Vie 15.02.2013
las12

El círculo de tiza

INFANCIA. La semana pasada volvió a ponerse en la lupa el problema de los jardines maternales a raíz de las maestras maltratadoras de San Isidro. Pero la deuda con la primera infancia excede por mucho la falta de controles y el horror que puede provocar este caso: pocas vacantes en la oferta estatal, ausencia de planificación y una agenda política pobre en esta dirección conforman el reclamo de organizaciones sociales, familias y especialistas.

› Por Flor Monfort

Yanina es un buen nombre para monstrua, por eso quedó tan grabado en el relato sobre las maestras violentas del jardín de infantes Tribilín, en San Isidro. Si bien había otras implicadas (Noelia, Gisela), Yanina es además la dueña de la voz que grita “Callate” tantas veces como gritos de bebés aparecen y desaparecen del audio que la incrimina: una prueba que logró el padre de una de las alumnas gracias al I-pod que puso en la mochila de su hija. No fue a la fiscalía, no consultó con un abogado, no llamó por teléfono a otros padres: ofició de justiciero borrando, sin saberlo, la posibilidad de que esa prueba fuera incorporada en una causa de manera automática. Ahora, los abogados defensores de las Yaninas del caso van a pedir la nulidad de la prueba y probablemente les sea otorgada, algo que no hubiera pasado de ser obtenida por un dispositivo judicial. Pero ¿quién puede culpar a un padre desesperado por saber si su hija es maltratada en el lugar donde debe ser cuidada? El padre actuó como particular porque así es como se siente y como se sienten miles de padres y sobre todo madres, frente a la planificación de la crianza de sus hijos. Por eso, cuando le acercaron un micrófono para hablar de la falta de habilitación, dijo: “La habilitación es lo de menos, lo que necesitamos son cámaras para vigilar a las maestras de nuestros hijos”. Un síntoma de época donde la híper vigilancia parece ser la panacea y la preocupación comunitaria y social por el destino de la fuerza de trabajo futura (una preocupación que se manifiesta en la Asignación Universal por Hijo pero no se profundiza en otras medidas como las que necesita la primera infancia) brilla por su ausencia.

Un bebé nace y su madre tiene una licencia de tres meses. Tres más sin goce de sueldo, un beneficio que muy pocas tienen hoy en día en la Argentina. El padre podrá ausentarse de su trabajo por cinco días. Si bien el año pasado el GEN presentó un proyecto de ley para extender esta licencia a veinte días corridos, todavía es eso, un proyecto. Pasado este lapso: la soledad. Y un problema que apremia con una criatura en brazos y nada de planificación, porque nadie puede preocuparse por este asunto antes de que la necesidad lo llame. Es así que empieza la búsqueda: qué hacer con un bebé de tres meses en una ciudad donde los jardines maternales y los centros de primera infancia no abundan, hay listas de espera para ingresar y ninguna mediación estatal de asesoramiento y contención sobre qué hacer cuando hay que volver a trabajar para comprar los pañales. Las opciones parecen quedar en ese círculo que dejó atrapado al padre de Tribilín: él tiene que arreglarse, ser el héroe o el vencido de una historia que empieza con alerta y puede terminar en la desesperación. Si bien hay subsidios para casi todos los empleados en relación de dependencia que no gozan de guarderías en sus lugares de trabajo, el círculo siempre se cierra en la resolución individual, a pesar de que los niños son un bien social y que la educación es un derecho de todos y todas. De 0 a 3 años, no hay planificación estatal para el destino de los chicos y, a partir de los 3, conseguir una vacante es misión imposible.

Una cadena que empieza y termina en ellas

Las protagonistas de estas historias siempre son mujeres: en ellas recae le cadena de cuidado. Si no son las abuelas, son las hermanas, las tías, las vecinas, las amigas. Pero si hasta hace algunas décadas casi todas las madres tenían una de estas mujeres disponible para ayudar (sobre todo las madres de las madres, clásico recurso para cuidar a los chicos), hoy las abuelas están en el mercado mucho más tiempo y esa flexibilidad que antes parecía natural hoy es casi forzada. Si una abuela puede cuidar de su nieto o nieta con la incondicionalidad que requiere, es un verdadero milagro.

Fundamind (Fundación Asistencial Materno-Infantil de Ayuda a Niños Carenciados y Discapacitados) es una institución sin fines de lucro que nació en 1990 en el barrio de Once. Lo primero que hicieron fue un relevamiento de la zona y notaron que una de las necesidades básicas era encontrar un lugar donde dejar a los niños, de todas las edades, cuando sus madres salían a trabajar. Había muchos que estaban solos, otros que se hacían cargo de los más chicos pero también ellos eran chicos. Bebés que se quedaban horas frente a un televisor rodeados de hermanos y relojeados por algún mayor muy de vez en cuando. Atendiendo esta carencia, el primer programa que implementaron fue el sector maternal. Empezaron con 20 niños, cubriendo la franja de 9 a 17.30 horas. Hasta el día de hoy, que ya son 138, los chicos desayunan, almuerzan, meriendan y tienen sus actividades educativas allí, y hay lista de espera. Fundamind es una de las pocas organizaciones de este tipo que pudo acceder a un financiamiento por parte del Estado, que hoy subsidia a cada chico con una beca de mil pesos, pero eso empezó a pasar gracias a la visibilidad que pudieron darle a través de figuras del espectáculo. Fue el showman Flavio Mendoza el que nombró a la Fundación en un almuerzo de Mirtha Legrand y provocó el llamado de Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gabinete porteño. Gerardo Mitre, psicólogo y presidente de Fundamind, explica: “Accedimos a un financiamiento a través del programa Centros de Primera Infancia del Gobierno de la Ciudad, que depende de Desarrollo Social, pero los años de remo fueron muchísimos”. Centros como Fundamind fueron reinaugurados por Mauricio Macri cuando otorgaron los subsidios a pesar de que ya existían y así lograron demorar cierta expectativa en torno de este tema que había provocado la intimación de la Justicia en 2008 a crear vacantes para los cientos de niños que quedaban fuera de la oferta estatal. Hoy en día hay 33 CPI en la Capital Federal que reciben a 3600 niños. Si bien el compromiso es ampliarlos a 100 y el objetivo final es 300, preocupa que no haya una ley que garantice esa promesa, de manera que un cambio de gestión lleve el asunto a fojas cero.

“Es grave que sólo la visibilización mediática genere un cambio. Hay organizaciones que trabajan bien pero no tienen acceso a ninguna figura. Ya el solo hecho de estar en provincia te trae muchísimos problemas que en Capital no tenés”, explica, y refuerza la idea de que quienes se acercan con esta necesidad son siempre mujeres. “Y en la mayoría de los casos son mujeres solas al frente de sus hogares. No sólo tienen este problema: el tema de la vivienda es recurrente. Los créditos que se están dando no alcanzan y hay muchas mamás que apenas llegan con lo que ganan. Esto no cambió de principios de los ’90 a la actualidad, lo que vemos de diferente es que tienen trabajo, pero muchas viven en habitaciones o casas tomadas. Otra de las grandes demandas es la de alimentos; nosotros entregamos 300 viandas pero tampoco alcanzamos a colmar la demanda, y esta necesidad se incrementó en el último año”, dice.

El 90 por ciento de las familias que llevan a sus hijos a Fundamind son de origen peruano, lo que implica pensar en esta problemática para las mujeres migrantes, quienes en muchos casos vienen de sus países para trabajar como empleadas domésticas en familias de clases medias argentinas dejando sus propios hijos al cuidado de terceras personas. De manera que la independencia de muchas está supeditada a la dependencia de otras, pero siempre el conjunto se cierra en ellas. La falta de políticas reasegura la buena salud de ese círculo y la certeza de que el cuidado queda librado a la posibilidad de los individuos particulares. Para la socióloga Clarisa Voloschin, “hay una ruptura de vínculos en esa cadena, pero también a medida que descendemos de clase social hay mayor solidaridad en los lazos sociales. La mujer de clase media está atravesada por el mercado, es interpelada por la sociedad de consumo, le dijeron que si tiene un hijo o hija con atributos bellos va a tener más posibilidades que de otro modo, entonces el vínculo materno-filial también se mercantiliza y el mercado funciona de modo individual, no colectivo, por eso el padre de Tribilín pide una cámara y no un derecho que le corresponde. No hay forma por cómo están dadas las cosas de que la mujer de clase media se organice para funcionar como trama, colaborando con otras mujeres en la misma situación. Algo que sí ocurre en villas o barrios populares, pero lo que tiene que primar es la intervención, el ojo del Estado”. Según Voloschin la colaboración no pasa del pool, o de tener al amiguito en casa para después poder mandar al propio, pero no hay concepto de red y menciona un intento del que fue testigo cuando trabajaba en la función pública de hacer guarderías por horas en la Ciudad de Buenos Aires. “Se probó que con cobrar el equivalente a una entrada de cine la experiencia era rentable, pero no prosperó la iniciativa, que era más flexible que un jardín maternal. Si una persona al cuidado de un niño quiere hacer un trámite, por ejemplo, si quiere incluso pasar la tarde a solas, es una respuesta ideal, pero no prosperó. Yo creo que porque está muy idealizado el chico y el hecho de que la mamá tiene que estar con el bebé, pero luego si estás embarazada no te dan el asiento en el colectivo, por eso los ideales son muy peligrosos, porque generan creencias que después no se corresponden con el cotidiano. Lo mismo que las madres solas, acá nadie las tiene en cuenta, no existe ni un programa destinado a ellas. Pero es un problema global: en Europa tienen licencias más largas, pero ellas son las que las siguen usando, o sea que al varón de alguna manera le han dicho que la que se ocupa es la mujer, y ahí no hay países desarrollados o no, ahí actúa el enorme peso de la cultura.”

El problema de las maestras

El caso Tribilín también dimensionó la dificultad de conseguir personal docente para una tarea por demás compleja. Según los especialistas, la maestra jardinera es un recurso que hay que pagar bien, entonces muchas veces se contratan mujeres jóvenes que no están recibidas, que cobran entre 1800 y 2500 pesos. “Hay otras cadenas de violencia: se ejerce violencia sobre el personal pagándole esta miseria y los últimos y más perjudicados son los chicos. El Estado ejerce violencia sobre el jardín maternal, porque cuando un jardín entra en el circuito de la habilitación muchas veces también entra en el circuito de la coima, es decir, que la honestidad queda librada a la buena voluntad de quien quiere fundar una institución educativa con todas las de la ley. Un jardín de infantes tiene un protocolo, un reglamento de habilitación, de cosas impensadas para quien no sabe, por ejemplo la grifería, que es muy importante aunque parezca algo menor. Si yo me pongo una casita y contrato dos chicas para que atiendan a los niños claramente no pensé en la grifería, sin embargo miles de esos lugares tienen habilitación, ¿quién se las dio? ¿Son los padres los que tienen que saber eso? No. Es el Estado el responsable, por eso es una cadena larga”, explica Voloschin y aclara que hubo mejoras en los últimos años, pero no alcanzan. Según indica, la información sobre la calidad y el seguimiento de un chico debe estar disponible todos los meses, no solamente cuando hay una alerta tan grosera, como que los chicos no se quieran bañar. Para Mitre no es fácil conseguir maestras recibidas y “al no haber lugares en los estatales, si encontrás uno más o menos barato encajás al chico ahí y no te hacés demasiadas preguntas, por eso los problemas saltan cuando los síntomas son tan obvios”. Según Patricia Miranda, maestra jardinera y licenciada en Ciencias de la Educación (UBA), “es el nivel más caro, ya que en la escuela primaria tenés un docente por 30 niños y en el maternal tenés un docente cada 6 u 8. Los materiales son más caros que en otros niveles y aparte no es obligatorio, de manera que las provincias más pobres hacen uso de ese presupuesto en sus necesidades generales. Pero, además, una maestra de jardín maternal no puede carecer de un cuerpo disponible, de unos brazos disponibles, es un trabajo que requiere de una disponibilidad emocional, corporal y psíquica de importancia”.

Otra dificultad de los jardines maternales radica en la diversificación. En la primaria, el niño va a una escuela pública o a una privada, en el jardín maternal la mayoría de las jurisdicciones nacionales no tienen estatales y algunos dependen del Ministerio de Educación y otros de Desarrollo Social. También hay jardines dependientes de lugares de trabajo (el de Rentas, el de la UBA, el jardín de Exactas, el del Clínicas, etc.). “La variedad de formatos marcan un mapa muy desparejo y eso trae consecuencias como las de Tribilín, o como aquel jardín donde le mandaban la deuda de la cuota abrochada en el guardapolvo. Muchas jurisdicciones no tienen nada de 0 a 2 años y hay variedad de experiencias, mientras que en el sistema educativo medio no podés no ser maestra. Un bebé que va a un jardín maternal tiene que estar mirado, jugado, no solamente limpio y alimentado; la calidad del vínculo en un niño indefenso es justamente donde más cuidado hay que tener. En los jardines de Capital no hay vacantes, sí es verdad que los estatales están a cargo de maestras matriculadas, pero en los privados no hay esa regulación. En la Ley de Educación se dice que los servicios con niños pequeños tienen que estar supervisados por el Ministerio de Educación y sin embargo no es así. Hay falta de coordinación de las políticas públicas”, explica y, desde su experiencia en la gestión de Filmus de 2004 a 2008, agrega que hay mucho por hacer: desde repartir libros y juguetes hasta estimular una cultura de juego, de ternura, de escucha. “A una familia reconocer que llevó a su hijo a un jardín de porquería le produce una gran angustia y culpa. Los padres de Tribilín decían ‘ahora nos damos cuenta de por qué no se quería bañar’ y es verdad que no es tan fácil reconocer el cuerpo de un chico que no habla. Y esa dificultad para reconocer que mandaste al chico a un lugar de porquería como éste hace que se tape, y cuando se destapa lo hace con esta virulencia. ¿Nunca se dieron cuenta de que las maestras no tenían títulos? ¿No les llamaba la atención que no se pudiera entrar en las aulas? Tal vez sí pero no tenían otro lugar a mano donde dejar a los chicos y preferían confiar. Entonces es muy complicado. Por eso las opciones por parte del Estado son fundamentales. La gente tiene que resolver, porque si no trabaja no come. En cada barrio tendría que ofrecerse un asesoramiento porque en un jardín se despliega una experiencia cultural. Los lazos sociales son pura regeneración, después de las historias políticas que hemos tenido de destrucción total son fundamentales.”

La crianza es un bien social

La tarea de crianza debe ser compartida con la familia, con la institución, con el entorno, es un bien social como la infancia es un bien social. Parte de un proyecto político general debería preguntarse cómo recibe a los niños, a los recién llegados al mundo. En una sociedad desigual no se pueden jugar todas las fichas en las posibilidades individuales de cada grupo familiar. La crianza es una tarea compleja: cuidado y educación van de la mano. El niño aprende cosas pero a la vez constituye su aparato psíquico, su constitución subjetiva; entonces las experiencias culturales que ahí suceden no son menores. No es lo mismo cambiar a un bebé a las apuradas que tomarse un tiempo. No es lo mismo tirarle un juguete para que se entretenga que ofrecerle un objeto, tentarlo, estimularlo. No es lo mismo crecer con música que sin música. No es lo mismo un niño narrado, mirado y jugado por un adulto preparado para esa tarea que uno librado al cuidado de lo disponible.

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