“Hasta las primeras décadas del siglo XX, el paradigma de belleza y sofisticación marcaba que, para ser bella, la piel debía ser lo más blanca y traslúcida posible. Sin embargo, alrededor de 1920, la inefable Coco Chanel popularizó la moda del bronceado. A partir de entonces, se generalizó la costumbre de ‘tomar sol’ hasta que, con el tiempo y los avances de la investigación, supimos que la exposición solar tiene efectos nocivos que van desde el envejecimiento prematuro –aparición de surcos y arrugas, engrosamiento de la piel, textura áspera– hasta el incremento de las posibilidades de contraer varios tipos de cáncer de piel. Hoy sabemos que las radiaciones ultravioletas producen en la piel un daño acumulativo y, también, que las de tipo A son las más perjudiciales para la salud de la piel porque penetran más profundamente. Ya casi nadie toma sol sin protección, son pocos los que se exponen excesivamente y la mayoría evita los horarios en que el sol es más perjudicial. Poco a poco, los conceptos de salud y belleza se han amalgamado; el bronceado intenso ya no está de moda pero algunas mujeres siguen adorando al dios Febo”, repasa la doctora en Química Patricia Dermer, directora de Lidherma y representante de la Skin Cancer Foundation.

Ella también repasa los cuidados básicos que se deben tener en verano cuando la piel está más expuesta por el contacto con las piletas, la playa o el río: utilizar un protector cuyo factor de protección solar –FPS– sea, como mínimo 15 y que cubra todo el espectro de radiaciones UV, teniendo en cuenta que aun las pieles que no presentan enrojecimiento ni signos de irritación requieren protección; aplicar el protector al menos veinte minutos antes de la exposición al sol y repetir la aplicación cada dos horas o luego de períodos de sudoración intensa o baños.