RECURSOS ¿Cómo lograr que niñas y niños en su más tierna infancia vayan a dormir sin llantos, caprichos ni quejas? En el ranking de la crianza, la hora de acostar a las criaturas es una de las batallas más agotadoras. Y los métodos para conciliar un dulce sueño, inagotables: desde el llanto hasta que las velas no ardan, hasta los nuevos mandatos de apego, pasando por el clásico cuento con canción de cuna incluida.
› Por Luciana Peker
“Una niña tengo/ chiquita y bonita/ que no tiene sueño /y a mí me lo quita/ Yo quiero dormirla, dormirla quisiera. / Ella abre los ojos. / ¡Y juega que juega!”, así dice una poesía tradicional de Costa Rica que plasma una pesadilla cotidiana para muchas mamás a la hora en la que a ellas se les caen las pestañas y a sus hijas e hijos se les vienen las ganas de seguir jugando, leyendo, cantando, cualquier cosa ¡menos dormir! A esa letra Mariana Baggio le puso música en “Nana Boruca”, una de las canciones que integran el libro disco Luna con duendes, canciones, arrullos y susurros para la hora de dormir, con música de Baggio, Teresa Usandivaras, Martín Telechanski y Pablo Spiller, editado por Capital Intelectual.
“Duérmete mi luciérnaga, que ya no es hora de encender unicornios ni caracolas”, propone otra canción. Es que justamente cuando los cuerpos se retoban a encaminarse en posición horizontal y los ojos se agrandan como farolas, hay variadas teorías y posibilidades. Pero algunos de los caminos que conducen a las sábanas son, a saber: 1) contar cuentos y canciones hasta que la tranquilidad y el arrullo traigan el sueño. Ni se deja solo a los/as niños/as, ni se los lleva con una a la cama. La voz los calma, acompaña en un ritual que requiere tiempo, paciencia y ganas. 2) Llevarlos a la cama, a veces como una forma de resignación por no dar más, a veces por convicción acorde a lo que hoy se conoce como la teoría del apego. 3) Ser más rigurosos con el sueño de los hijos/as e imponerles que aprendan a dormir solos/as. No necesariamente hay que imponer este método, pero es famoso el libro Duérmete niño, del doctor Eduard Estivill, que reglamenta dejar llorar de a ratitos hasta que los chicos se acostumbren a lidiar con sus propias sábanas.
4) Otra posición es la que no recomienda dejarlos llorar pero sí seguir rutinas para que los bebés puedan llegar a su propio sueño a través de la memoria.
A Hernán Jechsmayr no le tiembla la voz cuando dice que usó el método Estivill –que está demonizado por muchos–, o más bien no le puede temblar la voz porque es locutor y su voz es su herramienta de trabajo. Sin dormir no puede trabajar. Por eso, con su mujer, Cecilia, ante la llegada de Guadalupe (9) y Agustín (8), decidieron que los chicos vengan con el manual bajo el brazo. “Nos permitió ayudar a nuestros hijos a conciliar el sueño, justo en ese momento en que aún no tienen incorporado el cambio entre día y noche. Fuimos muy estrictos con nosotros mismos en cuanto a los tiempos que establece el autor del libro, para dejarlos solos en su cuna (y debo reconocer que nos costó un poco). Mis dos hijos se adaptaron muy bien. Hoy día se duermen solos, libro de cuentos por medio, y tienen un sueño muy placentero. En nuestro caso, dio buen resultado”, comenta.
La periodista Silvina Ocampo, de Para Ti, pudo entrevistar al Dr. Estivill, pero nunca poner en práctica su método. “Dejar en su cuarto llorando a mi hija mayor, Loli, me parecía horrible. Recuerdo que cuando se lo planteé a él me preguntó si a mí me molestaba la bebé en mi cama. Le respondí que no, y entonces me dijo: “Entonces no apliques nada mi método”, con su divertido acento español. Es más, mi hija más chica, Ema, tiene 6 y se sigue durmiendo diez minutos en mi cama y luego la pasamos. Ya casi no la puedo levantar. ¡Pero crecen tan rápido! ¡Hay que aprovecharlas!”.
La noche dejó de ser ese espacio profundo para Martín López Osornio. Y empezó a ser esas horas en las que había que despertarse por lo menos tres veces para hacerle una mamadera a Valentín, de diez meses. Entonces, decidió poner en práctica el Duérmete niño. “Pero es imposible si no soportás escuchar llorar a tu bebé”, reconoce.
“El sistema es muy simple, aunque un poco estresante. La idea es que el bebé se duerma solo en su cama, así cuando se despierta no desconoce y se puede volver a dormir solo, sin necesidad de los padres o mamadera. Se divide en etapas: primero hay que acostarlo despierto e irte de la habitación; obviamente, a los segundos empieza a llorar. Hay que dejarlo tres minutos, y luego entrar a la pieza y hablarle cordialmente, diciéndole que los papis están ahí y que no lo van a dejar solo, sin tocarlo, y retirarse de la habitación; hacer lo mismo a los cinco minutos y luego en intervalos de siete minutos, hasta que se duerma. La primera noche estuvimos casi dos horas (que es lo máximo que te dejan probar) entrando y saliendo de la habitación, hasta que se durmió solo, y esa noche no se despertó hasta el otro día a las 6 y media de la mañana. El segundo día no hizo falta, porque a los 15 minutos estaba dormido, y al cuarto ya se dormía solo. No lo podíamos creer.”
“Probé con el ‘Duérmete niño’ pero me resultó a cara de perro”, refuta Beatriz Couto. Y propone: “Por último chau, que es chau hasta mañana, punto sin discusión, siempre con buenas maneras y los límites que todas y todos necesitamos en la vida”. Mientras que Julieta Gervasoni se opone: “¿Cómo voy a estar de acuerdo con que se duerman angustiados? Aunque lloraran a rabiar un solo día, no podría hacerlo. Sé que a mucha gente le dio resultado pero creo que nunca puede salir algo bueno de semejante situación”.
Del otro lado del ring teórico de Estivill está Carlos González, psicólogo español y autor de Bésame mucho (cómo criar a tus hijos con amor), que reivindica: “Desde que el mundo es mundo los niños han dormido con su mamá y su papá y después, –vaya a saber por qué–, hay gente que lo ha prohibido. De pronto muchos padres se han rebelado y han salido del armario”. Por eso, para muchas madres, ya no se trata sólo de quedarse dormida en la cama con un hijo en el medio como quien no se sacó el rimmel, sino de decidir dormir con los hijos como una forma de crianza. “El principal beneficio es que el niño es feliz y los padres también”, asegura el psicólogo.
En esa misma teórica –y de almohadas compartidas– se para la psicoanalista Fernanda Strático, quien subraya: “Los bebés necesitan sentirnos cerca, nuestro olor, el calor, el contacto con nuestra piel; nos tranquiliza a ambos y podemos descansar mejor, sobre todo si amamantamos. Tendríamos que recuperar en la manera de criar el contacto físico, amoroso, visual, tal vez cuestiones de nuestros ancestros, si a nuestros/as hijos/as los vemos crecer sanos y felices. ¿Qué nos apura en que tan rápido duerman solos? La infancia, la niñez duran muy poco y nos marca para toda la vida. Dormir con nuestros hijos es una elección de cada familia”.
No se trata de imponerle a nadie con quién compartir la cama, pero sí dejar la libre elección. Angie Ferrazzini confiesa: “Probé de todo, pero Moreno, con 11 meses, duerme conmigo”.
En muchos casos, como el de Gioia Sacomanni, se intenta que cada uno duerma en su lugar, pero en trasnoche la casa se vuelve un rompecabezas. Y a la hora de las brujas no hay convicción para hacer que las camas y las personas sigan en su lugar. “El momento de dormir a mis hijos pequeños me da una inmensa fiaca –cuenta ella–, pero arrancamos con cuatro cuentos y dos canciones. Fue lo estipulado por convenio, muchos besos y a dormir, pero soy una delincuente del colecho, o sea que apenas Guido (3 años) se pasa a nuestra cama es muy bien recibido; a las cuatro de la mañana lechoncito calentito, muy abrazable para seguir durmiendo.”
A las cuatro de la mañana todo puede suceder. Y el colecho, bienvenido.
Más allá de las andanzas y aventuras de trasnoche, el pediatra Martín Gruenberg escribió el libro ¡Vamos a dormir! Cómo prevenir y solucionar los problemas del sueño de tu hijo sin culpa y según su edad, manual para padres, de Editorial Grijalbo. El considera que dejar llorar a un bebé puede ser contraproducente. Pero sí recomienda las rutinas de baño y de alimentación y la lactancia materna, por ejemplo. “El sueño es un proceso neurofisiológico muy complejo. Es como un rompecabezas. Podemos ir uniendo algunas piezas, pero sólo cuando el cuadro esté completo el bebé dormirá de forma adecuada. Quiere decir que no ocurre mágicamente ni es independiente de la actividad del hogar, por eso es tan importante generar un ambiente facilitador.”
En los casos de las y los más chiquitas/os, Gruenberg recomienda: “Lograr que el bebé duerma la siesta a la misma hora, darle un baño a la misma hora y hacerlo dormir siempre a la misma hora después de alimentarlo por última vez es una rutina que te dará una libertad enorme”.
Nina ya es más grande. Tiene dos años. Pero la rutina también la tranquiliza. Su mamá, María Alejandra Nogueira, explica: “Le gusta cuando la llevo a su cama que le cuente qué va a hacer al día siguiente. Le digo que tiene que dormir porque mañana hay que ir al jardín, a jugar con sus compañeritos, a cantar canciones, a ir a la plaza y ella empieza a completar mi relato con cosas que se imagina que quiere hacer. Termino de contarle y me mira y se duerme. Creo que a ella la ordena saber qué va a hacer”.
Mercedes Quaglia también tiene una rutina y es tan inalterable que si se tiene que ir de viaje la deja grabada gracias a las nuevas tecnologías. “Mis mellizos se ponen pijama y se acuestan solos, pero les tengo que llevar un vaso de agua (fría, no natural, si no protestan) y cantarles una canción que les inventé cuando nacieron y opcionalmente un cuento. Como suelo viajar por trabajo o tener horarios raros, les tuve que grabar la canción en el celular de mi marido porque si no les costaba dormirse.”
Fakun Aznárez relata su propia travesía: “La única forma que encontramos es con mucha paciencia, canciones, cuentos e imaginación, algo que se convierte en un desafío si tenés dos chic@s (de 3 y 5 años y medio) con energías o tiempos diferentes.
En mi caso personal, casi siempre me quedo dormido con ellos antes y eso los obliga a seguirme, pero hay veces que salgo victorioso de la oscuridad de los sueños infantiles y podemos hacer algo de vida de pareja”, un desafío que tal vez quede para otro sueño. ¿Hay noche después de la noche en la que los/as niños/as duermen?
Y Soledad Ferrari dice una frase que es como un sinónimo de la maternidad: “Hago lo que puedo”. Mientras que Mariana Ruiz Huidobro no sólo propone cuentos, sino que es una férrea oponente al manual de Estivill. “Duérmete niño es un atentado a la seguridad emocional de los niños. Ellos simplemente dejan de llorar porque se acostumbran al abandono, y no les queda otra. Hay que preguntarse si es eso es bien recibido por un niño, que lo único que pide es contención, amor, y mirada de los padres, sobre todo de la madre. Cuentos, cuentos, besos, abrazos, canciones suaves y más cuentos”, son su prospecto para acunar a su hijo.
La escritora María Victoria Pereyra Rozas a veces es leída en las cunas y camas, pero también a veces lee: “Yo le canto... Tiene un año y cuatro meses y se duerme con ‘La vaca estudiosa’ que, cuando termina la letra, la tarareo. Y en su cuna, pero hasta que no se duerme, no lo dejo. Muchas veces nos quedamos tomados de la mano hasta que se duerme completamente”. Como un paseo al que se puede llegar juntas o un avión que se toma de a dos.
No se trata sólo de la voz, también el cuerpo participa, especialmente cuando son más chiquitos. Las mujeres, a veces, hamacan, con su cuerpo o mientras dan la teta y los hombres bailan o, como Camilo Juárez recuerda su estilo: “Yo daba una palmadita en el pañal cada vez más lento hasta que se dormía”.
Para muchas mamás ese reloj sin fin que no llega la hora de estirar las pestañas es una tortura; para otras, en cambio, es un disfrute ese ritual, de buscar el sueño. Analau Blejer hace memoria emotiva con una sonrisa: “Yo lo dormía cantándole a upa casi hasta los dos años, y lo recuerdo como una de las situaciones más hermosas de mi vida”. Lo mismo piensa Yamila Bavio: “Cuentos, canciones, contar sílabas, planificar viajes... Un momento mágico acompañar a mi hija a la cama”.
Para leerles a los chicos o para utilizar como apoyo a la maternidad, los libros son bien usados a la hora de ir a dormir. “Con Vera apliqué un método que leí en un libro: la cosa consistía en hacer un pequeño ritual a partir de los 6 meses. Esto es, prepararse para ir a dormir, ponerse el pijama, elegir el muñeco, objeto, contarle un cuento, decirle ‘buenas noches’, darle un besito e irse. Cada vez que lloraba o llamaba había que entrar al cuarto y decirle buenas noches y salir. Esto había que hacerlo todas las veces que fuera necesario, nada de levantarla. Lo habré hecho durante dos semanas y listo. No hubo problemas ni caprichos ni nada. Con Bruno no me resultó, creo que no me puse tanto las pilas. A él le cuento dos cuentos, nos damos el besito de las buenas noches y me quedo con él hasta que se duerma. No hace lío, pero no me puedo ir hasta que se duerma.”
Y si todo esto no funcionó, ¿saben qué hace Laura Echezarreta? “Arranco con el Himno Nacional, y algunas otras canciones patrias. Son imbatibles, a la segunda estrofa se duermen.”
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