanza de un plumazo. Preguntas obvias que nunca se agotan en sí mismas: ¿qué va a pasar cuando Micaela se cruce por la calle con alguna/o de las/os que gozan de la absolución desde el martes último? ¿Qué garantías de seguridad se les abren a las testigos víctimas de trata que durante el juicio se enfrentaron con sus captores/secuestradores/explotadores sexuales? ¿Cómo no pensar en una Justicia vidriosa cuando se habla de mujeres víctimas? ¿Dónde apoyar la confianza cuando todo lo que debería sostenerla la arroja al vacío de un momento al otro? José D’Antona, uno de los abogados que representa a Susana Trimarco, advirtió indicios agoreros desde el comienzo de las audiencias, en el caso omiso del tribunal a las amenazas abiertas que proferían en la sala los imputados a las testigos, en la violación judicial a protocolos internacionales como el de la Convención de Palermo en cuanto a los procedimientos y resguardos que debieran haberse tomado durante las declaratorias de las víctimas de trata y tráfico, en irregularidades de procedimientos y en la desestimación de pruebas presentadas en los diez meses transcurridos. También en las sonrisas irónicas que policías tucumanos les dedicaron a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora mientras aguardaban para ingresar al edificio para conocer el “fallo”. Nunca una palabra describió con tanta exactitud la realidad. A contrapelo, Micaela, paciente, empeñosa, vuelve a armar la imagen de su madre “con todo lo que me cuentan de ella”. Duele, “muchísimo, porque no está conmigo”. La paleta local no da tregua: a tres cuadras de los tribunales del escándalo, Susana Trimarco detectó un prostíbulo disfrazado de estudio jurídico y el miércoles, en una intervención poco feliz, la senadora nacional Beatriz Rojkés de Alperovich, esposa del gobernador de Tucumán, le dijo a Trimarco en un cruce radial que “la prostitución existe y va a existir siempre”. Micaela, por cierto, no anhela recibir demasiadas enseñanzas del mundo adulto. Muchos de sus profesores le preguntaban con incredulidad por qué las víctimas de trata no pueden escaparse; algunos sugerían que estaban de vacaciones. Ella, como le enseñó Susana, aspira hondo y relata lo inexplicable una y otra vez, amasando su propia justicia como el único horizonte posible. Por ahora.
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