INTERNACIONAL
En Francia, el Senado aprobó una ley que prohibiría los concursos de belleza para menores de 16 años, con penas de cárcel y astronómicas multas. El origen del debate y las posibilidades de que efectivamente se concrete, aquí en Las12.
› Por Guadalupe Treibel
En diciembre de 2010, en Francia, se prendió la mecha de una controversia que hoy, tres años más tarde, sigue explotando. Todo comenzó con una polémica edición de la revista Vogue Paris que, con liviandad fashion, presentaba a una petite purreta de diez años pintada como una puerta (de diseño, no vaya a ser cosa), vistiendo tacos altos, joyas carísimas, vestidos ceñidos, posando con una sensualidad inusitada. Con mirada atigrada y curvitas de mentira, de niñez no quedaba nada: la peque en cuestión, Thylane Loubry Blondeau, hija de un futbolista y una diseñadora, hizo sonar la chicharra de alerta de la sociedad franca y disparó una pregunta fundamental: “¿Qué tan joven es demasiado joven?”. La línea trazada por el sentido común –que había motivado algunas cejas levantadas en señal de disconformidad cuando una Elle Fanning de 13 modelaba para Marc Jacobs y Hailee Steinfed, de 14, para Miu Miu– volvía a desdibujarse. Y mientras los 10 se volvían los nuevos 13, el terror de la hipersexualización de las jovencitas se instalaba en las mentes –conscientes– de los parisienses.
Vogue, por supuesto, se defendió con uñas y dientes de las críticas; dijo que el número reflejaba el deseo de las nenas de vestirse como sus mamás, que era una fantasía habitual y su única intención era retratarla. Por su parte, la madre de Thylane, frente a una oleada interminable de detractores, cerró la cuenta de Facebook e Instagram de su hija y dijo que volvería a las tablas a los 15, si así lo decidía. La senadora francesa Chantal Jouanno, atenta al caso, fue más lejos: tomando la situación como ejemplo, presentó el informe “Against Hyper-Sexualisation: A New Fight For Equality” donde proponía combatir la sexualización de las niñas, alegando que no sólo amenazaba a su psique sino que era un riesgo para la igualdad entre hombres y mujeres.
“En la industria de la moda y la televisión, las menores corren peligro de volverse golosinas sexuales en una carrera por la apariencia, la belleza, la seducción, el culto del yo”, alegaba, entonces, el informe escrito por CJ, donde sugería que las menores de 16 años no posaran para campañas de moda, que las tiendas no vendiesen prendas de adultos (corpiños armados, tacos, etc.) en tamaño infantil, entre otras cuestiones. En su paper, la mujer también contemplaba otra arista: los concursos de belleza. Los “mini-miss” para los under-16, decía Jouanno, debían erradicarse del territorio francés.
Si el tema vuelve a cobrar relevancia ahora es porque el Senado franchute finalmente escuchó a CJ y acaba de aprobar el proyecto de ley que acabaría, de una vez y para siempre, con dichos concursos. Con 197 votos a favor y 146 en contra, la propuesta –motivada por la ya citada senadora– prevé hasta dos años en prisión y 30 mil euros de multa para los organizadores de los beauty pageants y quienes los promuevan o asistan. Sólo resta que la Asamblea Nacional debata y delibere; si la mayoría da su visto bueno, la decisión será definitiva. “Es extremadamente destructivo para una nena de entre 6 y 12 años escuchar a su madre decir que lo importante es ser bella. Estamos peleando para que lo que se escuche sea: Lo que cuentan son tus ideas, lo que tenés en la cabeza”, declaró Chantal recientemente.
Como reporta el New York Times, esta forma de concurso es menos frecuente y tiene una actividad menos intensa que en Estados Unidos, pero se ha vuelto cada vez más popular en pequeños pueblos de Francia. Y aunque la tevé local no tiene shows equivalentes a los norteamericanos Toddlers & Tiaras o su spinoff Here Comes Honey Boo Boo (requete mirado en EE.UU. por su regordeta protagonista y su peculiar madre, que en Argentina se emite por la señal TLC), la fama de estos programas de mini-señoritas que se contonean y disputan por la corona hicieron temblar a políticos franceses, temiendo ellos que el fenómeno creciese de puertas para adentro, a puntos incontrolables.
“No hagamos creer a nuestras niñas desde temprana edad que su único valor es su aspecto. No permitamos que los intereses comerciales superen los intereses sociales. Los legisladores no somos moralistas, pero tenemos el deber de defender el interés superior del niño”, destacó JC al Senado. Senado que, por cierto, se mostró repartido, porque incluso Virginie Kles, del bloque socialista, o Najat Vallaud-Belkacem, portavoz del gobierno y ministra de Derechos de la Mujer, se definieron en contra de sanciones tan fuertes, proponiendo incorporar más controles pero no prohibir la actividad.
Hete aquí la cuestión: a diferencia de su versión yanqui, la francesa ya cuenta con restricciones, en tanto la mayoría no acepta que las peques usen maquillaje, traje de baño, pelucas o vestidos cortos. “No queremos que nuestras participantes parezcan una Barbie. Queremos que venzan su miedo al escenario mientras visten un traje de princesa, que sean princesas por un día”, comentó Maud Chevalier, creadora y organizadora del concurso Graines de Miss, ofendida y preocupada por la potencial ley.
Pero el tema, estimada Maud, es más complejo: sin siquiera recurrir a los argumentos obvios (léase, cómo este tipo de eventos alimenta la sed de muchos pedófilos), está la otra cuestión de peso que pesa siempre sobre la mujer: que su valor se reduzca a las apariencias, que su estilo defina su identidad, que sea normal para todos que alguien puntúe su belleza, como si se tratase de un examen necesario que todas debieran pasar. Eso, querida Maud, no crea mujeres más confiadas o seguras; no crea científicas, abogadas, astronautas o enfermeras. Crea mujeres pendientes de la última edición de Vogue que, si la cosa sigue así, pronto mostrará cómo gatean bebas... con tacones altos, obviamente.
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