PERFILES > LUCILA FREND
› Por Flor Monfort
Las chicas eran amigas desde los 15 años, ese verano se iban a ir de vacaciones a Brasil, compartían salidas y un ph en el barrio de Florida. El 10 de enero de 2007 una apareció desangrada al costado de su cama. La otra fue automáticamente acusada del crimen.
Esta semana, un Tribunal de Casación Penal bonaerense confirmó la absolución de Lucila Frend, quien había sido juzgada por el crimen de su amiga Solange Grabenheimer. Basados en la premisa de que la hora de muerte no coincide con la presencia de Lucila en la casa que las chicas compartían, el fallo rechazó el pedido del fiscal Altuve de condenarla a prisión perpetua y ratificó lo actuado en el juicio, volviendo a abrir el signo de pregunta sobre las desprolijidades de una investigación que empezó mal y sobre el asesino de Solange.
Altuve estaba convencido –y lo sostuvo durante todo el juicio– de que Lucila estaba enamorada de su amiga y, como no era correspondida, la estranguló y apuñaló mientras dormía. La perita Sandra Musumeci dijo en el proceso que quien asesinó a Solange formaba parte de su círculo íntimo y que sería una mujer, “quien no fue capaz de soportar un límite impuesto por Grabenheimer”. El principal sostén de esta hipótesis radicaba en que la mejor amiga de Lucila desde el jardín de infantes comparte su vida con otra mujer, y que la familia Frend la recibe en su casa como una hija más. Sobre el rigor de esta “autopsia psicológica” realizada sobre el caso, poco pudieron argumentar los especialistas, impulsados a hablar con los medios desde el minuto cero y el ojo puesto en los gestos, miradas y maneras de la sospechosa y en ninguna otra línea de investigación que no la involucrara. Nadie lo sabe con certeza, pero tal vez en el ensañamiento hacia ella se perdieron datos y señales en otra dirección, porque alguien mató a Solange.
Con una reconstrucción filtrada a la prensa, una escena de crimen totalmente vulnerada (la casa tenía tantas pisadas diferentes que ni siquiera su pudieron identificar las de sus habitantes) y cientos de testimonios cruzados (los investigadores y la policía no se ponían de acuerdo en la hora pero tampoco en el perfil de Lucila, a la que llegaron a tildar de “sospechosa de homosexual” –sic–), la ratificación de la absolución llega con la protagonista lejos de Buenos Aires, una ciudad que se volvió completamente hostil para ella y su familia desde que se filtró su imagen y se multiplicó hasta el escándalo. Incluso la entrevista que le hizo Santo Biassati en su programa de televisión le jugó en contra: llegaron a encontrar 16 indicios de “mentiras” en sus gestos y miradas, señales de un nerviosismo que desde el anonimato de la red se interpretaron como señales inequívocas de culpabilidad y alevosía.
Por eso, Lucila hoy vive en España. Se fue a vivir a Barcelona para trabajar en una exposición científica itinerante; estuvo de gira durante un año y medio y se enamoró de un español: hace dos años que viven juntos. El fue el encargado de darle la noticia el lunes.
Pero el derrotero que la llevó a encontrar esa vida empezó mucho antes, cuando su historia se torció de manera radical: el caso mediático, la estigmatización, las amenazas. Mucho antes de ser juzgada, ya había grupos de Facebook que bajo el rótulo “Lucila Frend asesina” se encargaban de tildar de fría, psicópata y lesbiana a la chica de ojos azules, que reventó dos veces las ruedas del auto que manejaba, se bancó el acoso, los insultos y el graffiti que ya era marca registrada de su nuevo destino: “asesina”, coronado muchas veces por huevos y pancartas en la puerta de su casa. Su hermana Jannine decidió irse tras de ella a Europa y hoy vive en Italia.
El año pasado, luego de la absolución, su mamá, Marina Harvey, le dijo a este suplemento: “Como madre puedo decirte que siento un enorme orgullo por mi hija Lu: ella jamás se victimizó y un día me dijo: “Ma, es la que me tocó”, pero nunca dejó de trabajar, de presentarse y siempre trató de salir para adelante”.
Mientras tanto, el crimen de Solange sigue impune.
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