Vie 17.05.2013
las12

MATERNIDAD

Felices juntas

Hilos de Ilusión y El Roperito, dos espacios promovidos por el Estado donde las mujeres pueden pensar y vivir la experiencia de la maternidad en conjunto y fortalecer los lazos comunitarios para que las crianzas trasciendan las fronteras privadas y se conviertan en un bien común. Funcionan en el Centro Integrador Comunitario de Quilmes e intentan dar cuenta de que la conquista de derechos es imposible desde esas mismas cuatro paredes en las que muchas veces parecen anquilosarse las luchas: porque los derechos de todas dependen de las conquistas de todas.

› Por Laura Rosso

Estar juntas en un espacio común donde pueden hablar y compartir vivencias, frustraciones y deseos les da pie a estas mujeres para pensarse –como madres, como mujeres– y producir transformaciones. En ellas, en sus vidas, en sus entornos. Porque cada una de las maternidades posibles siembra una experiencia particular. Como la que sucede en el Centro Integrador Comunitario (CIC) ubicado en la calle 173 y Pampa, que depende de la Secretaría de Desarrollo Social del Municipio de Quilmes, a cargo de Valeria Isla: “La experiencia de Maternidades colectivas realizada en los talleres Hilos de Ilusión y El Roperito nos permite analizar la conquista de derechos de estas mujeres de sectores populares, de diferentes edades, desde otro ángulo”. Allí se sigue una línea de trabajo que propone encuentros de mujeres para compartir experiencias de crianza. “En esos encuentros –cuenta Isla– es muy interesante ver de qué modos se comienza a desbaratar ese mandato social que nos dice ‘naciste para ser madre y cuidar a otros’. Porque además de preocuparnos por el cuidado de los hijos e hijas, maridos, hogar, acá es posible hablar entre mujeres, con otras, y ese circular de la palabra las constituye como mujeres con derechos, no desde el enunciado, sino desde el concreto ejercicio de un derecho.” Esa potencia de la palabra que circula se palpa en las experiencias compartidas de estas maternidades de manera colectiva. “Luego vendrán –subraya Isla– otros derechos efectivizados: la escuela para adultas, el taller de arte, la radio (las voces en el barrio), ser educadoras populares... ¡Y ya no hay vuelta atrás en la conquista de sus derechos! Ya no están solas, tienen autoestima y muchas otras acompañándose entre sí.”

Compartir experiencias de maternidades posibilita recuperar otras voces sobre vivencias cotidianas. Tejer redes de sostén en el día a día entre las mismas mujeres que crían a sus hijos/as son puertas que se abren para visibilizarlas, fortalecerlas, reconocerlas y potenciar sus posibilidades. El equipo técnico que trabaja en el taller está conformado por Mónica Villalonga y Claudia Panizza. Trabajan temáticas relacionadas con el embarazo, el parto, la lactancia, el crecimiento y los límites. Todas sostienen esa organización que se construye con la presencia de todas. Se dan fuerzas, aportan ideas, aprenden manualidades. Se acompañan en la vida. Como lo resumió Adolfina: “Usamos nuestras manos para hacer algo”. Y eso les aporta un enorme plus. “La propuesta es salir del mundo de lo privado y de la soledad que implica afrontar los problemas de crianza en el interior de la casa”, sostiene Villalonga. Muchas de ellas no cuentan con ayuda y acompañamiento de la familia ampliada, por eso el reunirse posibilita compartir miedos, dudas, buscar ayudas profesionales comunitariamente, pensar estrategias para el cuidado de los niños/as para poder seguir con los estudios y capacitarse en diferentes actividades. “Nos encontramos una vez por semana, ellas continúan con sus actividades y presentan proyectos, como por ejemplo espacios de lectura para niños/as, radios abiertas y pintura artística. Con sus propuestas participan en diversas actividades y fiestas del barrio, donde dan visibilidad a sus actividades en espacios públicos.”

El Roperito funciona casi como excusa de encuentro. Alrededor de una gran mesa, ellas despliegan las prendas observando los tamaños e imaginando en qué cuerpitos podrían andar bien. Los hijos e hijas son muchos. Hay bebés, chicos y chicas en edad escolar, adolescentes. También hay nietos y nietas, y hasta bisnietos/tas. En una punta de la mesa están ordenadas las zapatillas de tamaños varios. Todas se llevan algo. Con calma y tranquilidad entre mate y mate, se ríen y hacen chistes. Para muchas ese espacio es liberador, esperanzador, más que una segunda casa. Como le pasa a Alejandra, cuyo marido a veces le manda mensajes de texto: “¿Estás bien o hago la denuncia?”, escribe. Y Alejandra se ríe al contarlo porque sabe que pasa muchas horas allí. Las conoce a todas, se preocupa por las alumnas que cursan el secundario para adultos, les insiste para que vayan a clase porque si no se quedan libres y tienen que esperar al año siguiente. También está Gaby, que es costurera y cuenta que desde los seis años está sentada frente a una máquina de coser. Gaby es una sabia de la costura. Confeccionó las cortinas que engalanan la cocina. “Luego las chicas les pintaron las frutas”, y así revela que fue un trabajo compartido. Todas aplauden. Apenas puede abrirse paso entre la charla, cuenta lo bien que está su nieta. “Tenés que verla, la gorda es una maravilla.” Catalina ya superó totalmente la gastrosquisis con la que nació, que hizo que su estómago se exponga por fuera del cuerpo. Gaby tuvo once hijos, y hoy cose y observa cada detalle para sacar ideas. “Todo me viene bien, hasta un cuadradito de tela me sirve para hacer servilletas. Este bolso lo hice yo y ya me preguntaron a cuánto lo vendo.” Antes de concurrir al CIC, Gabriela tomaba quince pastillas, ahora sólo necesita continuar con dos medicaciones.

Isla remarca: “Maternidades colectivas nos permite observar que en este caso el camino comenzó dentro de un mandato: ‘nos reunimos para hablar de los chicos’, y continuó, a partir de la central experiencia de la maternidad vivida, en las conquistas de deseos, anhelos y libertades como mujeres con derechos. Parece una obviedad pero a veces comenzamos enunciando los derechos sexuales y reproductivos, por ejemplo, sin hacer lugar y escuchar las singulares historias y experiencias que nos traen, con toda sus riquezas, las mismas mujeres. Entonces, también aprendimos que a las mujeres de sectores populares no les tenemos que contar tanto ‘los derechos que tienen’, sino que primero tenemos que hacerles lugar para que cuenten sus preocupaciones, sus anhelos, que hagan algo que les guste a ellas y acompañarlas en el camino de luchar por sus y nuestros derechos. Me parece que ésta es la riqueza de Hilos de Ilusión y de El Roperito: una producción colectiva de otra subjetivada, un espacio de mujeres produciendo micropolítica”.

El espacio público

La maternidad puede darse de múltiples formas, individuales o colectivas. Villalonga da cuenta de esto: “Trabajamos para generar los espacios donde todas estas formas se encuentren y las experiencias compartidas generen las formas de maternidad que cada grupo, o mujer u hombre deseen adoptar. Las maternidades posibles se vislumbran de muchas maneras: aquella que es individual, como cumplimiento del ‘deber’ de mujer, o la que cumple con el deseo del hombre de procrear, o aquella que se vive como forma de independencia del hogar primario, o para no quedarse sola y arraigarse a una vida. Las formas no convencionales de ser madres –aunque existen y muchas– no se verbalizan de inmediato en lo colectivo. Las vamos encontrando en el camino, o cuando acuden directamente a la secretaría para realizar consultas y pedir que las acompañemos con gestiones. Pero, en general, acuden en las últimas instancias, cuando ya es imposible para ellas resolverlo por sí mismas y en forma individual. Madres lesbianas, trans, que por la dificultad de adoptar y contar con documentación para ser incluidas en las prestaciones que les corresponde por derecho, se acercan y comienzan a tomar contacto con otros espacios a donde las invitamos a participar. Hay madres que se encuentran con prisión domiciliaria y quizás el único contacto que tienen es con alguna vecina que decide ayudarlas con gestiones y nos piden que las vayamos a ver para que alguien las escuche. La maternidad adolescente quizá sea uno de los temas más tratados en los barrios, y muchas veces es visualizado como una problemática”.

Miriam vino de Paraguay siendo muy jovencita, tiene 38 años y ocho hijos. Para decir que ya no quiere tener más alude al dicho popular: “Antes no teníamos televisión”, dice en la ronda de mate, y Libertad –que es todo un personaje del taller– acota que ahora, que se compró una tele grande, dijo basta. Miriam está contenta, milita en una organización barrial y aclara que no sufre la imposición de otros maridos que no dejan salir de sus casas a las mujeres. “Por eso muchas ni saben todo lo que pasa en esta esquina. Yo acá hasta aprendí a bailar salsa”, cuenta y parece sorprenderse. En la ludoteca del CIC hay instrumentos, libros, pizarrón y metegol. Las chicas ayudaron a armar banquitos con botellas de plástico vacías atadas con cinta adherente. Gaby los forró con telas de colores y resultaron extrarresistentes para soportar diversos pesos. Muchas mamás agradecen poder jugar con sus hijos e hijas y dejar por un rato los retos y las caras largas. “Nunca antes había jugado con Jeremías”, cuenta Brenda. “Aprendimos juntos acá.”

¿De qué modos interviene –o debería intervenir– el Estado?

M. V.: En la actualidad son pocas las intervenciones del Estado que contribuyan a cambiar el modelo tradicional de maternidad, partiendo de la base de que sólo se reconoce para el ingreso a la mayoría de los programas más importantes a aquella mujer que figura en la partida de nacimiento de un/a niño/a. Como si la maternidad se generara desde un acta labrada en un Registro Civil. Pero, aunque todavía este sentido está muy arraigado institucionalmente, podemos encontrar lineamientos de políticas sociales que plantean maternidades compartidas, comunitarias o ampliadas. Y en este sentido, mucho hicieron las organizaciones sociales, que a partir de sus experiencias en las épocas de crisis económicas generaban espacios colectivos de crianzas de las/los niñas/os, pudiendo crear jardines y guarderías comunitarios.

La vida de muchas mujeres se plasma en el encierro dentro del hogar. Poder salir de esas paredes resulta fundamental. “En muchos casos es como si la maternidad se diera sólo puertas adentro y con total control de los varones”, relata Panizza. “He conocido muchísimas situaciones de mujeres que deben encontrarse en sus casas a la hora en que vuelven sus esposos porque si no tienen serios problemas. Y por supuesto que la casa esté limpia y la comida hecha. Esto sucede aun cuando muchas mujeres son las responsables del ingreso económico en el hogar. Sólo pueden limitarse a eso. La que se dedica a participar en una organización es vista como la ‘quilombera’ del barrio. Todavía es resistida la participación de las mujeres en la esfera de lo público y en el espacio de la toma de decisiones, aun en lo comunitario. Hay un uso político, claramente, ya que muy pocas logran ocupar cargos públicos. O sea que, no sólo pertenecen a un espacio de exclusión por su condición de mujeres, sino porque también son pobres.”

“Observamos –detalla Villalonga– que muchas mujeres se sienten juzgadas porque resulta demasiado pesado poder cumplir con todas las expectativas de lo que significa ser una ‘buena madre’. Entre esas ideas está la de la buena alimentación, el cuidado de la salud, la prevención de las enfermedades, y una buena educación. Pero cuando el dinero apenas alcanza para comprar lo mínimo e indispensable, cuando en el hospital no se consigue un turno y no hay insumos para tratamientos, cuando la cuota de una escuela privada es inaccesible y no hay lugares que cuiden a los niños pequeños cuando hay que salir a trabajar, la mujer empieza a sentirse una ‘mala madre’. Porque no pueden alcanzar esos estándares previstos. Es ahí entonces cuando empiezan a ver lo que comparten entre sí y se preguntan por las experiencias de otras. Quizás éste sea un punto para comenzar a romper con las ideas instaladas.”

Yo con todas

Yael quedó embarazada a los dieciséis años, la misma edad en que su mamá la tuvo a ella. Por primera vez se dio una vuelta por el CIC, con la beba a upa, su hermana más chica, Florencia, y su mamá. Dejó la escuela para quedarse con su hija y, aunque duda, no descarta volver cuando Kiara crezca un poco. Una historia parecida –aunque más violenta– es la de Patricia. La violencia vino del lado de la institución religiosa donde cursaba 4º año porque, al quedar embarazada, las monjas de su colegio –llamado Misericordia, como tantos otros– no le permitieron seguir estudiando. Y ahí está ella ahora, retomó el secundario y le falta un año para terminarlo. Quiere ir por más, y ya hizo las consultas para cursar Terapia Ocupacional en la Universidad de Quilmes.

“La experiencia de trabajo que hemos tenido nos demuestra que la mejor manera de romper con los modelos de maternidad es haciendo visibles las estrategias concretas que las mujeres toman a la hora de ser madres. Las rescatamos y las hacemos visibles, y cuando se hacen visibles y se pueden expresar verbalmente se puede, también, tomar decisiones y generar respuestas a nuevas problemáticas”, resume Panizza. “La base para afrontar las problemáticas específicas de las mujeres de los barrios tiene que ver con armar redes comunitarias. Acompañar durante el embarazo y la crianza contempla la idea de un compromiso a partir de la igualdad y de un vínculo de intercambio y aprendizaje. Tomar en cuenta la experiencia de otras y otros sin olvidar la singularidad de cada situación fortalece los procesos de autonomía y la posibilidad de contar con herramientas para tomar decisiones”, concluye Villalonga.

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