EL MEGAFONO
› Por Karina Felitti*
A fines del año pasado el gobierno francés restringió la comercialización de las píldoras anticonceptivas de tercera y cuarta generación, a partir de varias denuncias penales y en la prensa sobre sus efectos secundarios graves, como accidentes cardiovasculares e incluso la muerte de algunas usuarias. Los casos que fueron conociéndose propiciaron grandes debates sobre las ventajas y desventajas de la anticoncepción hormonal en general, en un momento en que la Cámara baja trataba la aprobación del “mariage pour tous”, y terminaron por echar agua al molino de los grupos que reivindicaban una moral sexual conservadora y la familia heterosexual y prolífica.
Sin embargo, esta apropiación por parte de los contraderechos sexuales y reproductivos no debería ocultar el hecho de que, efectivamente y desde sus comienzos, la píldora causó problemas en la salud de muchas mujeres (además de haber sido una herramienta clave de la geopolítica). Pero como no todas resultaron afectadas y el contar con un método anticonceptivo propio y eficaz era revolucionario, sus ventajas prevalecieron y así se transformó en símbolo de la libertad sexual femenina. Tal como aseguraba una mujer estadounidense en los sesenta frente a las acusaciones que comenzaban a extenderse: “No me importa si me prometes cáncer en 5 años, me quedo con la píldora. Por lo menos habré disfrutado de los 5 años que me queden. Por primera vez en 18 años de vida matrimonial puedo poner mis pies para arriba por una hora y leer una revista”. Es que hoy ¿será necesario semejante sacrificio?
Me pregunto si en las consultas se dedica tiempo a informar sobre todas las opciones anticonceptivas disponibles, si se tienen realmente en cuenta las diversas biografías al momento de recomendar un método y si tenemos en verdad muchas alternativas en tiempos de VIH. También me inquieta saber si las mujeres que calculan su fertilidad con la luna y analizan sus fluidos están recuperando saberes femeninos negados hoy por la ciencia y la industria farmacéutica o si sólo es otra vuelta de tuerca del discurso católico de la abstinencia. Francamente no lo sé. Lo que sí sé es que la “libertad de elegir”, consigna fructífera de la segunda ola feminista, en una economía de mercado será siempre relativa. Los intereses corporativos se encarnan en los cuerpos de las mujeres de diversos modos. Ya sabemos que la Iglesia Católica se posiciona en contra de los métodos anticonceptivos, pero tengamos también precaución de quienes están a favor por intereses que no incluyen el cuidado de la salud de las mujeres, su conocimiento y autonomía.
Aunque tomemos la píldora, tengamos un DIU o hayamos logrado que el chico en cuestión se calce un preservativo, nunca estará de más observarnos, olernos, tocarnos, y saber qué nos está pasando.
* Autora de la Revolución de la píldora. Sexualidad y política en la Argentina de los sesenta, Edhasa, 2012.
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