Vie 18.01.2013
las12

MEDIOS

Cuerpos bajo presión

¿Es el combo verano-medios de comunicación el generador de una sobreexposición de los mal llamados cuerpos de la temporada, una picadora de carne sexista que bombardea todos los años? Para la docente e investigadora Adriana Amado Suárez, no todos los pecados capitales salen del televisor, pero esa mirada recargada explica de alguna manera la violencia intrafamiliar.

› Por Roxana Sandá

Son cuerpos flotantes como boyas. Una exposición de objetos bronceados a la laca, livianos, porque la televisión los muestra apuraditos, saltarines en la arena caliente, y las fotos fijas de las revistas o los sitios de Internet los congelan en ventarrones descubridores de culos firmes pero volátiles, prestos a sobreexponer lo que de otra manera, natural, relajada, desprovista de estereotipos, no podría decirse ni mostrarse. No por el momento. Es verano 2013 recrudecido de tanta piel que protubera en labios arriñonados, pechos alla pelota pulpito, muslos de acrílico que obedecen aplicados a un mayúsculo reduccionismo sexista. Tan reducidos andan que dejaron de ser cuerpos para convertirse en pedazos bien dispuestos. “La cola del verano”, “El lomo del verano” “La delantera del verano”, “La cara del verano”, “El pelo del verano”. Y siguen los ítems descuartizantes. “Pero lo que más me alarma es que se suponía que desde los estudios de género o desde el feminismo, al delatar la situación poniéndola en la mirada de la sociedad, iba a generarse algún tipo de cambio. No se generó nada, sólo el recrudecimiento de esa exposición”, dice Adriana Amado Suárez, doctora en Ciencias Sociales (Flacso), magister en Comunicación Institucional y licenciada en Letras (UBA), que desde hace tiempo viene dando indicios de esa profanación de los cuerpos en diferentes publicaciones de su autoría.

El ojo sexista

“Me pregunto qué pasa con todo eso que veo en los medios, que desde mi mirada racional de feminista universitaria me genera ese rechazo que compartimos con otras y con otros pares”, se pregunta Amado Suárez. “Desde que se inició el cambio de siglo y pese a que en ese comienzo se consolidaron varias organizaciones con perspectiva de género, pese a que surgieron de manera sistemática diferentes estudios sobre la cuestión, lo más llamativo es que no se produjeron cambios. ¿Por qué no hemos conseguido una mirada femenina más acorde a lo que suponemos?”

–Quizás ésa no sea la mirada dominante de la sociedad.

–O quizá los medios no estén operando de la manera que suponíamos que operaran. Mi lectura viene por ese lado. Los últimos estudios están mostrando que los medios no operan desde la lógica del “vertido”. Los medios no van a la sociedad, sino que operan sobre aquellos valores indiscutidos en la sociedad. Siguiendo esta lectura, no podrían imponer los estereotipos. Incluso, desde la perspectiva de las neurociencias existen análisis experimentales muy interesantes acerca de lo que sucede con las audiencias televisivas. No miramos cualquier cosa: nos manejamos con información selectiva. Se elige lo que no resulta aberrante.

–Pero si se parte de esos supuestos, de alguna manera también se vuelve a esa antigua discusión de que la televisión no está para educar.

–Los medios no pretenden cambios sociales, tienen tareas más profanas como vender toallitas femeninas o yogures para el tránsito lento, y por lo tanto van a aquello que no tiene discusión. Creo entonces que debería plantearse un debate más intenso que el que veníamos pensando desde la academia. Las preguntas son ¿qué le hacen los medios a la sociedad? ¿Qué pasa con esa sociedad que durante todos estos años ha permitido que los medios hablen de ella de esa manera? Un indicador que sería más desafiante pero también más urgente tiene que ver con que esta mirada cargada de sexismo explica de alguna manera la violencia intrafamiliar. El sexo vulgarizado que vemos por televisión, por la red o desde las revistas, esa cosificación de la mujer, no están desarticulados de lo que pasa dentro de las casas. Entremos entonces en la lógica de que durante los últimos años esta situación de sobreexposición de los cuerpos se vio intensificada con la violencia intrafamiliar, y en lugar de generar un efecto social, no hay cambio alguno. Esa lógica plantea que quizá no sea tal la función que debe cumplir la comunicación.

–¿Dónde está el núcleo duro, entonces, desde el que se pueda interpelar esa situación?

–Si querés que los medios de comunicación no tengan influencia, no hay que cambiar los medios sino la sociedad. Para eso debemos trabajar en instituciones de base, a nivel educativo, desde lo comunitario. En la lógica de entretener hay una lógica de fragmentación, en la que el entretenimiento más frívolo permite mantener un diálogo que otros discursos no tienen. Si se lo proyecta desde lo que ocurre con el discurso de la mujer, los países en los que el planteo de género es más igualitario no son los que tienen mejores medios, sino mejores índices de base. Es tiempo de que invirtamos la ecuación, si tenemos un compromiso real de crear cambios que hacen al respeto como mujeres, hay que trabajar rápidamente en las instituciones. En sociedades de calidad no hay medios de baja calidad.

Cosas, nada más

El francés Daniel Pessac decía que el cuerpo “vive una doble vida: sobreexpuesto en Internet, la publicidad, el cine porno, convertido en espectáculo, y sin embargo no hablamos nunca de nuestro propio cuerpo. Sigue siendo tabú, nunca se le invita a la mesa; aunque no está prohibido, no hablamos de ello”. A esa humanidad se la soslaya; en su lugar germinan los llamados videos hot de mujeres públicas o semipúblicas hackeadas en sus prácticas sexuales. Sus propios cuerpos terminan convertidos en laboratorios de violencia, donde unas padecen y otrxs (la audiencia) gozan en un voyeurismo inconsciente. “Historias de vida sin marcas en tu piel”, eslogan de una conocida crema corporal, sería el corolario ideal para estos desconciertos del verano. “La parte que se elija para representar el todo, pone en evidencia cuál es el aspecto relevante para la comunicación, y por lo tanto, también es un mensaje en sí mismo”, sostiene Amado Suárez.

“Si en lugar de plantear que los medios son el principio, invertimos la premisa y decimos que son indicadores de que algo no está funcionando en nuestra sociedad, podríamos operar de manera más efectiva. Es una pregunta incómoda, rara, pero ayuda a pensar de otro modo. Y, por favor, dejemos de decir ‘mirá lo que nos hacen’. También es un rol muy femenino el de víctima.”

–¿Cuál es la incomodidad a priori que irrumpe con esa premisa?

–Es incómoda en la medida que te hace parte del problema, pero también parte de la solución. Por ejemplo al asumir que tu marido es tan cosificador como el señor que mira ese programa de la tarde donde vulgarizan la sexualidad de las mujeres. El sociólogo alemán Ullrich Beck, un gran analista de la crisis de la sociedad moderna en general, advierte en uno de sus libros, La sociedad del riesgo, que vivimos en tiempos en los que se piden soluciones individuales a contradicciones sistémicas. No podemos resolver esa contradicción, y menos desde la victimización. Pero podemos crear hábitos en nuestros entornos. Somos grandes críticas de la cosificación, y al mismo tiempo salimos corriendo porque tenemos turno para hacernos la depilación definitiva. Debemos cargar, como Atlas, con la lógica del consumo que está integrada a la sociedad. Nuestro bienestar social está atado al consumo.

–Nadie se desdijo en este punto.

–Si eso nos pasa será porque no nos molesta tanto. Sé que es antipatiquísimo, pero desde la lógica de la mirada académica es una obligación moral correr la discusión y preguntarse qué pasaría si se saliera de esa contradicción sistémica. Hay que tomar esto que vemos hoy como indicador de que fracasamos en nuestro intento. En septiembre empieza el tratamiento anticelulitis, el antienvejecimiento, la aplicación de infinidad de productos para pelo, y la mujer sigue cosificada en los estereotipos, en los pedazos. Es cierto que se observa un poco más de participación femenina en algunos programas, pero la igualdad anhelada no ocurre. La televisión sigue siendo la misma que hace quince años. Cambió el calce pero el glúteo sigue siendo el objeto de deseo. Esta semana, después de la circulación de su video, ¡a Florencia Peña le entregaron el premio “Gauchita de Oro”!

–La fragmentación manda.

–Es que seguimos fragmentadas, por lo menos en las imágenes que circulan. Seguimos discutiendo nuestros roles familiares, seguimos siendo la mujer de, la viuda de, la esposa de, como si Florencia Peña tuviera que dar cuenta de un rol subsidiario, que está en la valoración social. Sucede que tenemos el cosificador guardado en el placard, y la caja boba lo saca a pasear todas las noches. A fin de año, creo que en la revista Gente, Luisana Lopilato posando con un look salvaje, confesó que “todas las noches nos juntamos con Michael (Boublé, su marido) a rezar”. ¡La mujer perfecta, que además reza! Todos los peores estereotipos conviviendo en una criatura de 25 años. La escritora y periodista americana Susan Faludi habla de ciclos generacionales que vuelven a etapas reaccionarias en lo que hace a valores que apuntan a la igualdad de género. Cada vez más parejas quieren casarse jóvenes. El “quiero tener hijos y rezar todas las noches con Boublé”. No deja de asombrarme esta vuelta atrás.

–¿Será otro aspecto de la batalla cultural?

–Si lo es, no están tan claros los bandos. O, parafraseando un dicho conocido, “con el consumo, no”. Es el que alienta las fotos de Caras y la lógica de la industria cultural. Andá a impedirle el consumo a nuestras sociedades. Las categorías desde donde pensábamos en un mundo más igualitario no tienen que ver con la lógica del consumo. Y si es una batalla, está perdida. En todo caso, esto tiene que ver con pautas de socialización que merecen ser cambiadas para lograr un mundo igualitario. Por eso creo en la acción micro y comunitaria.

–Antes deberíamos clausurar esa violencia simbólica naturalizada, que tan buen operador resulta ser del sexismo.

–Nos están cosificando, diríamos. En los realities de este verano son todas divinas. Y aquí un detalle: la vuelta del pelo largo también es reaccionaria porque, desde Rapunzel, la extensión del cabello nunca fue tan largo. Es una metáfora femenina de los siglos. Tenés el cabello lindo, sos linda. Nos lleva horas de tiempo e inversión considerable de dinero. No es práctico para la vida. En su ensayo Pensamiento lumbar, Umberto Eco planteaba que el artefacto que hace a nuestra ropa, nos condiciona. Mientras tanto, en Twitter veo a amigas que los días de humedad lloran por el rizo no obediente. La igualdad no vino a liberarnos de la exigencia de belleza.

–¿Qué parámetros nos igualan, entonces?

–La lógica del consumo. Sumada a eso, la exigencia del canon de belleza es mucho más pesada para la mujer que para el hombre. Tomando la idea de Faludi, cuando empezó Sex and the city, sus protagonistas eran mujeres que iban por el goce sexual, por la realización profesional y por su independencia. Años después, en la película terminaron convertidas en lo peor de sí mismas. Quiero decir con este ejemplo que se trata de un proceso global, no sólo pasa en la Argentina. Hace poco escribí una nota sobre un recital de Jennifer Lopez, y a las mujeres del pop se les exige muchísimo más que a los hombres de ese género. Tienen que hacer tareas de ingeniería genética para mantenerse. En otro extremo, Roger Waters hizo playback y nadie se preocupó. Socialmente hay una condescendencia mayor con lo masculino.

–¿De cuántos otros closet se debe salir?

–Por lo pronto las mujeres deben salir de la victimización, salir del discurso “la tele me hace mal”, “los medios me alienan”. Probemos invertir los tantos, mirar hacia adentro y ver cuáles son los valores reales. Además de revisar los enunciados políticamente correctos y preguntarnos qué es lo que hay en todo ese entramado, que aun así no hemos generado cambios. Qué cosa está tan enquistada, porque no creo a esta altura en los procesos de alienación. Estudios sociológicos nos están mostrando que las sociedades se paran con otra posición frente a la lógica de la comunicación. Más gente participa en esos procesos. Y de alguna manera lo que hay que ver es lo que hay en los medios como indicadores.

–En el mientras tanto, ¿qué compartimos como sociedad?

–Esa “sociedad del riesgo”, de la que habla Beck. Hoy estamos ante la dinámica de las mutaciones de las familias y del lugar de la mujer en esas nuevas estructuras. Estamos asistiendo a fenómenos globales. Son momentos en los que no tenés una familia única, pero esos valores flotantes siguen exigiéndote que seas exitosa en el matrimonio y si te divorciaste más de una vez estás fallando en algo. ¡Hay cuestiones estructurales que impiden la estabilidad familiar! No hay trabajo, no hay familia, lo único que compartimos todxs es el riesgo.

–¿Es un proceso regional compartido?

–Es absolutamente global: los programas de Tinelli son carmelitas descalzas al lado de la televisión italiana. Los programas del corazón de España son de catadura parecida. Esta cuestión de lo que se muestra, de lo sobreexpuesto sucede en la Argentina, en Colombia o Ecuador. Salgamos entonces del pensamiento estanco de que “los programas de mala calidad son propios de la Argentina”, de las corpos y todo eso, y entendamos que estamos viviendo un proceso global que incluso tiene que ver con un giro generacional que no fue el que esperábamos las feministas. O sea: la verdad no nos hizo iguales.

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