Vie 12.09.2003
las12

TEATRO

Festivaleando

Graciela Casabé, directora del IV Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, se explaya sobre el camino que recorrió con su equipo hasta llegar a esta fiesta que durará hasta el próximo 28, y en la que no faltan grandes espectáculos al aire libre, con entrada ídem.

Por Moira Soto

Abrir es un lindo verbo, representa bien el espíritu del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires”, dice Graciela Casabé, directora de esta muestra bienal desde su segunda edición. Hace ya un par de días que en jaleo comenzó para el público que asistirá a las más de 200 funciones y todo pinta de lo mejor: la selección de espectáculos nacionales e internacionales, las múltiples actividades paralelas, el frenesí del público por conseguir entradas... A este respecto comenta Casabé: “Yo tengo un miedo opuesto al de directores de otros festivales: mi pánico no es a las salas vacías sino a la superpoblación”. Es que este IV Festival que se extenderá hasta el próximo 28, encuentra a Buenos Aires –ciudad teatrera por tradición– particularmente colmada de producciones escénicas de gran diversidad y frecuente calidad. “Por eso es más difícil programar para esta ciudad, el alto grado de exigencia, de referencias que tiene nuestro público no lo he visto en otro lado.” Sin embargo, a la señora directora se la ve distendida, risueña, por momentos jubilosa. Con la satisfacción de los deberes bien hechos. Aunque en verdad, algo más bien si se piensa que este festival internacional se comenzó a proyectar a principios del año pasado, cuando los presagios sobre el futuro en nuestro país, en cualquier área, era justificadamente sombríos. De cómo se remontaron los cuestionamientos, los bajones y las dificultades económicas habla Graciela Casabé en la entrevista que sigue.
–Das la impresión de sentirte de lo más canchera en un lugar de tanta responsabilidad.
–El equipo está muy afianzado, eso hay que decirlo. De las cabezas de área, el que menos festivales tiene, ha estado en tres. Nadie está ensayando. Hay muchas cosas que ya están claras para todo, hasta conocemos el grado de obsesión de cada uno, de cada una. Como de costumbre, tenemos mayoría femenina. De ellas aprecio que son más ordenadas.
–¿Se esfumaron entonces las dudas razonables que tuvieron el año pasado, bajo los efecto de la supercrisis que empezó en diciembre de 2001?
–Cuando comenzamos a reunirnos, no sabíamos si estábamos jugando a hacer un festival o lo estábamos haciendo realmente. Nos juntamos a trabajar, en marzo de 2002, con Mauricio Kartun, Daniel Veronese, Ana Durán... preguntándonos cómo debía ser este festival en un país diferente, donde nosotros mismos éramos diferentes. Había momento en que parábamos y nos mirábamos: “¿Se hará?”, aunque para afuera sosteníamos “Se va a hacer, se va a hacer”. Pero la incertidumbre acerca del país era tan tremenda que proyectar un evento de este tipo era un acto de arrojo. Y si no lo hacíamos con suficiente anticipación, no llegábamos, claro. Nos alentábamos mutuamente: “Vamos para allá, le ponemos ganas, le ponemos fuerzas...” Y aunque nos dijo nunca que no iba a haber festival, la sensación inevitable era: qué raro planificar algo en este momento.
–¿Resultó cierto que la fe mueve montañas?
–Mirá, en marzo ya marchábamos a full, y en abril recuerdo que estaba en Europa y algunos artistas me preguntaron: “¿Qué podemos hacer por Buenos Aires, por la Argentina?” En ese momento, no sabía exactamente quépedirles, y hoy te puedo decir que hicieron un montón por este festival. Por empezar, han reducido los cachets de una manera increíble, en su esfuerzo por poner el hombro.
–¿Empezaron a caer los presuntos escollos, a aparecer la certidumbre?
–Y sí, a medida que iba pasando el tiempo, empecé a sorprenderme gratamente: oía, esto se puede... y esto también. Y no estamos tan mal como nos anunciaron algunos que íbamos a estar: el dólar no se fue a 10, se estabilizó en tres pesos. Seguimos hacia delante, no voy a decir que sin altibajos, pero la programación fue tomando forma. Y lo que empezó en los papeles como un festival chiquitito, terminó siendo el más grande de los cuatro. Ya a esta altura estábamos convencidos de que los artistas, el público, eran los dueños del festival, que nosotros no teníamos ningún derecho a parar nada. Y avanzábamos, siempre tratando de dar pasos firmes: buscábamos una ayuda, la conseguíamos, subíamos un escalón más. Fue difícil, duro. Por momento, en lo personal, angustiante. Tuvimos que pelear más de lo que yo preveía la ayuda y algún cálculo me falló: di por sentado que si una institución nos había pagado 40 pasajes en una edición anterior, este año nos iba a pagar 10 pasajes y el cachet, era menos dinero. Error: una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Tuvimos muchas reuniones con instituciones culturales que entendieron que necesitábamos de ellas porque si no, no iba a haber un festival internacional. La ayuda que recibimos fue enorme y estoy muy agradecida, terriblemente agradecida. Hubo algunas frustraciones, borradas por alegrías enormes.
–¿Cómo te sentiste frente a la llegada de los primeros artistas del exterior?
–Imaginate: el viernes pasado tuve conciencia de que el festival empezaba, que ya entrábamos en esa celebración. En rigor, la primera artista que llegó, el 29 de agosto, fue Marilú Marini, y su director Arthur Nauzyciel, estuvo el 2 pasado. Pero la sensación corporal, esa alegría que me invade para estas fechas, empezó hace una semana. En realidad, estoy particularmente feliz porque hemos logrado mucho más de lo que pretendíamos. La cantidad y diversidad de artistas nacionales e internacionales que participa superó nuestras expectativas. Es un festival para todos, tal como nos lo propusimos.
–¿Dirías que el festival se va transformando según pasan sus ediciones?
–Sin hacer comparaciones, te puedo decir que en cada nueva edición empezamos trabajando sobre el balance de la anterior, con franco espíritu autocrítico. Y escuchando otras opiniones: yo, personalmente, si algún espectador quiere hacer comentarios, lo recibo. Porque me sirve, me aporta. A partir del análisis de lo mejor y lo peor de la muestra anterior, crecemos, tratamos de mejorar. Una de las novedades que ofrecemos este año es un libro sobre teatros independientes propuesto por Juan Garff. Por supuesto, a medida que íbamos cerrando, se seguían abriendo salas...
–¿Se ha hecho alguna encuesta sobre el perfil del público, porcentaje de varones y mujeres?
–No tan detallada como la que se va a hacer en esta edición y que nos informará exhaustivamente sobre la edad, formación, preferencias, frecuencia con que nuestros espectadores asisten al teatro, etc. También tendremos un dato muy revelador: la cantidad de turistas que concurren. En los workshops, por ejemplo, se ha inscripto mucha gente de Latinoamérica y del interior del país. Yo creo que el target del festival es muy amplio, y va de chicos de 20 a señoras de más de 60.
–Además de talentosas creadoras nacionales responsables de espectáculos como “Cortamosondulamos”, “Efecto mariposa”, “Intimidad”, “Lengua madre sobre fondo blanco”, “Planicie banderita” y “Twins”, se presentan notables artistas extranjeras.
–Son unas cuantas: Lía Rodrigues, coreógrafa, ofrece Formas breves, un trabajo maravilloso, muy conceptual, que va a dar qué hablar. Otracoreógrafa de original talento, también bailarina, es Sol Picó, inventora de Bésame el cactus, un espectáculo divertidísimo en el que aplica su formación clásica y de flamenco. Marilú Marini, argentina desde luego, viene de Francia y está en dos estrenos: Oh, les Meaux tours –Los días felices– de Beckett, y asimismo en Un animal de dos lenguas, junto a Enrique Pinti, bajo la dirección de Véronique Bellegarde, que propone este cabaret literario con textos de Jacques Rebotier y Alejandro Urdapilleta. My Dearest, My Fairest parte de una idea de Joanna Dudley y Juan Cruz Díaz, a la vez directores e intérpretes de este juego de encuentro y desencuentros de una pareja, dentro de un teatro musical que incorpora instrumentos de juguete.
–¿Cómo es ese espectáculo tunecino –”Junun, Demencias”– del que al parecer te enamoraste locamente?
–(Risas) Sí, me flechó. La creadora es una mujer que toma un caso clínico, de la vida real, del hijo esquizofrénico de una familia musulmana. La historia está contada a partir del personaje de la psiquiatra. Me gustó muchísimo el tratamiento del tema, las brillantes actuaciones, la forma significativa en que son utilizados contados elementos de utilería. Cuando terminó, no paraba de aplaudir y llorar.
–También habrá Noches Brasileñas protagonizadas por destacados artistas. Entre las mujeres, figuran compositoras, instrumentistas, cantantes imperdibles.
–Magníficas todas y muy distintas entre sí. La legendaria Elza Soares; Muni, la gaúcha cantante; Ná Ozetti, singular solista y compositora; Consuelo de Palma, que llega con un equipaje musical muy creativo inspirado en diversos folklores de su país y, por supuesto, la incomparable Cida Moreira, que vino al anterior festival, cuando casi nadie la conocía, y dejó un tendal de admiradores luego de hacer las canciones de cabaret: ahora regresa con Tom Waits, así que preparate... Y dentro de este rubro quiero citar a Sharmila Roy la música que acompaña al actor Maurice Bénichou en la puesta de Peter Brook, La mort de Krishna, un espectáculo para dejar prejuicios y preconceptos afuera.
–¿Por qué te gusta tanto trabajar en este festival?
–Las dos cosas que más me atraen son: elegir una obra que me guste pensando en compartirla con nuestro público: eso me da muchísima ilusión. La otra punta del trabajo es sentarme en el estreno y ver qué pasa. Después ya me relajo, porque es increíble cómo la gente reacciona de manera semejante en las sucesivas funciones. Por ejemplo, el año pasado con Iet op Bach, la platea se paró completa durante diez minutos en todas las representaciones, aunque a la crítica no le gustó demasiado. Cuando el público vibre, me da un placer inefable, todo cobra sentido.
–¿Solés guiarte por eso que se ha dado en llamar intuición femenina?
–Bueno, soy muy pasional. Amo esto que hago y me encanta comunicarlo. Creo que sí, que la intuición está en juego, y por alguna razón se la considera patrimonio de las mujeres. Yo no soy un caso aislado: la mayoría de los directores de festivales teatrales son mujeres, lo que me ha llevado a preguntarme si el único lugar donde es posible que alcancemos el poder es en la cultura. Y, sin embargo, creo que en los negocios, por ejemplo, podemos ser muy buenas, hacer nuevos aportes, manejarnos desde otro enfoque.
–¿Queda algún registro de estos días de sobredosis de emociones teatrales?
–En el noveno piso del San Martín hay una videoteca como para ver lo que no llegaste a ver, o refrescar el impacto de algo que te arrebató de entusiasmo.

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