PERFILES
Iliana y Marina Calabró
› Por Flor Monfort
Lejos quedaron los tiempos en que posaban como una “famiglia unita”, con los hijos de Iliana, que parecen salidos de una película de Scorsese y una joven Marina sin siliconas ni hambre de fama. Esa era la época en que Ili concursaba en Soñando por cantar y hacía de su pareja con el ahora conocido Rossi todo un reality del amor marital. Allí estaba el esposo ejemplar, teniendo el tiramisú en fuente de vidrio que la hija del capocómico repartía entre el público, riéndose de cada ocurrencia de Tinelli con todos los dientes y disculpándose por alguna ausencia, cuando tenía que ocuparse de sus negocios. Lejos pero no tanto, porque esta familia hermosa, con tres mujeres virando al pelirrojo de amoníaco y un batido importantísimo, sostienen desde la trinchera a sus hombres intachables, o al menos ése es el relato que siempre se escribió sobre Coca, la eterna esposa del Cala, esa que lo acompaña a la cena de ilustres todas las semanas hace tantísimas décadas con Mirtha Legrand y otros ejemplares del medio. Coca, que nunca quiso fama, crió a sus hijas con devoción y constancia, acompañando sus virajes alocados: el de Marina, que estudió ciencias políticas pero terminó dilapidando la biblioteca en el living de Infama; el de Iliana, que egresó del conservatorio pero prefiere cantar como un perro y ganar el concurso con más rating de la tele.
Ahora las hermanas se enfrentan: desde el minuto uno en que Rossi fue figura pública del affaire Fariña, donde lo nombran cada cinco frases en actividades tan diversas como llevar y traer bolsos de guita y organizar recitales de María Martha Serra Lima. Rossi marketinero, publicista, relacionista público, marido de Ili, padre de los chicos, yerno de uno de los humoristas vivos más conocidos de la Argentina. Marina, como figura de América y hermana menor, se puso el traje que le pidió el canal, o el que sin que nadie se lo pidiera a ella le calzó mejor: el de “periodista”. Paseó por todos los programas de la emisora dudando de su cuñado, haciendo muecas sugestivas, preguntando en las grietas de tanta declaración agujereada, y allí empezó a borrar la foto familiar del amor y la lealtad tan cara al clan Calabró y que tan bien pega en nuestros corazones.
Una semana después de la explosión y con el pecho inflado por la falta de pruebas, Ili se sacó el pañuelo de la cabeza y dejó las chancletas para ponerse el vestidito ajustado y defender a su marido de los embates de todos, pero sobre todo de su propia hermana menor. En el living de Intrusos, Ili se comió todas las “s” que correspondían para decir con énfasis lo que cualquier buena madre de familia: “Ni mi marido tiene una amante, menos un hijo (tenés que ver lo buen padre que es) y en el fondo es un perejil que compra los sandwichitos”. Del otro lado, Marina la miraba desentonada, ya no tenía la aprobación de la primera semana en que todo ardía y a todos les pareció demasiada la desconfianza de Marina para con su propio cuñado. “Nosotros te bancamos siempre”, dijo Iliana angustiada, y juró que esto va a pasar y va a volver a estar todo bien, pero la herida es enorme. Las chicas sacrificaron mucho para dejar en pie a los varones (el Rossi que tuvo que mudar sus camisas a Madero Center, “papá”, el ídolo caído por tanto revés injusto de la vida) y pusieron su mejor perfil para defender a la tribu, apelando a todo ese imaginerío barato y digno de mil bostezos: “defender como una leona”, “poner las manos en el fuego por mi marido” y “estar dolida”. Enojadas nunca, como Karina Jelinek, que deja todo por su amorcito menos el gloss y los moñitos, y dice con una sinceridad pasmosa “no entiendo nada de la vida, menos voy a entender de esto”. Gusto daría explicarle a Kari que mejor no diga nada, que no tiene que sostener ni cuidar a nadie, como las Cocas y las Ilianas, tan dispuestas a hacer la vista gorda y poner la otra mejilla para que los chicos puedan ir tranquilos al colegio.
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