PERFILES > LAS MONJAS DE LA CONFERENCIA DE LIDERAZGO DE MUJERES RELIGIOSAS
› Por Flor Monfort
“Recibimos nuevas integrantes, nuevas ideas y nuevos modos de vivir la religiosidad en el futuro.” Con esta consigna, las LCWR, la asociación que congrega al 80 por ciento de las mujeres trabajadoras de la Iglesia en Estados Unidos, dan la bienvenida en su página web con una impronta relajada que sorprende. Desde abril de 2012 más visitada que nunca, gracias al informe que emitió el Vaticano señalando su poca devoción por el dogma: las damas no condenan el aborto ni creen que las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo son un coletazo del diablo en la tierra. Por eso, aquello de las “nuevas ideas” se hace carne en su militancia, siempre cerca de la gente y lejos de los brillos de la Santa Sede.
En rigor, la Leadership Conference of Women Religious (Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas) nunca esquivó los temas salados: sin hábito que las uniforma y les da ese halo de “mujeres especiales”, desde el caso de Rudolph Kos en 1993, se pronunciaron severas para investigar y condenar la pedofilia en la institución. Pero el tole tole viene de antes: fundada en 1956, con más de 1500 miembras en todo el país, fueron consideradas libertarias desde el principio, cuando a poco tiempo de iniciar sus actividades se manifestaron cercanas al feminismo que despuntaba las primeras quemas de corpiños en los ’60. La tarea de ayudar a los que menos tienen, solos, desprotegidos y excluidos (porque si hay algo que “el país de la libertad” sabe hacer es dejar fuera del mapa a la lacra antisistema) siempre fue su fuerte, en una obra que alcanza lugares remotos y causas perdidas. “Dedicamos nuestra vida a los marginados de la sociedad, muchos de los cuales son considerados descartables: los enfermos mentales crónicos, los ancianos, los encarcelados, las personas condenadas a muerte”, decían en un comunicado que definía el alcance de su obra. Para armar una imagen definida, basta recordar a la monja que interpretaba Susan Sarandon en Dead Man Walking, una mujer considerada progresista por acompañar a un condenado a pena de muerte hasta el final, cuando él pudo confesarle que sí había cometido las violaciones y asesinatos que se le imputaban y poder caminar dignamente sus últimos pasos. Susan se vestía de civil, tenía dudas como todo el mundo y se reía hasta ahogarse como una chica de 15.
En 1979, la entonces presidenta de la LCWR, Theresa Kane, le dijo a Juan Pablo II, en una visita oficial a Estados Unidos, que no dejara de escuchar sus demandas, entre las que estaba la posibilidad de acceder a todos los ministerios eclesiales. “La jerarquía piensa que puede controlar a las mujeres, especialmente a las que están sometidas a organizaciones canónicas, como las religiosas, sin darse cuenta de que el mundo se mueve a pasos agigantados hacia una mayor igualdad. Uno de los problemas es que pedimos la participación de las mujeres en la Iglesia con plena voz, lo que ha producido, con algunos miembros de la jerarquía, roces”, dijo, dando la voz de alerta a una enemistad que seguiría por décadas.
Por dar otro ejemplo, el año pasado se publicó el libro Sólo el amor, de la hermana Margaret Farley, que tematiza las luchas de género, defiende el matrimonio igualitario y ese pilar histórico del sermón puro y duro, nunca mejor definido: la masturbación, sobre todo la femenina. Para sus pares hombres, la literatura de Farley implica “un entendimiento defectuoso de la naturaleza objetiva de la ley moral natural” y está “en directa contradicción con la doctrina católica en el campo de la moral sexual”.
Ahora, el flamante Papa designó al español José Rodríguez Carballo al frente del departamento encargado de la supervisión de todas las órdenes religiosas, un nombramiento de peso en relación con las condenas que llovieron sobre las religiosas el año pasado, cuando Joseph Tobin, su antecesor, prometió volver al carril derecho a las alocadas hermanitas. Carballo, quien es franciscano como Bergoglio, prometió desistir en la intención de Tobin de descanonizarlas y abrir el diálogo con ellas, quienes seguramente no se callarán nada, ni su apoyo a la eutanasia, la píldora y las familias ensambladas. A ver si la próxima es posible un “habemus papisa”.
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