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Viernes, 25 de enero de 2013

ENTREVISTA

Las chicas de la esquina

El asesinato de militantes sociales en la periferia de Rosario entre el fuego cruzado de bandas narco abre el debate sobre cómo viven las jóvenes y los jóvenes de los sectores más vulnerables, de qué modo construyen su identidad, sus vínculos, su pertenencia. Las investigadoras Eugenia Cozzi y María Eugenia Mistura denuncian que el discurso del narcotráfico como única explicación a la violencia deja de lado las complejidades que atraviesan a la juventud de estos barrios. Y que terminan en la muerte.

 Por Sonia Tessa

En pocos meses, Rosario pasó de ser contada una ciudad pujante, pletórica de riquezas y edificaciones de vanguardia, para registrarse como otra: barrios miserables controlados por las redes de narcotráfico a través de sus “soldaditos”. Una y otra descripción son tan falaces como complementarias: en el Gran Rosario están los principales puertos cerealeros del país, por donde se exporta el 78 por ciento de la producción de soja, y eso es notorio en sus edificios nuevos, los autos caros y todo tipo de ostentación del consumo. En Rosario, también, 90 mil personas (sobre un millón de habitantes) viven en asentamientos irregulares, ven pasar la riqueza por su costado, y quieren asirse a ella como sea. “Los pibes de los barrios quieren lo mismo que los pibes del centro, sólo que los materiales disponibles para conseguirlo son diferentes”, apunta Eugenia Cozzi, de la Cátedra de Criminología y Control Social de la Facultad de Derecho de la UNR. Y entonces, se trata de exclusión social. “El discurso del narcotráfico, como una sábana gigante que explica todo, deja de lado todas las complejidades de estos grupos de jóvenes y cómo construyen su identidad, el respeto y el status dentro del barrio y sirve como excusa para la inacción estatal, para que no se intervenga sobre este fenómeno que son pibes matándose en los barrios”, agrega María Eugenia Mistura, de la misma cátedra, sobre la incomodidad que les provoca la simplificación después de años de transitar tres barrios de la ciudad de Santa Fe (San Lorenzo, Alto Verde y Chaqueño) y tres de Rosario (Tablada, Las Flores, Ludueña) para trabajar con “pibes complicados”, de entre 15 y veintipico de años.

En la ciudad hubo 183 asesinatos en 2012, lo que representa un 15 por ciento más que el año anterior. Y entre las víctimas, el 70 por ciento tenían de 16 a 39 años. Pero hizo falta que murieran lo que la sociedad construye como “víctimas inocentes” para que esa violencia entre los jóvenes se hiciera visible en la ciudad. En la madrugada del 1º de enero de 2012 asesinaron a los militantes sociales Jeremías Trasante, Adrián Rodríguez y Claudio Suárez, del Frente Popular Darío Santillán, en el marco de una pelea de bandas narco en Villa Moreno, al sur de Rosario. En ese momento, comenzó a instalarse en la agenda mediática nacional que Rosario era un territorio “narco”. Este año comenzó también con la muerte de Mercedes Delgado, colaboradora de un comedor comunitario en el barrio Ludueña, el 8 de enero, en medio de una disputa entre grupos de jóvenes. Una semana después, tres militantes del Movimiento Evita quedaron en medio de otros balazos, en Nuevo Alberdi, otra zona de la periferia, en el noroeste de la ciudad.

Los “soldaditos”, entonces, pasaron a ser la explicación de todas las violencias; su omnipresencia tapa muchas preguntas sobre cómo viven los jóvenes de los sectores más vulnerables. Mistura y Cozzi tienen además proyectos de investigación específicos sobre la construcción de identidad de jóvenes (hombres y mujeres) en relación con la violencia. Y lo primero que piden es “deconstruir” los sentidos hegemónicos. Ellas conocen a los chicos. Van a “la esquina” donde se encuentran. Los escuchan hablar sobre sus rivalidades, saben que las novias les esconden las armas y, a veces, la droga. Y saben también que, en Rosario, cada vez más “pibas” se acercan a la esquina, se juntan a robar, se ganan el “prestigio” de esa manera, ya que no hay otras disponibles.

¿Cuáles son sus proyectos de investigación?

Cozzi: –En realidad son distintos, pero están en el marco de un proyecto más amplio, que es el de la Cátedra de Criminología y Control Social. Primero trabajamos en el proyecto PNUD, con la ex Secretaría de Seguridad Interior de la Nación. Ahí estuvimos trabajando en la ciudad de Santa Fe, con temas de violencia altamente lesiva en algunos barrios de la ciudad, con el objetivo de construir programas piloto, intervenciones de política de seguridad, con un determinado concepto acerca de la inseguridad. Un concepto más integral, donde se planteaba que la policía tenía un rol, pero no exclusivo, donde también tenían que aparecer otras áreas del Estado y de la sociedad civil. Después de esa primera experiencia, en 2007 pasamos a la Secretaría de Seguridad Comunitaria en la anterior gestión provincial. Ahora, ya fuera de la gestión, tenemos nuestros proyectos individuales, el mío dirigido por Font y codirigido por María Pita, desde una beca del Conicet sobre “Violencias, delitos e ilegalismos de jóvenes de sectores populares en dos barrios de la ciudad de Santa Fe y sus interacciones con las agencias del sistema penal”.

Mistura: –El mío es desde Consejo Interuniversitario Nacional sobre la violencia en las experiencias vivenciales y creación identitaria de jóvenes transgresores de un barrio específico en Rosario, dirigido por Font también, y codirigido por Daniel Erbetta (profesor de Derecho Penal, integrante de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe).

¿Cómo definen este fenómeno que aparece narrado como la irrupción del narcotráfico en la ciudad de Rosario y las peleas de las bandas para ocupar el territorio?

Cozzi: –A lo largo de los últimos años ha habido una tasa de homicidios con determinadas características, tanto en Santa Fe como en Rosario, que supera la media nacional y está asemejándose al conurbano bonaerense, por ejemplo. La forma en que aparece eso en los medios es a partir de una explicación muy lineal con el narcotráfico y en realidad alrededor de eso hay un montón de fenómenos.

¿Qué relación ven entre el fenómeno de Rosario como gran puerto cerealero y territorio de crecimiento económico acelerado con la irrupción de la violencia focalizada en ciertos barrios?

Cozzi: –Lo pensamos en términos exclusión/inclusión, no de los barrios como ghettos en los que no hay una circulación por la ciudad, sino que hay una circulación y hay una ostentación de esas diferencias, y eso crea expectativas que son frustradas. O sea, los pibes de los barrios quieren lo mismo que los pibes del centro, no es que están buscando otra cosa. Lo que pasa es que los materiales disponibles para conseguirlo son diferentes. Igual, las expectativas para las pibas de Rosario son diferentes que para las pibas de Santa Fe, y los materiales disponibles para poder construir esa identidad, ese status, ese prestigio, son diferentes. Y también hay una diferencia generacional, los más pibitos marcan toda una cuestión de diversión, de atracción alrededor de estas actividades. Cuando empiezan a ser más grandes, cuando han pasado otras cosas, han tenido amigos muertos, te cuentan otra historia también, llega un momento en que esta solución (entre comillas) deja de ser atractiva.

¿Cuáles son esas diferencias entre las expectativas de las chicas jóvenes de una ciudad más pequeña como es Santa Fe y una más metropolitana como es Rosario, donde viven más de un millón de personas?

Mistura: –Lo que percibo en las expectativas, en las aspiraciones de las chicas en Rosario, es que se ve mucho más intensamente que no se satisfacen ya con los roles domésticos y de maternidad. De todas maneras, el trabajo que nosotros tenemos en Rosario con los grupos de jóvenes de mujeres es incipiente. Ellas participan en la economía delictiva, más que nada en lo que es violencia y delincuencia, de delito de robo. En cuanto a participación en la venta de sustancia psicoactiva, sí tienen lugar, pero tienen un rol que no es el típico de los soldaditos que nosotras vimos. Algunas están armadas. Tienen sus broncas entre distintos grupos, andan armadas, pero quizás no con la frecuencia de los varones. La construcción de identidad todavía no pasa tanto por estar armada, sí por cuestiones como participar de robos y de situaciones violentas, pero con otras chicas en el mismo barrio o fuera del barrio cuando salen para un boliche.

Cozzi: –Para mí hay una heterogeneidad. Hay por un lado roles más tradicionales de estas mujeres, son amigas, novias, son las que los refugian cuando están en problemas, las que guardan las armas, las que a veces guardan las drogas, las que los van a ver a la cárcel. Algunas están involucradas más activamente en algunas actividades y otras no, ésa es una diferencia en Rosario y Santa Fe y generacionalmente. En las más grandes (de unos 25 años) persiste mucho más ese rol tradicional de cuidado del hogar. En las más jóvenes, sobre todo en Rosario, aparecen estas expectativas de las mujeres que cambian en las relaciones de género y entonces también comienzan a cambiar la forma de solucionar la frustración en esas expectativas.

Ustedes hicieron intervenciones territoriales concretas, ¿cómo es esa esquina donde están los jóvenes, de qué conversan, qué hacen?

Mistura: –La esquina es muy dinámica, viene uno, se va otro, va y viene en la moto, viene uno de la casa, trae jugo o cerveza, pero más jugo, el Tang. Se habla de las actividades que hacen en el día. Cuando yo estoy, el discurso no es el mismo, si bien a mí me habilitan a estar en ese espacio, hay temas que no me los habilitan. Sí hablan de la rivalidad de las bandas, pero no de los pormenores. Hablan del trabajo, porque muchos de los pibes trabajan, un poco más formal o más informalmente. Son peones de albañil o trabajan en el puerto. Son sus identidades, hacen otras cosas además de... Trabajan, salen, algunos pibes tienen hijos, pero no con esas chicas que están en la esquina.

¿Y ellos cómo piensan esa relación entre trabajar y formar parte de una banda que roba o vende droga?

Cozzi: –Lo que aparece, yo lo vi más en Santa Fe porque trabajé más allá, es todo un discurso de las dos platas, la plata que se gana trabajando, que se cuida más, en el discurso de los pibes. En cambio, la plata que vos hacés por salir a chorear, por cualquier otra actividad, es como la plata fácil, entonces también se va fácil. Lo que pasa es que la venta de drogas es algo intermedio, porque no es un salir y chorear y te hiciste. Pero aparece esa distinción y esa valoración de que lo que se gana con esfuerzo se cuida más, tiene otro destino que la plata que se gana fácilmente.

Mistura: –La plata fácil se gasta fácil, se convida a amigos a comer un asado, a comprar droga.

Cozzi: –Y después sí aparece, y más marcado en Rosario, la expectativa del consumo, de la moto, de la zapatilla... en Santa Fe es otra historia. En la ciudad de Santa Fe no tienen las motos que tienen los pibes en Rosario, no tienen esa circulación por la ciudad.

¿Cómo catalogan los chicos y chicas a la gente que viene del centro a comprar droga?

Mistura: –En general hablan de conocidos que lo hacen, pero esas personas van en circuitos protegidos.

Cozzi: –Una cosa que pasaba al principio es que no tenían cómo catalogarnos a nosotros, que íbamos a trabajar al barrio. Nos decían: “Ustedes no son caretas, porque los caretas no les pasan cabida a los villeros, pero ustedes no son villeros”. Entonces uno decía: “Son emo. No, son flogger”. Uno de los pibes dice: “Ustedes son compañeros”. Y también tiene una carga... hay toda una caracterización. “Compañero” es más que “junta”. Junta vos podés ser más circunstancial, que vas a ir a hacer un robo y volvés. Lo que también les hacía mucho ruido a los pibes éramos nosotras, como mujeres, trabajando con ellos, coordinando talleres. A veces había que marcar algunas pautas. Imaginate, con veinte pibes, faltaban herramientas, a veces había que discutir reglas de convivencia dentro del grupo, y fue todo un proceso, pero a veces nos decían: “Vos sos mujer, qué me venís a decir a mí”.

¿Cómo es la relación de los chicos con la policía?

Cozzi: –En realidad, es una relación problemática, es más o menos asimétrica. A veces se vuelve más asimétrica, sobre todo en situación de cárcel, de comisaría, pero en la calle es una interacción donde también se disputan cosas, y es una interacción que también resulta atractiva para los pibes.

Los “acuerdos” de la cuota mensual no pasan por los chicos...

Cozzi: –No, no. Pero esto es también muy heterogéneo porque también hay acuerdos micro entre la comisaría del barrio y los pibes, y entre el comando radioeléctrico que circula y estos pibes.

Mistura: –Por ejemplo, cuando hay un prófugo durante meses que está circulando por el barrio y que todo el mundo lo conoce.

Cozzi: –En realidad hay toda una cuestión... La idea de que se matan entre ellos, ese ajuste de cuentas que aparece en los diarios, también aparece fuertemente en los pibes. Ellos lo ven como cuestiones privadas. “Si nosotros andamos a los tiros nos arreglamos entre nosotros, nadie tiene que delatar a nadie”, dicen y el que lo delata pasa a ser un cagón, traidor, uno que no se la banca. Diferente es cuando aparecen víctimas que no son los que están a los tiros. En un caso de Santa fe donde un pibe sin querer termina hiriendo a su tía que estaba embarazada y a los meses muere, y el pibe al otro día se entrega a la policía. En ese sentido, cuáles son los significados de los usos de la violencia y de estas muertes por parte de los pibes. Hay que comprender lo complejo que es esto para poder disputar significados. Son muertes silenciadas por el Estado, que sabe quién fue, quién... el día de la muerte van, hacen allanamientos y después no pasa nada, el prófugo sigue circulando. Pero también los propios pibes lo piensan como una cuestión privada. Ellos te hablan de que son problemas de la calle que se arreglan en la calle.

¿Esa violencia es solo masculina?

Cozzi: –Es una violencia hipermasculina y todo lo que la rodea es mostrar la hipermasculinidad a través de eso. El más macho, el más fuerte, el que más se la banca. Las pibas también lo plantean de esa forma.

En ese contexto, ¿cómo piensan su propia muerte?

Mistura: –Me acuerdo de la pregunta que les hicimos, ¿cómo te ves de acá a diez años? La primera respuesta fue: “Y, si no estoy muerto...”.

Cozzi: –Me acuerdo de que uno de los pibes nos decía que en un momento buscaba “la bala que me mate”, que es una frase súper fuerte, pero aparece en un momento de saturación, o cuando mataron a un amigo muy cercano, ya no aguantás más. O sea, vivir a los tiros todo el tiempo no es divertido. Es por un momento, está bueno, pero llega un momento que es terrible, porque aparte tenés que estar las 24 horas de guardia y escuchás tiros todo el tiempo y estás en alerta todo el tiempo.

Pero mientras la violencia sea entre ellos, no aparece como un problema social.

Mistura: –También fue el disparador de esta sucesión de puesta en medios del tema del narcotráfico en los barrios, que mataran a “una víctima inocente”

Cozzi: –Se construye esa idea de víctima inocente, entonces también hay que disputar ese sentido. No hay víctimas culpables o víctimas inocentes y también para los propios pibes, que te plantean que en la confusión terminaron matando a alguien que no estaba en la joda, y que se armó lío porque era una persona honesta, un panadero. “No era como nosotros”, dicen. También hay que construir eso en el discurso, no alcanza con decir que son muertes invisibilizadas, también hay que disputar esos significados de estas muertes.

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MARiA EUGENIA MISTURA Y EUGENIA COZZI
Imagen: Sebastián Granata
 
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