ARTE
Marula Di Como forjó su ánimo y su arte en la década del ’80, cuando los cuerpos todavía atenazados por la represión de la dictadura empezaban a despertar a otros fulgores. Tal vez allí habrá nacido su ímpetu por pegar golpes simbólicos a cualquiera que se asome a su obra en la que las palabras se convierten en objetos y los objetos en mensaje para diseñar su propio mapa de la aventura incesante de vivir y crear.
› Por Cristina Civale
Ciento diez bolsas –de ésas con las que se envuelven los sánguches que se compran por ahí– cubren una vidriera en la ciudad de Turín. Juntas conforman un mapa desordenado, armado con fragmentos de atlas antiguos que Marula Di Como –artista argentina, residente en Berlín– recortó en 2010, mezclando continentes, países y ciudades. Esta intervención constituye la última obra de Di Como y fue creada en el marco de un proyecto más amplio, Have A. Window (Tené una vidriera), diseñado y curado por los también argentinos Miguel Mitlag y Carla Bertone. Ahora mismo se exponen en la galería turinense Arte Sera.
En Buenos Aires, estamos habituadas a que las vidrieras estén hechas de un vidrio más o menos lustroso que expone un objeto que se exhibe para su venta.
Por eso la intervención de Marula Di Como en una vidriera que tapa en vez de mostrar resulta inquietante, pero ella explica a Las/12 que una vidriera, según dónde, puede tener distintos usos: “Aquí, en Alemania, hay mucha vidriera que se utiliza para sólo mostrar arte, forman parte de negocios o oficinas que dan a la calle y se alquilan para mostrar arte y sanseacabó. Se tapan con lo que sea. Esas vidrieras pertenecen a lo que se llama espacio urbano sin reconocer diferencias entre lo público o lo privado: siempre se intervienen”.
Un mapa suele ser una guía, una suerte de refugio que calma al que busca su destino y que le dice a quien lo consulta usted está aquí. Contra ese confort de los mapas, Di Como se revela: “Los mapas son representaciones físicas y políticas de estructuras arcaicas que, desde el territorio, se intentan modificar a diario. Seguir un mapa hoy no es tema y no sólo por el GPS. Seguir un mapa no es tema porque es una antigüedad. Hay que crear nuevos mapas, nuevos recorridos a seguir. Hay que crear los propios recorridos a seguir. No hay que seguir a nadie”. De este modo las bolsitas de Di Como cubriendo la vidriera de Turín son un manifiesto político. Son una suerte de ofrenda que hace la artista a quien se acerca a observarlas: las bolsas están para llevárselas y dentro de ellas hay trozos de papel con palabras que sugieren al flamante dueño de la bolsa lo que Di Como plantea como el eje de esta obra: “No hay que seguir a nadie”. La chica de la bolsa susurra en silencio a quien arranca uno de sus objetos de la vidriera, susurra como un mandato aquel leit motiv. No es tiempo de ovejas, es tiempo de encontrar el propio camino.
Di Como escribió en el catálogo de Have A. Window: “Construye uno nuevo que haga que el anterior se vuelva obsoleto. Sé el territorio, eso significa que la historia ha dado su siguiente giro”.
Marula Di Como se mudó a Berlín a comienzos del siglo pasado. Allí se vinculó con otros artistas argentinos que también estaban creando en la zona, como Mariano Mayer, Iván Mezcua y Lena Szankay. Siempre le resultó difícil encontrar con quién hablar de arte y desde esa imposibilidad surgió un proyecto del que sólo se puede contar su historia, desopilante y original. Consistía en llamadas telefónicas realizadas puntualmente cada sábado, donde se construía un diálogo de muchas voces. Una obra como intercambio de ideas que hoy no podemos mostrar porque fueron tantos los implicados que quién sabe quién tiene los derechos para su reproducción.
Desde ese momento está presente la palabra como algo central de su obra. La palabra que lleva a la discusión, a la construcción de un discurso que intenta romper las barreras de la llamada normalidad, un discurso siempre incómodo y cuestionador.
En Berlín crea Mercurio en el marco del proyecto Encabalgamiento. El mercurio, como ella explica, “no sólo es el nombre del planeta y la romanización de Hermes, es también un metal que es líquido y tóxico. Hay interiores que no podemos visualizar y hay cosas que de tan presentes dejan de estarlo. Los huecos, las cavidades y los marcos pueden ser los recipientes donde almacenar algo, pero también los bordes de una lógica que desconocemos. Ver el exterior es un modo de indicar los posibles circuitos. Ahora lo que vemos sucede en un afuera, porque algo se ha movido de lugar. Una obra como una carcasa que investiga”.
Esta obra salió de lo que ella llama “el lab”, un laboratorio que armó en su taller, un lugar compartido con otros artistas, allí iba poniendo objetos, unos junto a otros. Este roce los potenció en su significado y de allí surgió su Molekül. De ella escribió Mariano Mayer: “Presentada a modo de biblioteca objetual, los conjuntos de estos estantes han sido vaciados de todo ademán anecdótico, sin embargo, se exponen como elementos vinculantes. Formas y volúmenes reconocibles, cuyo grupo de pertenencia varía en función del mapa establecido, entre el pop y la arqueología de boticario, son expuestos tanto a través de sus funciones como del tipo de construcciones que son capaces de propiciar”.
Compas fue también parte de estos tiempos. En 90 cuadernos divididos en tres estructuras cocidas, círculos en grafito se entrelazan y una esfera se presenta en los cuadernos negros, en los azules y sólo en la etiqueta se lee Nichts (nada).
En la intensa obra de Di Como, destacan como marcas registradas sus sobres, esos envoltorios aparentemente inocentes a los que ella siempre llena de palabras para que el que lo adquiera se ponga a pensar. Podría afirmarse que Di Como detesta la contemplación. Alejandro Kuropatwa la quiso fotografiar y ella cuenta que le dijo “si querés una fotografía, andá a fotografiar a tu perro”.
Con un espíritu ochentoso –fue una de las dueñas junto a Sergio de Loof del mítico e histórico bar Bolivia–, Di Como siempre trata de meter una piña simbólica a aquel que le compra una obra o a quien logra hacerse de sus ya icónicos sobres.
Entre ellos destacan la serie Somos o estamos. El proyecto se apoya en un desdoblamiento único del idioma español: la diferencia entre el ser y el estar.
Esa distinción permite interrogar la diferencia entre el estado y la condición.
¿Una situación lo es en sí misma o tiene carácter circunstancial? Es una diferencia que permite entrever nuevas posibilidades, un estado es un hecho consumado, una condición es una contingencia que puede ser cambiada.
Las palabras se escriben en su forma femenina y plural. El género y el número resultan un elemento clave de la obra, se trata de investigar la potencia disruptiva del femenino y el plural.
El mismo patrón sigue su obra Souvenir. Sobre donde coloca cenizas, pero no cualquier resultado de un objeto quemado. Son cenizas del sistema de calefacción alemán (estufa a carbón) de las viviendas de la DDR, hoy en día en extinción.
Siempre en femenino, siempre atravesada por su yo ¿”herido”? crea Actitud, una obra como respuesta a cómo sus amigos la miraban y etiquetaban. Sobre el asunto nos cuenta: “Enloquecí un día que me dijeron que tenía problemas de actitud y me compré 100 cuadernos tapa roja de 50 hojas cada uno y con una regla letrada le escribí con grafito 6B: work in my attitude. Escribí en pastel, al óleo, a mano y luego cuando los terminé leí por recomendación a Mario Levrero y morí de amor”. La obra como penitencia pero también como salvación. Di Como es una agitadora social nata: hace pensar al mundo porque primero se pone a pensar sobre ella e, impúdica, lo cuenta.
Quizá su obra más conocida y la que resume muy bien su “actitud” y su “agite” sea Migrantas. Nos dice: “En 2002 me reencuentro con Florencia Young en Berlín, con quien ya había trabajado en Buenos Aires en varios proyectos. Le llevé unos dibujitos que estaba haciendo sobre cómo me sentía siendo extranjera y le pedí que me los pasara a pictogramas. Ella había llegado seis meses antes que yo y hablamos mucho de ‘lo que te pasa’ cuando sos extranjero. Me invitaron a participar en Berlín-Buenos Aires y se me ocurrió presentarles esos pictogramas y firmar junto a Florencia y que el proyecto se llamara ‘proyecto ausländer’ y les encantó y empezó la coordinación, y mientras tanto se mostraron algunos pictogramas en pantallas luminosas en Buenos Aires, y Guido Indij sacó un librito que se agotó y cuando llegó el momento de mostrar en Berlín me dijeron que no había dinero para afiches en la calle y que nos daban un lugar cerrado para mostrar los pictogramas. Iba a haber una pareja bailando tango y ahí mismo me bajé del proyecto”.
De esa fantochada de la que decidió no formar parte armó lo que luego fue y es el verdadero proyecto in progress Migrantas.
Junto a Estela Schindel y Florencia Young armó este colectivo multicultural que busca reflexionar sobre la condición del migrante a través del arte y el diseño.
“Las experiencias de los migrantes suelen permanecer invisibles para el resto de la sociedad, en especial la migración de las mujeres, un colectivo con una serie de características comunes que les diferencian de las poblaciones de acogida y, a su vez, de las de origen”, según explicó el teórico de la migraciones, W. Petersen. A través de sus proyectos, Marula, Estela, Florencia junto a Irma Leinauer y Alejandra López que se unieron más tarde al equipo de Migrantas pretenden “hacer visible en el espacio urbano los sentimientos y reflexiones vinculados a la vida en un nuevo país”. Migrantas convierte “la melancolía por la patria lejana en juego y el juego en arte” armando así un lenguaje visual de la inmigración.
La instalación de los pictogramas en el espacio público –fueron colocados en buses y vitrinas en Berlín– es el aspecto decisivo del trabajo de Migrantas. Pero para que tengan sentido, antes es necesario habilitar la palabra. Por eso las artistas convocan a otras migrantes como ellas a reunirse en talleres y reflexionar colectivamente. “La charla saca del plano individual la problemática de cada una” y se destaca que “las palabras dichas en voz alta posibilitan la identificación y rompen la sensación de aislamiento”. Al finalizar el encuentro, cada una se dibuja a sí misma en alguna situación que tenga que ver con su condición de migrante, dibujos que constituyen “la verdadera salsa que cocina este colectivo de artistas y mujeres.” De ellos parten las bases de los pictogramas, que son la “síntesis gráfica de los sentimientos expresados en las reuniones”, como indican en su web. Como el lenguaje de los pictogramas es anónimo y personal, personas de distintas nacionalidades pueden reconocerse en cada uno de ellos. Al hacerse visibles sus producciones en la calle, las migrantas pueden reconocerse en el paisaje urbano: la ciudad habla de ellas. Las acciones urbanas interpelan a los transeúntes y les proponen un estímulo para la reflexión. Migrantas para Di Como es pasado y presente, un proyecto siempre en movimiento. Como ella misma, como su vida y su obra, ese matrimonio por ahora indisoluble: “Aún no salimos del medioevo como sociedad y seguimos retrocediendo casilleros y hay que luchar hasta el último aliento porque no hay perdón; porque sí saben lo que hacen y porque mi canción es quedándote o yéndote y porque en la primera muestra que hice al lado del cuadro que mostraba pegué este texto: ‘Debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo, ella crecerá de acuerdo con un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada” y porque, como decía Daniel Melero, “yo no tengo carrera, tengo trayectoria” y porque como decía también en otro momento “me estoy repensando”.
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