FOTOGRAFíA
Encuentros y remembranzas que evocan los 40 años de la revista La Azotea, una creación de Sara Facio.
› Por Cristina Civale
En la vereda de Córdoba al 900, este lunes se empezó a armar una algarabía. Llegaban fotógrafos famosos y no tanto, amantes de la fotografía, jóvenes y de todas las gamas etarias. Se lo veía al consagrado fotógrafo Res, portando a su bebito y primogénito, ocupadísimo de que nadie perfumado lo besara por estrictas órdenes de su mujer, que está en contra de las mezclas francesas. Más allá llegaba entusiasmado Daniel Merle, que estrenó muestra en el hall del Centro Cultural San Martín; Judie Weiss, eterna y flaquísima, de melena blanca, subía hacia la sala sin ser reconocida por casi nadie. Y la lista podría seguir, tediosa.
Todos los que allí se reunieron, no en la vereda sino en la sala de exhibiciones de la Alianza Francesa, llegaron para ser parte de un festejo, el aniversario número 40º de la editorial La Azotea, la primera editorial de fotografía de América latina; también llegaban para hacer honor a una dama, Sara Facio, factótum, socia creadora junto a la guatemalteca Cristina Orive y fotógrafa pionera en este continente que recorrió en todas sus latitudes, siempre mezclada con la cultura, los escritores, otros fotógrafos, las costumbres nativas y las discusiones sobre imaginarios insondables.
Sara Facio, a sus 81 años, recibía cual anfitriona espléndida, disimulando con entereza una mala jugada de su nervio ciático que la obligó a asistir a la gala con un bastón para soportar el dolor, estoica y de pie, un bastón de mango de plata tan paquete como ella. Charló con Las 12 con ganas, en el medio de la multitud que la besuqueaba, bebía champagne, comía delicatessen y también miraba las fotos colgadas en las paredes.
“Hace 40 años estábamos en mi casa, en una reunión de amigas. El ministro (Francisco) Manrique acababa de inventar el Prode y el premio era un montón de plata. Entonces nos pusimos a fantasear con qué haríamos si nos ganábamos el premio. Una dijo que se compraba un helicóptero, otra que se iba a dar la vuelta al mundo, todas cosas como de ciencia ficción. Yo dije que me gustaría crear una editorial de libros de fotografía. Y la cosa quedó ahí y seguimos hablando de otras pavadas”, cuenta. Para su sorpresa, a los pocos días la llamó Cristina Orive: “¿Cuánto cuesta hacer la editorial que querés?”, le preguntó. Sara le dijo que no tenía idea porque no tenía dinero ni para empezar a pensarlo. Averiguaron, y no era imposible para el dinero que tenía ahorrado Orive que, sin pensárselo mucho, puso el capital de arranque para hacer el sueño de Facio realidad, un sueño que hizo también suyo.
Desde entonces fueron socias inseparables de uno de los fenómenos editoriales más destacados de este siglo. Editaron clásicos y desconocidos, y lo que se puede ver ahora en la Alianza hasta el 18 de mayo es una muestra armada con los “highlights” de las colecciones que supieron armar en forma de libros. Hay una constante que tiene que ver con cómo las creadoras conciben la fotografía: siempre toma directa, mayormente en blanco y negro.
Así se pueden ver fotografías originales de los autores publicados, así como las tapas de los libros. Entre otras, se pueden apreciar obras de Hugo Aveta, Raquel Bigio, Eduardo Comesaña, Horacio Coppola, Alicia D’Amico, Juan Di Sandro, Sandra Eleta, Sara Facio, Luis González Palma, Annemarie Heinrich, Adriana Lestido, Marcos López, Cristina Orive, Liliana Parra, Oscar Pintor, Humberto Rivas, Grete Stern, Sebastián Szyd, Juan Travnik y Marcos Zimmermann.
Todas obras que son iconos de la fotografía argentina no sólo por mérito propio, sino porque La Azotea les dio a sus autores la primera posibilidad de hacer libros con sus fotografías. Si bien recorrer la muestra para quien esté familiarizado medianamente con la fotografía del continente es como recorrer un álbum familiar, hay alguna perla no tan conocida, como el notable retrato de Adolfo Bioy Casares realizado por Eduardo Comesaña, un artista al que no le gusta socializar, pero que asistió a la celebración. “El retrato de Comesaña era una fotografía que a Bioy le encantaba”, dice Sara.
El objetivo principal de la editorial, sigue Facio, “fue dar a conocer a los maestros. Se publicaron por primera vez libros de Martín Chambi, de Perú; Yas/Noriega, de Guatemala; y Witcomb y Grete Stern, de la Argentina, entre los más importantes”. También se les dio lugar a los nuevos creadores –en ese momento desconocidos– como Sandra Eleta, de Panamá; Luis González Palma, de Guatemala; y Marcos López, de la Argentina. Apuestas de Facio-Orive que devinieron en artistas de suceso y con imaginarios destacados a lo largo de los años.
Asimismo, la editorial expuso no sólo obra de los artistas publicados en la Argentina, sino de otros países de América, Europa y Asia, junto a sus libros y tarjetas postales, que aun pueden adquirirse a precios muy módicos en su página web.
La celebración empezó el lunes y terminará el 17, donde la fiesta llegará a su apogeo. Para ese día está planeada una agenda que empieza bien temprano y termina con tragos. A las 9 se hará una exposición de obras originales y exhibición de libros y postales. Entre las 10 y las 13 se armarán mesas para visionados de nuevos libros bajo la mirada de Julieta Escardo, Cristina Orive, Dudu von Thielmann, Gabriel Díaz y J-L Larivière. A las 14 comienzan las charlas-seminarios. La primera tendrá como protagonistas a Julie Weisz, Andy Goldstein, Juan Travnik y Mariela Delnegro, moderados por Eduardo Longoni. A las 15 habrá una conferencia sobre semiología a cargo de Marta Riskin. A las 16, una charla sobre periodismo, donde disertarán Mercedes Pérez Bergliaffa, Silvia Mangialardi, Daniel Merle, Marcos Zimmermann, moderados por el omnipresente Rodrigo Alonso. Y a las 18 habrá festichola en el Auditorio. Se presentará un DVD con fotos de Cortázar, que tiene letra y música de Sandra Mihanovich cantada por María Elena Walsh. Por fin se hará una pausa para retomar a las 19, cuando el escritor Leopoldo Brizuela tratará de contar la historia de la editorial como si él fuese un cuentacuentos. Luego sonarán y se bailarán tangos, y por fin, a las 20 llegarán, los tragos de un merecido cóctel donde todos, probablemente, terminarán embriagados de amor hacia la fotografía.
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