Vie 16.08.2013
las12

POLíTICA

Las amigas

Fiel a su estilo, Elisa Carrió disfrutó de su resurrección electoral haciendo lo que mejor sabe: desplegar histrionismo y digitar el protagonismo de los otros. Y en ese tren extendió su mano hacia su “gran amiga” Gabriela Michetti, con quien han tenido históricas coincidencias legislativas –en contra de la ley de fertilización asistida y del matrimonio igualitario, entre muchas otras– y de credo. Michetti no tardó ni 24 en estrechársela: “Creo que podemos hacer algo juntas”. Lo que podría surgir de esta amistad añeja y de esta probable e incipiente alianza.

› Por Roxana Sandá

No pasaron ni 24 horas hasta que Michetti deslizó “creo que podemos hacer algo juntos. Un acuerdo parlamentario no parece ser tan imposible”. Más rápida que ligera, Elisa Carrió, la aludida, el mismísimo domingo “pasista”, con el triunfo en la barriga, felicitaba y le mandaba un saludo a su “gran amiga” Gabriela Michetti. Al lado, Pino Solanas oficiaba como eso, árbol plantado en el escenario del Palais Rouge, una de las subsedes de las fórmulas Unen. Y qué pretendía, dirán algunxs, demasiada sombra proyectaba el rubio personaje a su lado, con sobredimensión incluida de la ex coequiper del Grupo A (y ni qué hablar ahora, digamos, con el acople de Lousteau al tándem coalicionado). Volviendo al punto, Gabriela acaba de redescubrir esta semana en diario de tirada nacional que el “90 por ciento” de las decisiones tomadas por el PRO el año pasado en el Congreso fueron codo a codo con la Coalición Cívica y el radicalismo. Un dos más dos. ¿Qué otra comprobación se precisa en un camino donde las factibilidades son más obvias que el pejotismo (con todo respeto) de Pino y el gorilismo de Lilita? Las señoras no se hablan desde diciembre, pero pocxs dudan de que por estas horas ya se cruzaron holgados mensajes. A Gabriela el diálogo le parece buena pócima aunque, vieja jugadora de naipes, debe primero tantear “cuán firme y profunda es esa unión”. Al menos en términos de coherencia, prácticamente adoptaron todas las decisiones legislativas en conjunto. Queda afuera, por supuesto, la idea de conformar equipo de gobierno. Algo así como lo que le respondió Charly García a Rodrigo cuando éste le propuso cantar a dúo alguna vez. “Todo tiene un límite, pibe”, le espetó. Se podrá “tener diferencias de gestión”, guiña Michetti, pero en el núcleo “de lo que a ella y a mí nos importa” siempre hicieron lo que debían. Al menos ahora no se esfuerza por despegarse como lo había hecho irritada en la campaña de 2009, cuando la señora que hablaba con Dios (posta, se lo reveló sin ningún sentido metafórico a una religiosa muy conocida que pidió mantener su nombre en reserva. ¿Se acuerdan? Eran esas épocas en las que “Lilita” vivenciaba una especie de ascetismo: había llevado su cabello al castaño, sujetado en coleta tirante, y sobre su pecho colgaba una gran cruz de madera) denunció irregularidades, corruptela bah, en el PRO. Y apelaba al corazón y los principios de Michetti “para que entre las dos podamos evitar esa trampa”. El micronovelón culminó en términos parecidos a los de esta semana: “Siempre va a ser mi amiga y la quiero mucho”. Al año siguiente, en un seminario sobre reforma política en el Hotel Intercontinental, Gabriela pegó el volantazo y les dijo a Adrián Pérez y a Margarita Stolbizer que “hablé con Lilita, tenemos que armar algo”, encantada por su proyección electoral. Hoy ya no deplora por lo bajo que Carrió “tiene una manera vieja de hacer política”.

Marta Gabriela Michetti y María Elisa Avelina Carrió atravesaron coquetas interviús de Para Ti (nicho obligado) y compartieron tardes de té con masas, una articulando un discurso pasional (el domingo se autodefinió como una gran actriz), la otra diciendo poco, cargando un discurso político anémico, antes bien integrada a la propaladora zen de la dirigencia PRO. Las separan nueve años de diferencia y las acerca su devoción cristiana: el papa Francisco fue confesor de ambas.

“Soy muy creyente y vivo la religión. La clave es mi fe. Francisco es mi gran guía espiritual”, suspira Michetti, que mantiene un vínculo cordial con el jefe vaticano. Aún son recordadas las rabietas del entonces cardenal Jorge Bergoglio por la postura del macrismo ante el matrimonio igualitario, que la candidata a senadora solucionó recluyéndose en un retiro espiritual en Córdoba. Desde 2003, cuando asumió como legisladora porteña, empezaron a reunirse cada dos o tres meses. Ella le preguntaba cómo veía “el país y el mundo”. El le recomendaba libros del monje benedictino Anselm Grün. En público, siempre la consideró “una amiga” y “una militante católica y coherente”.

La única vez que Carrió no falló a un pronóstico fue en 2001, antes de que se desatara la crisis política, cuando le dijo a Bergoglio “usted va a ser papa”. Solían reunirse en la curia, frente a la Plaza de Mayo. Cumplido el vaticinio doce años después, la mujer dijo verse “ante el mayor signo” de tiempos distintos. “Para mí es una fiesta. Yo andaba cantando ¡habemus papam; habemus papam!”

Una tarde de 2009, la flogger Cumbio le preguntó a Michetti por tevé:

–Si yo te voto, ¿me voy a poder casar con mi novia?

–Sí, obviamente –le respondió sin que le temblara la voz.

El bloque de Carrió votó a pleno en favor de la ley de matrimonio igualitario. Ella prefirió argumentar lo inexplicable. “Quiero expresar mi tensión. No estoy en contra de la unión familiar, pero la palabra matrimonio es un sacramento. Es un dilema; yo no puedo decidir. Daría mi vida –di mi vida intelectual, pero también daría el resto– al reconocimiento e inclusión de esto.” Y se abstuvo.

Michetti también le dedicó mediáticos minutos jurásicos a su temor por “la discriminación que puede sufrir un chico adoptado por padres homosexuales”. En esa misma línea de reparos muy a tono con el Opus Dei (la mención no es caprichosa), respaldó el veto de Mauricio Macri a la ley de aborto no punible.

Esta semana, la legisladora porteña Gabriela Cerruti refrescó memorias en una columna de su autoría al recordar que esas viejas conocidas “están en contra de la regulación del trabajo doméstico en casas de familia, de la posibilidad de elegir una muerte digna, del derecho a elegir la identidad sexual y a casarse con personas del mismo sexo, de la regulación del trabajo de los peones de campo, de la protección nacional de las tierras, del acceso a la fertilización asistida”. Dentro de esa oscura bolsa se enredan la Ley de Educación Sexual Integral, la identidad de género, la despenalización del aborto.

A no engañarse: estos pasos dados, ese tácito común acuerdo, no son flecos de microclima eleccionario. Las actuaciones de Carrió y Michetti forman parte de una trama regional compleja, que amenaza a través del debate por la interrupción del embarazo en Bolivia, en las presiones de la derecha sobre Dilma Rousseff para que vete el proyecto que reglamenta la atención de emergencia a mujeres víctimas de violencia sexual o estupro, o en la prohibición del aborto en Chile, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Haití. Hay una tendencia en América latina a negar el aborto y el tratamiento de la salud reproductiva como problemas de salud pública. “Hay una negación sistemática, porque creen que eso genera un conflicto social y porque en definitiva toca directamente a la jerarquía de la Iglesia Católica”, sostiene Sandra Castañeda, representante de la Red de Salud de las Mujeres de América Latina y el Caribe, una de las principales ONG dedicadas a la salud reproductiva de la región.

El “objetivo 27-O” ya está dando algunas señales claras. Carrió parafrasea a Francisco: “Nací para hacer lío”. Michetti ya tuvo una idea genial y muy a tono: quiere en sus huestes a Graciela Ocaña, aquella ex ministra de Salud que pulverizó el programa de salud sexual y reproductiva durante su gestión.

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