Vie 15.02.2013
las12

RESCATES

La pócima de su voz

Sandy Denny (1947-1978)

› Por Marisa Avigliano

La primera voz femenina del folk rock británico perdió la conciencia escaleras abajo en la casa de unos amigos. Se había caído mucho antes de que la encontraran y nadie en el Atkinson Morley Hospital pudo revertir el coma. Murió el 21 de abril de 1978. Seis días después se oyeron en su funeral dos de sus ajuares más queridos: el Salmo 23 (el Señor es mi pastor) en la voz del vicario y “The Flowers of the Forest” (una canción que recuerda a los caídos en los campos de Flodden durante una batalla entre Escocia e Inglaterra) en la lengüeta sonora de una gaita. Pero no fue esa caída londinense la primera en la vida de Sandy, hubo otra desde una escalera empinada en la casa de sus padres en Cornualles, que anticipó el último golpe y a la que muchos le endosan una lesión cerebral de la que nunca pudo recuperarse. La Dama Alexandra Elene MacLean Lucas (el nombre de nacimiento que enuncia su lápida) no sólo fue una de las fundadoras del folk rock insular, sino que además fue una de las mejores compositoras que tuvo el género. Apenas trece años frente a un micrófono bastaron para que Sandy, la única invitada en un disco de Led Zeppelin (el IV –en 1971–, en un dúo con Robert Plant en “The Battle of Evermore”), marcara la senda de la voz como lo hizo Joyce –el escritor cantante– cuando leyó en voz alta su Finnegans Wake.

Detrás de su “Quién sabe adónde va el tiempo” –ya un clásico perpetuo cantado por ella o por otras chicas: Nina Simone, Judy Collins y Cat Power– se esconden sus años de escuela Coombe (sólo para niñas) en Kingston upon Thames. La adolescente que pasó apenas una temporada pensando que iba a ser enfermera entró en el Kingston College of Art en septiembre de 1965 y desde entonces fue sólo música, grabaciones y bandas, muchas bandas. Tres álbumes en los años sesenta construyen el primer pináculo en su carrera y la entrada a Fairport Convention (dejó el grupo en 1969) un camino directo hacia la invención del folk rock británico a través de una voz que, arrastrando tradiciones, concebía cualquier efecto de improvisación. Después formó su propia banda, Fotheringay, que incluía a su novio –y padre de su hija Georgia–, Trevor Lucas, hasta que se lanzó a una secuencia de discos solista –la canción “Late November”, inspirada en un sueño, es quizás huella de sus mejores momentos. La chica del cameo breve en el Tommy de Lou Reizner, a la que acompañaban Richard Thompson, Swarbrick Dave y Ashley Hutchings, entre muchos otros, dejaba sediento a quien la escuchara y pidiendo siempre una poción más de su voz. El campo inglés con sus laderas como prismáticos privilegiados para detectar cualquier castillo a la vera de río estaba ahí para que Sandy lo musicalizara y la masa enloqueciera. Pero eso que tanto le hubiera gustado a ella no pasó. Su público creció cuando ella ya estaba muerta y sólo aparecían en escena rítmicos relanzamientos póstumos de sus discos. Una retrospectiva a finales de 2010 (con más de cien grabaciones inéditas –algunas en vivo, además de presentaciones y entrevistas para radio– y un libro como registro visual de su carrera) despertó a dormidos y ausentes que ahora, salpicados por las intrigas sobre si cerca del final ya había perdido pureza su fraseo sutil, si había sido o no novia de Frank Zappa o comparando las versiones que todavía cuentan la cantidad de cocaína y alcohol que Sandy podía tomar en un solo día, no pueden dejar de escuchar “Fhir A Bhata”, desesperación vital que forma pareja con la monocorde lira irlandesa y hace que la sentencia parezca definitiva, sí, ella sigue siendo la primera sólo que de vez en cuando deja que Anne Briggs se siente en su silla.

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