Vie 18.01.2013
las12

VISTO Y LEIDO

Una magia modesta

El “primer libro para adultos” de J. K. Rowling llega para
desestructurar el mundo de fantasía que ella misma creara en la ya célebre saga de Harry Potter.

› Por Marisa Avigliano

Algún día tenía que pasar. En el Callejón Diagon (donde los magos de Harry Potter compran todo lo que necesitan) no se vende el último libro de J. K. Rowling. Ella ya lo había anunciado, el huérfano de la cicatriz no iba a ser eterno. Después de algunos pequeños intentos por extender la biblioteca hechicera, incluida la publicación de Los cuentos de Beedle el bardo, Rowling –recita el slogan del lanzamiento mundial– escribe “su primera novela para adultos”. En Una vacante imprevista, un relato sobre el poder y los lazos familiares ambientado en Pagford, un “precioso” pueblito inglés con calles de pendiente pronunciada y solidez victoriana, los adolescentes de Rowling no usan Polvos Flu ni comen golosinas con gusto a vómito, no. Estos adolescentes tienen sexo, consumen drogas, intentan suicidios y se suicidan, sufren abusos sexuales de sus maestros, dicen malas palabras y odian a sus padres. Falta el aire en las idílicas calles de Pagford –como en el barrio de las viudas de Claudia Piñeiro y la alusión no es casual ni caprichosa– y hormiguea el racismo. Un muerto en las primeras páginas deja libre una silla anhelada en el consejo parroquial y hacia ella se arrojan en cálculo egoísta palmo a palmo los personajes domésticos de la novela (el árbol genealógico de una enciclopedia muggle que Rowling domina a sus anchas). Invernadero snob, Pagford tiene –como los tenía Hogwarts– sus malos y sus buenos (los buenos en Rowling son aquellos a los que el poder económico desprecia, los Weasley de la vida) y arman sus guerras diseñadas desde la urbanidad que segrega. Un obituario publicado en la página web parroquial con alegría encubierta por escribir el nombre completo del que ya no molesta le abre la puerta a un supuesto fantasma (el fantasma es el Barry Fairbrother, el que cayó muerto en el estacionamiento del club de golf y el dueño de la vacante ansiada). Como hechizo tardío que no traiciona la mirada radial hacia una sociedad angurrienta y mezquina, Rowling arma un nuevo campo de batalla esta vez sin varitas. Y aunque ahora escriba para adultos parece estar sólo interesada en la vigilia de los más jóvenes (y no está nada mal, salvo cuando en algunas escenas, y quizá prendada de algún tic lejano, explica lo que no es necesario explicar). Las páginas de Una vacante imprevista se leen rápido, con dosis de humor e intriga (oficio de su autora) y desgranan la claustrofobia cotidiana de los que están esperando la oportunidad de hacer trampa y negocio. Laderos tutelares del chisme que tiraniza para sacar ventaja.

Algo más, hay una belleza geométrica (“la belleza es geometría”, escribe el adolescente Andrew después de masturbarse pensando en la chica nueva del colegio cuya cara le parece la síntesis de la simetría perfecta y la proporción insólita) en la estructura de la novela, una geometría atrabiliaria que amplía las góndolas de la exhibición y hace alarde con las razones de los ejecutantes pueblerinos y los dogmas de la administración local. Y si bien una Rowling famosísima y millonaria vuelve con cierta complacencia a su barrio pobre, sale airosa del andén 9 3/4 y aunque ésta sea la novela que menos se le perdone (sobre todo porque desmanteló el escenario y no mantuvo como su venerada Jane Austen el mismo estilo de personajes) detrás vendrá otra para empezar de nuevo. Hasta que eso pase, los desilusionados pueden buscar por la ciudad un bar pariente del Caldero Chorreante o tararear el “Otra vez será” de Favio.

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