ACTIVISMO
“A nadie le interesa escuchar a las mujeres al menos que estén desnudas”, dicen las jóvenes integrantes de Femen, la organización nacida en 2008 en Ucrania –un país con una población similar a la del nuestro y donde más de 100 mil mujeres están en prostitución– y que desde entonces se ha expandido por buena parte del mundo, incluida América latina. Son feministas, se declaran guerreras en contra del patriarcado, la industria sexual y el totalitarismo, y su método de lucha es aparecer intempestivamente en actos públicos con las tetas descubiertas y las consignas pintadas sobre la piel. Las12 entrevistó en Berlín a sus fundadoras y las vio en acción y en relación con otros grupos feministas que las aman y las odian con igual intensidad.
› Por Esther Andradi
Están en todas partes. En Davos contra los dueños de la economía mundial, en Kiev durante la Final de la Copa Europea de Fútbol, en Roma contra Berlusconi, en San Pedro contra el Papa, en París frente a la casa de Dominique Strauss-Kahn, en Hannover contra Putin. Aparecen desde la nada, los torsos pintados con consignas, gritando y exhibiendo sus pechos desnudos. Como los guerreros celtas que iban en cueros a la lucha, desconcertando a los guerreros imperiales. Como los hippies de los sesenta cuyos desnudos generaron escozor en el teatro y conciertos de rock. En Berlín se desnudaron los squaters en los ochenta y los vegetarianos se siguen exhibiendo como vinieron al mundo en platos gigantescos para alertar sobre el consumo de carne. Pero nadie provoca tanto como Femen. ¿Quiénes son estas jóvenes? ¿Las amazonas de la globalización? ¿La nueva generación de feministas?
Femen. Un nombre que es un invento. La raíz “fem” significa mujer. Y Femen, un plural en muchos idiomas del mundo. Nacieron en Ucrania en 2008, pero cuatro de sus fundadoras, Alexandra Shevschenko, Anna Houtsol, Inna Shevchenko y Oksana Chatchko emigraron a París, Roma y Berlín para coordinar Femen en Europa. En París acaban de presentar el libro de la historia del movimiento y su manifiesto con su coautora, la publicista francesa Galia Ackerman.
Son la generación del aullido. Acompañan sus acciones con gritos. Son furias. Sus pechos como armas convocan a toda la prensa y al mismo tiempo a toda la policía. Este método es irritante y provocador. Pero no sólo de sus destinatarios. También, en algunos casos, de las personas que dicen defender. ¿Qué piensan las mujeres de Femen?
Femen de Alemania se presenta en SUSI, un lugar donde acostumbramos a reunirnos las mujeres de todas las naciones que residimos en Berlín. Alemanas incluidas. Este centro intercultural, cuya sigla significa solidario, independiente, social e internacional, fue fundado poco después de la caída del Muro para las mujeres del este y el oste berlinés. El local está repleto. Hay también unos pocos hombres jóvenes. Uno de ellos sirve el té a las militantes. Se llama Paiman Davarifard, es psicólogo, miembro de la asociación que apoya a SUSI y prepara un documental sobre Femen. Otro de los asistentes es un colega periodista tras la caza de una entrevista. En el baño encuentro casualmente a dos de las activistas. Son jóvenes, pequeñas de estatura, parecen colegialas, se están maquillando y colocando las diademas en el pelo que las identifican: flores, mariposas o pájaros. Un detalle que recuerda más a los hippies de la Woodstock comunity de los ’60 que a este invierno crudo y duro europeo. Climático y económico.
Frente al abigarrado auditorio, Alexandra Shevschenko, “Sascha”, ucraniana, economista, 24 años, una de las fundadoras de Femen en Kiev en 2008, actual coordinadora de Femen Alemania, habla sobre el surgimiento de la organización.
“Estábamos impresionadas por la orange revolución y todo el movimiento que generó en Ucrania. Eramos muy tontas, cierto, pero queríamos cambiar algo. Sabíamos que la crisis no sólo era económica sino también política, educativa, social. Ibamos a la universidad para buscar un marido. Fue entonces que comenzamos a leer textos feministas. Fue como entrar en otra dimensión. Comenzamos a discutir de feminismo, pero nos decían que las feministas son feas e insatisfechas y las mujeres ucranianas no querían saber nada con ser definidas así.
“Ahora mostramos nuestro cuerpo, pero cuando comenzamos a protestar lo hicimos de la forma clásica. Música de Pink Floyd, pancartas, afiche, manifiesto, marcha. Doscientas a trescientas mujeres. Al principio llamamos la atención porque en Ucrania no hay grupos de mujeres y muy pocas feministas, pero al poco tiempo nadie se ocupó más de nosotras. Nos dimos cuenta de que con la forma tradicional no podíamos influenciar ni en lo político ni en lo mediático, de modo que pensamos en otro modo de agitación. Entre las muchas ideas que discutimos una era el topless. Era algo radical, pero no sabíamos qué impacto iba a tener. Además nosotras no éramos ni prostitutas ni actrices ni exhibicionistas, ni nada que se le parezca. Eramos jóvenes de veinte años cuando hicimos la primera acción y para nosotras fue un paso muy radical. No queríamos hablar mucho, queríamos actuar. Y ver cómo funcionaba eso con la gente. En el 2010 eran las elecciones en Ucrania: un sistema corrupto, mafioso, de rufianes y proxenetas. Es decir, nada que se asemeje a un sistema político. Tanto el entonces candidato Janukowytsch como su opositora política, ahora en prisión, Julia Tymoschenko, son lo mismo. Entonces hicimos nuestra primera protesta. Fuimos a la oficina de Janukowytsch, el presidente electo, con nuestros torsos pintados. Nos metieron presas, pero al día siguiente estábamos en todos los medios. Estaban nuestras tetas, pero también nuestras ideas. Mostrar nuestros pechos es una acción que no sólo transforma el medio: nos transforma a nosotras mismas. Un torso desnudo tiene una gran potencia. Ahora somos un movimiento internacional, ni soñábamos con esto cuando empezamos en Ucrania. Nuestro cuerpo es nuestro manifiesto. Nuestro cuerpo es el símbolo de nuestra libertad sexual, es nuestra decisión mostrarlo. Nuestro objetivo es el mismo que el de las feministas de todas partes, pero éste es el momento del cambio. Hace 40 años, tal vez era necesario ponerse el trajecito sastre para ocultar nuestra sexualidad, pero ahora queremos gritar que somos mujeres, que estamos felices de ser mujeres, que queremos ser libres.”
Alguien del público pregunta sobre los contactos con feministas en Ucrania.
“No hay muchas feministas en Ucrania. Sólo se reúnen para darse golpecitos en el hombro y pretender que son las más leídas, las más inteligentes y que las demás son unas taradas. Porque hay algunas feministas que se creen las dueñas del feminismo. Pero somos todas hermanas. Sólo tenemos diferentes métodos de trabajo y de acción.”
Se arma una grande. Porque las chicas de Femen Alemania acababan de escrachar el burdel Pasha, el más grande de Colonia, la zona del Rin, y la Herbertstrasse, donde las prostitutas ejercen en Hamburgo. En la Herbertstrasse desplegaron un cartel: “El trabajo libera”, la misma frase que coronaba el ingreso a Auschwitz y eso desató la cólera de las prostitutas, uno de los gremios mejor organizados de Alemania, donde la prostitución es legal. Una de las mujeres sentada en la última fila formula, con voz algo cansada:
“Soy mujer, me considero feminista y aunque ya soy vieja, sigo ejerciendo. Soy prostituta. Y si bien la valentía de Femen en algunas acciones me parece interesante, repudio totalmente la acción contra las prostitutas. Tendrían que habernos preguntado a nosotras lo que necesitamos. Tenemos organizaciones como Hydra, que acaba de cumplir treinta años”, dice. Hydra –hydraberlin.de– es una organización cuasi sindical de apoyo y cobertura para las mujeres que ejercen la prostitución en Berlín.
Las Femen responden que están contra la industria sexual y la trata y la esclavitud sexual de mujeres y criaturas menores de edad para solaz de los varones cultos de Europa. Hablan de ucranianas, brasileñas, caribeñas, africanas, de la trata de mujeres que también lleva esclavas sexuales a Alemania.
“Pero no hables en nombre nuestro, que lo hacemos por propia decisión, que hemos optado libremente por esta profesión y que creemos que el trabajo sexual es un trabajo como cualquier otro”, se irrita nuevamente la anciana.
Luego de unos tiras y aflojes, y de la intervención de Adeline Donchi, alemana de origen africano, la situación se suaviza. Adeline insiste en que Femen no está en contra de las mujeres que deciden libremente ejercer el trabajo sexual, pero si hay una sola que sea esclavizada por ese trabajo, pues por esa mujer hay que luchar.
“Bosta, eso es lo que ustedes dicen. Eso es populismo, es inaceptable lo que hacen”, increpa otra de las presentes, con motivo de la acción de Femen en las mezquitas europeas.
El 4 de abril, Femen se manifestó contra la Yihad, la “guerra santa” del Islam y por la libertad de Amina, la activista de Túnez que protestó en topless en su sitio de Facebook. Sin ropa en el torso, con los pechos al aire, pintado con consignas muy claras: “Fuera el Islam”, “fuck your moral”. Lo hicieron en París, en Bruselas. En Berlín, Femen se mostró frente a la mezquita más antigua, fundada en 1927. La más abierta y tolerante de todas las mezquitas de la ciudad donde se predica en alemán.
¿Y por qué se metieron con la más moderna de las mezquitas?, les preguntan.
“Elegimos intencionalmente la más tolerante de las mezquitas. Porque son quienes mejor pueden comprender nuestra lucha.”
“Dejen que sean las mujeres musulmanas las que hagan su revolución. Ni se les ocurra venir a la mezquita de mi barrio porque les rompo la cara”, provoca otra voz del público.
Toma entonces la palabra C., alemana de origen albanés, musulmana, de Hamburgo. “Sé de lo que hablo y sé por qué actúo y sé que tengo derecho. Por mi origen familiar soy musulmana, he pasado toda mi adolescencia en Refugios para Mujeres porque mi vida no es la que mi familia espera de mí y como saben eso puede significar la muerte. Por eso soy Femen. Aunque todavía no tengo el valor suficiente para mostrar mis pechos, pero ya lo lograré.”
Entonces llegan los elogios. En boca de Janina Argilagos de SUSI.
Por el escrache de Femen contra los nazis en Berlín. Por la acción contra la misoginia de la fábrica de muebles sueca Ikea, que para congraciarse con los países árabes borró a las mujeres de las fotos en sus catálogos destinados a algunos países musulmanes como Arabia Saudita.
Al final Femen convoca a las interesadas a acercarse al movimiento, como simpatizantes, como activistas.
–¡Yo! –dice mi vecina de asiento con voz firme. Tiene el pelo muy largo, es delgada. Madre de dos hijos mayores–.
–Fui abusada cuando niña, quise borrar mi cuerpo durante años. No ser. Ahora tengo 48 y aparecen ustedes mostrando sus pechos pintados. Como un arma. Quiero ser una Femen más.
Dice llamarse Luna.
La noche está redonda.
Pocos días después de la espectacular acción de Femen contra el presidente ruso Vladimir Putin en Hannover, nos citamos en un café. Llegan Klara Martens, 22, estudiante de técnica de Protección Ambiental, y Sascha, coordinadora de Femen en Alemania. Hay una temperatura agradable. Klara es delgada pero se la ve fuerte. Cuando se quita el saco deja a la vista sus hombros llenos de moretones. Son las huellas del forcejeo con los agentes de seguridad en la Feria de Hannover, donde de la nada aparecieron las Femen, interrumpiendo el recorrido de la canciller alemana Angela Merkel y su huésped Vladimir Putin. Las cámaras de todas las televisiones mostraron una y otra vez la perplejidad de los políticos frente a cinco mujeres con el torso desnudo y pintado con consignas. Fuck Putin. Fuck Dictador. Primero llegan corriendo tres. A los gritos. Después se abalanza una cuarta, que al ser atrapada por un agente de seguridad se arroja al piso y lo arrastra con ella, en una dramática rodada.
–Es Josephine –dice Klara–. Ella practica artes marciales.
Luego aparece una quinta.
–Esa soy yo.
Klara corre la misma suerte que sus antecesoras. Reducidas rápidamente, permanecen detenidas durante cuatro horas por los agentes de seguridad alemanes. En media hora se abren cuatro procedimientos judiciales contra las Femen. La acusación por “ofensa a la investidura de un dignatario extranjero” les puede costar hasta tres años de prisión. Mientras conversamos Sascha recibe una llamada. Alguien le cuenta que el secretario de Prensa de Putin está furioso “por la ineptitud de los agentes alemanes, incapaces de impedir la humillación del jefe y encima las sueltan después de servirles café, qué escándalo. Estas mujeres son delincuentes.”
Dicen que dijo.
Hoy en día hay más de dos centenares de Femen en diferentes países. En Bélgica, Italia, Francia, Alemania. También en Canadá, Brasil, México. En Australia y en Suecia. En Túnez.
–En Argentina también hay algunas –dice Sascha–. Hay activistas en muchos países. Y simpatizantes en todas partes.
–No vamos a contarte los detalles de cómo organizamos nuestras actividades ni cuáles serán nuestros próximos objetivos. Lo más importante es no tener miedo de estar haciendo algo ilegal.
–Eramos cinco. Teníamos entre 16 y 20 años. Queríamos escrachar a Janukowytsch, el candidato a presidente que después fue elegido, en el lugar donde votaba. Fue una acción muy importante para nosotras. Es un momento fuerte lo que vive cada activista la primera vez. Es difícil explicar cómo se logra vencer al miedo. Lo que pasa es que una se hace más fuerte. Porque vivimos en una sociedad donde a nadie le interesa escuchar a las mujeres, a menos que estén desnudas. Entonces tomamos ese desafío y utilizamos nuestro cuerpo desnudo como un arma para que se nos escuche. Hasta ahora lo estamos logrando.
–No tenemos una estructura jerárquica. Las fundadoras tratamos de coordinar, pero no nos interesa el control. La idea es que se reproduzcan tantos grupos como quieran para que accionen de acuerdo con los temas más importantes de las mujeres en cada país, en cada lugar. Por supuesto que cuando hay activistas que se vinculan con nosotras les advertimos sobre las consecuencias de estas acciones. Que se preparen, porque hay represión, problemas en el trabajo, en la universidad, depende. Después de la acción contra Putin nuestras compañeras rusas tienen prohibido el ingreso al país. En el caso de algunas de nosotras se nos impide regresar a Ucrania. O a Bielorrusia, donde estuvimos secuestradas.
–Luchamos contra los tres pilares del patriarcado: la dictadura, la industria sexual y la religión. Estamos contra las grandes religiones monoteístas, absolutistas y represivas. El Vaticano es el único lugar, además de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, donde las Femen sufrimos cárcel. En los demás países europeos nos detuvieron unas horas, pero en San Pedro fueron brutales. Sin embargo, no estamos en contra de la creencia personal que cada uno/cada una pueda tener.
–En la industria sexual. Las mujeres somos un producto más de la cadena de consumo y esclavitud de nuestros cuerpos. En Ucrania para muchas jóvenes como nosotras la prostitución es la única alternativa. Somos la generación del “mercado de la carne”, como escribe la blogger inglesa Laurie Penny –Laurie Penny, Meat Market, Zer0 Books, abril de 2011–. Estamos trabajando para el futuro, para que nuestras hijas y nuestras nietas tengan otras opciones de vida.
–Nos autofinanciamos. Somos estudiantes o artistas, muchas trabajamos. Las que tienen auto lo ponen a disposición para la movilidad. Nuestra página web es nuestra vitrina de ventas. Desde remeras hasta la impresión de nuestros pechos. Vendemos la impresión de nuestras tetas... ¡pero no nuestras tetas! El logo de Femen es un regalo de Artemy Lebedev (1975, Moscú), el diseñador más controvertido y provocador de Rusia y es una de las pocas veces que hizo algo gratis. También tenemos contribuyentes anónimos, gente que nos hace llegar sus aportes, como el DJ Hell de Berlín, que es nuestro amigo. Sólo tres de las fundadoras están rentadas para trabajar, con 700 euros, menos que un sueldo mínimo. Las demás vivimos de nuestro trabajo y estudiamos.
–¡Eso es el patriarcado! Si hay un hombre que colabora, siempre van a decir que es el de las ideas. Y no es así. Hay hombres que nos ayudan, claro. En Davos, el director suizo Alain Margot organizó el hotel, hay fotógrafos que nos acompañan, que filman las acciones. Y también hay hombres que distraen a la policía manteniéndola alejada de nosotras, ellos son súper importantes para Femen.
–No es verdad lo que decís. Cualquiera puede estar con nosotras, la mayor de todas nuestras activistas tiene 65 años y es la madre de una compañera de Femen.
–Tampoco es verdad. Te aseguro: ¡cualquier mujer puede formar parte de nuestras acciones!
–¡Los medios! Ya estamos hasta en la prensa de Japón. Esta es la primavera de la revolución feminista.
Alice Schwarzer, directora de la ya legendaria revista Emma y la más famosa de las feministas históricas alemanas, les dedica la tapa de un número: Femen Power. En el número siguiente se acumulan las protestas de las lectoras. Que no están de acuerdo con el método. Que el feminismo alemán acaba de cumplir cuatro décadas. Cuarenta años de acciones y logros, de nuevas leyes y cambios fundamentales para la vida de las mujeres. Pero aunque algunas feministas de la primera hora las acusan de activismo vacuo y de haber leído poco, la generación Femen sigue creciendo. ¿Aprendiendo de las hermanas mayores? Por si acaso, en su clavícula izquierda Sascha tiene tatuada la consigna: aprender, aprender, aprender. Son palabras de un ruso, también llamado Vladimir, pero más conocido como Lenin.
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