VIOLENCIAS
La muerte de un niño qom en el Chaco se suma a la de un joven en la comunidad La Primavera, en Formosa, donde ya fallecieron una abuela y su nieta, y el miércoles volvieron a intimidar a otro dirigente indígena. Amada Asijak es la tía de la última víctima y líder del pueblo originario. Ella había advertido sobre la intimidación policial y desmiente el relato que apela a las casualidades permanentes.
› Por Luciana Peker
El 15 de enero Héctor Alonso, un qom de la comunidad La Primavera, estaba limpiando el cementerio comunitario cuando se tuvo que defender con machete de dos criollos con arma blanca en moto sin patente y con casco, según el relato de Laureano Sanagachi, el segundo representante de la comunidad qom (cuando Félix Díaz no está en el territorio). Juan Daniel Díaz Asijak, de 16 años, murió el 10 de enero. Su familia cree que por golpes y las autoridades por un accidente. “La policía comenzó a desparramar que mi hijo estaba borracho, siempre lo mismo”, cuestionó Pablo Asijak, cuñado de Félix Díaz, y que también participa del reclamo territorial de la comunidad en una nota con el periodista de Página/12 Darío Aranda. “Llegué al lugar, mi hijo estaba inconsciente y pude ver la moto. No tenía nada, ni raspones. Hasta le sacamos fotos porque ya sospechábamos”, destacó. Aun ante la versión oficial, si un accidente se puede evitar, no es accidente. Mucho más, tantas muertes. Hace un mes fallecieron Celestina Jara y su nieta Lila Coyipé, de 10 meses. El 23 de noviembre de 2010, en una represión por un corte de rutas en reclamo de tierras, mataron a Roberto López. Mientras que en otro territorio, pero también de la comunidad qom, asesinaron en la primera semana de enero al niño Iber Flores, en Villa Río Bermejito, Chaco, presuntamente una patota que ya tendría antecedentes en golpear a miembros de la misma etnia. La cultura y la vulnerabilidad unen a Iber con las víctimas de Formosa: “Donde murió el chiquito es un lugar muy abandonado, de mucha pobreza, igual que nuestra comunidad”, señala Sanagachi.
Amanda Asijak es la esposa de Félix Díaz y la tía de Daniel. Ella sobrevivió a su propia muerte cuando nació. Sobrevivir ya es una proeza en una comunidad cercada por enfermedades y deudas estructurales. Pero, además, la comunidad La Primavera –Potae Napocna Navogoh en qom– sufre la pobreza enraizada y una persecución puntual por el reclamo de tierras contra una familia criolla, el gobierno provincial y el Estado nacional. La comunidad tiene un territorio designado desde 1985 por el gobierno provincial para los pueblos originarios, pero que todavía disputa tierras con una familia (que donó tierras al Estado para construir un instituto universitario) e inclusive una parte de una laguna con una zona perteneciente a parques nacionales.
Ella y su familia viven ahí desde que los tobas ya no son nómadas –ahí nacieron ella y su madre– en esa tierra con río, monos aulladores y árboles de palma con los que teje canastas, costureros y hamacas. La vida tiene su propio sentido ahí donde la primavera no es una estación sino donde la patria de la diversidad se pone realmente en cuestión.
“No te sientes en la silla, no vayas a usar la mesa, para que el bebé se coloque, y come sólo un plato”, le dijo Amanda a Las/12, el 19 de febrero del 2010, lo que le decía su mamá, Helena Cabrera, en las enseñanzas que se acunan de generación en generación para tener un buen parto. “Nosotros queremos a los chicos, pero ahora hay mucha policía en el camino”, advertía Amanda, hace ya más de dos años y antes de tanta muerte. Para ella la policía y el camino eran un peligro y el peligro se volvió realidad. La comunidad es de cuatro mil personas y 800 familias. Hay muertes tan evitables como las que gatilla el Chagas o la tuberculosis. Hay otras que también parecen poder evitarse: los accidentes, al menos, dudosos.
Así murió el sobrino de Amanda. Ella cree que le pegaron. La voz oficial, que fue un accidente. “A nosotros nos pasa esto por ser luchadores de tierra. Es un dolor muy fuerte la muerte de mi sobrino.
Dicen que se cayó de la moto porque había mucho barro. Eso era mentira. La policía también miente. La comunidad está sufriendo toda. Las madres y los chicos. Tenemos que seguir adelante. Nosotros no queremos bajar los brazos. A mi sobrino lo mataron por culpa de la tierra. Los punteros políticos amenazaron a nuestros hijos. Ahora le toca a mi sobrino y a lo mejor otra vez le toca a mis hijos. Estoy muy preocupada. Yo soy una mujer muy sufrida. Queremos sacar a los policías que están en la tierra”, le dijo Amanda, continuó diciendo en el camino de su voz, en la senda de las advertencias, el 13 de enero, en el programa Sonidos agitadóricos, por Radio Nacional, a Liliana Daunes y Claudia Korol.
Hay agresiones, muertes y atentados. Desde 2010 a esta parte ya hay cuatro muertes. Sanagachi no cree en casualidades permanentes: “La comunidad ya sabe por qué está pasando esta situación tan desagradable. El gobierno provincial no quiere dialogar con la comunidad. Están dilatando el tiempo para que la comunidad se canse y tenga miedo. Las mujeres están muy resentidas por lo que está pasando en este momento.
Son las madres y están sufriendo mucho. Pero nosotros queremos que haya una solución y sea la devolución de la tierra”, le dijo a Las/12 desde Formosa.
Lorena Cardin es antropóloga y docente en la UBA. Trabaja junto a la comunidad Potae Napocna Navogoh desde 2001. Nunca más pudo sacar los pies del barro de Formosa, donde la desnutrición se pasea frente a sus rulos como si fuera tan natural como la naturaleza, o la violencia un gatillo que puede disparar a pesar de las leyes y las convenciones de derechos humanos. “La palabra que me surge una y otra vez es violencia. Violencia estructural y cotidiana. También impotencia”, resalta ella, para quien la profesión no se convirtió en un laboratorio frente a personas a las que ve pelear e, incluso, morir.
“Hace un mes, Ricardo Coyipe, qom de la comunidad Potae Napocna Navogoh en Formosa, conocida como La Primavera, me explicaba en el velatorio de su mujer, Celestina Jara, cómo habían sucedido los hechos. Mientras él yacía tirado en la ruta junto al cuerpo de su mujer y al de su pequeña nieta Lila, quien falleció a los dos días, el oficial de Gendarmería que lo había atropellado descendió del vehículo junto a su familia, históricos arrendatarios de tierras de la comunidad, y en vez de asistirlo comenzaron a insultarlo, a patearlo y a golpearlo. Luego, médicos y policías aseguraban que Ricardo había conducido ebrio. Todos sabemos que Ricardo es un fiel creyente evangélico y por ello no fuma ni bebe”, retrata la inequidad del dolor y del relato ante la muerte.
Hay otras muertes que se le aparecen a Lorena. Muertes evitables, vidas robadas en la invisibilización de un territorio donde la diversidad se convierte en sospecha. “También recuerdo a Paulino Miranda, muchos también lo recordarán, pues a los días de manifestar ante una cámara de televisión que sólo le restaba esperar y rezar, debido a la falta de atención médica, falleció de tuberculosis en un hospital de Resistencia. Imposible no pensar en Eugenio Sanagachi, un niño qom de seis años que sufre de una discapacidad mental y sobre quien manifestaron los médicos del Hospital Garrahan al revisarlo, en 2010, que en Formosa lo estaban dejando morir pues en seis años ningún médico le había actualizado la dosis del anticonvulsivo que tomaba y por ello el niño padecía convulsiones permanentemente.”
La falta a veces es ausencia de derechos como el ABC o el agua: “Presente también está Antonio Sogosincae, el único maestro aborigen para una comunidad de cuatro mil personas, que reclama a sus autoridades que le asignen otro cargo más para poder enseñar a los niños qom. Me aparecen las largas caminatas cotidianas de los qom cargando bidones para recolectar agua de lugares lejanos ante la falta de agua potable, así como las innumerables palanganas alrededor de las casas para acumular agua de lluvia y dengue. También las vinchucas en las casas”, denuncia Lorena. Y continúa: “Los reiterados reclamos de Félix Díaz por obtener herramientas para que su comunidad deje de depender de las pensiones por discapacidad del Estado y poder trabajar la tierra por la que tanto lucha. Las imágenes de los diez días que permanecí junto a ellos durante el corte de ruta que realizaron para evitar el avance de la obra de la sede de la Universidad de Formosa en su territorio siguen siendo perturbadoras, debido a la agresión diaria y constante que padecieron a través de los vehículos que arrasaban los objetos instalados en las cabeceras del corte, los disparos al aire durante las noches, los motociclistas que se acercaban y los amenazaban con armas, los periodistas de las radios de los pueblos vecinos que arengaban permanentemente contra los manifestantes, las casas incendiadas. Esa secuencia duró los cuatro meses que permaneció el corte, hasta la represión”.
Y la antropóloga se acuerda de otro muerto: “El recuerdo de Roberto López duele especialmente. A Roberto, un anciano qom, lo filmé en marzo de 2010, meses antes que la policía formoseña lo matara en la represión, aquel 23 de noviembre de 2010. Roberto aprovechó mi cámara para reclamar que ‘alguien’ lo ayudara, pues estaba muy triste dado que el ganado de los criollos vecinos le había dañado la plantación de porotos que con tanto esfuerzo había plantado. Por suerte también existen muchos recuerdos de inmensa felicidad junto a los miembros de la comunidad, recuerdos vinculados a su calidez, alegría y sabiduría.
Sin embargo, la escalada de violencia de los últimos días contra los indígenas qom genera dolor e impotencia por la violencia estructural y cotidiana que padecen. Más allá de la obra pública provincial, que a modo de respuesta será anunciada a la brevedad”.
Más información: comunidadlaprimavera.blogspot.com.ar
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