IN CORPORE
Lo que mejor cotiza en el mercado de la mujer objeto, el culo, tiene un agujero negro que funciona como un imán del deseo. Pero una vez pasada la barrera circular, entramos a un túnel conocido pero inconfesable. Si los niños hacen caca y nos alegran la vida, las mujeres decimos que vamos al baño y hasta ese eufemismo es audaz. Tanto pudor se paga y la factura se cobra en el cuerpo: con “hinchazón” y no constipación, con la dolorosa retención de esa materia innombrable que en las chicas buenas debe ser violeta, a juzgar por las propagandas de yogures que prometen “panza chata”, ligereza y cualquier otra metáfora que evite nombrarla a ella, la caca.
› Por Marina Mariasch
Hace unos meses empezó a correr el rumor de que la sonrisa de Mariana Fabbiani estaba más grande que de costumbre: se dijo que la conductora se había realizado una operación para no hacer caca nunca más. Más allá de la veracidad del rumor, sumamente inquietante desde el punto de vista científico, vale preguntarse qué lleva a una mujer a querer extirparse el intestino o algo parecido, anulando una de las etapas del circuito digestivo. Quizá había empezado a convivir con su pareja –o simplemente habían planeado una escapada– y las mañanas después del mate la incomodaban. Quizá quería sacarse de encima todo lo que en esta sociedad funciona como lo peor que nos sentimos cuando un amor nos deja, un trabajo no sale, o simplemente no tenemos respuesta: una mierda.
Después de todo, lo del rumor no es más que la opción in extremis de una práctica que se viene realizando ya desde hace años principalmente entre mujeres de alto poder adquisitivo: la limpieza de colon. Esta práctica se impuso en el poscapitalismo y tuvo como una de sus mayores defensoras a Lady Di, famosa bulímica. Es una terapia que consiste en la inyección de aguas purificadas y templadas dentro de todos los pasadizos secretos del intestino, hasta dejarlo libre de los residuos que se van depositando en sus paredes y nos llenan de toxinas. De mierda. Nos dicen que del lado de adentro tenemos caca acumulada desde el principio de los tiempos. Y que con esta técnica que se promociona, casi como el nazismo, como “la solución definitiva”, nos vaciamos, quedamos frescas y livianas, casi ángeles, casi muñecas.
Nuestra identidad como sujetos en la sociedad moderna se construye a partir del control de los residuos fecales, sugiere Dominique Laporte en su Historie de la merde, un estudio publicado tras el fervor intelectual del Mayo Francés y antes de la devastación del sida, combinando teoría, política y sexualidad. Esto incluye la organización de la ciudad, el surgimiento del Estado-nación, el desarrollo del capitalismo y el mandato de un lenguaje puro y apropiado. Pero, al contrario del mito de grandeza de la civilización erigida por encima del lodazal de la barbarie, Laporte señala que estamos profundamente metidos en la mierda, particularmente cuando aparentamos más limpieza e higiene. Nada menos que el ideal cartesiano del Yo surge de entre los excrementos: Laporte sitúa en su arqueología de la basura el momento en que un edicto real de 1539 impuso a los ciudadanos franceses la organización de sus propios residuos como el germen del surgimento del Yo. De ahí en más se traza un mapa que atraviesa los procesos históricos entre las esferas pública y privada –de la casa hacia la calle, de los cuerpos hacia la calle– y continúa hasta la construcción del sujeto contemporáneo. Pero es la mujer, en el camino de los senderos que se bifurcan, la que toma la vía constreñida: una dama huele a rosas hasta en sus desechos gástricos.
Somos todos iguales ante la caca. Nos vamos por el inodoro ante una noticia terrible, nos secamos ante situaciones extendidas de estrés, generamos cólicos, megacolon, bolos. Pero en el proceso de “privatización de los residuos”, señala Laporte, hay diferencias. Hay olores que son tolerados y otros que no, depende de qué sujeto lo expulse: “La universalidad no está dada históricamente: el olor de la caca y los gases podía ser soportado en el ámbito familiar siempre que fuera el varón el que lo hubiera expedido. Para la mujer, era algo impensable y prohibitivo”.
Aunque somos las mujeres las que metemos los dedos en la mierda más seguido que nadie (entre otras cosas, lidiamos con la caca de niños y ancianos), somos ritualistas con la caca propia. Siglos de tabú nos volvieron constipadas. La constipación es mucho más frecuente en las mujeres que en los hombres. La realidad es que no está demasiado claro por qué pasa esto. José Barletta, docente de la Facultad de Medicina de la UBA, dice que esta tendencia se atribuye a la progesterona, que es una hormona que aumenta en la segunda mitad del ciclo menstrual y que aumenta todavía más durante el embarazo: “Esto explicaría en parte por qué las mujeres se constipan más, por qué la constipación es más frecuente durante el embarazo (además de porque el útero crece de tamaño y comprime el intestino) y por qué la mayoría de las mujeres tiene un ritmo intestinal que cambia durante el ciclo menstrual”.
Barletta cuenta que “se vio en modelos experimentales en ratas que la progesterona aumentaba algo llamado ‘contracciones no propulsivas’ del intestino, que son contracciones que se producen sin que avance el contenido intestinal, hacen que se absorba más agua por lo que las heces se secan y endurecen más, lo que dificulta todavía más su tránsito por el intestino”.
Pero además reconoce que “hay otro tema que es más social que estrictamente fisiológico, y es que por una cuestión social a las mujeres les cuesta mucho más ir al baño cuando tienen ganas” y tienden a ir más bien “cuando es lo correcto ir”: en su casa, a la mañana, con música, la canilla abierta para distraer con el ruido y los planetas alineados en la cuarta luna de Júpiter, y si alguna de todas esas cosas no se produce, entonces no van al baño. Todos los mandatos de no ir al baño en lugares públicos, no apoyarse en la tabla y demás terminan generando constipadas”.
Para este nicho de mercado que quiere tirar por el inodoro lo innombrable, lo que afea, existe toda una industria. Desde los laxantes –naturales y químicos– hasta los métodos alternativos, como los cereales con fibras o los yogures con bacilos. Y para esa industria existe a su vez una plataforma publicitaria que ha desarrollado un lenguaje que toma los atajos más insólitos para esquivar el marrón popó. “Tránsito lento”, algo que hasta hace un tiempo se asociaba a los autos atascados en la 9 de Julio, “acumulación” –¿de zapatos, carteras?–, “panza chata” –tema aparte– y otros eufemismos fueron carne de cañón para los humoristas de sobremesa y del stand up. Merecido.
No todo es rechazo en el universo fecal. Lo negado, lo prohibido, funciona en su cara doble, como objeto de deseo. No quisiéramos recordar las anécdotas de coprofagia cuando los chicos están aprendiendo a controlar. Hay un mundo adulto –en nuestro lado oscuro, como señala Elisabeth Roudinesco– donde orbitan juntos sexo y heces. Pero, ojo, no hay que confundir perversidad con perversión, que puede entenderse –en la línea de Roudinesco y Foucault– como “una forma particular de perturbar el orden natural del mundo”. Las prácticas del goce son muchas: la clásica lluvia negra, el dirty Sánchez –bigote de caca al compañero sexual–, rellenar el profiláctico con materia fecal y usarlo como pene de juguete son sólo algunas ideas. Como dice el refrán, cada uno hace de su culo un pito. Igual, las que prefieren el sexo anal clásico caerán en la rueda de la fortuna: no es ni verdadero ni falso el mito de que la penetración trasera combate el estreñimiento.
El ideal de belleza femenina del romanticismo presenta dos modelos: la mujer pálida y lánguida, de cabello rubio y ojos claros, perfume suave y floral, pulcritud y pureza, y la mujer apasionada y pulposa, de colores intensos y seductora, con el olor de los fluidos corporales a flor de piel. Son, cada una, representaciones esquemáticas del bien y el mal. Ideales que hoy se ven casi sólo en las telenovelas en forma de parodia o de farsa. Nos parecen obvios, ridículos y forzados.
Pero no tanto: el paradigma de la limpieza extrema sigue siendo un estigma para las mujeres. Un varón que recién llega del fútbol o del gimnasio, chivado, es sexy. Pero las mujeres tenemos que estar completamente limpias. Hasta por adentro. Vacías. Después de todo, la materia fecal es materia, y librarnos de ella es una manera más de desmaterializarnos, perder peso, ser menos de nosotras mismas.
De esto no se habla. Una puede decir que va a hacer pis, pero para “lo segundo”, va al baño, sin especificar. Si estamos entre amigas, entonces sí podemos desplegar el abanico de dramas habituales que van desde problemas con el padre abandono, la madre control, la jefa mala, el jefe sado, el compañero garca, la rival, la machista, el hijo tirano, la empleada inestable, y, sí, la constipación. Nos contamos el tamaño de las deposiciones, las técnicas para meterse el supositorio de glicerina, las tretas para ahuyentar al partenaire de ocasión en el hotel o el monoambiente. Somos un asco.
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