EL MEGáFONO
› Por Mara Brawer *
“Si la mar fuera de tinta, y la tierra de papel, no escribiría en cien años, la maldad de la mujer”, dice una copla latinoamericana. “Cuatro cosas tiene el mundo que son las más testarudas: las ovejas y las cabras, las mujeres y las mulas”, canta un romancero popular argentino. Estas son sólo un par, entre miles de la llamada “sabiduría popular”, que muchas culturas elaboraron como forma de menoscabar el poder femenino en la sociedad.
En política, la estrategia de descalificar al otro para desprestigiar su lucha y su condición de liderazgo no es nueva. Mucho menos si a quien “hay que atacar” es una mujer.
En nuestro país, quienes reaccionan frente al afianzamiento del poder popular, lo hacen valiéndose del recurso más arcaico: tratan de locas a mujeres que llevan adelante sus luchas con decisión (algo que a cualquier hombre jamás se le cuestionaría). Tal es el caso del periodista Nelson Castro, quien “diagnosticó” a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner un problema de salud mental.
Desde siempre, mujeres como la heroica Juana de Arco fueron acusadas de locura por defender sus convicciones. Por asumir el coraje de denunciar, en pleno terrorismo de Estado, el secuestro y la desaparición de sus hijos y nietos, las Madres de Plaza de Mayo también fueron consideradas locas. En el mismo tenor se manifestaban quienes detractaban a Eva Perón.
Soslayando cualquier análisis de las causas políticas, económicas y sociales que intervinieron en el proceso de transformación de nuestro país, los discursos se reducen a explicaciones esencialmente psicologistas. Es decir, lo sucedido pasa a ser el resultado de la “ambición” de Evita o proviene de su “resentimiento”, como lo analiza la historiadora Marysa Navarro.
Venimos de años de afianzamiento de un proceso de construcción de igualdad de género. Un proceso que ha sido reconocido en todas las instancias y foros internacionales. Somos pioneros en políticas de erradicación de la discriminación y la violencia. En este sentido, sabemos que la promoción de mensajes y discursos sexistas no sólo alientan la conservación de relaciones sociales desiguales sino que fomentan los actos violentos que padecen miles de mujeres.
Frente a esto, debemos denunciar la discriminación de manifestaciones que reafirman una cultura patriarcal y machista. Independientemente de que sean las mismas mujeres quienes sustenten esa desigualdad, como el caso de la ex senadora Hilda González de Duhalde cuando afirmó que la Presidenta “se maneja más por su lóbulo emocional que el racional”, y planteó que hay que debatir “si las mujeres están listas para ejercer la política”.
Es que lo que se quiere cuestionar es un fuerte liderazgo político. Se trata de una operación mediática que se hace eco y alimenta los peores lugares comunes para socavar las bases democráticas.
* Diputada nacional del Frente para la Victoria (FpV).
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